miércoles, 19 de junio de 2019

«Corazones indomables», de John Ford o el nacimiento de una nación.



Primer technicolor de Ford para una aventura independentista: la dura vida de frontera de los primeros colonos usamericanos.

Título original: Drums Along the Mohawk
Año: 1939
Duración: 103 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: Lamar Trotti, Sonya Levien
Música: Alfred Newman
Fotografía: Bert Glennon, Ray Rennahan
Reparto: Claudette Colbert,  Henry Fonda,  Edna May Oliver,  John Carradine,  Arthur Shields, Robert Lowery,  Ward Bond.

He de reconocer que no me gusta que me recomienden «vivamente» películas, porque, como me ha pasado en esta ocasión, discrepo de dicho entusiasmo y me parece que, por manifestarlo, le falto al respeto al recomendador… Se trata de “una de Ford”, lo que en modo alguno puede significar que no haya degustado muchas de sus virtudes, porque Ford respira cine por cada uno de sus poros y aunque rodó mucho y hay diferencias lógicas entre sus películas, incluso la peor de las suyas justificaría una carrera como director de quienes vinieron detrás de él y de cualquiera que se inicie por vez primera en este arte complejo del cine. Es la primera película en color de Ford, un Technicolor de primera hora que “luce” deslumbrante en este debut. La saturación de los colores, con preponderancia del azul, la iluminación y nitidez extraordinaria de la fotografía, amén de la composición del plano, como en la boda que abre la película, nos recuerda un Visconti que vendría mucho después. El magnificente vestuario de la boda, que parece propio de la inmortal escena del baile de el Gatopardo, es de una riqueza cromática que acaba dándole a la fotografía una textura que, en vez de con los ojos, nos parece poder repasarla con la mano. Y toda esa inversión para apenas cinco minutos de película, porque el contraste con ese «lujo» surge inmediatamente, cuando, en vez de atar a la carreta, en la que se la pareja se va a su luna de miel, las típicas lata que se pusieron de moda, atan la vaca que se va con ellos para la cabaña en la frontera de Albany, en el contexto de las guerras fronterizas con los ingleses y con los indios, aliados de estos para impedir la independencia de Usamérica de Inglaterra. No se trata, propiamente, de un western, sino de un eastern que se centra en la época de la Guerra de la Independencia y que bien podría decirse que está más cerca del cine histórico que del de aventuras, pero como eso sería, dada la situación,  algo antifordiano, hemos de decir que lo dominante en esta película es la aventura de unos colonos que se instalan en un territorio asediado por indios e ingleses y que se conjuran para defenderlo como proyecto de vida y de nación. El cruce, pues, entre costumbrismo, aventura y vida familiar nos acaba dando una excelente película de Ford, aunque tenga sus altibajos. Unamos a todo ello el «cruce» entre un colono y una señorita de familia ciudadana acomodada, que se refleja a la perfección en la llegada a la «choza» que será su «hogar» y la presencia inesperada de un indio que es amigo del protagonista y cuya presencia, estando la mujer sola en casa -llegan en noche de tormenta- le provoca una reacción histérica de campeonato. El oportuno cachete devuelve a la mujer a la calma y, a partir de ahí, se inicia un proceso de adaptación que supondrá un crescendo a lo largo de la aventura del matrimonio en ese territorio de frontera en la que los enfrentamientos con los indios y los ingleses les obligan no solo a refugiarse en fuertes -iconografía fordiana donde las haya- sino incluso a tener que rehacer sus vidas cuando, como en el caso de los protagonistas, sus propiedades son incendiadas y han de emplearse como trabajadores para una viuda. La estampa de la vida colonial más llena de contratiempos que de recompensas tiene, en ese contexto de enfrentamientos, sus buenas dosis de humor fordiano, esa visión comprensiva de las debilidades humanas que tanto humaniza a sus personajes y los hace cercanos a los espectadores. Aunque Henry Fonda, «Gil», es una presencia constante en la película, muy superior a la de Claude Colbet, «Lana», la verdad es que Ford ofrece una visión de la vida comunitaria colonial muy próxima a una suerte de «comunismo» primitivo, o «comunalismo», si no se quiere introducir connotaciones ideológicas, en la que todos parecen haberse aliado para formar una sociedad sobre los pilares de la honestidad, la honradez, el trabajo, la religión y la defensa de la nación en cierne. Es cierto, y eso es quizás, uno de los fallos de la película, que la «tradicional» ferocidad de los indios es sustituida aquí por la de unos indígenas que han sido engañados por los ingleses, el malvado agente Cadwell, interpretado por John Carradine, proyecta su sombra conspiradora a lo largo de la película, y, alcoholizados, bien se advierte que no parecen tan feroces como los veremos después en los westerns. Lo digo porque la mayor decepción de la película es la «blandura» incomprensible como Ford filma, sobre todo, el último ataque al fuerte donde se han refugiado todos los colonos para defenderse de lo que parece ser el ataque final en una batalla que no es tanto una escaramuza «de frontera», cuanto una batalla en toda regla por la independencia, como se pone de manifiesto cuando llegan las tropas regulares del nuevo ejército de la nación usamericana y los colones ven por primera vez, emocionados, la que era entonces su bandera: 13 barras y 13 estrellas… “Así es que esta es la bandera por la que hemos estado luchando…” Y la izan, claro está, en lo más alto, donde ondea como final patriótico para la aventura fundacional de esos colonos. El otro gran defecto, relacionado con este, es el de la solución que el guion ofrece para levantar el cerco a que están sometidos: enviar un mensajero en busca de refuerzos. Tras haber sido descubierto y asesinado el primero, le toca el turno a nuestro héroe, a Gil, quien consigue burlar la guardia, pero no consigue no ser descubierto cuando lo ven alejarse corriendo. En ese instante, se inicia una de las más bellas secuencias de la película:  la persecución, a la carrera,  de tres indios que pretenden abortar el intento de Gil de conseguir ayuda. El maravilloso escenario natural en el que tiene lugar la persecución queda cojo ante la trampa evidente  de una persecución descaradamente «amañada», en la que el espectador ha de hacer extravagantes concesiones a Holywood para dar por bueno que Gil no sea alcanzado por ninguno de los tres «superatletas» que le pisan algo más que los talones, pero, en comparación con el resultado final de la película, bien se les puede perdonar a los guionistas y al director que escojan el bando de los buenos… Sin ser una joya como otras películas de Ford, hay en esta una plasmación de la larga guerra de independencia de la nueva nación, centrada en una modesta colonia fronteriza, que patentiza los valores fundamentales sobre los que se forjó la nación, aunque solo en parte puede hablarse de que sea una cinta eminentemente patriótica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario