domingo, 19 de abril de 2020

«Encontré al diablo», de Kim Jee-woon y «Confession of Murder», de Jung Byung-gil, dos variaciones coreanas sobre la venganza.

Encontré al diablo
Confession of Murder


Entre la violencia extrema y la extrema inteligencia: dos planteamientos opuestos y similares sobre el gran fundamento del western: la sed de venganza.

Título original: Angmareul boatda (I Saw The Devil)
Año: 2010
Duración: 144 min.
País: Corea del Sur
Dirección: Kim Jee-woon
Guion: Park Hoon-jung
Música: Mowg
Fotografía: Lee Mo-gae
Reparto: Lee Byung-Hun, Choi Min-sik, Jeon Gook-hwan, Oh San-ha, Kim Yun-seo, Choi Moo-sung, Kim In-seo

Título original: Naega Salinbeomida (Confession of Murder) (I'm A Killer)
Año: 2012
Duración: 119 min.
País: Corea del Sur
Dirección: Jung Byung-gil
Guion: Jung Byung-gil, Won-Chan Hong, Kim Dong-Kyu
Música: Kim Woo-geun
Fotografía: Kim Gi-tae
Reparto: Jung Jae-young, Park Shi-hoo, Jung Hae-kyun, Kim Yeong-ae, Choi Won-young, Jo Eun-ji, Jong-gu Kim, Oh Young, Woong Park, Bae Sung Woo, Mi-ja Jang, Jung-Hee Nam, Ji-a Min, Jae-seung Ryu, Jang Gwang, Lee Jae-Goo, Kim Do-Yeon, Son Jong-hak.

         He de reconocer que la primera de estas dos películas no es manjar apto para todos los paladares y que la mucha crudeza de sus imágenes puede provocar no solo un fuerte rechazo, sino también alguna reacción gástrica no controlada, dependiendo de la sensibilidad ante el furioso e incontenible derramamiento de sangre, unido a otros extremos de violencia que llevaron a la película a ser prohibida en su país de origen, hasta ser estrenada con una versión expurgada. Ello no obsta, sin embargo, más allá del gore, innecesario, desde mi punto de vista, para que Encontré al diablo sea una magnífica película en la que la atracción nietzschana del abismo se apodera, finalmente, de quien quiere limitarse, en principio, a vengar la muerte de su mujer a manos de un psicópata asesino en serie, con quien acaba entablando un juego sádico que pretende reproducir el dolor, el sufrimiento y el horror que sufrió la víctima a manos de su asesino.
Un agente secreto, siempre atareado, recibe la llamada de su mujer, quien se ha quedado detenida en su coche, por un pinchazo, y está esperando la llegada de la grúa para que se lo reparen. En esas aparece el psicópata y la secuestra, para torturarla y, posteriormente, descuartizarla. En el proceso a ella le cae el anillo a la alcantarilla por donde desagua la sangre, como única prueba de que estuvo allí y allí fue asesinada. Ella es hija de un comisario de policía retirado, con quien se conchaba para que su yerno investigue la autoría de tan cruel asesinato e incluso «ejecute» al responsable completamente al margen e la ley.
Una vez que el protagonista, silencioso, eficaz y contundente, acaba descubriendo al asesino, lo maltrata hasta la extenuación y después le obliga a beber un chip que le permite al protagonista seguir sus movimientos, de modo que siempre aparece justo cuando está a punto de seguir cometiendo sus horrorosos asesinatos. En ese momento aparece y vuelve a tundirlo y a destrozarle alguna extremidad que merma su capacidad física, en un plan diabólico para irlo reduciendo poco a poco a la inutilidad.
Lo que está claro es que el proceso de transformación interior del protagonista, quien, enfrentado a un «compañero» de su perseguido, antropófago por más señas escalofriantes, es calificado por los maltratados salvajes como «uno de los nuestros», por el retorcimiento mental de disfrutar exacerbadamente con el sufrimiento ajeno, abre una perspectiva de conflicto interior que asoma muy acusadamente en el último tercio de película, cuando la trama se complica, porque el asesino logra defecar el chip, lo que hace imprevisible sus movimientos; esa «invasión» de la maldad en sí mismo, esa devoción al culto satánico que supone recrearse en el poder de infligir el dolor ad libitum, genera una angustia con la que no puede por menos de empatizar el espectador, aunque, al mismo tiempo, por la propia tradición de estas películas de “venganza”, desea igualmente que el malvado se lleve su merecido, y es capaz de justificar moralmente semejante perversión incluso dentro de un sociedad sometida a las leyes: ¡los códigos cinematográficos!, que no necesariamente coinciden con  los reales.
La película cumple muy satisfactoriamente con los propósitos de este tipo de aventuras vengadoras: el protagonista no ceja en su empeño -aunque en esta juegue con notable ventaja- y la narración incorpora suficientes dosis de suspense como para mantener al espectador acongojado por el destino de algunos personajes secundarios que…Ahí lo dejo. Digamos, bíblicamente, que de la roca brota el manantial y espero que así nos entendamos in quedar yo como un chivato chafador…
Confession of murder , no estrenada comercialmente en España, salvo en su versión de vídeo -ambas se pueden ver en Filmin- es muy distinta de la anterior, básicamente porque se añade una dimensión espectacular y un cierto y controlado sentido del humor que están completamente ausentes en la anterior, todo un ejercicio de concentración, ¡casi de mindfulnes!, en la determinación vengativa del protagonista. En la presente, hay un guion mucho más estructurado y con unos giros argumentales que recuerdan, vagamente, eso sí, a House of  Games, de David Mamet. Destacan, por otro lado, las secuencias de acción, verdaderamente magistrales y en las que el sentido del humor, casi de comedia del género slapstick del cine mudo, divierte muy legítimamente, sin apartarnos de la escalofriante historia de sadismo criminal que hay detrás. Digamos, en todo caso, que en Confessions of Murder estamos más cerca de una película de intriga al estilo de los planteamientos clásicos del whodunnit?  que de la película de asesinos psicópatas en serie, a la que pertenece Encontré al diablo («dentro de mí», podrían haberla subtitulado, al estilo de la novela de Jim Thompson…).
Un inspector de policía persigue a un asesino en serie que, tras una persecución vertiginosa, no solo logra escapar, sino que también lo desfigura cortándole la cara en la que le deja una cicatriz permanente que, a pesar de algunas sugerencias que se oyen de que se la arregle con cirugía, el protagonista prefiere mantener casi como un compromiso vital constante para acabar dando con el asesino.
Pasados los quince años a que se ha reducido la pena del asesino, este sale de la cárcel, escribe un libro en el que cuenta sus crímenes y se convierte en un star system de la redención, lo que nos lleva a una dimensión social de la película, la reacción de la sociedad y de los medios de comunicación que convierten a un asesino en una estrella mediática, un símbolo del triunfo individual a pesar del lastre de su pasado, lo que incluye hasta un club de fans femenino, porque el mozo, todo ha de decirse, es joven y guapo como cualquier actor de cine o cantante de moda. Los programas de televisión sensacionalistas no dudan en explotar la rivalidad que ha surgido entre el asesino y el detective que le persiguió sin suerte, y convocan un enfrentamiento en un plató televisivo muy bien diseñado, porque continúa haciendo progresar la acción con una tensión narrativa muy digna y nada tramposa. En esto, sin embargo, cuando están en pleno enfrentamiento televisado, se cuela una llamada telefónica de una persona que reivindica ser el asesino al que el detective buscaba y que, por supuesto, está en libertad y a punto de que expire el plazo para la prescripción de sus delitos, lo cual le permite reivindicar el protagonismo que no quiere que se lleven ni el ahora falso escritor de las Memorias de un asesino, ni el detective incompetente que no logró encarcelarlo…Como se advierte, estamos, pues, ante un juego de verdades y mentiras que garantizan la atención de unos espectadores subyugados por él y por las posibilidades que se abren con tantos giros en el guion. Y hasta aquí, claro, el resto ya cae del lado del placer individual o en grupo… de los espectadores. Sí he de decir que la realización de las secuencias de acción no tienen nada que envidiar a las mejores del cine usamericano, con las que compite de tú a tú, y que son de lo mejorcito de la película, porque, además, afectan al desenlace… Bueno, en estos casos no diría de la primera, «a disfrutarla», porque el carácter hipersanguinario de la misma no lo permite; pero sí de la segunda,  sobre todo por esa crítica implícita al fenómeno de la creación de ídolos sociales en una sociedad de consumo que incluso consume asesinos supuestamente rehabilitados, a pesar de la atrocidad de sus crímenes. Por descontado que en la segunda hay, también, una historia de amor muy intenso, como en la primera, y que detrás de ese asesino no solo va el inspector, sino también la familia de la víctima, que juega el rol a medias cómico y a medias trágico en la historia. Me parece una buena muestra de la calidad de un cine, el surcoreano cuya realidad han reconocido los Oscar este año pasado. Por cierto, del director de Parásitos, Bong Joon-ho, los aficionados pueden ver una película estrechamente relacionada con estas dos, con lo que vería una perfecta trilogía del nuevo cine negro asiático: Memories of Murder («Crónica de un asesino en serie»), con una realización sensibilísima y unas interpretaciones que ya auguraban la calidad de las de Parásitos.


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