Las buenas migas del terror y el
sentido del humor angloamericano en una película canónica de serie B del artesano
Walter Summers: El monstruo humano.
Título original: The Dark Eyes
of London /The human Monster
Año: 1940
Duración: 76 min.
País: Estados Unidos
Director: Walter Summers
Guión: John Argyle, Patrick
Kirwan, Walter Summers, Jan Van Lusil (Novela: Edgar Wallace)
Música: Guy Jones
Fotografía: Bryan Langley (B&W)
Reparto: Bela Lugosi, Hugh
Williams, Greta Gynt, Edmond Ryan, Wilfrid Walter, Alexander Field
Me incita a escribir estas líneas la incomprensión con
que la película ha sido recibida por quien se ha tomado la molestia de haber
hecho la crítica en Film Affinity, la única, hasta la presente que le seguirá. Yo he visto la película descontándome 47
años, de los 62 que me asisten, y he disfrutado enormemente con esta "peli
de miedo" que creía no haber visto hasta que las últimas escenas del desenlace me han parecido muy familiares. Estoy de acuerdo con casi todo lo que mi
predecesor ha dicho, que la película está llena de cliches, que es floja, que incluso Bela Lugosi se delata como malo malísimo desde que aparece, etc., pero eso mismo en vez de ir contra la película, yo creo sinceramente que la
favorece. No solo se cumplen escrupulosamente las reglas del género y el dibujo
de los personajes: el asilo para ciegos es una idea siniestra fantástica, del
mismo modo que el desdoblamiento de Lugosi, remedando a Lon Chaney, pertenece
al género del terror de serie B "por derecho propio". La profusión de interiores que
abaratan la producción de la película, porque se repiten ad náuseam, nos ofrece
una puesta en escena en la que se advierte un clásico "cartón piedra"
que no engaña a nadie. Los resortes del terror de este thriller londinense
cumplen escrupulosamente con lo que el espectador crédulo espera y un guionista
genuino ha de ofrecer. El reparto, a pesar de que se pueda no ser partidario de
Lugosi, siempre más propio en su papel clásico de vampiro, no solo se ajusta
como un guante a la trama, sino que, desde la llegada del colega usamericano,
se establece ese juego competitivo entre Scotland Yard y el FBI, o entre
policías de diferentes países, que aquí permite algunos diálogos ingeniosos y
ciertamente con espíritu crítico, como el alivio del usamericano cuando, acorralando a Orloff, el cerebro maléfico de la organización asesina, dispara
su pistola y le resulta un placer volver a oírla "respirar". La presencia de policía femenina en Inglaterra, cuando aún no habían
sido admitidas en Usamérica, permite algún gag gracioso. En términos generales,
la película es propia de las series B en las que han encajado siempre muchas de
las protagonizadas por los genios del cine de terror, y no se le puede pedir
aquello que canónicamente no tiene por qué dar. Roger Corman asentiría con
entusiasmo ante una afirmación como la precedente, y de su dirección han salido
no pocas joyas de la serie B, como la dedicada a las narraciones de Poe. Quien
quiera pasar un buen rato, puede sentarse con total tranquilidad ante esta obra
menor que nos ofrece una diversión mayor. Eso sí, que no se le pida lo que no
puede dar. Antes bien, somos nosotros quienes hemos de poner todo el candor del
espectador crédulo e ingenuo que es capaz de sufrir en el desenlace final perfectamente
realizado con buen pulso narrativo por el director, Walter Summers, quien, con
esta película, cerró su historia fílmica. La escena en la que la heroína está a
punto de ser asesinada por Lugosi, momentos antes de que llegue a tiempo la
policía, con el agente que se ha ido enamorando de ella a lo largo de la historia,
después de haber tropezado casualmente al inicio de la misma en la estación de
tren, en una escena cuyo sentido del humor nos anticipa que la condición de
película de terror estará compensada con esa rivalidad anglo-usamericana que
sirve de gozoso contrapunto a una historia tenebrosa de la que no esperamos
ningún disgusto serio, más allá de las inevitables muertes que son moneda
obligada en este tipo de historias, está muy lograda desde el punto de visto del ritmo y de la tensión dramática. Que Orloff ate a la protagonista intrépida
con una camisa de fuerza y decida usar a su bruto asesino ciego par deshacerse
de ella, ahogándola primero y arrojándola a una ciénaga del Támesis después,
permite algunos planos en los que no es difícil rememorar el encuentro entre
Fay Wray y King Kong en el Empire State, salvando las distancias. En todo caso,
imaginación al margen, se trata de una película que se ha de ver con los ojos
deslumbrados de la adolescencia enamorada del ojo cosmológico.
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