jueves, 27 de junio de 2019

«Shooting Stars», de Anthony Asquith y A. V. Bramble o un sorprendente drama metacinematográfico.



Un drama sofisticado con el trasfondo del cine y los amoríos fatales de sus estrellas populares: Shotting Stars o el cine dentro del cine en una realización ingeniosa y exquisita. 

Título original: Shooting Stars
Año: 1928
Duración: 80 min.
País: Reino Unido
Dirección: Anthony Asquith,  A.V. Bramble
Guion: Anthony Asquith, John Orton
Música: Película muda
Fotografía: Henry Harris, Stanley Rodwell (B&W)
Reparto: Annette Benson,  Brian Aherne,  Donald Calthrop,  Wally Patch,  David Brooks, Ella Daincourt,  Chili Bouchier,  Tubby Phillips.

De verdad, no se trata de una película muda, aunque, de tanto en tanto, aparezcan los intertítulos que en modo alguno son necesarios,  sino de una película -como en The thief, de Russell Rouse, con un silencioso y magnético Ray Milland- en la que no es necesario el diálogo, porque, como en el buen cine, todo se dice a través de las imágenes. Véanla así y estoy convencido de que convendrán conmigo en que acabarán de ver una película completamente actual, moderna y con un lenguaje cinematográfico tan novedoso que en modo alguno se atreverán a recordar, a ese tercero al que le cuentan su sorpresa, que se trata de una película de 1928. Su director principal, Anthony Asquith, guiado aquí, aunque ignoro en qué medida,  por el veterano director A.V. Bramble,  es un reputado director del cine británico  que nos entregó, que yo haya visto, una obra maestra: El caso Browning, y ahora la presente, que fue su ópera prima. Se trata e una historia clásica, la de un triángulo amoroso con fatal desenlace, como en un buen melodrama, pero con la particularidad de que la historia está ambientada en el mundo del cine, lo cual le da a la película un aire moderno que la realización de la película se encargará de materializar, y ríanse los espectadores de los alardes de encuadres, grúas y planos secuencia de cierto cine moderno, si comparado con el espectáculo inenarrable que presenciarán, desde buen comienzo, en esta película atractiva y que se lleva detrás de sus planos y su narración el interés de los  espectadores, como se refleja en un momento dado de la película, cuando el protagonista entra al cine a ver la última película protagonizada por su mujer -cuyos rótulos luminosos en el cine ve ella desde el saló de la casa de su amante, por cierto- y tiene, detrás de él dos niños que siguen la aventura con una pasión que se le acaba contagiando, hasta aplaudir su propia llegada, en la ficción, para salvar a “la dama en apuros”, junto a los otros espectadores de la sala. En pocas ocasiones he visto tan bien plasmado en la pantalla el genuino interés espontáneo y naíf del público popular ante las aventuras que se desarrollan en la pantalla.
         La acción empieza en un estudio en el que se rueda un western a cargo de la pareja protagonista, marido y mujer que, sin embargo, no parecen atravesar un momento dulce, matrimonialmente hablando. Justo en el set de al lado están rodando una comedia slapstick con un personaje famoso del que no tardamos en saber que la protagonista está enamorada, con el desconocimiento de su esposo. Los movimientos de cámara por el espacio del hangar donde están instalados ambos sets de rodaje son de una elegancia y de una originalidad de las que debió de tomar buena nota Orson Welles para su célebre plano-secuencia de Sed de mal, desde luego. El hecho, además, de que la paloma que la protagonista ha de sacar de la jaula para acercarse a la cara y besarla la deje escapar porque, al cumplir con la exigencia del guion la paloma parece haberle pegado un picotazo en la cara, le permite al director inicia un “barrido” del techo del hangar y la consiguiente búsqueda de la paloma que harán las delicias del espectador. Con suma elegancia, pues, cuando se ha suspendido el rodaje en el western, los dos protagonistas se acercan a ver el rodaje de la comedia slapstick en el que interviene quien es colega de ambos y no tardará en convertirse en rival amoroso, pero para eso aún han de pasar no pocas cosas, como que el marido diga que se va unos días de caza, que el rival amoroso tenga que ir a rodar a la playa, unas secuencias fabulosas de rodaje en exteriores que sigue introduciéndonos en el cine por de dentro y que tanta importancia tendrá en el desarrollo de la trama, pues, por una confusión con su doble, la prensa da la noticia del peligroso accidente del actor, lo que le hace creer a la protagonista que no acudirá a una cita amorosa en su casa que, sin darse ni cuenta acabará teniendo lugar ante los ojos del marido, quien, con una elegancia impropia de los años, le dice que guarde la llave del piso que ella le ha dado porque le hará más falta que a él. Antes de ello, y como preparación simbólica de lo que acontecerá más tarde, ella ha dejado un lápiz de labios junto a los cartuchos, lo que él descubre, devolviéndoselo mediante el disparo del mismo en la mano de ella en un primerísimo plano del lápiz de labios saliendo por el tubo de la escopeta para caer en la mano de ella. Como ella ha firmado un sustancioso contrato en el que existe una cláusula según la cual si se produce un escándalo en su vida privada el contrato quedara rescindido, y dada su determinación de abandonar al actor y emparejarse con el cómico, el triángulo amoroso se resuelve, por vía expeditiva, pro fantástica, cuando ella, en el rodaje de su western, cambia un cartucho de fogueo por uno de verdad en la escopeta que ha de usarse para una escena en la que el marido ha de entrar pistola en mano a salvarla. Que esa escopeta la cojan y la lleven al set de al lado, donde su amante sigue siendo perseguido a tiros por el “malo y tonto” de turno en los slapsticks da suficiente pie para pensar qué puede ocurrir, ¿no? La sofisticación de los planos, llenos de significado que le proporcionan densidad a la película, como aquellos neones que anunciaban la película My man, que su marido está viendo en el cine, mientras ella continúa su romance con el actor amigo, son una prueba elocuente del medidísimo guion que le ha permitido a Asquith rodar una película que, sin duda, se adelantó muchísimo a su tiempo, y todo ello con una realización no muy lejana de la sofisticación y elegancia del cine de David Lean, por ejemplo, que vendrá después. La tragedia se reconvierte en poderoso melodrama con el segundo desenlace de la película, un broche de oro para una película que admite más de un visionado. De hecho, insistiré en que mi Conjunta la vea, que no es mal pretexto para verla de nuevo…

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