sábado, 26 de noviembre de 2016

Compota de impostura: “El porvenir”, de Mia Hansen-Løve


 La gata (negra) por liebre o los interminables cien minutos de lo más rancio de la delicatessen progre, es decir, El porvenir, o, como sentenció Ferlosio, vendrán más años malos y nos harán más ciegos.

Título original: L'avenir
Año: 2016
Duración: 100 min.
País: Francia
Directora: Mia Hansen-Løve
Guión: Mia Hansen-Løve
Fotografía: Denis Lenoir
Reparto: Isabelle Huppert, Edith Scob, Roman Kolinka, André Marcon, Sarah Le Picard, Solal Forte, Elise Lhomeau, Lionel Dray, Marion Ploquin.
  
¡Vaya, hombre, veo que le ha tocado recibir, desde el título, a una película que poco menos que corre el riesgo de convertirse en película de “culto”, es decir, esos engendros solo aptos para complacer a una minoría que cifra en su reducida hermandad, sobre todo, el prestigio de películas como El porvenir, una insufrible sosería rellena de tópicos hasta resultar indigesta! ¡A su lado, La academia de las musas es casi un Dreyer…! Lo que más me llama la atención de las muchas críticas que he leído es, curiosamente, lo que a mí me ha parecido más anodino: la interpretación “contenida” (¿filosófica…?) de una Isabelle Huppert que trata de ocultar un fracaso que incluso la lleva al romanticismo pueril de creer que puede seducir a su brillante-tópico alumno, embarcado en una aventura de cambio radical de paradigma vital haciendo queso en el campo, reinventando las comunas de la Década Prodigiosa y endilgando al espectador un discurso casi de anuncio de Eko…, entre libros y asnos, por más que aparezca ŽiŽek, del mismo modo que aparecía el fenomenólogo Lévinas, realmente un filósofo “secreto” frente a la “popularidad” transgresora de ŽiŽek, por ejemplo, y aun antes, en el contexto académico, apareciera Alain, así de enigmático, y casi sin lectores, cuyos Propos sí que me parecen, sin embargo, sin desmerecer a los otros, de obligada lectura confortadora. El elogio de la película lo hacen los siguientes críticos profesionales, con esta galería de juicios sólitos que tanto valen para un roto como para un descosido: Reflexión profunda y elegante. Logra diagnosticar un presente de humanidades asediadas. Francesa hasta la médula. Isabelle Huppert consigue que la inteligencia de la construcción de la película, su fluidez y su transparencia tomen cuerpo sin apenas esfuerzo. Soberbio retrato de una mujer. Es un film intimo (…) Sus puntos de inflexión ocurren en un nivel emocional. Y solo el crítico de The Guardian se atreve a desnudar al emperador: Dispersa y un poco imprecisa…, aunque después le regale la propina de la compasión: trabajo honesto e inteligente. Sin embargo, sin otro compromiso que consigo mismos, algunos críticos aficionados desvelan en Filmaffinity una visión muy diferente: Gustará a: críticos de cine, gatos negros, Woody Guthrie. No gustará a: madres locas, estudiantes de secundaria, editores de libros de texto, concluye uno, sintéticamente. Yo no sé hacer cine; no sé cómo debería haber sido “El porvenir” para que a mí me hubiera gustado; lo que sí sé es que me resultó plana, fría y distante a pesar de tocar temas que, habitualmente, me gustan, escribe otro, con quien coincido plenamente, porque siendo, como soy, un rohmeriano de pro me rebelo contra quienes quieren hacerme pasar la gata negra del simbolismo cutrebarato: la caja de Pandora que va abriendo la protagonista allá donde llega para liberar todos los males que se van cebando en ella, uno tras otro, desde el abandono del marido hasta la convulsa, doliente y llorosa necesidad de la hija primípara de que le “devuelva” a su hija recién nacida…; de hacerme pasar, digo, esta película por la liebre robusta, ágil y despierta del cine de Rohmer, en cuya genealogía aspiraría esta directora a figurar. Quienes no hayan visto aún la película han de saber que la obesa gataza negra que no responde al nombre de Pandora, aunque lo lleve, porque va a su aire, es la herencia que le deja su madre, quien, trastornada, muere tras ser recluida en una residencia, al no poder su hija hacerse cargo de ella y de sus excentricidades, como la de llamar a los bomberos diciendo que ha abierto la espita del gas para suicidarse, por ejemplo.  ¡Esto, señores, es una castaña pilonga! ¡Críticos y aficionados "enterados", no engañen al personal!, grita, finalmente, un espectador que se siente estafado por una película para la que no sé si la castaña pilonga será la metáfora más adecuada, porque El porvenir, que es el presente de quien ya ha perdido casi todos los trenes de la autorealización personal, se acerca más al río que fluye, con suaves meandros y sin rápidos ni cataratas, por una extensísima pradera sin un árbol que interrumpa el monótono paisaje del mero fluir antiheraclitiano, porque la vida de la protagonista sí que parece que siempre se meta dos y tres y mil veces en el mismo río, el del infortunio que sobrelleva con un estoicismo de medio pelo, algo forzado en el rictus amargo de la expresión contraída de la mandíbula, y una absurda caída en la tentación adolescente de poder seducir al joven alumno que ha hecho carrera filosófica y al que, por ser directora de una colección de filosofía en una editorial, le ha abierto las puertas de la edición y del posible reconocimiento público. Ya he avanzado buena parte de la situación existencial de la protagonista absoluta de la película, un protagonismo tan excesivo que, a su lado, la figura del marido apenas parece la de un comparsa funcional que sirve para lo que sirve, sin más relieve que esa funcionalidad absurda, dado que a la  protagonista le sorprende lo suyo que, de buenas a primeras, se haya acabado ese amor que ella creía “que era para siempre”, una ingenuidad solo a la altura de la del intento de seducción del alumno, que coincide, en el plano del vestuario, con la aparición de un casi ridículo vestido florido ad hoc para el conato fallido de seducción en el ámbito de la casa de campo donde su alumno se ha instalado en régimen e comuna con otros compañeros, con la intención de compartir, un poco a lo Thoreau, a quien ni se nombra, por cierto, la vida en los bosques y la reflexión filosófica y ética. Hay, por lo tanto, una deliberada reducción del punto de vista que priva a la realidad de la complejidad propia de un conflicto que, de suyo, es también dual, no solo individual, y de esa monotonía de la observación desde un solo punto de vista es de donde le viene a la película la falta de pulso narrativo, porque, además, la historia de la protagonista es como una continua sucesión de derrotas que va sumando y encajando con una actitud a medio camino entre el estoicismo y la indiferencia que concluye, tan planamente como empezó, con ella cantándole, como una antigua criada, una nana a la nieta mientras sus hijos y su yerno dan cuenta de la tradicional cena de nochebuena sin esperarla. Hay películas que hacen de la vida corriente su objeto y logran transmitir a los espectadores la magia de la misma a través de una narración en la que no suceden grandes cosas, Marty, de Delbert Mann, por ejemplo, sería una de ellas; pero lo que ya cuesta más aceptar es que la película sea incapaz de mostrar esa “magia” y nos endilgue un retrato tan soso como anodino de un ser condenado a la sucesión de pérdidas y resignaciones sin que, en ningún momento, haya siquiera una justificación narrativa para ello, y que persuada al lector de la inexorabilidad de su pasividad, ajena al drama, pero un auténtico drama en sí misma que la directora renuncia a contarnos, y ella sabrá por qué. La elipsis que nos lleva desde el inicio en la tumba de Chautebriand, durante unas vacaciones familiares, a la vida profesional de una profesora de instituto que parece tener cierto éxito por sus métodos innovadores, frente a un marido que, profesional de la misma asignatura, Filosofía, tiene fama de ser un temible ogro, nos oculta una parte sustancial de la degradación que se nos cuenta acto seguido, y en la que la protagonista parece una suerte de juguete roto de las circunstancias, en las que su participación es mínima, salvo en lo referente a su madre, a quien decide internar. Con todo, no se nos ofrece tanto el retrato de una sufridora cuanto el de una perpleja, aunque la coraza de la que se reviste la protagonista, ¡tan forzada cuando se venga de su marido al final y no lo invita, pues está solo en París, a pasar la velada de Nochebuena con ella y con sus hijos!, le sirva de bien poco y advirtamos no solo que es ridícula, sino que se resquebraja a cada nuevo paso que da. En fin, ahí queda expuesto el disentimiento, pero, por encima de cualquier consideración, no quiero dejar de decir que la película me ha aburrido solemnemente, y albergo la duda de si, en el fondo, la directora no ha construido una burla inmisericorde de ciertas mentalidades que el paso del tiempo ha erosionado hasta dejarlas hechas trizas, piezas de mercado de las pulgas…, más que de anticuario o de museo; no lo sé…




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