sábado, 13 de octubre de 2018

«After», de Alberto Rodríguez, o el infierno íntimo del triunfo social, y cómo sobrevivir a un estreno discreto.



Entre la lírica de la temporada en el infierno y la crónica generacional, After o tres retratos individualísimos de tres fracasos épicos.

Título original: After
Año: 2009
Duración: 107 min.
País: España
Dirección: Alberto Rodríguez
Guion: Rafael Cobos (Historia: Alberto Rodríguez, Rafael Cobos)
Música: Julio de la Rosa
Fotografía: Alex Catalán
Reparto: Guillermo Toledo,  Tristán Ulloa,  Blanca Romero,  Jesús Carroza,  Álvaro Monje, Maxi Iglesias,  Raúl del Pozo,  Marta Solaz,  Valeria Alonso,  Ricardo de Barreiro, Antonio Navarro,  Alicia Rubio,  Daniel Grao,  Oliver Morellón,  Héctor Mora.

Sí recuerdo no haber querido ir a verla en su momento por puro prejuicio de inveterado abstemio: no estar de humor para ver la degradación de unos cuarentones en unas escenas que, dado el país, uno acaba viviendo de cerca, en toda su crudeza, aunque nunca sea protagonista de ellas. Se anunciaba, si no recuerdo mal, además,  como una “crónica generacional”, un marbete que a mí me echa para atrás en el acto. Por entonces, además, tampoco había visto nada de Alberto Rodríguez, excepto El traje, que me pareció magnífica, pero olvidé el nombre del director y me vi desauxiliado por mi flaca memoria a la hora de decidir verla. Y un poco ha ido por ahí en esta ocasión, en que la he visto anunciada en TV, pero sin el nombre del director, pero como retenía poderosas imágenes de la promoción, ahí que me senté yo dispuesto a ver cuánto aguantaba. Fue aparecer el nombre de Alberto Rodríguez y ya supe que no me levantaba hasta el minuto 108. Y así ha sido. Rodríguez ha hecho una película a medio camino entre Rashomon,  de Kurosawa, Vidas cruzadas, de Altman, las historias corales de Rodrigo García y Días de vino y rosas, de Edwards. Él, Alberto Rodríguez, menciona expresamente Husbands, de Casavettse, y no lo falta razón, claro. Estamos ante un excelente guion que nos cuenta el fracaso de tres amigos empeñados en vivir una noche loca a la edad en la que tales locuras se viven, por segunda o enésima vez, casi como una parodia de lo que fue en sus mejores tiempos una gesta, como señalaba Marx en el 18 Brumario. Desde un presente en el que van a ir de movida en movida -incluyendo una fiesta particular digna de aparecer en Calígula, de Bras- practicando extraños juegos de seducción mientras se ponen de alcohol y droga, básicamente cocaína, hasta las cejas, los flash-backs pertinentes nos van a narrar tres soledades vividas como fracasos abismales de cuyo pozo no hay raya ni sexo imposible que te redima. Aunque la información complementaria sobre los personajes no abunda, los signos externos de su tren de vida dan a entender que son profesionales de éxito, aunque al único al que vemos en acción laboral es al personaje protagonizado por Guillermo Toledo con un virtuosismo que hace muy difícil de comprender que ni siquiera fuera candidato al Goya al mejor actor, que hubiera merecido de todas todas. La primera historia, protagonizada por Tristán Ulloa es la de alguien atrapado en el seno de una familia que se le ha convertido en una cárcel, aunque no se ve con valor para serrar los barrotes y escaparse. La única escapada es la de esa noche en la que el pedal que coge ni siquiera le deja consumar esa aburguesada cana al aire que lo libere, o que lo alivie al menos,  de sus frustraciones. Una tensa y difícil relación con su hijo pequeño, sintetizada admirablemente en la película en blanco y negro que ve en la televisión mientras que sus padres lo creen dormido, un thriller violento en el que contempla, ritualizado, el asesinato que le gustaría perpetrar en la figura de su padre, es algo así como el epítome de su vida desustanciada. De los tres amigos es, sin duda, el más patético, acaso por su propia cobardía, frente a la que no cabe ni siquiera el recurso de la ironía. Probablemente sea el más romántico de los tres, y ello le pase factura. Julio, el personaje de Guillermo Toledo, es, claramente, y a diferencia del apocado Manuel interpretado por Ulloa, el alma de la aventura, porque es él el más empeñado de todos en vivir esa noche orgiástica que lo compense de un trabajo de especialista de Recursos Humanos en reducciones de plantilla, de una crueldad que se compadece con su carácter y su frigidez sexual, incapaz de llegar al orgasmo de otro modo que no sea a través de la automasturbación, de lo que la película no nos ahorra algunas escenas ciertamente turbadoras. Es destacable el modo como incluso los interrogatorios a los empleados de la empresa son usados como nexo de escenas de otros personajes, como en el caso de Ana, el personaje interpretado por Blanca Romero, magnífica de principio a fin, cuando descubrimos, en el capítulo que se le asigna, su compleja naturaleza perversa, manifestada en el cruel intento de adopción de Niebla, la perra que se ha escapado de la casa de Manuel a poco de iniciarse el capitulo a él dedicado. Ese tipo de detalles que te hablan claramente de la madurez de un guion bien trabajado. La ambigua relación con el animal: curarlo para que sobreviva; martirizarlo para esclavizarlo y robárselo al amigo íntimo con quien por la torpeza colocada de él no ha podido tener una relación sexual que deseaba, no es, ciertamente, una niñería. Hablamos de Ana, colocada metafóricamente entre ambos hombres a los que les une una profunda amistad y con quienes parece que va a tener un discreto trío orgiástico que, al final, acaba teniendo con unos desconocidos; ella une y atiende a la llamada de ambos, ya digo, quienes, dado el palíndromo de su nombre, la llaman y requieren desde uno u otro lado con toda propiedad. Las fases de sumisión y de rechazo se van sucediendo a medida que los tres van descendiendo paulatinamente a un viaje tóxico que los une y desune por repentinos cambios de humores y por viejas heridas que afloran entre ellos. ¡Cuánta soledad compartida! ¡Qué poca intimidad “real” intercambiada! Los tres, juntos, vienen a identificar una pulsación escapista que representan, eso sí, con un entusiasmo y una veracidad encomiables. Las frecuentes ralentizaciones de su mundo orgiástico, mientras ellos saltan, y la banda sonora desgrana los acordes y la letra de Beneath The Rose, de Micah P. Hinson son logrados momentos de clímax, pero no los únicos.
         La película, desde el punto de vista técnico de la realización, es un prodigio de atmósfera. La mayoría de escenas nocturnas están resueltas magníficamente, con detalles, como el de los corazones luminosos intermitentes que dotan a las escenas en que los personajes aparecen con ellos de una dimensión casi surrealista. Pensemos, por ejemplo, en las tomas de la secuencia en la piscina, sobre todo la final, cenital, con los protagonistas abrazados en mitad de ella y, al lado, flotando, un detalle rojo que, aproximando el foco, descubrimos que es la pistola de plástico llena de alcohol con la que se han estado suicidando en a pista de baile… ¡Extraordinario! Hay, con todo, una suerte de frialdad general que se transmite perfectamente a través de las tomas generales, a menudo distantes, para fijar un plano donde los personajes ensayan sus balbuceos, sus torpezas o sus desvaríos. No se llega  a la voluntad documentalista, pero algo de la objetividad de esta sí que hay en los planos que escoge Alberto Rodríguez con el afán de preservarla, de no inducir en modo alguno al espectador hacia dónde ha de dirigir su empatía o su rechazo. Y esa objetividad que rezuma la película no solo es una de sus grandes virtudes, sino que logra acentuar, por otro lado, la exacta dimensión de las tres tragedias a las que asiste el espectador, algo más que acongojado, reconozcámoslo. Finalmente, no podemos dejar de mencionar un montaje que permite fluir de unas a otras historias mediante engarces que renarran partes de las anteriores desde otro punto de vista y nos permiten comprender mejor ambas historias, la anterior y la presente, siendo la misma. En fin, a mí me ha parecido una obra de absoluta madurez, y a la que quizás, en su día, le perjudicó la expectativa mediática. Vista con ojos de espectador de otra generación distinta de la de los protagonistas, y tomando buena nota del artificio artístico creado, de una pulcritud técnica maravillosa, After me parece una de las grandes películas de la primera década de este siglo XXI en el que intuyo que el cine español en general nos va a dar bastante más alegrías que indiferencias.





2 comentarios:

  1. No he visto esta película pero me apunto tu comentario elogioso, unido a las críticas positivas que he leído en Filmaffinity. Lo único que me echa para atrás es la presencia de ese supuesto activista de nivel de primaria que es Willy Toledo, simpatizante de Cuba y Venezuela. Y sus supuestas blasfemias me parecen de niño de cinco años que dice "caca, culo, pis". Ya sé que no hablo de la película, pero me he dicho que no iré a ver ninguna película en que él aparezca.

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    1. A ese respecto, nadie tan ominoso como Rousseau, que dio sus hijos a la inclusa para evitar que fueran educados por su madre, por ejemplo. Quiero decir con ello que, al margen de las opciones parapolíticas de un actor decadente, yo me limito a certificar que, profesionalmente, hace un papelón de los de quitarse el sombrero. Es inevitable que la realidad política contamine nuestra percepción de la realidad artística, pero, en este caso, estamos hablando de una obra de arte muy conseguida, al menos desde el punto de vista de este Ojo. Otra cosa es que se me haya ido la pinza, pero, de momento, creo que sigo estando al mando...(dentro de lo que cabe).

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