viernes, 7 de junio de 2019

«La víctima» (miniserie en Filmin), de Niall MacCormick: la herida que jamás cicatriza…



Un intenso viaje a las emociones más profundas del ser humano: la ira, el arrepentimiento, la venganza, el perdón. ¡De inexcusable visión! 

Título original: The Victim
Año: 2019
Duración: 240 min.
País: Reino Unido
Dirección: Niall MacCormick
Guion: Rob Williams
Música: Samuel Sim
Fotografía: Jan Jonaeus
Reparto: John Hannah,  Kelly MacDonald,  James Harkness,  Jamie Sives,  Chloe Pirrie, Cal Macaninch,  Georgie Glen,  Ramon Tikaram,  Pooky Quesnel,  Karla Crome, Allison McKenzie,  Isis Hainsworth,  Seylan Baxter,  David Goodall,  Andrew Rothney, Joanne Thomson.

Una miniserie, entre cuatro y ocho capítulos, tiene la extensión idónea para poder verla en dos o cuatro sentadas sin exigir del espectador una fidelidad que, agotada ya la fórmula original, se vuelve muy complicado mantener. Pienso ahora en una atractiva serie, artificialmente alargada hasta el aburrimiento, esto es, la deserción de los espectadores, como Orphan Black, cuyo visionado no he sido capaz de completar, a pesar del inverosímil despliegue de talento interpretativo de su protagonista,  Tatiana Maslany. No ocurre afortunadamente lo mismo con esta serie británica, La víctima, que transcurre en Edimburgo, un decorado extraordinario al que, sin embargo, no se le saca todo el jugo que podrían habérsele sacado. Se trata de una serie dramática que gira en torno a la sed de venganza de una enfermera cuyo segundo hijo fue asesinado por una persona que, tras cumplir condena, sale en libertad con la identidad cambiada para poder desarrollar una nueva vida. Como la sed de venganza de la madre es insaciable, desde que le llega el «soplo» de que el criminal se ha instalado en la misma localidad bajo una identidad falsa, todo su empeño consiste en crear una campaña de intimidación al sospechoso para conseguir llevarlo ante los tribunales para que explique lo inexplicable: por qué mató a su hijo. El supuesto sospechoso es padre de una hija y, una noche de Halloween es asaltado por un desconocido que le inflige una paliza tremenda que lo pone al borde de la muerte. A partir de ese hecho, la madre es acusada de haber orquestado esa «venganza» y es llevada ante los tribunales, acusada por el supuesto sospechoso. Se inicia, en ese momento, un fase judicial de la historia que ya no nos abandonará a lo largo de la historia, en la que, de forma paralela, vemos el sufrimiento que la madre se encarga de mantener vivo, por un lado, y, por el otro, lo que le destroza la vida al sospechoso de haber sido el protagonista de un crimen tan horrendo. Por el medio, hay una franja de protagonistas secundarios: el policía que investiga; la detective privada que trabaja para la madre en la identificación del sospechoso; el policía que llevó el caso en origen; el novio de la hermana del asesinado, que da la sensación de funcionar como el típico Macguffin, porque, dado el escaso fundamento que tienen la identificación del sospechoso, de alguna manera se ha de despistar la atención de los espectadores para distraerlos de lo que luego ha de resolverse en un desenlace que, a la fuerza, ha de ser chocante para ellos; el padre de la criatura, de quien la mujer se divorció y que sale de la cárcel justo cuando se inicia la campaña de acoso contra un sospechoso que bien puede ser un ciudadano totalmente ajeno al caso y al que, por la arbitrariedad de una interesada encarnación de Némesis, le están destrozando la vida, porque, dada la situación de acoso social que vive la familia del sospechoso, la mujer decide alejarse de él durante un tiempo, al menos, hasta que se resuelva la situación. Ya se advierte, por lo que cuento de modo algo obscuro y cuidando mucho de no dar ninguna clave que estropee la tensión con que se sigue esta serie, que estamos ante una serie en la que las profundas emociones humanas tienen un papel determinante. Hasta el policía que investiga el caso del ciudadano falsamente acusado por la madre del hijo asesinado esconde un pasado en el que una falsa acusación lo llevó a la «picota» social y profesional. ¿En qué se sustenta la serie, además de la historia, que recuerda en cierta manera a Juegos secretos, de Todd Field, una película tan excelente como perturbadora. En cualquier caso, ya se advierte que estamos ante un caso complejo: una madre que tras quince años no ha superado el trauma del asesinato de su hijo, sobre todo porque ni sabe quién lo hizo ni por qué, esos interrogantes angustiosos capaces de condicionar una existencia para lo peor, como se pone de manifiesto en la deteriorada segunda vida que ha emprendido con su segundo marido. La obsesión de la madre, la fe en que llegará el día de su venganza, acaba enlazando la miniserie con los planteamientos del western al estilo clásico. A diferencia de este género “mayor” del cine, la miniserie de Niall MacCormick indaga en los padecimientos psicológicos de los personajes, de todos ellos, principales y secundarios, y nos ofrece una descarnada visión de los asuntos no resueltos con que cargamos día tras día sin tener un momento de descanso o relajación. Es cierto que, para el espectador, la obsesión vengativa de la madre se convierte en una suerte de tara psicológica de la misma que la convierte, ¡a pesar de lo que ha vivido/sufrido!, en un personaje odiado, porque, tras quince años de haber tenido lugar la tragedia, nos e acostumbra uno a que el paso del tiempo no haya suavizado lo más mínimo ese dolor y esa rabia que parece incrementarse con cada año que pasa sin que los interrogantes de los que hablábamos antes tengan una respuesta que sirva, al menos, para hacer más llevadero ese sufrimiento. Las interpretaciones de John Hannah,  Kelly MacDonald están a la altura de lo que el guion exige de ambos, y en todo momento los amamos u odiamos en función de cómo su incapacidad para gestionar emociones tan profundas los convierte en auténticos peleles de esas emociones que ni controlan ni asumen ni se explican; emociones que hacen de ellos terminales sensitivas que golpean la necesidad de saber de los espectadores, quienes se dejan llevar por ese desasosiego y necesitan, también, como los protagonistas, un esclarecimiento que le ponga fin, porque no son criaturas de ficción quienes sufren en esa serie, sino personas de carne y hueso, vecinos con los que nos cruzamos todos los días. Y no puedo decir nada más, lo siento. Eso sí, nadie va a poder decir que ha “disfrutado” de la serie, porque se trata de un concepto totalmente incongruente, dada la tragedia que le da pie; pero, en todo caso, va a tener la satisfacción de haber tenido una experiencia emocional y psicológica de primerísima intensidad.

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