miércoles, 29 de mayo de 2019

«Cagliostro», de Gregory Ratoff y Orson Welles, un curioso divertimiento.



Entre la «capa y espada», el folletín y la usurpación, Cagliostro entretiene sin trascendencia y regocija sin pasión. 

Título original: Black Magic (Cagliostro)
Año: 1949
Duración: 105 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Gregory Ratoff,  Orson Welles
Guion: Charles Bennett, Richard Schayer (Novela: Alejandro Dumas)
Música: Paul Sawtell
Fotografía: Ubaldo Arata, Anchise Brizzi
Reparto: Orson Welles,  Nancy Guild,  Akim Tamiroff,  Frank Latimore,  Valentina Cortese, Silvana Mangano,  Raymond Burr.

No es extraño que Welles confesara que el rodaje de esta película era lo más divertido que había hecho jamás en el cine. Quiero imaginar que se embarcó en el viaje por su amistad con Ratoff y la libertad que tuvo para reescribir el guion y rodarse a sí mismo en mucha de sus escenas, de ahí que ahora le adjudiquemos la autoría compartida de la película. Ratoff, ruso emigrado, pero prosoviético en aquellos años de histeria anticomunista, ya había dirigido la adaptación de otro clásico de Dumas, Los hermanos corsos, lo que imagino sería el aval para acabar dirigiendo esta otra adaptación de Dumas, Joseph Balsamo, que recrea la figura del farsante Cagliostro, un masón, hipnotizador y seductor personaje real que paseó por toda Europa su fama de excéntrico personaje misterioso de oscuros orígenes que daban pábulo a toda suerte de relatos fantásticos sobre su persona. Que a Welles le atrajera interpretar a “ese” personaje está fuera de toda duda, y, de hecho, intuimos que no poco de ese hechizo por Cagliostro es llevado después a Arkadin, en una de su larga serie de obras maestras. La película tuvo varios candidatos, tanto para el rol central como para la dirección, el penúltimo, antes de Ratoff y Welles fue ¡nada menos que Douglas Sirk y George Sanders!, quienes a buen seguro que nos hubieran ofrecido una pieza magistral. Con todo, Welles se desempeña a la perfección en este papel de villano vengador y revolucionario intrigante a través del poder mental con que, materializado en su capacidad para hipnotizar a cualquiera, pretende aspirar a conseguir el poder en Francia sustituyendo a la reina María Antonieta por su doble exacto, con quien él se ha casado, contra la voluntad de ella, que está enamorada de un capitán de la guardia del Rey. La película fue rodada en Italia, en estudio, y  tiene una puesta en escena lujosísima, tanto en los decorados como en el vestuario, lo que contribuye poderosamente a darle el empaque de película “histórica” que recrea a la perfección la corte francesa. No hay, claro está, grandes escenas de exteriores ni de masas, excepto hacia el final, cuando «el pueblo» se rinde al poder de sugestión de Cagliostro e intuye en él poco menos que un «libertador» de la opresión real, en lo que es una prefiguración de la inminente Revolución que acabará con el Antiguo Régimen en Francia. La introducción en la trama del científico, Franz Anton Mesmer, descubridor del supuesto «magnetismo animal», nos sitúa ante una supuesta doble impostura, aunque ello no se recalca en exceso en la película: la de Cagliostro, ignorante de su poder hasta que Mesmer le habla, anacrónicamente, sin embargo, de la hipnosis -porque el término lo inventa tiempo después James Braid, un cirujano escocés, en 1842- y la del propio Mesmer, que dejó Viena para instalarse en París, donde vivió 7 años hasta que una comisión científica, en la que estaba integrado Benjamin Franklin concluyó que no había ni rastro objetivo del magnetismo animal que Mesmer decía que albergamos en nuestro cuerpo, y que era la base de su práctica médica, que lo hizo rico. Convencido, pues, a través de Mesmer, de que sus poderes mentales eran extraordinarios, Joseph Balsamo, el hijo de gitanos que habían sido condenados a la horca y él mismo a ser azotado y a que se le cegara, se convierte en el «mago» Cagliostro que, con su troupe recorre Europa cimentando su fama. La historia del personaje se cruza con uno de los motivos de otra novela de Dumas, El collar de la reina, una intriga en la que, a través de una doble exacta de María Antonieta, Cagliostro quiere apoderarse del poder del trono. Está claro que el retrato del mentalista ha de tener un magnetismo en la mirada que, en el caso de la actuación de Orson Welles, está garantizado. Sus innegables dotes de actor, casi a la misma altura que su  genio para la dirección, proveen al personaje central de un aura de misterio que acentúa no solo el vestuario, sino la modulación de su voz y el fulgor de su mirada. Mucho más allá de cualquier planteamiento serio sobre el tema de la venganza por el agravio racista sufrido, el protagonista es gitano, hijo de gitanos ahorcados por una falsa acusación, estamos ante una película de aventuras en la que, además, no falta una poderosa intriga, sobre un asunto nimio, ni las peleas con espada, las persecuciones e incluso la presencia de un coro, en este caso el pueblo, que magnifique los intereses en juego. Y a Welles se le ve disfrutar en cada secuencia, en cada plano, muchos de ellos rodados por él o entre él y Ratoff, con la aquiescencia de este, que tampoco se iba a atrever a discrepar, digo yo, de un reconocido genio del séptimo arte como Welles, con su historial. La dimensión  embustera del personaje, la suplantación de personalidad y el recurso a los poderes maravillosos -el título original es Black Magic, «Magia negra»- conforman un trío de rasgos muy próximos al interés por la impostura que le llevaría a Welles a rodar una de sus películas más extrañas de Welles: F for Fake, traducida por Fraude, sobre el falsificador Elmyr de Hory, cuyas falsificaciones de los grandes genios de la pintura no podían ser distinguidas por los máximo especialistas mundiales en esos artistas. ¡Cómo no iba a disfrutar Welles con un protagonista, Cagliostro, que se cree el rey todopoderoso del mundo, gracias a sus poderes de «encantamiento» a través de la hipnosis. Y ahí hallamos otro de los grandes temas que preocuparon siempre a Welles: el poder, y el poder absoluto específicamente. Cierto que la película acaba mal, por supuesto, a nadie se le escapa que no fue Cagliostro, ciertamente, quien encabezó la Revolución Francesa, pero las andanzas de este personaje intrigante por París le permitieron a elles meterse en la piel de un personaje que no estaba tan alejado de lo que han sido sus intereses temáticos en el mundo del cine. Aquí su labor está supeditada al funcionamiento de la historia como cine de entretenimiento, ¡y a fe que lo consigue!, porque estamos ante una de esas películas que elevan muchísimos enteros lo que todos conocemos como programa «de doble sesión», en los que tantísimas horas de nuestra adolescencia y primera juventud hemos empleado los aficionados al cine. A título anecdótico, quiero dejar constancia de que Vicente Huidobro, creador del «creacionismo» escribió sobre el personaje lo que él llamó una «novela-film», Cagliostro, (Ed. Cátedra), y que ya estoy deseando leer, si bien nació inicialmente como un guion.

No hay comentarios:

Publicar un comentario