De la serie B al estrellato del cine negro, con una
pesadilla antológica y una fotografía expresionista.
Título original: Stranger on
the Third Floor
Año: 1940
Duración: 64 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Boris Ingster
Guion: Frank Partos
Música: Roy Webb
Fotografía: Nicholas Musuraca (B&W)
Reparto: Peter Lorre, John
McGuire, Margaret Tallichet, Charles Waldron, Elisha Cook Jr., Charles Halton, Ethel Griffies, Cliff Clark,
Oscar O’Shea, Alec Craig, Otto Hoffman.
Sin referencia ninguna de
la película, salvo la presencia de Peter Lorre casi como reclamo de qualité para la taquilla, porque su
intervención en la película es mínima y ajustada a una fama procedente de sus
películas expresionistas alemanas, El extraño
del tercer piso se me ha revelado como una pequeña joya, con un metraje que
no deja lugar a vagabundeos o extravíos, en la que se explota la angustia del
falso culpable, que tantos réditos interpretativos les ofrece a los actores,
como Henry Fonda no ignora, por ejemplo. Una trama sencilla, un periodista
testifica en un proceso contra un hombre al que descubre en la escena de un
crimen, aunque propiamente él no le ha visto cometer el crimen, únicamente que
estaba en cuclillas al lado de la víctima. El desarrollo del proceso, con un
juez que se duerme, al igual que un
miembro del jurado, que no ha dormido en toda la noche por un dolor de
muelas, está construido desde una perspectiva desmitificadora de la alta misión
de dicha institución. El veredicto es de culpabilidad, pero la prometida del
periodista, que asiste con él al juicio, se conmueve por las protestas de
inocencia del acusado, un Elisha Cook que ya comenzaba a cimentar su leyenda de
“secundario de lujo” (El halcón maltés,
El sueño eterno, Atraco perfecto…), razón por la cual se distancia emocionalmente de
su novio, con quien estaba dispuesta a casarse en breve. La duda pronto arraiga
en la mente del protagonista, quien, a través de su voz en off, que nos mete de
lleno en el tormento íntimo de sus duda, se encuentra con un hombre desconocido
en la escalera de su casa, una cara pálida de ojos saltones que ha salido del
cuarto de su “odiado” vecino, quien nunca ha parado de quejarse de su
comportamiento a la patrona de la residencia donde tiene una habitación.
Mediante el recurso del flash back,
vamos conociendo el grado de tirantez de esa relación vecinal que lleva al
periodista no solo a imaginar que acaba con la vida del vecino, sino a amenazarlo
en público, con testigos, de “darle su merecido”. A lo largo de una noche
larga, no solo recuerda las diferentes escenas en que se ha establecido la
rivalidad entre ambos, sino que, tras hallarlo muerto en su apartamento, todo
se confabula par acusarlo del crimen que no ha cometido. En ese momento, el
agotado periodista tiene una pesadilla que se convierte en lo mejor de la
película. Los decorados, la iluminación, la poderosa atmósfera abstracta de lo
que sucede, un juicio en el que los miembros del jurado están todos dormidos,
un abogado de oficio que se ríe de sus protestas de inocencia y que le recomienda
declararse culpable y pedir clemencia, la presencia de símbolos, como el de la
Justicia, que se apoderan de una escena captada en contrapicado, con una
distorsión evidente del espacio y de los objetos y las personas…, ¡una
maravilla solo comparable a ciertas escenas de El Proceso, de Orson Welles o a ciertas tomas de Ciudadano Kane! No en balde, el director
de fotografía, Nicholas Musuraca, trabajó con Tourneur en dos obras maestras de
este: La mujer pantera y Retorno al pasado, y colaboró con Gregg
Toland en Ciudadano Kane. Excelentes los
planos de la sala de prensa del Palacio de Justicia con sus compañeros
escudados en periódicos tabloides con la noticia de la condena del periodista…,
por cierto. Es decir, estamos ante un definidor clásico de la estética del más puro
cine negro usamericano, del que muchos críticos sostiene que El extraño del tercer piso ha de ser
considerada la iniciadora del género. No me atrevería yo a decir tanto, desde
luego, pero ha de reconocerse que las secuencias de la pesadilla del
protagonista, así como el desarrollo del tramo final, con la aparición de Lorre,
constituyen auténticos momentos creadores de una estética que muchos otros
directores van a transitar durante casi dos décadas, desde 1940 hasta 1960, la
edad de oro del cine negro. El escarmiento del protagonista, que ha de pasar
por la misma situación que el hombre a quien su testimonio condenó a la
prisión, forma parte de una estructura especular que se resuelve solo gracias a
los denodados esfuerzos de la novia del protagonista en la búsqueda del hombre
de ojos saltones y una larga bufanda blanca que es el responsable de los dos
crímenes para los que hay dos sospechosos inocentes. Parte del entramado social
propio de la época es el acoso que sufre el protagonista por haber subido a su
piso de bachelor a una mujer, algo
prohibido en la residencia en la que vive. La tensión de la represión sexual
que ha de ejercer sobre sí el protagonista, caldea la habitación poderosamente
hasta la irrupción de la patrona y el vecino enojoso. Ella vive esa represión
como una victoria: he sido capaz de subir a tu habitación y nada “irremediable”
ha pasado… En fin, códigos de época. La película se centra, sin embargo, en la
incriminación del periodista y en la doble angustia que sufre: primero, por
haber contribuido de forma injusta a la condena de un inocente; después, por
sufrir él idéntica acusación, siendo tan inocente como el primer acusado. La
película es corta, 64 minutos, pero condensada de una manera brillante que,
salvando algunas flojedades del guion, concede una coherencia al relato que lo
realza y lo engrandece. Me abstengo de revelar el desenlace, pero es fácilmente
imaginable. Una película muy digna de ser vista, sobre todo en el tramo medio
de la magnífica pesadilla, digna de figurar en las antologías de la Historia
del cine, a la misma altura que las de Recuerda,
de Hitchcock.
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