Una exploración expresionista de
un caso de locura planteado como un thriller: Dementia, de John Parker o La
hija del terror, con posterioridad tuneada
por el productor Jack H. Harris.
Título original: Dementia
Año: 1955
Duración: 56 min.
País: Estados Unidos
Director: John Parker
Guión: John Parker
Música: George Antheil
Fotografía: William C.
Thompson (B&W)
Reparto: Adrienne Barrett, Bruno VeSota, Ben Roseman, Richard Barron,
Ed Hinkle, Lucille Rowland.
Mi videoteca de la calle Tallers,
79 sigue siendo un pozo inacabable de retos a los que me enfrento con el ánimo
bien dispuesto y con la firme esperanza de descubrir territorios tan ignotos
como el de esta película de John Parker, la única que filmó y que, después de
estrenarla sin éxito alguno en una versión estrictamente muda, la vendió al
productor Jack H. Harris, quien no solo le puso una banda sonora, sino que
añadió una voz en off, la del presentador televisivo Ed McMahon y le cambió el
título, pasó de Dementia a The daughter of horror, y de ambas maneras se ha conocido la película hasta el
momento. Por lo que he podido saber, la idea de la película fue de la
secretaria de Parker, Adrienne Barrett, quien le conto a su jefe el extraño
sueño que había tenido, a partir del cual Parker construyó su película como un
experimento a medio camino entre el cine negro, el expresionismo alemán y el
surrealismo de la Vanguardia, si nos atenemos a los ecos psicoanalíticos que
forman parte de la trama. Conviene recordar que a comienzos de la década de los
50 está en pleno auge el psicoanálisis en la sociedad norteamericana, y Dementia se plantea casi como la
escenificación de un caso clínico, el de la mujer que habiendo asesinado a su
padre por maltratar a su madre, quien, a su vez, lo engañaba sexualmente, siente
el impulso de salir por la noche a la calle para buscar alguna víctima a quien
apuñalar para calmar esa necesidad que surge en ella a partir de las pesadillas
que la obseden, relacionadas, claro está, con el trauma del parricidio. Los exteriores de la película se rodaron en la
ciudad de Venice, en California, donde también localizaría Orson Welles parte del
escenario de su portentosa obra Sed de
Mal. De alguna manera, la obra, que no llega a la hora de metraje, narra escuetamente
una noche y los diferentes encuentros que va teniendo a lo largo de ella, sobre
todo con un rico, Bruno VeSota, que se hace acompañar de ella para poner un fin
de fiesta sexual a sus andanzas, que incluyen, por cierto, una cena individual,
seguida por la protagonista desde un taburete, en la que se recrea en el
consumo de unas chuletas grasientas que su ayuda de cámara le sirve. Cuando,
finalmente, decide usar a la protagonista como postre sexual de la noche, esta
se deshace de él empujándolo junto a una ventana por la que el acosador acaba
cayendo no sin antes haberse agarrado a un collar de ella, con el que cae al
pavimento. Obligada a cortarle la mano para no delatarse, la mujer se aleja de
la escena del crimen, seguida por un inspector con la cara de su padre, quien
la sigue calle tras calle en una secuencia con la que la huida de Harry Lime en
El tercer hombre guarda algunas
semejanzas. La secuencia final en el club de jazz adquiere un tono surrealista
que hubiera hecho, si la hubiera visto, las delicias de Buñuel. El juego de
planos y contraplanos de la protagonista, la orquesta y el cadáver pegado a la
ventana que desde la calle se asoma al interior del club crea una tensión
excelente, al tiempo que el comportamiento de los clientes o el de la propia
protagonista, bailando una combinación de jazz y de música caribeña, crea una
suerte de efecto casi onírico, como si en realidad todo lo sucedido fuera parte
de un sueño absurdo, o no tanto, que es lo que, al final, se pretende hacer
creer cuando la protagonista vuelve a despertar en la habitación de su hotel
barato, si bien el descubrimiento de la mano amputada en un cajón de la cómoda
nos revela la verdad de lo sucedido. Que a nadie moleste que destripe el final,
o se lo chafe, porque el interés de esta pequeña joya del capítulo de las
rarezas cinematográficas estriba más en lo que promete que en lo que,
finalmente, acaba consiguiendo, aunque la película puede verse con esa
distancia de quien sabe calibrar lo lejos que está de obras como Repulsión, de Polanski, o el propio Gabinete del Dr. Caligari, de Robert
Wiene, con las que puede ponerse en relativa relación. Es evidente que la voz
en off -esa es la versión que yo he visto- es un pastiche innecesario, sobre todo
porque la entonación engolada y amedrentadora del locutor no añade nada al poderoso
pathos que consigue Parker mediante una iluminación tenebrosa de las escenas y
unas interpretaciones en las que, si acaso, sobran los subrayados malvados de
la media sonrisa cruel de la protagonista, anunciadora de sus felonías. Pero
secuencias como la del club de jazz son un auténtico hallazgo, que yo pondría en
relación con el que aparece en D.O.A.,
de Rudolph Maté, como destaqué en la crítica que hice de esa magnífica película;
aunque el inicio de la película, con ese plano elevado de la calle, el clásico
neón del Hotel encendido y la cámara que entra por la ventana abierta de la
habitación donde duerme, desasosegada, crispada, la protagonista, agarrando con
violencia la sábana como si quisiera liar el petate…, llaman lo suficiente la atención
como para seguir anclados al visionado de la película, sin que nos decepcione
más allá de haberse quedado algo más acá de lo que podría haber sido, una obra
excepcional. Recordemos, aunque pueda haberse intuido que estamos ante una película
típicamente indie antes de tiempo, o
una película de serie B en la que colaboraron no pocos técnicos y actores y
actrices propios de las producciones de Ed Wood o Roger Corman, auténticos
mitos de esa serie B en la que incluso tendría cabida la obra del mismo
productor de Dementia, Jack H.
Harris, The blob o La masa devoradora, en castellano, una película de ciencia-ficción en la que
debutó Steve McQueen y en una de cuyas escenas, la que tiene lugar en el cine
de la localidad donde tiene lugar la acción, se está proyectando Dementia en la pantalla cuando irrumpe
la masa alienígena en el cine dispuesta a causar un estropicio entre los
espectadores. Estamos moviéndonos, por lo tanto, en un terreno acotado del
séptimo arte, pero Dementia, pueden
darme algo de crédito los atentos lectores de estas críticas, va algo más allá
de esa serie B, sin que acabe de llegar al estrellato de la serie A, pero ahí
se queda, en ese terreno de nadie en el que una exquisita puesta en escena
tenebrista y unas interpretaciones fabulosas saben crear una atmósfera, ese
algo casi indefinible y tan difícil de crear en una película, pero Dementia lo logra. En todo caso, como es
una película que puede verse en YouTube, aquí, los espectadores interesados pueden salir de
dudas y entrárseme, de vuelta, en el Ojo, para ponerme de vuelta y media por un
entusiasmo que acaso acaben no compartiendo.
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