¿De verdad es necesaria una estructura narrativa tópica,
aunque simpática, para imitar harto endeblemente a Rohmer y a Allen?
Título original:Doubles vies
Año:2018
Duración: 107 min.
País: Francia
Dirección: Olivier Assayas
Guion: Olivier Assayas
Fotografía: Yorick Le Saux
Reparto: Juliette Binoche,
Guillaume Canet, Olivia
Ross, Christa Theret, Antoine Reinartz, Pascal Greggory, Violaine Gillibert, Vincent Macaigne, Nora Hamzawi.
Lo dicho, no encontrar la
postura en la butaca es el primer y definitivo síntoma de que lo que ocurre en
la pantalla no te imanta de ninguna de las maneras y corres el riesgo de que te
acometa, de nuevo, el Síndrome de Piernas Inquietas (enfermedad de
Willis-Ekbom), y que hayas de levantarte y seguir la película de pie, desde el
fondo de la sala o, en el peor de los casos, haber de abandonarla para
ejercitarte en la caminata o la carrera. Es mal terrible para un cinéfilo, en
efecto, pero peor son la afecciones oculares, desde luego, como los principios
de cataratas y las famosas moscas volantes. Viene esta introducción a cuento de
una película que se reclama en la línea de autores «locuaces» como Rohmer o
Allen, pero que, de ninguna de las maneras, llega al seductor encanto de
ninguno de los dos. L película quiere ser una ceebración del diálogo, desde
luego, y abundan las escenas de reuniones de amigos o de encuentros a dos para
dar pie a una incesante verborrea que, lejos de apasionar, al menos este espectador, consigue importunarlo con
semejante despliegue de lugares comunes, propuestas a medio desarrollar y
temores a medio cumplir. Todo «muy francés», por supuesto; lo cual implica una
suerte de calco estricto del tópico para que el simulacro sea creíble. No voy a
discutir que el elenco de intérpretes no esté a la altura de ese costumbrismo
francés que en tantas ocasiones nos ha deleitado en numerosas películas
corales, porque esta, a su manera, también es coral, y aun generacional,
excepto que los juegos de cama, en alguna ocasión, sirven, precisamente para
enfrentar dos generaciones muy distintas: la del libro y la del e-book; la
letra impresa y los bytes. Lo simplifico, pero más aún lo simplifican en la
película, desde luego, porque, al final, con tantos contertulios, el nivel del
debate se diluye hasta la irrupción de obviedades poco gratificantes para el
espectador interesado. El principal peligro de la película lo acabo de enunciar
implícitamente: ¿Qué diablos le importan las cuitas del mundo editorial a un público
espectador que ha desterrado de sus hábitos el de la lectura, si es que alguna
vez lo tuvo? Al hilo de ese tema nada apasionante para la mayoría se teje una
red de engaños matrimoniales que parecen contar con el beneplácito de todos los
participantes, como si el matrimonio y el placer estuvieran divorciados o fuera
imposible hallarlo en una pareja con algunos años de supervivencia matrimonial.
Acompaña al debate sobre el futuro de la edición, por obra y gracia de un
novelista a quien edita el protagonista, un Guillaume Canet muy discreto, y
hasta soso, quien se dedica a contar en sus novelas sus historias personales de
amante con quienes después, al verse reflejadas en sus obras, ponen el grito en
el cielo, por más que él se empeñe en que no se trata de «autoficción», sino de
ficción pura y dura. La presentación de una de sus obras y una entrevista con
la prensa dan pie para que se plantee el tema con las limitaciones propias de un película que
pretende, sobre todo, ser amable, no herir, crear una atmósfera no tensada, y
en la que los puntos de vista no pasan de ser los propios de una esgrima
argumental que en modo alguno pretende llegar al final de la cuestión, por
interesante que pueda ser el tema planteado. Este del uso de las personas con
su propio nombre y reconocibles como tales en una estructura de ficción, ¿es
censurable? ¿Cuáles son los limites de lo que el autor pueda hacer o dejar de
hacer con esos «personajes» que, al mismo tiempo, son también personas reales,
de carne y hueso? No hace mucho, Víctor Érice montó literalmente en cólera
cuando la novelista Elvira Navarro noveló partes de la vida de quien había sido
su mujer, la también novelista Adelaida
García Morales. A su parecer, poco menos que sobre la fallecida
novelista había que pedirle permiso a él. Escribí sobre ese caso aquí.
El asunto sí que hubiera merecido algo más que una visión superficial y jocosa,
y, de alguna manera, el título de la película, Dobles vidas, hace referencia a ese desdoblamiento entre la ficción
y la realidad, más que a una hipocresía que propiamente no es tal, porque da la
sensación de que los personajes aceptan tácitamente que en el matrimonio no se
acaban las relaciones amorosas y que cada cual puede buscarse la vida por su
cuenta para huir del famoso tedio matrimonial, por más que funcione la solidez
de una estructura familiar que ningún miembro de la pareja está dispuesto a romper.
Dado el planteamiento, al que se le dota de cierta intriga con la posible venta
del grupo editorial, lo que llevaría al protagonista al paro, no hay, en
realidad, ningún asidero para el espectador, quien va surfeando las pobres olas
del metraje con harto fastidio, algún aburrimiento y una sensación de vacío
quizás no merecido, porque pone todo de su parte pero la cinta no acompaña. Ni
siquiera los muy interesados en la materia de la edición, como yo mismo, que he
recurrido al micromecenazgo para una publicación, podrán seguir con interés lo
que se les cae de los ojos, como de las manos se nos caería, probablemente, cualquier
libro del coprotagonista que solo sabe contar lo que le ocurre, hasta que se
reconcilia con su pareja con la esperanza de la maternidad de por medio. Hay,
ya digo, una suerte de banalidad general en toda la trama que en modo alguno
contribuye a darle relieve a la película. No hace mucho vi un versión francesa,
Le Jeu, de Fred Cavayé, de la
pelicula italiana Perfetti Sconosciuti'
de Paolo Genovese, también versionada por Álex de la Iglesia, Perfectos desconocidos, y he de decir
que la presente, a pesar de la entidad del director, palidece frente a aquella.
En fin, de tostones también está lleno el paraíso de los Lumière…
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