Johnny O’clock o un retrato de la
ambigüedad moral con una fotografía de lujo del oscarizado Burnett Guffey.
Título original: Johnny O'Clock
Año: 1947
Duración: 85 min.
País: Estados Unidos
Director: Robert Rossen
Guión: Robert Rossen
(Historia: Milton Holmes)
Música: George Duning
Fotografía: Burnett Guffey
(B&W)
Reparto: Dick Powell, Evelyn
Keyes, Lee J. Cobb, Ellen Drew, Nina Foch, Thomas Gomez, John Kellogg, Jim
Bannon, Mabel Paige, Phil Brown.
Ignoraba, cuando me puse a verla, que Johnny O’clock era
el debut en las pantallas de un maestro del cine como Rossen, autor de dos
joyas como El buscavidas y El político. El solo hecho de ser una
obra suya, y ello a pesar del título, tan de medio pelo, ya era una garantía de
que la obra no me defraudaría, pero, una vez vista, no quiero dejar de señalar
que en modo alguno tiene el espectador la sensación de hallarse ante la ópera
prima, de un director, sino ante una obra bastante redonda, hija de quien
domina el arte del cine con experimentada sabiduría. Es evidente que la
dirección fotográfica de la película, llevada a cabo por el ganador de dos
Oscar en De aquí a la eternidad y Bonnie and Clyde, tiene mucho que ver en
el resultado final de la película, pero no pueden escatimársele a Rossen los
elogios, porque en todo momento, a pesar de la trama algo enrevesadilla, sabe
conducir la película con un pulso seguro y eficiente. La contribución de dos
grandes como Dick Powell y Lee J. Cobb, en un magnífico duelo interpretativo,
hace el resto, más aún si se le suma una poderosa caracterización del “malo”
llevada a cabo por Thomas Gómez, con intensos momentos de celosa rivalidad con
Dick Powell a causa del inextinguido amor de su mujer por él. La trama, que
incluye el tratamiento de la corrupción policial como elemento indispensable de
sustento de la actividad mafiosa en las calles de Nueva York, y de Chicago, y
propiamente de todo el país, es relativamente sencilla, y solo se complica
cuando se plantea la responsabilidad del asesinato de la novia del policía
corruto, que lo fuera, también, brevemente de Johnny O’clock, un hombre ajeno
al compromiso por amor, desengañado por la actitud de la mujer de su socio, con
quien ella se ha casado buscando la seguridad material. El detective, Lee J.
Cobb, un poco al estilo del Quinlan representado por Welles en Sed de Mal,
establece un vínculo policial, pero también afectivo, con Johnny O’clock,
porque intuye que, más allá de la explotación legal de un garito, no es su
estilo, el de la violencia indiscriminada como primer recurso. Que Johnny O’clock
se nos presente como un dandy y el policía como un patán al que se le cae la
ceniza del puro en cualquier sitio, lleva siempre la chaqueta desabrochada, el
nudo de la corbata aflojado, etc., nos habla bien a las claras del poder de la
antítesis. El tercero en discordia, el socio del garito y jefe de una banda
dispuesta a usar a policías corruptos y la violencia sin tasa, redondea una
trama en la que las pasiones afectivas logran imponerse, muy sutilmente sobre
las delictivas. Ello no convierte a película en una película de amor,
distrayéndonos del thriller, pero adquiere tan gran importancia en la novela que
ya el amor, ya los celos, devienen potentes impulsores de la trama, motivos
dinámicos que la hacen avanzar hasta el desenlace, ajustado a lo que se
esperaba del planteamiento. La película ha sido todo un descubrimiento y me
congratulo de poder contribuir a difundir su existencia para tantísimos aficionados
como hay al cine negro usamericano y, por extensión, al de cualquier otra
cinematografía, en sus variantes particulares. El fantástico comienzo de la
película, por cierto, un primer plano de un inmenso reloj callejero, del que
desciende la cámara en picado hacia el policía que comprueba en el suyo la hora
constituye un mensaje polisémico que iremos descubriendo a lo largo de la
película, porque en ella la presencia del reloj tiene una importancia
definitiva para el desenlace de la película, lo cual, además, remite al extravagante
apellido del protagonista. A medida que nos acercamos a él, al desenlace, hacia
la hora redonda de metraje, se vuelve a repetir la misma escena, como marcando
la inmediata resolución del caso. La historia de amor entre la hermana de la
mujer asesinada, la novia del policía corrupto, y Johnny O’Clock va más allá de
las tópicas relaciones amorosas de las películas de cine negro, pues, en esta
ocasión, el encontronazo moral entre ambos y la adecuación de los dos a la
realidad del otro, incluida la dolorosa aceptación de su vida real, no la
imaginada o deseada, le da una entidad y fuerza a la historia muy interesante.
En fin, señores, pasen y vean, el mejor espectáculo del mundo: el cine bien
hecho.
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