Una adaptación innovadora del Orlando de Woolf y una crónica de la difícil salida de la adolescencia:
Orlando y Ginger & Rosa, dos muestras brillantes de la sensibilidad estética
y el compromiso intelectual y social de Sally Potter.
Título original: Orlando
Año: 1992
Duración: 93 min.
País: Reino Unido
Dirección: Sally Potter
Guion: Sally Potter (Novela:
Virginia Woolf)
Música: David Motion, Sally Potter
Fotografía: Alexei Rodionov
Reparto: Tilda Swinton, Billy Zane,
Lothaire Bluteau, Quentin
Crisp, John Wood, Charlotte Valandrey, Heathcote Williams, Toby Jones.
Título original: Ginger &
Rosa
Año: 2012
Duración: 90 min.
País: Reino Unido
Dirección: Sally Potter
Guion: Sally Potter
Música: Amy Ashworth
Fotografía: Robbie Ryan
Reparto: Elle Fanning, Alice Englert, Christina Hendricks, Annette Bening, Alessandro Nivola, Oliver Platt, Jodhi May,
Oliver Milburn, Andrew Hawley.
Orlando pasa por ser la consagración internacional de una directora,
Sally Potter, cuya obra posterior ha confirmado que esa maravilla estética que
supuso adaptar lo que dicen los entendidos que es una obra inadaptable al cine,
por la complejidad de su desarrollo argumental y por el atrevido planteamiento
moral e ideológico de la novela, no fue un éxito debido a la chiripa, sino a un
rigor formar e ideológico que se confirmó veinte años después en una película
llena de sensibilidad sobre una etapa de la vida de dos amigas, el final de la
adolescencia, lleno de complejidad y, en este caso concreto, bajo la presión de
una amenaza, la de las bombas nucleares, que dio paso a un activismo
antisistema que llegaría a su apogeo, seis años después, en la Revolución de
Mayo, de 1968.
Pero comencemos por Orlando. Quien ha leído la novela recomienda,
sobre todas las cosas, que no se emborrone esa lectura con las imágenes deslavazadas
de la adaptación de Potter; quienes no la hemos leído aún, hemos podido ver una
película en la que, salvo el añadido ultracontemporáneo, se sigue una línea
argumental fantástica llena de coherencia, de humor, de sorpresa y de
indignación feminista. Que un mismo personaje que nace hombre viva varios
siglos y que en ese recorrido incluso cambie de sexo, siendo consciente de las
diferentes vivencias que ha tenido como hombre y como mujer no deja de ser un
planteamiento atrevido que exige del espectador un asentimiento mínimo tras el
cual accede al mundo singularísimo de Orlando, un ser hiperconsciente de su
individualidad y de la singularidad de su ser-en-el-mundo. Hay en Orlando una
suerte de yo desdoblado que le permite, rompiendo la lógica narrativa, mirar
fijamente a cámara y dirigirse al espectador, como en los viejos apartes del
teatro clásico que permitían una comunicación privilegiada con el espectador, para
acercarlo críticamente a la obra con total naturalidad. Esas miradas súbitas
que nos muestran la escisión del yo de Orlando, y que nos taladran con su
apelación a que consideremos que la vida es juego y teatro son uno de los
grandes aciertos de la obra. El
fundamental, con todo, es la dirección artística en la recreación de las
diferentes épocas y, unido a él, el del diseño del vestuario, que deslumbra
escena tras escena, más aún cuando Orlando se convierte en mujer y se introduce
en esas fantasías textiles que ocupan el plano con una espectacularidad que
maravilla. En la medida en que el/la protagonista pasa por diferentes épocas,
desde el punto de vista estético no hay duda de que las secuencias en que se
recrea una suerte de salón literario cortesano de finales del XVII y comienzos
del XVIII, el tiempo del ingenio, como se muestra en la película a través de
las intervenciones del poeta Alexander Pope, son de lo mejorcito de la
película: hay una sinfonía de colores pastel en esas secuencias que se rinde
uno no solo a la composición, sino a la iluminación y a la sinfonía cromática
que le entra por los ojos y parece embellecérselos. La polémica entre los
exquisitos artistas y Orlando pasa por el desprecio de la mujer como norma, con
un pasado contundente que resume Pope en sus dicterios de tipo medieval,
propiamente. Las escenas bufas de la corte, petición de mano incluida, que le
hace un caduco archiduque que no acierta a comprender que Orlando prefiera la
aventura e incluso la pobreza con que le amenazan por haber «muerto» como hombre
sin resucitar como mujer con todos los pronunciamientos legales, lo que la
lleva a meterse en pleitos con la justicia para poder mantener la herencia
materna, a un matrimonio tan ventajoso como el que le propone, son una
auténtica delicia. La acción va progresando, desde que Orlando se convierte en
mujer, hacia el conocimiento del sexo que nos había sido hurtado desde el
comienzo, cuando su desorientación y el tono romántico de su pasión por la
joven rusa no se sobreponer a su indeterminación sexual, como si viviera
permanentemente en una encrucijada y hubiera de tomar motu proprio una decisión definitiva. La mezcla de planteamiento
fantástico y situaciones reales, propias de la vida cotidiana, unido a la
perspectiva decididamente cómica, le concede a la historia una distancia
crítica frente a lo que ocurre que no favorece, por supuesto, el proceso de identificación
de los espectadores con buena parte de lo que ocurre ante sus ojos atónitos. El
encuentro, en la era romántica, con quien le descubre el sexo, pero también una
vida de libertad y de aventura, que ella no escogerá, aunque sí quedarse
embarazada para poder tener la descendencia que le permita seguir manteniendo
la propiedad heredada de su madre, es un claro ejemplo del abismo que hay entre
la novela y la adaptación, dado que su amante representa el proceso inverso al
suyo: el amante había sido mujer con anterioridad a su presente condición
varonil, pero el androginismo propio de la actriz que encarna a Orlando, Tilda
Swinton, en modo alguno es correspondido por el de su oponente, Alessandro
Nivola, que recuerda enormemente al cantante de los 60 Engelbert Humperdinck.
El discurso feminista de la protagonista se va afianzando a medida que se
acerca su lapso vital al tiempo del sufragismo y se consolida en la
continuación de la trama novelesca hasta nuestro presente, lo que consolida la
película como, propiamente, una adaptación libérrima “basada en” el Orlando de Woolf, pues así debería
presentarse, más que como una adaptación “fiel” al original. Dicho todo esto,
hubiera sido imposible rodar esta película de no haber podido contar con el
concurso irreemplazable de una actriz como Tilda Swinton, quien acierta a
componer un Orlando lleno de los mil matices que animan un personaje que pasa de
la angustia existencial a la pasión amorosa o el orgullo maternal con una
convicción total.
Ginger & Rosa, por su parte, es una suerte de cuento moral que
sigue la vida de dos niñas que crecen juntas y son “la mejor amiga” la una de
la otra hasta que la evolución de sus vidas, en dos familias con los padres uno
ausente y el otro demasiado independiente, las acerca a una situación que pone
a dolorosa prueba esa unión. Se trata, además, de dos familias muy distintas,
una, Rosa, es la hija de una mujer de la limpieza y la otra Ginger -un
hipocorístico que «esconde» el nombre que le puso su padre, África, un activista
social combativo que incluso ha pasado una temporada en la cárcel por negarse a
hacer el servicio militar. Las dos amigas están en un momento en que la vida se
abre ante ellas para tener experiencias que pasan muy por delante de sus
obligaciones académicas o de la obediencia debida a los límites que les marcan
sus madres respectivas, lo que va unido, necesariamente, a una actitud
desafiante por parte de ambas. La película recrea esa amistad femenina con una
fidelidad extraordinaria, y está llena de detalles que confirman el punto de
vista femenino de la realizadora y guionista, siempre tan atenta a dar una
visión de la mujer «desde dentro», podríamos decir, si se nos entiende lo que
queremos decir. Las dos amigas, acaso porque el padre de Ginger en tanto que
activista político ha marcado la personalidad y el temperamento de su hija, por
quien ella siente una predilección que la hace oponerse a su madre, a quien
solo comprenderá cuando su padre comience a coquetear con su amiga íntima, lo
que le produce un desgarro que acentúa la otra parte de su desasosiego
existencial: la sensación de que puede tener una vida corta debido al estallido
de una guerra nuclear que se la lleve por delante, lo que la induce a
convertirse en una activista del movimiento antinuclear a cuyo frente se colocó
Bertrand Russell, como años más tarde se pondría Sartre al frente de la
revuelta el 68 convirtiéndose en un maoísta de pro. La película tiene el valor
añadido de contar con una de las grandes revelaciones interpretativas de los
últimos tiempos, Elle Fanning, quien compone un personaje con tanta espontaneidad
que en ningún momento tienen los espectadores la sensación de estar ante una
ficción. El apodo, que hace alusión a la cabellera pelirroja de la
protagonista, indica el protagonismo de esta, porque hay en la directora una
suerte de delectación en ese elemento a lo largo de la película que pone de
relieve el acercamiento sensual a esas dos jóvenes que se descubren a sí mismas
física e intelectualmente, lo que implica, también el inicio de las primeras
experiencias sexuales, aunque mientras una de ellas, Rosa, siente más
inclinación por esos contactos físicos, Ginger, poeta en formación, se siente
más abrumada por la angustia existencial de una vida sin salida, bajo la
amenaza de la bomba nuclear [recordemos a título anecdótico que el símbolo de
la paz se fraguó en aquellas manifestaciones en las que participa como novel en
las lides revolucionarias la joven Ginger]. Aunque los planteamientos políticos
innegables en la película chocan con las situaciones existenciales, como la
disolución del matrimonio de los padres de Ginger, la directora tiene un
exquisito respeto por todos los puntos de vista, incluso por el del padre,
quien en ningún momento considera que haya cometido ninguna transgresión moral
que pueda permitir a los demás juzgarlo y condenarlo. Ciertos elementos que
pudieran parecer melodramáticos se resitúan en la historia en función de esos
conflictos que, como no podía ser de otra manera, quedan abiertos, para que os
espectadores juzguen, al respeto, lo que estimen conveniente. Es admirable la
delicadeza estética con que Sally Potter ha rodado esta película, llena de
planos de indudable naturaleza poética que refuerzan la sensación de «descubrimiento»
constante que anima a esas dos jóvenes exploradoras de la realidad, y que nos
permiten entender la índole esencialmente romántica de las protagonistas, en
sus dos vertientes clásicas, la de la búsqueda del amor y la de la búsqueda de
la aventura. Aunque Fanning se erija en protagonista casi absoluta de la cinta,
no es menos cierto que Christina Hendricks, la espectacular jefa de secretarias
de Mad Men, tiene una actuación soberbia,
como Raspall, Benning y, por supuesto, Alice Englert, cuya soberbia capacidad de
seducción brilla con luz propia junto a la espontaneidad contagiosa de Fanning.
En definitiva, una película en la que se aúna con habilidad impecable la
crónica social, la crónica familiar y el despertar al mundo de dos adolescentes,
lo que los alemanes denominarían un bildungsroman.
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