Cómo reconocer al maestro en sus
primeros bocetos: Número 17 o un
thriller-comedia espectacular del Alfred Hitchcock en progresión geométrica
hacia la genialidad labrada plano a plano.
Título original: Number Seventeen
Año: 1932
Duración: 62 min.
País: Reino Unido
Director: Alfred Hitchcock
Guión: Alfred Hitchcock, Alma Reville, Rodney Ackland (Obra: J.
Jefferson Farjeon)
Música: A. Hallis
Fotografía: Jack Cox, Bryan Langley (B&W)
Reparto: Leon M. Lion, Anne
Grey, John Stuart, Donald Calthrop, Barry Jones, Garry Marsh, Ann Casson, Hugh
Caine.
Sí, la casa donde transcurre más de la mitad de la
película, un prodigio de colocación de la cámara y de absorbente intriga,
aparentemente absurda y eminentemente teatral, es el número 17; pero el
carácter lúdico de Sir Alfred hizo coincidir el número de la casa con el número
de sus películas y, teniendo en cuenta que el primer corto que dirigió, perdido
y luego recuperado, se llamaba Numero 13,
no debió dudarlos dos veces a la hora de adaptar la obra del mismo título de J. Jefferson Farjeon, representada en la
escena por el mismo actor, Leon M. Lion, quien fue, a su vez, productor del
film de Hitchcock. Adelanto que nadie ha de esperar una obra ni de lejos
comparable a los grandes éxitos del autor, pero a los enamorados del cine, y
del cine de Hitchcock en particular, les va a resultar más que interesante una
obra en la que la primera secuencia, un sombrero llevado por el viento, en lo
que todo indica ser un día otoñal, a tenor de las hojas que cubren la acera,
cuyo dueño logra atraparlo delante del número 17 de la calle por la que
aparentemente pasea sin otro motivo especial que el azar de pasar por allí, es
ya una auténtica maravilla. A partir de ese momento, hay un desarrollo in
crescendo en el que se van sumando personajes, hasta siete, cuya presencia en
la casa solo se explica momentos antes de entrar en el trepidante desenlace de
la película. Todos van detrás de un collar que ha sido escondido en la cisterna
de la casa abandonada. Las conversaciones de quienes van llegando a la casa no
dan pista alguna hasta bastante más que avanzado el metraje, lo que convierte
la escena, con sus diálogos y personajes, casi en una perfecta obra del
absurdo, hasta que se hace la luz… de la vela, claro, porque la casa está a
oscuras y eso permite un impresionante juego de claroscuros con el que
Hitchcock parece querer rendir homenaje al “teatro de sombras” que a buen
seguro hubo de contemplar en su niñez, además de al cine expresionista del que
tanto aprendió. Desde que se abre la puerta de la casa y aparece en primer
plano una escalera que lleva al piso superior, sabemos que Hitchcock está en la
puesta en escena “marca de la casa”, y el notable partido fílmico que le sacará
a esa casa deshabitada, casi de cuento de terror, llena de telarañas y
destartalada, y a su escalera, escena de pánico incluida, cuando el
protagonista y una intrépida joven, hija del policía vecino que seguía la pista
al collar robado, quedan colgados en el vacío tras haberse roto el barandal al
que estaban atados, al forcejear para liberarse de las ligaduras. Gracias a una
mujer que se nos ha presentado como sordomuda y que, posteriormente, se revela
oyente y habladora, la pareja es rescatada en ese “in extremis” que tanto le
gusta a Hitchcock y a sus espectadores. A partir de entonces -la casa conecta,
vía subterránea, con una estación sobre la que parece estar edificada, los dos
protagonistas, el vagabundo que se encontró un cadáver que no tarda en
desaparecer, por cierto…, para reaparecer vivito y coleando al final de la
escena en la casa, como policía y padre de la chica que colgaba en el vacío, y
el propietario del sombrero que se siente obligado a cumplir el deseo de la
chica exsordomuda de ser rescatada-, se inicia la persecución final de la
película. Nos hallamos ante unas escenas de acción frenética que nada tienen
que envidiar a las mejores secuencias del cine actual, excepto por lo que hace
al trucaje, porque en la película tanto el autobús que ha tenido que
“secuestrar” el protagonista, porque los ladrones no le han dejado subir al
tren, aunque sí ha conseguido hacerlo el vagabundo, como el propio tren son
reducidos a maquetas que distan mucho, en nuestros días, tan habituados a trucajes
tan excepcionales, de la verosimilitud, aunque también se ha de decir que no
son excesivas. En las escenas dentro del autobús, hacia el final, aparece en un
visto y no visto el propio Hitchcock, aunque se ha de pasar el momento entre el
minuto 51 y el 52 fotograma a fotograma para poder verlo, dada la acción
vertiginosa que se sucede tanto en el autobús como en el tren, en el que los
paseos arriba y abajo de los ladrones por los vagones de mercancías crean una
intriga, basada en el riesgo personal que corren los personajes, muy notable.
El tren de mercancías conecta con un barco que ha de transportar la carga al
otro lado del canal, pero… Y hasta ahí llega cuanto puedo revelar de la trama,
porque, aun siendo una película claramente menor en la obra del británico, es
interesante la habilidad con que la trama se reserva algunas bazas
sorprendentes para que los espectadores saboreen el desenlace y salgan más que
satisfechos de la sala, algo que, en efecto, ocurrió, porque la película fue
todo un éxito en su momento. ¡Cómo iban a saber, entonces, de lo que sería
capaz Sir Alfred no muchos años después, tras aceptar la oferta para trabajar
en Usamérica! Bienvenidos, pues, al número 17 de una calle sin nombre. Entren y
disfruten del espectáculo…
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