Romper moldes narrativos de la mano de grandes
intérpretes, que siempre es más fácil: Rage o una crítica del narcisismo
contemporáneo con un planteamiento cercano a la omnipresencia de los influencers.
Título original: Rage
Año: 2009
Duración: 99 min.
País: Reino Unido
Dirección: Sally Potter
Guion: Sally Potter
Música: Fred Frith, Sally Potter
Fotografía: Steve Fierberg
Reparto: Judi Dench, Jude Law,
Dianne Wiest, Steve Buscemi, Eddie Izzard,
Lily Cole, John Leguizamo, Bob
Balaban, Riz Ahmed, Simon Abkarian, Jakob Cedergren, Adriana Barazza.
No estrenada comercialmente
en España, yo he tenido la ocasión de verla en la plataforma Filmin, a
la que llevo suscrito algunos meses y cuyo fondo aún me permite seguir nutriendo,
de películas singulares, este Ojo cosmológico. NO hace mucho que tuve la
oportunidad de criticar dos películas de Potter, una de ellas, Orlando, que la
lanzó a la fama. Su cine, sin embargo, es más un cine de cinéfilos que de
mayorías. Esta misma, Rage, fue nominada al Oso de Oro en el Festival de Berlín,
pero, en términos generales, no ha sido bien recibida por los críticos «oficiales»,
Boyero, por ejemplo, la «destrozó». Desde mi más tierna juventud cinéfila, he
visto películas a cual más rara, aunque en el recuerdo se lleva la palma de
todas ellas, y quizás si la revisitara cambiaría de opinión, Goto, isla del
amor, de Walerian Borowczyk, aunque Cabeza borradora, de David Lynch,
no se queda en zaga, desde luego. La película de Sally Potter, sin embargo, es
de otra rareza distinta, más «domesticada», por decirlo así, aunque imagino que
a ella no le guste que así sea calificada. En todo caso, la película tiene una
estructura y una narración nítidas, que se siguen perfectamente por
cualesquiera espectadores. No es un matalotaje de planos inconexos o
disparatados en los que no hay manera ni de entrar ni de orientarse, ¡todo lo
contrario! Casi puede decirse que se trata de una narración trasparente, si ben
con una dosis de ambigüedad necesaria para mantener el clímax emocional de la
historia. El planteamiento es sencillo. Mientras se está celebrando el desfile
de modas de un célebre creador -que recuerda demasiado a la figura del enfant
terrible caído en desgracia John Galliano- en Nueva York, un alumno de
universidad está preparando un trabajo documental en forma de diario para ser
colgado en un blog a lo largo de una semana. Durante ese tiempo, va entrevistando
a 14 personas, todas ellas relacionadas, directa o indirectamente, con la firma
que presenta el desfile de modas. Y ahora viene lo «impactante»: la película
consiste en los monólogos que los personajes, ante un fondo monocromo, cada uno
de un color diferente, como los paneles verdes sobre los que luego se hacen
proyecciones para «rellenar» la escena interpretada por el actor o la actriz
ante el panel, independientemente e lo que luego s verá. De algún modo quiero
entender que hay en esa técnica desarrollada por Potter una suerte de guiño al
espectador: depende de ti, de tu imaginación, completar la puesta en escena del
monólogo que le dirigen todos los personajes al Michelangelo que está detrás de
la cámara y que, en realidad, somos los propios espectadores. Con unos
intermedios de pantalla en la que se escribe el día que toca y una breve
reflexión de Michelangelo sobre el «experimento» que luego va colgando en su
página web, a lo que hacen referencia algunos personajes, uno, sobre todo, que
advierte en Michelangelo la posibilidad de convertirse en un influencer
y ganar no poco dinero, la acción se desarrolla a través de esa semana de filmaciones
que tiene todo el aire de un casting, pero también el de lo que acaba
siendo: una indagación en el seno y el entorno de la empresa de modas para
aclarar los dos accidentes mortales que se han producido durante esa semana y que,
como todo, ha ocurrido, fuera de campo, manifestaciones contra le empresa
incluidas…, cuyos ecos llegan, «en riguroso directo», a quienes van desgranando
ante Michelangelo confesiones y reflexiones que nos permiten, por un lado,
conocer íntimamente al personaje que se exhibe ante la cámara, y, por el otro,
tener conocimiento de lo que está pasando fuera de campo, porque hasta el set
del rodaje solo llega esa realidad de forma indirecta. De hecho, cuando está ante
la cámara el guardaespaldas se escucha lo que parece un disparo y un alboroto,
y, súbitamente, el guardaespaldas saca una pistola de dentro de la chaqueta y
se lanza hacia el fuera de campo casi atropellando la cámara y al camarógrafo
que lo filmaba, lo que provoca una distorsión muy realista de la imagen, que
pronto vuelve a centrarse en la pantalla de color para seguir con otro
personaje. Estamos ante el mundo de la moda selecta en Nueva York, es decir, o
más fashion de lo fashion, lo más cool de un mundo exhibicionista
que va a exponer sus grandezas y sus
miserias ante las cámaras, con una honestidad tácitamente aceptada por todos
los intervinientes, quienes, además, se dirigen al estudiante que filma con una
suerte de reverencia que contrasta enormemente con el carácter del experimento:
las prácticas de un alumno universitario. Hay, pues, un acuerdo tácito entre
todos: toca desnudarse y reflejar en esas grabaciones las fortalezas y las
debilidades de personas en extremo singulares y en extremo comunes: artistas,
trabajadores nada cualificados, modelos, técnicos, expertos, directivos,
policías…, todos van desgranando ante la cámara objetiva de Michelangelo -la
película debería haberse llamado Experimento Michelangelo, a mi modesto
entender… ¡Y aún está a tiempo de ser así titulada si se estrenara en salas
comerciales de España! Yo creo que tendría su público, la verdad…- la realidad
de unas existencias solo en parte condicionadas por su dedicación laboral
o, dicho de otro modo, unas existencias
en las que su dimensión laboral ha crecido como un cáncer que les arruinara
unas vidas en la cuerda floja: como la de las dos modelos tan heterogéneas que
aparecen: Minx, un transexual interpretado por Jude Law -¡Y solo esa
interpretación y la de Lily Cole justifican el visionado de la película,
háganme caso, por Lumière!- y Lettuce Leafe, interpretada por Lily Cole,
consiguen dos interpretaciones mayúsculas que dejarán a los espectadores
maravillados ante la magia emocional del cine con su sola presencia y las
diversas estéticas con que se presentan en las partes que les toca desarrollar
a lo largo de los siete días. No coincido en nada con el diagnóstico de que sea
una película «pretenciosa»; antes bien, pienso todo lo contrario: es un
ejercicio humilde de apasionado alarde narrativo, eso sí, que quiere «desnudar» ante los espectadores unas psicologías
absolutamente estándares en nuestros días, pero sin privarlas de la
singularidad individual que les confiere una existencia real y convincente: el
repaso dado a la sociedad es total y nadie puede sentirse excluido: ¡salimos
todos! No, las grandes figuras que aparecen en pantalla no están haciendo un cameo,
esa suerte de guiño de los cineastas a los espectadores a través de los amigos
o de sí propios, como los célebres de Hitchcock; no, esos pedazos de actores y
actrices componen un personaje lleno de vida por los cuatro costados y
representan su papel con una pasión fílmica y una persuasión existencial que nos
dan muchísima más sensación de vida ellos solos contra esos fondos monocromos
que las mejores puestas en escena que pudieran imaginarse: Judi Dench, Dianne Wiest y Steve Buscemi, bordan sus papeles con una calidad difícil de
ver en otras películas «convencionales», y Simon Abkarian hace un
modisto-estrella absolutament genial; del mismo modo que el resto del reparto estña a la altura de
esas performances: Eddie Izzard,
Lily Cole, John Leguizamo, Bob
Balaban, Riz Ahmed, Simon Abkarian, Jakob Cedergren, Adriana Barazza. De verdad,
no es por llevar la contraria, sino porque me he sentido atraído magnéticamente
por la pantalla por lo que recomiendo vivamente no perderse esta película que
puede considerarse «rara» y que a mí me parece «testimonial», sin embargo. A
pesar de las limitaciones estrictas de los monólogos, las imágenes que nos
ofrece la película llegan a ser incluso turbadoras, como las de Lily Cole, de
quien uno llega a dudar sin son imágenes creadas por un programa de ordenador,
sobre todo cuando aparee con la peluca negra ceñida a la cabeza. El momento en
que se quita la peluca y se expande por el plano su color natural de pelo, el
pelirrojo, de verdad que paree un truco de la mejor magia de cine; del mismo
modo que la mirada intensísima de la protagonista encarnada por Jude Law, Minx,
turbadora hasta el exceso. En fin, una auténtico plato exquisito para los
mejores degustadores.
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