Un intenso viaje a las emociones más profundas del ser
humano: la ira, el arrepentimiento, la venganza, el perdón. ¡De inexcusable
visión!
Título original: The Victim
Año: 2019
Duración: 240 min.
País: Reino Unido
Dirección: Niall MacCormick
Guion: Rob Williams
Música: Samuel Sim
Fotografía: Jan Jonaeus
Reparto: John Hannah, Kelly
MacDonald, James Harkness, Jamie Sives,
Chloe Pirrie, Cal Macaninch,
Georgie Glen, Ramon Tikaram, Pooky Quesnel, Karla Crome, Allison McKenzie, Isis Hainsworth, Seylan Baxter, David Goodall, Andrew Rothney, Joanne Thomson.
Una miniserie, entre
cuatro y ocho capítulos, tiene la extensión idónea para poder verla en dos o
cuatro sentadas sin exigir del espectador una fidelidad que, agotada ya la
fórmula original, se vuelve muy complicado mantener. Pienso ahora en una atractiva
serie, artificialmente alargada hasta el aburrimiento, esto es, la deserción de
los espectadores, como Orphan Black, cuyo visionado no he sido capaz de
completar, a pesar del inverosímil despliegue de talento interpretativo de su
protagonista, Tatiana Maslany. No ocurre
afortunadamente lo mismo con esta serie británica, La víctima, que transcurre
en Edimburgo, un decorado extraordinario al que, sin embargo, no se le saca
todo el jugo que podrían habérsele sacado. Se trata de una serie dramática que
gira en torno a la sed de venganza de una enfermera cuyo segundo hijo fue
asesinado por una persona que, tras cumplir condena, sale en libertad con la identidad
cambiada para poder desarrollar una nueva vida. Como la sed de venganza de la
madre es insaciable, desde que le llega el «soplo» de que el criminal se ha
instalado en la misma localidad bajo una identidad falsa, todo su empeño
consiste en crear una campaña de intimidación al sospechoso para conseguir
llevarlo ante los tribunales para que explique lo inexplicable: por qué mató a
su hijo. El supuesto sospechoso es padre de una hija y, una noche de Halloween
es asaltado por un desconocido que le inflige una paliza tremenda que lo pone
al borde de la muerte. A partir de ese hecho, la madre es acusada de haber
orquestado esa «venganza» y es llevada ante los tribunales, acusada por el supuesto
sospechoso. Se inicia, en ese momento, un fase judicial de la historia que ya
no nos abandonará a lo largo de la historia, en la que, de forma paralela,
vemos el sufrimiento que la madre se encarga de mantener vivo, por un lado, y,
por el otro, lo que le destroza la vida al sospechoso de haber sido el
protagonista de un crimen tan horrendo. Por el medio, hay una franja de protagonistas
secundarios: el policía que investiga; la detective privada que trabaja para la
madre en la identificación del sospechoso; el policía que llevó el caso en
origen; el novio de la hermana del asesinado, que da la sensación de funcionar
como el típico Macguffin, porque, dado el escaso fundamento que tienen
la identificación del sospechoso, de alguna manera se ha de despistar la
atención de los espectadores para distraerlos de lo que luego ha de resolverse
en un desenlace que, a la fuerza, ha de ser chocante para ellos; el padre de la
criatura, de quien la mujer se divorció y que sale de la cárcel justo cuando se
inicia la campaña de acoso contra un sospechoso que bien puede ser un ciudadano
totalmente ajeno al caso y al que, por la arbitrariedad de una interesada
encarnación de Némesis, le están destrozando la vida, porque, dada la situación
de acoso social que vive la familia del sospechoso, la mujer decide alejarse de
él durante un tiempo, al menos, hasta que se resuelva la situación. Ya se
advierte, por lo que cuento de modo algo obscuro y cuidando mucho de no dar
ninguna clave que estropee la tensión con que se sigue esta serie, que estamos
ante una serie en la que las profundas emociones humanas tienen un papel
determinante. Hasta el policía que investiga el caso del ciudadano falsamente
acusado por la madre del hijo asesinado esconde un pasado en el que una falsa
acusación lo llevó a la «picota» social y profesional. ¿En qué se sustenta la
serie, además de la historia, que recuerda en cierta manera a Juegos
secretos, de Todd Field, una película tan excelente como perturbadora. En
cualquier caso, ya se advierte que estamos ante un caso complejo: una madre que
tras quince años no ha superado el trauma del asesinato de su hijo, sobre todo
porque ni sabe quién lo hizo ni por qué, esos interrogantes angustiosos capaces
de condicionar una existencia para lo peor, como se pone de manifiesto en la
deteriorada segunda vida que ha emprendido con su segundo marido. La obsesión
de la madre, la fe en que llegará el día de su venganza, acaba enlazando la
miniserie con los planteamientos del western al estilo clásico. A diferencia de
este género “mayor” del cine, la miniserie de Niall MacCormick indaga en los
padecimientos psicológicos de los personajes, de todos ellos, principales y
secundarios, y nos ofrece una descarnada visión de los asuntos no resueltos con
que cargamos día tras día sin tener un momento de descanso o relajación. Es
cierto que, para el espectador, la obsesión vengativa de la madre se convierte
en una suerte de tara psicológica de la misma que la convierte, ¡a pesar de lo
que ha vivido/sufrido!, en un personaje odiado, porque, tras quince años de
haber tenido lugar la tragedia, nos e acostumbra uno a que el paso del tiempo
no haya suavizado lo más mínimo ese dolor y esa rabia que parece incrementarse
con cada año que pasa sin que los interrogantes de los que hablábamos antes
tengan una respuesta que sirva, al menos, para hacer más llevadero ese
sufrimiento. Las interpretaciones de John Hannah, Kelly MacDonald están a la altura de lo que
el guion exige de ambos, y en todo momento los amamos u odiamos en función de
cómo su incapacidad para gestionar emociones tan profundas los convierte en auténticos
peleles de esas emociones que ni controlan ni asumen ni se explican; emociones
que hacen de ellos terminales sensitivas que golpean la necesidad de saber de
los espectadores, quienes se dejan llevar por ese desasosiego y necesitan,
también, como los protagonistas, un esclarecimiento que le ponga fin, porque no
son criaturas de ficción quienes sufren en esa serie, sino personas de carne y
hueso, vecinos con los que nos cruzamos todos los días. Y no puedo decir nada
más, lo siento. Eso sí, nadie va a poder decir que ha “disfrutado” de la serie,
porque se trata de un concepto totalmente incongruente, dada la tragedia que le
da pie; pero, en todo caso, va a tener la satisfacción de haber tenido una
experiencia emocional y psicológica de primerísima intensidad.
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