jueves, 27 de junio de 2019

«Elisa y Marcela», de Isabel Coixet, el esplendor y la rabia…



La arqueología made in Spain del lesbianismo y su dura lucha social: Elisa y Marcela o la fílmica duda, que lastra, entre el esteticismo y la fidelidad histórica.

Título original: Elisa y Marcela
Año: 2019
Duración: 129 min.
País: España
Dirección: Isabel Coixet
Guion: Isabel Coixet, Narciso de Gabriel
Música: Sofia Oriana Infante
Fotografía: Jennifer Cox (B&W)
Reparto: Natalia de Molina,  Greta Fernández,  Sara Casasnovas,  Tamar Novas,  María Pujalte, Francesc Orella,  Lluís Homar,  Jorge Suquet,  Manolo Solo,  Milo Taboada, Manuel Lourenzo,  Elena Seijo,  Luisa Merelas,  Roberto Leal,  Amparo Moreno, Tania Lamata,  Covadonga Berdiñas.

Me llegaron ecos de críticas adversas a la última película de Coixet, el rescate de una historia que roza lo inverosímil  y que ilustra, sin embargo, la dura lucha de las sexualidades marginadas no tanto para ser reconocidas en ese espectro castrador de “lo normal”, cuanto para liberarse de la persecución social y judicial que hasta hace relativamente dos días, en términos históricos, era el pan nuestro de cada día aquí, en el país que ha dado, sin embargo,  un salto como el de Bob Beamon en la defensa social de los otrora amores “nefandos”.  Isabel Coixet se acoge a un caso real, histórico, documentado, para, más allá de hacer una película inequívocamente militante en la causa del amor libre, reivindicar el amor lesbiano y mostrar a los espectadores que por ser fieles a él se jugaban la libertad quienes no podían dejar de seguir los impulsos de su naturaleza. Y en esta expresión del deseo como parte de la naturaleza que no puede ser más que lo que es hemos de buscar el sentido de la delicadeza y suma belleza con que Isabel Coixet retrata la naturaleza agreste del espacio natural gallego en un perfecto paralelismo con las protagonistas. Luego vendrá la otra parte de ese paisaje, “el humano”, diametralmente opuesto a los bosques, los ríos, las montañas, el cielo, la lluvia, etc. Hay en esa sensibilidad hacia la naturaleza un eco del modo como Terrence Malik se acercó a la epifanía de la Naturaleza en Nuevo Mundo, un espectáculo total para los sentidos, y ello se traduce, además, en el uso de juguetes eróticos como las ramas, las algas e incluso los pulpos sobre los cuerpos desnudos de ambas mujeres que nos acercan más a una visión moderna de la sexualidad que a lo que, en su tiempo, debió de ser la relación entre las auténticas Elisa y Marcela del caso real, a quienes cuesta lo suyo imaginárselas con ese refinamiento erótico. De hecho, esa recreación erótica de su relación es, quizás, lo más inverosímil del caso histórico,  del mismo modo que la elección de las actrices ha pecado más de un acercamiento al esteticismo que al rigor del caso, porque mientras la verdadera Elisa daba relativamente el pego de la hombría, A Natalia de Molina no hay forma humana de verla como el Mario que irrumpe en la vida de Marcela de repente, procedente de Inglaterra, y eso, probablemente, lastra no poco la película por la parte del guion, no, como ya he dicho, por la parte de la realización, conseguidísima en toda la película. Las escenas iniciales de la escuela y el cauteloso modo como van expresando su amor recíproco, junto con la incomprensión de la familia de Marcela, que acaba llevándola a Madrid para que allí se haga maestra, todo ello, ya digo, forma un retrato de época excelente. Los padres de Marcela, que la recogen del hospicio donde vivió sus primeros años, acaso porque ellos no pudieran mantenerla, porque se sabe muy poco de ambas mujeres y rellenar las lagunas de la historia ha sido imprescindible para poder recorrer su arco vital, aunque se adorne con huidas como la de Lisboa, cuando en realidad fueron absueltas en el juicio, razón por la cual pasaron libremente a Argentina. Sabiendo que Pardo Bazán escribió sobre el caso, que fue célebre en la opinión publica europea, meter con calzador en la historia La cuestión palpitante, como si el título hiciera alusión al lesbianismo, no me parece de recibo, sobre todo porque, a quien se inicia en la lectura, como era el caso de la protagonista, a quien su madre le pasa el libro a escondidas del marido, un auténtico Montenegro valleinclaniano, en modo alguno un ensayo sobre el realismo y el naturalismo parece la lectura más recomendable. Es algo así como si a un aspirante a lector, le pasamos Erasmo y el erasmismo de Bataillon, en vez de El elogio de la locura, por ejemplo… Supongo que ello forma parte de esa  pose de modernidad desde la que se filma su historia, en vez de indagar en las formas reales de la vivencia de una experiencia tan transgresora como la de aquella convivencia marital fingida que, para desgracia de las protagonistas, no tardó en descubrirse, con la consiguiente huida del país para evitar enfrentarse a penas de 20 años de cárcel. A pesar de los fallos de guion, insisto en que Coixet logra transmitirnos fielmente el acoso que vivieron aquellas dos mujeres y cómo su relación, a pesar de la solidez de sus afectos, se vio afectada por las extremas adversidades que hubieron de padecer. Coixet retrata con excelente habilidad descriptiva el ambiente de crispación social tanto en el plano popular como en el de las élites dominantes, sobre todo la Iglesia, que se ve burlada en algo tan sagrado para ella como el sacramento del matrimonio. Como espectador, choca en cierto sentido el desafío anacrónico de las amantes al medio en el que viven, a escondidas, su relación amorosa. Es llamativo, teniendo en cuenta todo lo anterior, la perspectiva “liberal” de Portugal frente al suceso, por más que, a pesar de la excelencia interpretativa de Manolo Solo  y la competente de Lluís Homar, le choque a los espectadores que Coixet no haya escogido actores portugueses para esa parte geográfica de la película. Solo lo borda, eso sí, pero nada le descubre a los espectadores este crítico sobre las excelencias interpretativas de dicho actor. En todo caso, y más allá de esos detalles de guion que renuncian a la visión del lesbianismo a comienzos del siglo XX, en una época en la que aún el propio sufragismo británico batallaba con fuerza por el derecho a voto, Coixet ha pretendido -¡y lo ha conseguido!- narrar un viaje íntimo a unos sentimientos amorosos en el marco de una naturaleza filmada con una sensibilidad solo comparable, en su obra, a la que prodigó en Nadie quiere la noche. El trabajo de las dos actrices, sobre todo el de Greta Fernández, es una pieza fundamental del buen funcionamiento de la película, porque toda la verosimilitud del relato descansa en su capacidad de conjugar el recato con el desparpajo; la culpabilidad con el orgullo, y el fingimiento con la sinceridad…, y lo logran de cabo a rabo. Insisto, el paralelismo entre la sexualidad y la feracidad de la naturaleza dota a la película de una estructura contrapuntística que permite a los espectadores disfrutar intensamente de esta historia curiosa, perfectamente ambientada en su tiempo gracias a una puesta en escena muy cuidada.


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