El drama familiar, la comunión comunista con la
naturaleza, la fiebre del oro y el
crepúsculo de la violencia en un western crepuscular: Los hermanos Sisters
o los caminos transversales de un género aún sujeto a reescritura.
Título original: The Sisters
Brothers (Les Frères Sisters)
Año: 2018
Duración: 121 min.
País: Francia
Dirección : Jacques Audiard
Guion : Jacques Audiard, Thomas Bidegain (Novela: Patrick Dewitt)
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Benoît Debie
Reparto: Joaquin Phoenix, John
C. Reilly, Jake Gyllenhaal, Riz Ahmed,
Allison Tolman, Rebecca Root,
Jóhannes Haukur Jóhannesson, Ian
Reddington, Philip Rosch, Rutger
Hauer, Carol Kane, Creed Bratton, Duncan Lacroix, Niels Arestrup.
A pesar de que, para mi
gusto, la película se ha pasado de oscuridad para la imagen, que desdibuja los
contornos de personas y cosas, como si el hecho de filmar un western
crepuscular hubiera de tener una correlación por la parte lumínica, lo que,
dadas mis cataratas, me producía a veces cierta angustia visual, he salido de
la contemplación de la película con la convicción de haber visto un western de esos que solíamos llamar, si eran
de Ford, “legendarios”. Es cierto que Sin perdón, de Eastwood, tiene una
estética muy parecida, carencia de iluminación incluida, pero me parece que lo
que yo he denominado “mirada europea” al western se aprecia muy bien en esta
película de Audiard, que, aun rindiendo
culto a los motivos específicos del género, va más allá y se adentra en unas
variantes temáticas que incluye un aspecto tan y tan europeo como las utopías socialistas, los falansterios de Fourier o la Nueva Icaria de Cabet. Que esa aventura socialista
se mezcle, además, con la fiebre del oro, acaba dándole a la película una
dimensión que un western esquemático no suele tener. Si pensamos en su película
Un profeta, de ambiente carcelario, otro género bien definido en la
Historia del cine, advertimos que en ella hay una suerte de código del western
trasladado al género carcelario, de ahí que no nos sorprenda ahora, en buena
ley, que Audiard se haya desempeñado tan bien en el género, rodado, como cabía
esperar, en inglés y con actores norteamericanos básicamente. La obra responde
al empeño personal del actor John C. Reilly -magistral en Un dios salvaje,
de Polanski-, quien compró los derechos de la novela y ha producido esta
adaptación brillante a la que le costará ir haciéndose con el público, poco
propenso últimamente a las delicatessen psicológicas en las que se recrea el
autor a través de dos pistoleros a sueldo que han de buscar a un químico que ha
descubierto lo que parece ser la piedra filosofal para el negocio de la
búsqueda de oro en los ríos auríferos. La película se abre con una emboscada en
plena noche, y en la que solo percibimos las detonaciones y los destellos luminosos
de la balacera que les permite a ambos hermanos realizar uno de sus
salvajes trabajos. El concepto que suele emplearse para este tipo de películas
en las que la acción deriva hacia la primacía de los conflictos psicológicos
sobre la acción pura y dura, como los tiroteos, persecuciones, etc., es «intimismo»,
y, en este caso, afecta a dos parejas, por un lado a los paradójicos hermanos
Sisters, dos sujetos diametralmente opuestos: delicado y cortés, uno; salvaje y
descarnado, el otro, aunque ambos sean asesinos profesionales conscientes de su
fama de tales, de la que se vanaglorian en algún momento en que resuelven,
gracias a ella y al amedrentamiento subsiguiente, algún enfrentamiento. La otra
pareja es la del “perseguidor” del químico, también a sueldo del mismo patrón
que el de los hermanos pistoleros, razón por la cual hay un nexo entre él y los
Sisters, y el propio químico. Los miembros de esta pareja son un enamorado del periodismo y un
socialista utópico que busca crear en Usamérica el primer falansterio
usamericano siguiendo las doctrinas de Fourier, eminente socialista utópico.
Para crear ese sueño, para hacerlo realidad frente a la chata cotidianidad en la
que se mueven, el químico ha descubierto un método de búsqueda de oro en el
agua que permite, por contraste, identificar enseguida las pepitas de oro que
brillan en el lecho del río, un efecto fílmico impresionante en el marco de
unos sucesos terroríficos con los que contrasta inmediatamente y que por él
mismo vale ya el disfrute de ver toda la película. Esas secuencias son una
maravilla, no solo por los efectos conseguidos, sino porque advertimos a qué
conduce la típica avaricia que rompe el saco, y se trata de unas circunstancia atroz,
muy del gusto, no obstante, de Audiard, muy amigo de incluir siempre en sus
películas una violencia desgarradora que afecta a los personajes, después. De
hecho, la película se abre con ese tiroteo, al que le seguirán otros, todos
ellos muy conseguidos. Pero también hay momentos espectaculares como la
estancia en el burdel donde tiene lugar una de las escenas más líricas de la película,
de una delicadeza que contrasta con la rudeza de los pistoleros y la
agresividad de las relaciones a lo largo de la historia. Esa delicadeza solo es
comparable a la evolución de la relación entre el seguidor de los pasos del
químico, tras del que andan los hermanos, quienes, a su vez, acabarán siendo seguidos
por otros hombres de su jefe, ante la sospecha de haber sido traicionado, lo
que motivará un deseo de venganza contra él que sirve de motivo dinámico de la
narración, aunque los sucesos que tienen lugar hasta entonces, llevan la película
por derroteros que nos colman de interés por la evolución de la trama. Con decir
que la acción llega hasta San Francisco y que los rudos hermanos Sisters se
hospedan en un refinado hotel, después de haber llegado con sus caballos junto
a la orilla del mar, como un eco del romance cuya existencia seguro que Audiard
desconoce: el Romance del Conde
Arnaldos, uno de los más bellos de nuestro Romancero, auténtica joya de
la literatura universal. En esa cadena de seguidores en la que unos y otros se
tienden asechanzas de continuo, el espectador nunca tiene claro, sin embargo,
de qué lado se decantarán los personajes, y ni siquiera si entre los hermanos
estallará la violencia y se enfrentarán entre ellos -pues tan distintos se
reconocen el uno del otro- o si entre el frustrado periodista y el químico se
forjará una alianza ideológica y una comunión de intereses comunistas. La
historia, así pues, progresa de un modo imprevisible casi hasta el final,
cuando la cara paradójica de la derrota e convierte en una victoria, y no explico más para no chafársela a los espectadores futuros que, a duras penas,
lograrán verla en una pantalla, como el cine de verdad exige, a juzgar por la rapidez con que va desapareciendo de las pantallas. Hay una
exaltación constante de la naturaleza y de la vida en libertad que entronca
directamente con lo mejor de la tradición del western. ¡Nada como ser un jinete
que atraviesa el espacio majestuoso de una naturaleza bellísima y dispone de un
arma con la que defender su integridad física y su libertad de movimientos! De
hecho, una de las escenas más conmovedoras de la película es la muerte del
caballo del protagonista… Del lado del anecdotario, pero también como signo de
la cercana extinción de un way of life profundamente usamericano cae el
descubrimiento del cepillo de dientes y de la pasta dentífrica, así como las
comodidades de aseo de un hotel lujoso, por ejemplo. Sobre las interpretaciones
cabe decir que son el eje fundamental sobre el que se asienta la película, porque
no solo Reilly está espléndido, sino que su violento hermano, Joaquin Phoenix, le da el contrapunto idóneo para forjar una “unidad
familiar” indestructible pero sujeta a crisis; del mismo modo que Jake Gyllenhaal y Riz Ahmed construyen una pareja intelectual
fantástica, casi el revés de la de los pistoleros. A pesar de esa suerte de
penumbra constante en la que se ha rodado la película, la puesta en escena, el
vestuario y una banda sonora muy sugerente contribuyen a dotar a Los hermanos
Sisters de una poderosa personalidad , lo que la convierte en una innovadora
y espléndida revisitación del género.
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