domingo, 5 de mayo de 2019

«Orlando» y «Ginger & Rosa», de Sally Potter or the sense and the sensibility.






Una adaptación innovadora del Orlando de Woolf y una crónica de la difícil salida de la adolescencia: Orlando y Ginger & Rosa, dos muestras brillantes de la sensibilidad estética y el compromiso intelectual y social de Sally Potter. 

Título original: Orlando
Año: 1992
Duración: 93 min.
País: Reino Unido
Dirección: Sally Potter
Guion: Sally Potter (Novela: Virginia Woolf)
Música: David Motion, Sally Potter
Fotografía: Alexei Rodionov
Reparto: Tilda Swinton,  Billy Zane,  Lothaire Bluteau,  Quentin Crisp,  John Wood, Charlotte Valandrey,  Heathcote Williams,  Toby Jones.

Título original:  Ginger & Rosa
Año: 2012
Duración: 90 min.
País: Reino Unido
Dirección: Sally Potter
Guion: Sally Potter
Música: Amy Ashworth
Fotografía: Robbie Ryan
Reparto: Elle Fanning,  Alice Englert,  Christina Hendricks,  Annette Bening,  Alessandro Nivola, Oliver Platt,  Jodhi May,  Oliver Milburn,  Andrew Hawley.

Orlando pasa por ser la consagración internacional de una directora, Sally Potter, cuya obra posterior ha confirmado que esa maravilla estética que supuso adaptar lo que dicen los entendidos que es una obra inadaptable al cine, por la complejidad de su desarrollo argumental y por el atrevido planteamiento moral e ideológico de la novela, no fue un éxito debido a la chiripa, sino a un rigor formar e ideológico que se confirmó veinte años después en una película llena de sensibilidad sobre una etapa de la vida de dos amigas, el final de la adolescencia, lleno de complejidad y, en este caso concreto, bajo la presión de una amenaza, la de las bombas nucleares, que dio paso a un activismo antisistema que llegaría a su apogeo, seis años después, en la Revolución de Mayo, de 1968.
Pero comencemos por Orlando. Quien ha leído la novela recomienda, sobre todas las cosas, que no se emborrone esa lectura con las imágenes deslavazadas de la adaptación de Potter; quienes no la hemos leído aún, hemos podido ver una película en la que, salvo el añadido ultracontemporáneo, se sigue una línea argumental fantástica llena de coherencia, de humor, de sorpresa y de indignación feminista. Que un mismo personaje que nace hombre viva varios siglos y que en ese recorrido incluso cambie de sexo, siendo consciente de las diferentes vivencias que ha tenido como hombre y como mujer no deja de ser un planteamiento atrevido que exige del espectador un asentimiento mínimo tras el cual accede al mundo singularísimo de  Orlando, un ser hiperconsciente de su individualidad y de la singularidad de su ser-en-el-mundo. Hay en Orlando una suerte de yo desdoblado que le permite, rompiendo la lógica narrativa, mirar fijamente a cámara y dirigirse al espectador, como en los viejos apartes del teatro clásico que permitían una comunicación privilegiada con el espectador, para acercarlo críticamente a la obra con total naturalidad. Esas miradas súbitas que nos muestran la escisión del yo de Orlando, y que nos taladran con su apelación a que consideremos que la vida es juego y teatro son uno de los grandes aciertos de la obra.  El fundamental, con todo, es la dirección artística en la recreación de las diferentes épocas y, unido a él, el del diseño del vestuario, que deslumbra escena tras escena, más aún cuando Orlando se convierte en mujer y se introduce en esas fantasías textiles que ocupan el plano con una espectacularidad que maravilla. En la medida en que el/la protagonista pasa por diferentes épocas, desde el punto de vista estético no hay duda de que las secuencias en que se recrea una suerte de salón literario cortesano de finales del XVII y comienzos del XVIII, el tiempo del ingenio, como se muestra en la película a través de las intervenciones del poeta Alexander Pope, son de lo mejorcito de la película: hay una sinfonía de colores pastel en esas secuencias que se rinde uno no solo a la composición, sino a la iluminación y a la sinfonía cromática que le entra por los ojos y parece embellecérselos. La polémica entre los exquisitos artistas y Orlando pasa por el desprecio de la mujer como norma, con un pasado contundente que resume Pope en sus dicterios de tipo medieval, propiamente. Las escenas bufas de la corte, petición de mano incluida, que le hace un caduco archiduque que no acierta a comprender que Orlando prefiera la aventura e incluso la pobreza con que le amenazan por haber «muerto» como hombre sin resucitar como mujer con todos los pronunciamientos legales, lo que la lleva a meterse en pleitos con la justicia para poder mantener la herencia materna, a un matrimonio tan ventajoso como el que le propone, son una auténtica delicia. La acción va progresando, desde que Orlando se convierte en mujer, hacia el conocimiento del sexo que nos había sido hurtado desde el comienzo, cuando su desorientación y el tono romántico de su pasión por la joven rusa no se sobreponer a su indeterminación sexual, como si viviera permanentemente en una encrucijada y hubiera de tomar motu proprio una decisión definitiva. La mezcla de planteamiento fantástico y situaciones reales, propias de la vida cotidiana, unido a la perspectiva decididamente cómica, le concede a la historia una distancia crítica frente a lo que ocurre que no favorece, por supuesto, el proceso de identificación de los espectadores con buena parte de lo que ocurre ante sus ojos atónitos. El encuentro, en la era romántica, con quien le descubre el sexo, pero también una vida de libertad y de aventura, que ella no escogerá, aunque sí quedarse embarazada para poder tener la descendencia que le permita seguir manteniendo la propiedad heredada de su madre, es un claro ejemplo del abismo que hay entre la novela y la adaptación, dado que su amante representa el proceso inverso al suyo: el amante había sido mujer con anterioridad a su presente condición varonil, pero el androginismo propio de la actriz que encarna a Orlando, Tilda Swinton, en modo alguno es correspondido por el de su oponente, Alessandro Nivola, que recuerda enormemente al cantante de los 60 Engelbert Humperdinck. El discurso feminista de la protagonista se va afianzando a medida que se acerca su lapso vital al tiempo del sufragismo y se consolida en la continuación de la trama novelesca hasta nuestro presente, lo que consolida la película como, propiamente, una adaptación libérrima “basada en” el Orlando de Woolf, pues así debería presentarse, más que como una adaptación “fiel” al original. Dicho todo esto, hubiera sido imposible rodar esta película de no haber podido contar con el concurso irreemplazable de una actriz como Tilda Swinton, quien acierta a componer un Orlando lleno de los mil matices que animan un personaje que pasa de la angustia existencial a la pasión amorosa o el orgullo maternal con una convicción total.
Ginger & Rosa, por su parte, es una suerte de cuento moral que sigue la vida de dos niñas que crecen juntas y son “la mejor amiga” la una de la otra hasta que la evolución de sus vidas, en dos familias con los padres uno ausente y el otro demasiado independiente, las acerca a una situación que pone a dolorosa prueba esa unión. Se trata, además, de dos familias muy distintas, una, Rosa, es la hija de una mujer de la limpieza y la otra Ginger -un hipocorístico que «esconde» el nombre que le puso su padre, África, un activista social combativo que incluso ha pasado una temporada en la cárcel por negarse a hacer el servicio militar. Las dos amigas están en un momento en que la vida se abre ante ellas para tener experiencias que pasan muy por delante de sus obligaciones académicas o de la obediencia debida a los límites que les marcan sus madres respectivas, lo que va unido, necesariamente, a una actitud desafiante por parte de ambas. La película recrea esa amistad femenina con una fidelidad extraordinaria, y está llena de detalles que confirman el punto de vista femenino de la realizadora y guionista, siempre tan atenta a dar una visión de la mujer «desde dentro», podríamos decir, si se nos entiende lo que queremos decir. Las dos amigas, acaso porque el padre de Ginger en tanto que activista político ha marcado la personalidad y el temperamento de su hija, por quien ella siente una predilección que la hace oponerse a su madre, a quien solo comprenderá cuando su padre comience a coquetear con su amiga íntima, lo que le produce un desgarro que acentúa la otra parte de su desasosiego existencial: la sensación de que puede tener una vida corta debido al estallido de una guerra nuclear que se la lleve por delante, lo que la induce a convertirse en una activista del movimiento antinuclear a cuyo frente se colocó Bertrand Russell, como años más tarde se pondría Sartre al frente de la revuelta el 68 convirtiéndose en un maoísta de pro. La película tiene el valor añadido de contar con una de las grandes revelaciones interpretativas de los últimos tiempos, Elle Fanning, quien compone un personaje con tanta espontaneidad que en ningún momento tienen los espectadores la sensación de estar ante una ficción. El apodo, que hace alusión a la cabellera pelirroja de la protagonista, indica el protagonismo de esta, porque hay en la directora una suerte de delectación en ese elemento a lo largo de la película que pone de relieve el acercamiento sensual a esas dos jóvenes que se descubren a sí mismas física e intelectualmente, lo que implica, también el inicio de las primeras experiencias sexuales, aunque mientras una de ellas, Rosa, siente más inclinación por esos contactos físicos, Ginger, poeta en formación, se siente más abrumada por la angustia existencial de una vida sin salida, bajo la amenaza de la bomba nuclear [recordemos a título anecdótico que el símbolo de la paz se fraguó en aquellas manifestaciones en las que participa como novel en las lides revolucionarias la joven Ginger]. Aunque los planteamientos políticos innegables en la película chocan con las situaciones existenciales, como la disolución del matrimonio de los padres de Ginger, la directora tiene un exquisito respeto por todos los puntos de vista, incluso por el del padre, quien en ningún momento considera que haya cometido ninguna transgresión moral que pueda permitir a los demás juzgarlo y condenarlo. Ciertos elementos que pudieran parecer melodramáticos se resitúan en la historia en función de esos conflictos que, como no podía ser de otra manera, quedan abiertos, para que os espectadores juzguen, al respeto, lo que estimen conveniente. Es admirable la delicadeza estética con que Sally Potter ha rodado esta película, llena de planos de indudable naturaleza poética que refuerzan la sensación de «descubrimiento» constante que anima a esas dos jóvenes exploradoras de la realidad, y que nos permiten entender la índole esencialmente romántica de las protagonistas, en sus dos vertientes clásicas, la de la búsqueda del amor y la de la búsqueda de la aventura. Aunque Fanning se erija en protagonista casi absoluta de la cinta, no es menos cierto que Christina Hendricks, la espectacular jefa de secretarias de Mad Men, tiene una actuación soberbia, como Raspall, Benning y, por supuesto, Alice Englert, cuya soberbia capacidad de seducción brilla con luz propia junto a la espontaneidad contagiosa de Fanning. En definitiva, una película en la que se aúna con habilidad impecable la crónica social, la crónica familiar y el despertar al mundo de dos adolescentes, lo que los alemanes denominarían un bildungsroman.

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