Un drama familiar, un melodrama romántico y una fuerte
crítica social en una narración precisa, no exenta de artificio: el grito del
cine mudo…
Título original: Broken Blossoms
Año: 1919
Duración: 90 min.
País: Estados Unidos
Dirección: D.W. Griffith
Guion:D.W. Griffith, Thomas Burke
Música: Película muda
Fotografía: G.W. Bitzer (B&W)
Reparto: Lillian Gish, Richard Barthelmess, Donald Crisp, Arthur
Howard, Edward Peil Sr., George Beranger, Norman Selby.
Después
de los esfuerzos gigantescos de Nacimiento de una nación y de Intolerancia,
Griffith rodó unas cuantas películas de relativo bajo presupuesto y de pocos
personajes, retratos íntimos, por así decirlo, con conflictos muy definidos y a
los que aplico, sin embargo, su poderoso poder narrativo. La presente, Lirios
rotos, rodada en un estudio que recrea muy fielmente un sórdido barrio
londinense, Limehouse, contiguo a Pennyfields, el antiguo barrio chino de la
ciudad. En esa frontera entre ambos, imagino, se ubica, pues, la acción, tan sucinta como
contundente es el tratamiento dramático de la misma por parte de Griffith,
quien valoró muy objetivamente de lo que era capaz Lillian Gish en un papel con
el que demostró lo que ya era vox pópuli: su magisterio interpretativo
indiscutible, algo que supo ver muy bien Charles Laughton cuando la reclutó para
esa película singularísima suya que es La noche del cazador.
La
historia arranca con la decisión del coprotagonista, Richard barthelmess, un
chino budista, de llevar la buena nueva de su pacífica religión sin dios a
Occidente, razón por la cual se instala en Londr4es, donde regenta un negocio
que le permita sobrevivir y captar prosélitos a los que impartir la doctrina
que él profesa. La protagonista, que vive en su vecindario, Lillian Gish, Lucy,
es la hija de un boxeador muy amigo de la cerveza y de las mujeres, y a quien
controla su manager para evitarle cualquier exceso. Ambos, padre e hija
viven en una casa miserable, «dickensiana» podríamos decir, en la medida en que
Lucy sufre horribles malos tratos por parte de su padre quien la golpea hasta
hacerle perder el sentido, y por cualquier cosa.
Un
día, andando por el barrio, Cheng Huan, que ya admiraba desde la distancia la
belleza y delicadeza de Lucy, la defiende de la aproximación malintencionada de
un turbio compatriota y le regala unas flores. Poco después, Lucy sufre un
despiadado ataque por parte de su padre y huye de la casa para acabar refugiándose
en la tienda de Cheng, quien la trata con una dulzura y respeto que el permite
ganarse el afecto de la criatura. La delicadeza del intercambio de miradas,
cuando él refrena su deseo de besarla y se recoge en la distancia del respeto
constituye una escena que preludia el terrible comienzo del desenlace, porque,
finalmente, al boxeador le llega el chivatazo de que esta en la tienda del
chino, algo que su manifiesto racismo ve como la mayor de las ofensas que su
hija podría hacerle. Robada por sus compinches a Cheng, y devuelta a su casa,
la hija huye del padre y se esconde en una suerte de habitación interior desde
donde grita con horror para defenderse de la violenta reacción de su padre, quien,
armado con un hacha, destroza la puerta para atrapar a su hija. Gish, una dulce
belleza delicadísima, consigue exhibir tal portento de dramatismo en su
interpretación de la angustia y el miedo que la domina, que es capaz, sobre la
música que acompaña esa secuencia, de hacernos oír nítidamente su grito,
rompiendo una barrera que aún llevaría casi una década tumbar definitivamente.
Tan desgarradora fue su interpretación y tan restallantes sus gritos de horror que se congregó alrededor del set de rodaje un nutrido grupo de curiosos
alarmados por ellos.
La
historia, aunque sencilla, incluye algunos flashbacks que nos permiten conocer
los antecedentes de los personajes: la historia de Cheng, los éxitos deportivos
del padre que ahora boxea en antros por cuatro cuartos y la propia hija que
recibe de las prostitutas de los bares de la degrada zona en la que vive
consejos para apartarse de los hombres y no casarse nunca. Lo cierto, sin
embargo, es que la protagonista representa la candidez y la pureza en grado
extremo, a lo que contribuye la propia fisonomía de la actriz, tan frágil y
bella, y de quien Griffith consigue primeros planos auténticamente
espectaculares, así como también, los de su sufrimiento, totalmente
desgarradores.
La
película creo que puede ser considerada un melodrama en los bajos fondos de la
ciudad, y cómo incluso en un ámbito tan degradado es capaz de florecer el amor
más puro, aunque, como el título indica, Broken Blossoms, es un
florecimiento al que le sigue, casi sin solución de continuidad, el
marchitamiento. Retengamos, por ejemplo, el gesto de trazarse una sonrisa con
los dedos que hace la protagonista para luchar contra la adversidad fatal en la
que sobrevive. Hace poco lo empleaban las dos protagonistas de Tres
corazones de Benoît Jacquot, supongo que en homenaje a la actriz y a esta película
tan emotiva.
Los
exteriores de estudio permiten al autor conseguir un juego de sombras y
neblinas que difuminan la imagen hasta crear la impresión de que las brumas
portuarias son una suerte de motivo escénico. De hecho, las andanzas de los
personajes por ese barrio son algo así como una danza de sombras en las que
destacan ciertos objetos que adquieren vida propia, como las flores o la prenda
de seda estampada con que viste Cheng a la joven desharrapada que sufre la
obscena violencia de su padre.
La interpretación
del padre y la de la hija consiguen un plus de realismo que nos lleva a
considerar la película como una denuncia social del desamparo en que vivía ciertos
hijos con semejantes padres. El contraste entre la casa de la protagonista,
emblema de la sordidez y de la pobreza, y la casa refinada de Cheng nos habla
bien a las claras, por la reacción racista del padre, “¡su hija con un chino!”,
de dos mundos paralelos que no se cruzan, y que, cuando lo intentan, se desata
la tragedia.
Insisto,
es una película intimista, «de personajes», descritos a la perfección por la cámara
de Griffith, sobre todo a través de los primeros planos y del archiexpresivo lenguaje
de la mirada, y con una acción muy simple que no se despista en ramificaciones
que le hagan perder la dramática intensidad que exhibe. Muchas actrices
contemporáneas aprenderían no poco si estudiaran detenidamente la magnífica lección
de interpretación que nos ofrece Lillian Gish, una trabajadora infatigable cuya
carrera se extendió a lo largo de 80 años de trabajo ininterrumpidamente. ¡No
se la pierdan!
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