martes, 3 de mayo de 2016

Ópera prima de Robert Rossen: "Johnny O’clock", un thriller moral.



Johnny O’clock o un retrato de la ambigüedad moral con una fotografía de lujo del oscarizado Burnett Guffey.

Título original: Johnny O'Clock
Año: 1947
Duración: 85 min.
País: Estados Unidos
Director: Robert Rossen
Guión: Robert Rossen (Historia: Milton Holmes)
Música: George Duning
Fotografía: Burnett Guffey (B&W)
Reparto: Dick Powell, Evelyn Keyes, Lee J. Cobb, Ellen Drew, Nina Foch, Thomas Gomez, John Kellogg, Jim Bannon, Mabel Paige, Phil Brown.


Ignoraba, cuando me puse a verla, que Johnny O’clock era el debut en las pantallas de un maestro del cine como Rossen, autor de dos joyas como El buscavidas y El político. El solo hecho de ser una obra suya, y ello a pesar del título, tan de medio pelo, ya era una garantía de que la obra no me defraudaría, pero, una vez vista, no quiero dejar de señalar que en modo alguno tiene el espectador la sensación de hallarse ante la ópera prima, de un director, sino ante una obra bastante redonda, hija de quien domina el arte del cine con experimentada sabiduría. Es evidente que la dirección fotográfica de la película, llevada a cabo por el ganador de dos Oscar en De aquí a la eternidad y Bonnie and Clyde, tiene mucho que ver en el resultado final de la película, pero no pueden escatimársele a Rossen los elogios, porque en todo momento, a pesar de la trama algo enrevesadilla, sabe conducir la película con un pulso seguro y eficiente. La contribución de dos grandes como Dick Powell y Lee J. Cobb, en un magnífico duelo interpretativo, hace el resto, más aún si se le suma una poderosa caracterización del “malo” llevada a cabo por Thomas Gómez, con intensos momentos de celosa rivalidad con Dick Powell a causa del inextinguido amor de su mujer por él. La trama, que incluye el tratamiento de la corrupción policial como elemento indispensable de sustento de la actividad mafiosa en las calles de Nueva York, y de Chicago, y propiamente de todo el país, es relativamente sencilla, y solo se complica cuando se plantea la responsabilidad del asesinato de la novia del policía corruto, que lo fuera, también, brevemente de Johnny O’clock, un hombre ajeno al compromiso por amor, desengañado por la actitud de la mujer de su socio, con quien ella se ha casado buscando la seguridad material. El detective, Lee J. Cobb, un poco al estilo del Quinlan representado por Welles en Sed de Mal, establece un vínculo policial, pero también afectivo, con Johnny O’clock, porque intuye que, más allá de la explotación legal de un garito, no es su estilo, el de la violencia indiscriminada como primer recurso. Que Johnny O’clock se nos presente como un dandy y el policía como un patán al que se le cae la ceniza del puro en cualquier sitio, lleva siempre la chaqueta desabrochada, el nudo de la corbata aflojado, etc., nos habla bien a las claras del poder de la antítesis. El tercero en discordia, el socio del garito y jefe de una banda dispuesta a usar a policías corruptos y la violencia sin tasa, redondea una trama en la que las pasiones afectivas logran imponerse, muy sutilmente sobre las delictivas. Ello no convierte a película en una película de amor, distrayéndonos del thriller, pero adquiere tan gran importancia en la novela que ya el amor, ya los celos, devienen potentes impulsores de la trama, motivos dinámicos que la hacen avanzar hasta el desenlace, ajustado a lo que se esperaba del planteamiento. La película ha sido todo un descubrimiento y me congratulo de poder contribuir a difundir su existencia para tantísimos aficionados como hay al cine negro usamericano y, por extensión, al de cualquier otra cinematografía, en sus variantes particulares. El fantástico comienzo de la película, por cierto, un primer plano de un inmenso reloj callejero, del que desciende la cámara en picado hacia el policía que comprueba en el suyo la hora constituye un mensaje polisémico que iremos descubriendo a lo largo de la película, porque en ella la presencia del reloj tiene una importancia definitiva para el desenlace de la película, lo cual, además, remite al extravagante apellido del protagonista. A medida que nos acercamos a él, al desenlace, hacia la hora redonda de metraje, se vuelve a repetir la misma escena, como marcando la inmediata resolución del caso. La historia de amor entre la hermana de la mujer asesinada, la novia del policía corrupto, y Johnny O’Clock va más allá de las tópicas relaciones amorosas de las películas de cine negro, pues, en esta ocasión, el encontronazo moral entre ambos y la adecuación de los dos a la realidad del otro, incluida la dolorosa aceptación de su vida real, no la imaginada o deseada, le da una entidad y fuerza a la historia muy interesante. En fin, señores, pasen y vean, el mejor espectáculo del mundo: el cine bien hecho.

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