La gata (negra) por liebre o los interminables cien
minutos de lo más rancio de la delicatessen progre, es decir, El porvenir, o, como sentenció Ferlosio,
vendrán más años malos y nos harán más
ciegos.
Título original: L'avenir
Año: 2016
Duración: 100 min.
País: Francia
Directora: Mia Hansen-Løve
Guión: Mia Hansen-Løve
Fotografía: Denis Lenoir
Reparto: Isabelle Huppert, Edith Scob, Roman Kolinka, André Marcon,
Sarah Le Picard, Solal Forte, Elise Lhomeau, Lionel Dray, Marion Ploquin.
¡Vaya, hombre, veo que le ha tocado recibir, desde el
título, a una película que poco menos que corre el riesgo de convertirse en película
de “culto”, es decir, esos engendros solo aptos para complacer a una minoría
que cifra en su reducida hermandad, sobre todo, el prestigio de películas como El porvenir, una insufrible sosería
rellena de tópicos hasta resultar indigesta! ¡A su lado, La academia de las musas es casi un Dreyer…! Lo que más me llama la
atención de las muchas críticas que he leído es, curiosamente, lo que a mí me
ha parecido más anodino: la interpretación “contenida” (¿filosófica…?) de una
Isabelle Huppert que trata de ocultar un fracaso que incluso la lleva al
romanticismo pueril de creer que puede seducir a su brillante-tópico alumno,
embarcado en una aventura de cambio radical de paradigma vital haciendo queso
en el campo, reinventando las comunas de la Década Prodigiosa y endilgando al
espectador un discurso casi de anuncio de Eko…, entre libros y asnos, por más
que aparezca ŽiŽek, del mismo modo que aparecía el fenomenólogo Lévinas, realmente
un filósofo “secreto” frente a la “popularidad” transgresora de ŽiŽek, por
ejemplo, y aun antes, en el contexto académico, apareciera Alain, así de
enigmático, y casi sin lectores, cuyos Propos
sí que me parecen, sin embargo, sin desmerecer a los otros, de obligada lectura
confortadora. El elogio de la película lo hacen los siguientes críticos
profesionales, con esta galería de juicios sólitos que tanto valen para un roto
como para un descosido: Reflexión profunda
y elegante. Logra diagnosticar un
presente de humanidades asediadas. Francesa
hasta la médula. Isabelle Huppert
consigue que la inteligencia de la construcción de la película, su fluidez y su
transparencia tomen cuerpo sin apenas esfuerzo. Soberbio retrato de una mujer. Es
un film intimo (…) Sus puntos de inflexión ocurren en un nivel emocional. Y
solo el crítico de The Guardian se atreve a desnudar al emperador: Dispersa y un poco imprecisa…, aunque
después le regale la propina de la compasión: trabajo honesto e inteligente. Sin embargo, sin otro compromiso que
consigo mismos, algunos críticos aficionados desvelan en Filmaffinity una
visión muy diferente: Gustará a: críticos
de cine, gatos negros, Woody Guthrie. No gustará a: madres locas, estudiantes
de secundaria, editores de libros de texto, concluye uno, sintéticamente. Yo no sé hacer cine; no sé cómo debería
haber sido “El porvenir” para que a mí me hubiera gustado; lo que sí sé es que
me resultó plana, fría y distante a pesar de tocar temas que, habitualmente, me
gustan, escribe otro, con quien coincido plenamente, porque siendo, como
soy, un rohmeriano de pro me rebelo contra quienes quieren hacerme pasar la
gata negra del simbolismo cutrebarato: la caja de Pandora que va abriendo la
protagonista allá donde llega para liberar todos los males que se van cebando
en ella, uno tras otro, desde el abandono del marido hasta la convulsa,
doliente y llorosa necesidad de la hija primípara de que le “devuelva” a su
hija recién nacida…; de hacerme pasar, digo, esta película por la liebre
robusta, ágil y despierta del cine de Rohmer, en cuya genealogía aspiraría esta
directora a figurar. Quienes no hayan visto aún la película han de saber que la
obesa gataza negra que no responde al nombre de Pandora, aunque lo lleve,
porque va a su aire, es la herencia que le deja su madre, quien, trastornada,
muere tras ser recluida en una residencia, al no poder su hija hacerse cargo de
ella y de sus excentricidades, como la de llamar a los bomberos diciendo que ha
abierto la espita del gas para suicidarse, por ejemplo. ¡Esto,
señores, es una castaña pilonga! ¡Críticos y aficionados "enterados",
no engañen al personal!, grita, finalmente, un espectador que se siente
estafado por una película para la que no sé si la castaña pilonga será la
metáfora más adecuada, porque El porvenir,
que es el presente de quien ya ha perdido casi todos los trenes de la autorealización
personal, se acerca más al río que fluye, con suaves meandros y sin rápidos ni
cataratas, por una extensísima pradera sin un árbol que interrumpa el monótono paisaje
del mero fluir antiheraclitiano, porque la vida de la protagonista sí que parece
que siempre se meta dos y tres y mil veces en el mismo río, el del infortunio
que sobrelleva con un estoicismo de medio pelo, algo forzado en el rictus amargo
de la expresión contraída de la mandíbula, y una absurda caída en la tentación
adolescente de poder seducir al joven alumno que ha hecho carrera filosófica y
al que, por ser directora de una colección de filosofía en una editorial, le ha
abierto las puertas de la edición y del posible reconocimiento público. Ya he
avanzado buena parte de la situación existencial de la protagonista absoluta de
la película, un protagonismo tan excesivo que, a su lado, la figura del marido
apenas parece la de un comparsa funcional que sirve para lo que sirve, sin más
relieve que esa funcionalidad absurda, dado que a la protagonista le sorprende lo suyo que, de
buenas a primeras, se haya acabado ese amor que ella creía “que era para siempre”,
una ingenuidad solo a la altura de la del intento de seducción del alumno, que
coincide, en el plano del vestuario, con la aparición de un casi ridículo
vestido florido ad hoc para el conato
fallido de seducción en el ámbito de la casa de campo donde su alumno se ha
instalado en régimen e comuna con otros compañeros, con la intención de
compartir, un poco a lo Thoreau, a quien ni se nombra, por cierto, la vida en
los bosques y la reflexión filosófica y ética. Hay, por lo tanto, una deliberada
reducción del punto de vista que priva a la realidad de la complejidad propia
de un conflicto que, de suyo, es también dual, no solo individual, y de esa
monotonía de la observación desde un solo punto de vista es de donde le viene a
la película la falta de pulso narrativo, porque, además, la historia de la
protagonista es como una continua sucesión de derrotas que va sumando y
encajando con una actitud a medio camino entre el estoicismo y la indiferencia
que concluye, tan planamente como empezó, con ella cantándole, como una antigua
criada, una nana a la nieta mientras sus hijos y su yerno dan cuenta de la tradicional
cena de nochebuena sin esperarla. Hay películas que hacen de la vida corriente
su objeto y logran transmitir a los espectadores la magia de la misma a través
de una narración en la que no suceden grandes cosas, Marty, de Delbert Mann, por ejemplo, sería una de ellas; pero lo
que ya cuesta más aceptar es que la película sea incapaz de mostrar esa “magia”
y nos endilgue un retrato tan soso como anodino de un ser condenado a la
sucesión de pérdidas y resignaciones sin que, en ningún momento, haya siquiera
una justificación narrativa para ello, y que persuada al lector de la inexorabilidad
de su pasividad, ajena al drama, pero un auténtico drama en sí misma que la
directora renuncia a contarnos, y ella sabrá por qué. La elipsis que nos lleva
desde el inicio en la tumba de Chautebriand, durante unas vacaciones
familiares, a la vida profesional de una profesora de instituto que parece
tener cierto éxito por sus métodos innovadores, frente a un marido que,
profesional de la misma asignatura, Filosofía, tiene fama de ser un temible
ogro, nos oculta una parte sustancial de la degradación que se nos cuenta acto
seguido, y en la que la protagonista parece una suerte de juguete roto de las
circunstancias, en las que su participación es mínima, salvo en lo referente a
su madre, a quien decide internar. Con todo, no se nos ofrece tanto el retrato
de una sufridora cuanto el de una perpleja, aunque la coraza de la que se
reviste la protagonista, ¡tan forzada cuando se venga de su marido al final y
no lo invita, pues está solo en París, a pasar la velada de Nochebuena con ella
y con sus hijos!, le sirva de bien poco y advirtamos no solo que es ridícula,
sino que se resquebraja a cada nuevo paso que da. En fin, ahí queda expuesto el
disentimiento, pero, por encima de cualquier consideración, no quiero dejar de
decir que la película me ha aburrido solemnemente, y albergo la duda de si, en
el fondo, la directora no ha construido una burla inmisericorde de ciertas
mentalidades que el paso del tiempo ha erosionado hasta dejarlas hechas trizas,
piezas de mercado de las pulgas…, más que de anticuario o de museo; no lo sé…
No hay comentarios:
Publicar un comentario