Una wit comedy llena de ingenio, brillantez y con un
principio y un final antológicos. Si la hubiera firmado Lubitsch, hoy la
aclamaríamos como una joya.
Título: On approval
Año: 1944
Duración: 80 minutos.
País: Inglaterra
Director: Clive Brook
Guion: Clive Brook (sobre una
obra de Frederick Lonsdale)
Música: William Alwyn
Fotografía: C. Friese-Greene
Reparto: [Narrador: E.V.H.Emmett.] Clive Brook, Beatrice Lillie, Googie
Withers y Roland Culver.
Descubrí
a Clive Brook en La ley del hampa,
de Sternberg, que acabo de criticar hace poco en este Ojo. Enseguida me
llamo la atención el empaque físico a lo Cary Grant, la elegancia del actor de
origen inglés, su dicción exquisita y un parecido inusual, en algunas tomas de
esa película, con Edward Norton. Leí sobre él y descubrí que, además de sus 103
películas como actor -curiosamente la última fue El último de la lista,
de John Huston, también aquí criticada, tras un parón de casi 20 año en su
carrera-, Clive Brook había escrito y dirigido una película, esta, On approval.
Tuve la suerte de que estuviera en YouTube y he tardado un suspiro en ver de qué
era capaz tan exquisito e inteligente actor.
La
respuesta no ha podido ser más satisfactoria. On approval es un
delicioso juguete cómico, una wit comedy, al estilo de las obras de
Oscar Wilde y con un planteamiento muy moderno y crítico, en la línea de
maestros de la comedia como Lubitsch o Wilder. Después de una hilarante introducción
sobre la evolución de las costumbres sociales y cómo se va definiendo el
apresurado, el veloz mundo moderno -la película se abre con unas imágenes de
guerra y enseguida la voz en off aclara que no, que no va a ser «otra» película
de guerra más (estamos en 1944, no lo
olvidemos)- el narrador fija su atención en unos personajes pertenecientes al viejo
mundo que cambiaría radicalmente con la Gran Guerra y nos sitúa ante dos bachelors
arruinados, uno de los cuales, el décimo
duque de Bristol es invitado a su propia mansión para una fiesta dada por la
anfitriona, una viuda norteamericana que se lo tiene alquilado.
En
cuanto los dos bachelors se unen, uno de ellos le comunica al otro que va a
tratar de casarse con una viuda rica, amiga de la anfitriona, para solucionar
su delicada situación económica. El duque trata de disuadirlo, pero, finalmente, los dos futuros
comprometidos acuerdan un original «periodo de prueba»: convivir durante un mes
en la casa escocesa de la Viuda, en una pequeña isla a la que hay que llegar
con un bote de remos desde el continente, esto es, desde la Gran Bretaña. El
atrevimiento de semejante periodo matrimonial llama la atención de la viuda
usamericana, quien se alía con el duque para «acompañarlos» en tan «singular»
aventura, para contrariedad de los dos «tórtolos», aunque la decepción del
aspirante es manifiesta cuando la futura novia le dice que tendrá que retirarse
a dormir a la posada que hay al otro lado de la pequeña isla. Al final,
aparecen los cuatro en la casa, porque el hostal donde habían reservado
habitaciones está lleno y, en consecuencia, han de hospedarse todos en ella, lo
cual, dado la «anómala» situación, dos solteros durmiendo bajo el mismo techo
que dos viudas, obliga a la ama de llaves a irse de la casa, llevando consigo
toda la servidumbre.
A
partir de ese momento, la descripción de la idílica vida en común de los cuatro
personajes, cada cual con sus flaquezas, se irá complicando, como los típicas
comedias de enredo, hasta tal punto que las situaciones se invierten para provocar
los celos de los contrarios, lo que da pie a unas situaciones muy graciosas en
las que el equívoco constante provoca las sonrisas continuas de los espectadores,
dada la especifica idiosincrasia de cada uno de los personajes. Lo novedoso de
la situación, respecto de otros planteamientos es que la voz cantante social la
llevan las mujeres, cuya posición de dominio económico sobre los hombres bien
puede llevarnos a entender la obra como una película particularmente feminista,
dada la parodia que se hace constantemente de los viejos «nobles» arruinados,
como el décimo duque que no duda en venderse a sí mismo a través del título, a falta
de adornos personales de mayor fuste.
Es
evidente que estamos ante una película ingeniosa en la que las respuestas
rápidas y llenas de ironía, y hasta sarcasmo, son la salsa de la representación.
Todos, los cuatro, hombres y mujeres, las reparten por igual, y con la misma
eficacia. Es, por lo tanto, sustancial no perder ripio del juego de réplicas y
contrarréplicas que se suceden en cada escena y que satisfacen el gusto del
paladar más exigente, y ahí Clive Brook, el padre de este proyecto y su
verdadero impulsor, tiene una responsabilidad total. Me recuerda otra película única
de un actor igualmente único: La noche del cazador, de Charles Laughton,
salvando las distancias, y los géneros, por supuesto.
Como
dije con anterioridad, la película tiene un prólogo que marca desde el comienzo
el fino humor de todo el desarrollo de la historia, pero tiene un final onírico
en clave de parodia que es una delicia absoluta. Seguro que los amables
lectores de estas críticas me agradecerán que les haya descubierto esta joyita
ignorada, perdida en esos anaqueles de YouTube en los que tanta calidad fílmica
ignorada aguarda aún, como el arpa de Bécquer, una mano que descubra la música
que hay en esos títulos «polvorientos».
A modo
de aperitivo, transcribo, gracias IMDB, una muestra del tipo de diálogos que
pueden seguirse en la película:
George, 10th Duke of
Bristol: She's not crying because I said she was forty-one. She's crying
because she is forty-one.
oOo
George: You needn't
try to lock your door, Maria. Only the rain will want to come in.
oOo
George: [affectionately]
There is only one woman in the world I would ask to be the Duchess of Bristol.
Helen Hale: That's
very interesting.
George: If you ask me
who she is, I will tell you.
Helen: [lovingly] Who
is she George?
George: You, Helen.
Helen: I'm very
touched and very flattered.
George: And I am very
happy.
[George leans in to
give Helen a kiss, when Helen tilts her head at the last minute to avoid it
being a kiss on the lips]
George: Ahh.
Helen: Thank you,
George. I suppose there's only one woman in this world who'd refuse to be the
Duchess of Bristol, and if you ask me who she is...
George: Who is she
then?
Helen: Me, George dear.
George: Do I hear
correctly?
Helen: You're hearing
perfect.
George: You refuse to
be the Duchess of Bristol?
Helen: I do.
George: May I ask why?
Helen: Only because
you happen to be the Duke.
oOo
George: Did you know
her late husband, Arthur Wislack?
Richard: Did I know
him? Did I watch him with murder in my heart? Treating that divine creature
with cruelty and neglect, and eventually die of drink.
George: He hated drink.
Richard: Then why did
he?
George: He chose it as
the most agreeable way of being unconscious while waiting his release.
oOo
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