Michel Gondry y Charlie Kaufman convierten
una historia disparatada en un guion y una película brillantes sobre las
fronteras de la naturaleza humana: Human Nature
Título original: Human Nature
Año: 2001
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Director: Michel Gondry
Guión: Charlie Kaufman
Música: Graeme Revell
Fotografía: Tim Maurice-Jones
Reparto: Tim Robbins, Patricia
Arquette, Rhys Ifans, Miranda Otto, Hilary Duff, Robert Forster, Ken Magee,
Rosie Pérez, Sy Richardson, David Warshofsky, Peter Dinklage, Toby Huss, Nancy
Lenehan, Mary Kay Place, Stanley DeSantis, Daryl Anderson, Bobby Harwell.
Solo el director de Eternal Sunshine of the Spotless Mind, y me niego a escribir la ridícula
traducción española de ese hermoso título original, que me apartó de ir a verla
hasta que supe la joya que en realidad era; solo Michel Gondry, pues, era capaz
de convertir una ridícula y absurda historia como la de Human Nature en una
reflexión potentísima sobre la naturaleza humana a partir de un caso de
simiofilia y de otro de hirsutismo, ambos puestos en relación con un auténtico
caso “perdido”: el resultado de una educación castradora, representada por el
personaje interpretado por Tim Robbins con una exquisita sensibilidad y unos
recursos de extrema profesionalidad. A cualquier otra estrella, en su lugar,
mucho me temo que le hubiera sido imposible dotar de semejante grado de
verosimilitud un personaje tan trastornad como el suyo. A partir de un
planteamiento que raya la inverosimilitud: un padre que se considera a sí mismo
más un mono que una persona y que “rapta” a su hijo y se lo lleva a la
naturaleza para criarlo en libertad, como un auténtico simio, la película
planteará, en primer lugar, la vivencia de la excepcionalidad genética, el caso
del agudo hirsutismo de la protagonista, una Patricia Arquette a quien,
sinceramente, ni todo el pelo del mundo es capaz de restarle ni un ápice de la
exuberante sensualidad que exhibe a lo largo de la película y, después, el
proceso inverso de rehumanización del joven-mono descubierto por un
investigador, Robbins, en una excursión a la naturaleza en compañía de su
novia, Arquette, a quien la existencia del joven-mono, un excepcional y
divertidísimo Rhys Ifans, le hace replantearse su vida de engaño y sumisión al
modelo políticamente correcto de mujer. Cuando el marido, a quien logra engañar
mediante una depilación constante, descubre su naturaleza hirsuta, lo que
coincide con la seducción iniciada por la ninfómana francesa que tiene como ayudante
de laboratorio para un experimento ridículo: enseñar, mediante descargas
eléctricas, buenos modales a ratones de laboratorio, la trama se complica con
el adulterio, el éxito de rehumanización
del joven-mono, al que han capturado y llevado al laboratorio, donde lo
adiestran para devenir, de nuevo, persona, lo que consiguen, convirtiéndolo en
atracción de ferias y congresos, con el consiguiente beneficio económico. De
alguna manera, está claro que el guion de Kaufman tiene muy presente el Informe para una Academia, de
Kafka, ese texto excepcional que José Luis Gómez convirtió en una
representación teatral mágica, aunque, en este caso, el informe lo eleva, el
joven-mono-rehumanizado a una comisión del Congreso usamericano en una sesión
televisada que concluye con su vuelta a la vida natural como simio en homenaje
a la mujer hirsuta que le hizo prometer que así lo haría tras hacerse ella
responsable del asesinato del marido por parte del joven cuando los sorprende a
ambos en el bosque viviendo como animales. Lo sorprendente de esta película es
la facilidad con que Gondry consigue, a través de las estupendas actuaciones de
sus actores y actrices, convencernos de la absoluta racionalidad y
verosimilitud de la historia narrada. Damos nuestra aquiescencia a las evoluciones,
no poco piruetescas y volatineras, de esos personajes porque en el fondo
sabemos que se está planteando un problema antropológico de primera magnitud, y
cuyo origen podemos rastrear en las doctrinas rousseanianas sobre el buen
salvaje y la necesidad de reencontrarnos con nuestro estado primordial natural.
El poderoso humor de la película, en absoluto fácil ni chabacano, contribuye a
redondear una película que me había pasado desapercibida en su momento, pero
que he recuperado con gran satisfacción. Gondry, de todas maneras, tiene en mis
gustos un altar por esa maravilla absoluta que es Eternal Sunshine of the Spotless Mind.
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