En tiempos del covid-19, nada como asomarse a un futuro en
el que el mercado de virus, unido a la alienación de la fama, abre un nicho
escalofriante de negocio…
Título original: Antiviral
Año: 2012
Duración: 110 min.
País: Canadá
Dirección: Brandon Cronenberg
Guion: Brandon Cronenberg
Música: E.C. Woodley
Fotografía: Karim Hussain
Reparto: Caleb Landry Jones, Sarah Gadon, Malcolm McDowell, Douglas
Smith, Joe Pingue, Nicholas Campbell, James Cade, Lara Jean Chorostecki, Lisa
Berry, Salvatore Antonio.
Sé
que es mucho pedir a los amables lectores de este Ojo que se pongan delante
de la pantalla para ver una película cuyo tema, la compraventa de virus de
enfermedades de famosos para ser inoculados en los fans de los mismos, no es
precisamente la más indicada para el actual confinamiento en que vivimos todos.
Se trata de una variación sobre las películas de epidemias que tiene todos los
visos de constituir una suerte de homenaje intrafamiliar, dado que el director
que debuta con esta «opera ex filio», podríamos macarronear, rememora una de
las especialidades familiares: la pandemia, el contagio…
Aquí
se trata de la feroz lucha entre empresas suministradoras de virus de las enfermedades
de los famosos, de la competencia desleal e incluso de la industria adyacente,
como la composición de tejidos orgánicos a partir de dichos virus para servirlos
como comida a los fans, dispuestos a cometer una suerte de canibalismo de sus ídolos,
cuya «materia orgánica» les sirve de alimento. Se advierte, pues, una suerte de
típico planteamiento distópico para un futuro inmediato.
La
historia escoge como vehículo narrativo a un trabajador de una de las empresas
que controlan la patente de sus virus para inoculárselos a los clientes. Este
trabajador no solo «prueba» algunos de esos virus, sino que se los inocula para
actuar como «camello» y facilitárselo a empresas menores, como la de la alimentación
ya mencionada. El gran problema surge cuando una de las artistas tiene una
enfermedad, que él trabajador se ha inoculado, y para la que no se ha hallado
un antiviral que pueda revertir la situación, y por ahí seguirá una trama muy
compleja de empresas de las que el trabajador se convierte en juguete y cobaya de
sus experimentos. Confieso paladinamente que en algunos momentos de la trama me
he sentido algo perdido, como suena, es decir, que me ha sido imposible determinar
con claridad meridiana alguna de las famosas seis uves dobles del periodismo: what, who, where, when, why
and how…, porque estamos en presencia de una película más muda que
hablada, y no siempre la claridad es la virtud máxima del guion.
Contra
esa turbiedad argumental se levanta una puesta en escena en la que domina el
blancor inmaculado de los espacios en los que se venden los virus, y a ese
blancor almidonada se suma el del propio protagonista, Caleb Landry Jones, cuya
piel blanca, casi albina, y pecosa hasta parecer la noche estrellada sobre un
pergamino reluciente, constituye casi un subtema propio de la película. Si le
sumamos la belleza convulsa del actor, su capacidad para constituirse en un
enigma vivo, advertimos que tenemos unos ingredientes fílmicos de primera
magnitud, porque los planos que consigue el director del actor son una maravilla
pictórica llena de sugerencias y, cuando la enfermedad progresa hasta la efusión
sanguínea, y él está confinado -¡ay, la palabra tabú!- en una habitación que de
puro blanco pierde la definición de sus contornos, entonces el contraste entre
el rojo vivo de la sangre y el blanco convierte la pantalla poco menos que en
un lienzo y la sala donde veamos la película en un museo… Bien puede decirse
que la película solo tiene un protagonista, el actor, quien sobrelleva con
éxito todo el peso de la misma. ¡Menudo chollo ese rostro, ese cuerpo y esa
soberbia capacidad interpretativa para cualquier director!
De
más está decir que la sociedad en la que se vive de ese modo apenas nos es
descrita, como si la aventura del personaje sucediera extramuros de la misma:
una ciudad de la que solo conocemos el tráfico, algunas colas, como la del
restaurante y poco más. Se trata, en consecuencia, de una aventura individual
en un mundo de altísima tecnología y de grandes divos y divas del espectáculo
cuyas vidas orgánicas, no sus peripecias sentimentales, son el objetivo de los
fans. Y la película comienza así, con un cliente que va a la empresa del
protagonista para que le inyecten el herpes de una cantante por la que siente
algo más que admiración el cliente.
Cuando
el protagonista consigue acceder a la «diosa» cuya enfermedad él mismo está «disfrutando»
y se percata de que es una enfermedad irremediable, aparece un verdadero monstruo
de la pantalla: Malcom McDowell -cuyo hijo, por cierto, también es un prometedor
director, tal y como he criticado en este Ojo-, un actor cuya sola
presencia le confiere una entidad al relato que compensa la indeterminación, la
nebulosa del mismo. Al proceso de deterioro físico que acompaña al protagonista,
quien parece envejecer a ojos vista, lo cual se traduce en el uso obligado del
bastón, por el deterioro que sufre por haberse inoculado un virus peligroso -dado
que, para entendernos, el protagonista sería algo así como un yonqui de los virus,
siempre pendiente de «inyectarse» lo más excitante que aparece en el mercado, después de centrifugar la sangre en una suerte de máquina expendedora de las distintas sensaciones producidas por el virus- se
suma el hecho de haberse convertido en una mercancía viva para los replicantes
clandestinos de virus, quienes se aprovechan de semejante material precioso para
sus negocios.
Poco
a poco acaba cayendo en la red de quienes crearon un virus que la empresa del
protagonista alteró hasta convertirlo en
una enfermedad mortal que acabó con la estrella infectada y amenaza con acabar también
con el protagonista, quien se embarca en un intento de búsqueda de un antiviral
que pueda sanar a la artista… Y desde ahí sí que no puedo progresar más…
En
todo caso, el contraste entre el mundo oscuro de la especulación fuera del
sistema, con esos callejones y sótanos oscuros y cochambrosos, y el blancor de
la fachada impoluta del sistema revela la lucha, no entre el bien y el mal,
sino entre dos males perversos y aterradores…
No hay comentarios:
Publicar un comentario