Entre la «capa y espada», el folletín y la usurpación, Cagliostro entretiene sin trascendencia
y regocija sin pasión.
Título original: Black Magic
(Cagliostro)
Año: 1949
Duración: 105 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Gregory
Ratoff, Orson Welles
Guion: Charles Bennett, Richard Schayer (Novela: Alejandro Dumas)
Música: Paul Sawtell
Fotografía: Ubaldo Arata, Anchise Brizzi
Reparto: Orson Welles, Nancy Guild,
Akim Tamiroff, Frank
Latimore, Valentina Cortese, Silvana
Mangano, Raymond Burr.
No es extraño que Welles
confesara que el rodaje de esta película era lo más divertido que había hecho
jamás en el cine. Quiero imaginar que se embarcó en el viaje por su amistad con
Ratoff y la libertad que tuvo para reescribir el guion y rodarse a sí mismo en mucha
de sus escenas, de ahí que ahora le adjudiquemos la autoría compartida de la
película. Ratoff, ruso emigrado, pero prosoviético en aquellos años de histeria
anticomunista, ya había dirigido la adaptación de otro clásico de Dumas, Los hermanos corsos, lo que imagino
sería el aval para acabar dirigiendo esta otra adaptación de Dumas, Joseph Balsamo, que recrea la figura del
farsante Cagliostro, un masón, hipnotizador y seductor personaje real que paseó
por toda Europa su fama de excéntrico personaje misterioso de oscuros orígenes
que daban pábulo a toda suerte de relatos fantásticos sobre su persona. Que a
Welles le atrajera interpretar a “ese” personaje está fuera de toda duda, y, de
hecho, intuimos que no poco de ese hechizo por Cagliostro es llevado después a
Arkadin, en una de su larga serie de obras maestras. La película tuvo varios
candidatos, tanto para el rol central como para la dirección, el penúltimo,
antes de Ratoff y Welles fue ¡nada menos que Douglas Sirk y George Sanders!, quienes
a buen seguro que nos hubieran ofrecido una pieza magistral. Con todo, Welles
se desempeña a la perfección en este papel de villano vengador y revolucionario
intrigante a través del poder mental con que, materializado en su capacidad
para hipnotizar a cualquiera, pretende aspirar a conseguir el poder en Francia
sustituyendo a la reina María Antonieta por su doble exacto, con quien él se ha
casado, contra la voluntad de ella, que está enamorada de un capitán de la guardia
del Rey. La película fue rodada en Italia, en estudio, y tiene una puesta en escena lujosísima, tanto
en los decorados como en el vestuario, lo que contribuye poderosamente a darle
el empaque de película “histórica” que recrea a la perfección la corte
francesa. No hay, claro está, grandes escenas de exteriores ni de masas, excepto
hacia el final, cuando «el pueblo» se rinde al poder de sugestión de Cagliostro
e intuye en él poco menos que un «libertador» de la opresión real, en lo que es
una prefiguración de la inminente Revolución que acabará con el Antiguo Régimen
en Francia. La introducción en la trama del científico, Franz Anton Mesmer,
descubridor del supuesto «magnetismo animal», nos sitúa ante una supuesta doble
impostura, aunque ello no se recalca en exceso en la película: la de Cagliostro,
ignorante de su poder hasta que Mesmer le habla, anacrónicamente, sin embargo,
de la hipnosis -porque el término lo inventa tiempo después James Braid, un
cirujano escocés, en 1842- y la del propio Mesmer, que dejó Viena para instalarse
en París, donde vivió 7 años hasta que una comisión científica, en la que
estaba integrado Benjamin Franklin concluyó que no había ni rastro objetivo del
magnetismo animal que Mesmer decía que albergamos en nuestro cuerpo, y que era
la base de su práctica médica, que lo hizo rico. Convencido, pues, a través de
Mesmer, de que sus poderes mentales eran extraordinarios, Joseph Balsamo, el
hijo de gitanos que habían sido condenados a la horca y él mismo a ser azotado
y a que se le cegara, se convierte en el «mago» Cagliostro que, con su troupe
recorre Europa cimentando su fama. La historia del personaje se cruza con uno de
los motivos de otra novela de Dumas, El
collar de la reina, una intriga en la que, a través de una doble exacta de
María Antonieta, Cagliostro quiere apoderarse del poder del trono. Está claro
que el retrato del mentalista ha de tener un magnetismo en la mirada que, en el
caso de la actuación de Orson Welles, está garantizado. Sus innegables dotes de
actor, casi a la misma altura que su genio
para la dirección, proveen al personaje central de un aura de misterio que
acentúa no solo el vestuario, sino la modulación de su voz y el fulgor de su
mirada. Mucho más allá de cualquier planteamiento serio sobre el tema de la
venganza por el agravio racista sufrido, el protagonista es gitano, hijo de
gitanos ahorcados por una falsa acusación, estamos ante una película de
aventuras en la que, además, no falta una poderosa intriga, sobre un asunto
nimio, ni las peleas con espada, las persecuciones e incluso la presencia de un
coro, en este caso el pueblo, que magnifique los intereses en juego. Y a Welles
se le ve disfrutar en cada secuencia, en cada plano, muchos de ellos rodados por
él o entre él y Ratoff, con la aquiescencia de este, que tampoco se iba a
atrever a discrepar, digo yo, de un reconocido genio del séptimo arte como
Welles, con su historial. La dimensión embustera del personaje, la suplantación de
personalidad y el recurso a los poderes maravillosos -el título original es Black Magic, «Magia negra»- conforman un
trío de rasgos muy próximos al interés por la impostura que le llevaría a
Welles a rodar una de sus películas más extrañas de Welles: F for Fake, traducida por Fraude, sobre el falsificador Elmyr de Hory,
cuyas falsificaciones de los grandes genios de la pintura no podían ser
distinguidas por los máximo especialistas mundiales en esos artistas. ¡Cómo no
iba a disfrutar Welles con un protagonista, Cagliostro, que se cree el rey
todopoderoso del mundo, gracias a sus poderes de «encantamiento» a través de la
hipnosis. Y ahí hallamos otro de los grandes temas que preocuparon siempre a
Welles: el poder, y el poder absoluto específicamente. Cierto que la película
acaba mal, por supuesto, a nadie se le escapa que no fue Cagliostro,
ciertamente, quien encabezó la Revolución Francesa, pero las andanzas de este
personaje intrigante por París le permitieron a elles meterse en la piel de un
personaje que no estaba tan alejado de lo que han sido sus intereses temáticos
en el mundo del cine. Aquí su labor está supeditada al funcionamiento de la
historia como cine de entretenimiento, ¡y a fe que lo consigue!, porque estamos
ante una de esas películas que elevan muchísimos enteros lo que todos conocemos
como programa «de doble sesión», en los que tantísimas horas de nuestra
adolescencia y primera juventud hemos empleado los aficionados al cine. A
título anecdótico, quiero dejar constancia de que Vicente Huidobro, creador del
«creacionismo» escribió sobre el personaje lo que él llamó una «novela-film», Cagliostro, (Ed. Cátedra), y que ya estoy
deseando leer, si bien nació inicialmente como un guion.
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