martes, 28 de abril de 2020

«Frances Ha» y «The Meyerowitz Stories» de Noah Baumbach, o la transparencia de las fuentes…




Entre Allen y Rohmer, una exploración de los destinos humanos y la desorientación vital… 

Título original: Frances Ha

Año: 2012
Duración: 86 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Noah Baumbach
Guion: Noah Baumbach, Greta Gerwig
Fotografía: Sam Levy (B&W)
Reparto: Greta Gerwig, Mickey Sumner, Adam Driver, Michael Esper, Grace Gummer, Charlotte d'Amboise, Michael Zegen, Patrick Heusinger, Justine Lupe 

Título original:  The Meyerowitz Stories
Año: 2017
Duración: 110 min.
País:  Estados Unidos
Dirección: Noah Baumbach
Guion: Noah Baumbach
Música: Randy Newman
Fotografía: Robbie Ryan
Reparto: Adam Sandler, Ben Stiller, Dustin Hoffman, Grace Van Patten, Elizabeth Marvel, Emma Thompson, Candice Bergen, Adam Driver, Sakina Jaffrey, Rebecca Miller, Danny Flaherty, Mickey Sumner, David Cromer, Andre Gregory, Matthew Shear, Annabelle Dexter-Jones, Adam David Thompson, Sigourney Weaver, Ronald Peet, Hannah Mitchell, Judd Hirsch, Josh Hamilton, Gibson Frasier, Jordan Carlos, Benjamin Thys, Lyne Renee, Gayle Rankin, Michael Chernus, Cindy Cheung, Mandy Siegfried, Victor Cruz, Joel Bernstein, Jerry Matz, Carlos Jacott.

Baumbach es un director «de moda» por su última película Historia de un matrimonio, sobre el proceso de divorcio de una pareja de artistas a la búsqueda del éxito individual. Como ya la he criticado en este Ojo, no insistiré sobre lo que, a mi entender, es una obra fallida, con una sola escena de las de descubrirse ante los intérpretes... Prefiero centrarme en dos películas, una reciente, coral, y la otra más antigua, aunque Baumbach es, en términos de Historia del Cine, un autor recentísimo. Su ascendencia autoral está definida por Woody Allen, de un lado y por la Nouvelle Vague y Eric Rohmer, por otro. De hecho, uno de sus hijos, ignoro si por esa devoción, se llama Rohmer. 
Señalado el marco “artístico” y centrados en un escenario propio de Allen, Brooklyn, Nueva York, cualquier espectador ya sabe lo que puede esperar de unas historias centradas en la clase media alta de profesiones liberales y artísticas. En The Meyerowitz Stories, Baumbach nos cuenta la historia de un artista importante, pero no lo suficientemente reconocido, en cuyo domicilio se instala uno de sus hijos con supuesta vocación artística pero con un inequívoco fracaso social para mantener su independencia económica respeto del hogar familiar.
El artista, además de ser una persona que va auténticamente “por libre” sin  obedecer ningún convencionalismo social y ser emocionalmente inestable, también está seriamente enfermo, razón por la cual los tres hermanos habrán de lidiar con su responsabilidad para con él, mucha poca o nada, en función de las diferentes vidas que han llevado.
A pesar de no tener más sustancia que las relaciones familiares que, con motivo de un homenaje retrospectivo al padre, se someterán a una crisis de identidad, la película parece una película de acción, a juzgar por la cantidad de travelines que la salpican, porque el artista está constantemente en marcha, ni se sabe hacia dónde, pero sí que a un buen ritmo. Hoffman cumple las expectativas con total fiabilidad, y el resto del reparto, a pesar del marcado tono que tiene la película de haberse rodado sobre improvisaciones, levanta la verosimilitud de esta familia de frustrados que consigue crear un mínimo de interés hacia los entresijos de la big family que es (el padre ha tenido cinco matrimonios…).
Es la primera vez, creo recordar, que soy capaz de seguir una película en la que aparece Adam Sandler y con un protagonismo tan marcado, aunque enseguida las réplicas de Ben Stiller y de Hoffman suavizan, para el poco aficionado, la presencia de Sandler. Recordemos que el hijo, Sandler, necesita un trasplante de cadera de forma urgente, o sea que se suma a la inestable condición física del padre, y todo ello para recaer, como un fardo, en el hijo “no artista” de la familia que acude al rescate familiar como el Banco Central Europeo lo hizo al rescate de España en la última crisis.
Como el argumento gira en torno a las pequeñas cosas que forman la historia de una familia, no destaco nada, para que los espectadores se sumerjan en la vida de los “artistas” cuya saga alargará  en el tiempo la hija del hijo (Sandler) del escultor, Eliza (GraceVan Patten) quien se dedica a las películas pornográficas antisistema. No son pocos los guiños permanentes a la «vacuidad» y el fracaso de un buen número de los personajes, pero todo transcurre con el tono amable de las comedias de Allen y a nadie asusta nunca nada de la que cualquiera se proponga hacer en la vida. Otra cosa es que estemos ante una colección de almas sufrientes con muy poco recorrido vital, pero eso hay que verlo.
         En la línea de como he cerrado la critica de la familia Meyerowitz, Frances Ha[lladay] es una película que explora, casi sin piedad alguna, el fracaso existencial de una joven que a sus casi 30 años ha de reinventarse a través del recorte de sus ambiciones y el reconocimiento de su realidad, dejando de lado la pretensión común de, años después de haber abandonado la universidad, estar en camino de convertirse en alguien destacado, en este caso en el mundo de la danza, que es el escogido por la protagonista para tratar de «sacar cabeza» en un mundo competitivo hasta la extenuación y en el que solo los mejores, y con no poca ayuda de la suerte, llegan al estrellato.
La película, rodada en un blanco y negro extraordinario, con una banda sonora perfecta, tiene un defecto: la actriz principal, eje de la película, Greta Gerwig, excelente directora de Lady Bird y en menor medida de la última versión de Mujercitas, representa tan extraordinariamente bien la impotencia del personaje, su incapacidad para destacar y su personalidad anodina y nada interesante que el espectador realmente «sufre» con ella, un o tras otro, todos los tropiezos vitales que la llevan a ir reduciendo el horizonte de sus expectativas personales para realizar sus «anhelos de juventud».
Con ciertos tintes biográficos, Sacramento, donde viven sus padres, escenario de la «rebelde sin causa» Lady Bird, simboliza el regreso al punto cero, el fracaso absoluto, porque en Usamérica salir para el College significa iniciar la vida independiente, y «volver» acaba de los padres, sin expectativa de llevar esa vida independiente, se considera un fracaso. Los padres le dejan claro, por supuesto, que ellos no pueden mantenerla y, por lo tanto, ha de volver a la «jungla» neoyorquina donde intentar «establecerse».
La película se abre con ese modo entre superficial, frívolo y anticonvencional que se gastan los jóvenes que comparten piso y que van cambiando de residencia en función de los intereses de los colegas con quienes conviven, los amoríos o los cambios de estatus profesional. Frances Ha es, también, la historia de dos amigas que se distancian porque la propia vida de cada cual las lleva por distintos caminos y que van reencontrándose a lo largo de la historia de la protagonista, cuya soledad radical tiene tanto que ver con su radical inseguridad y la mínima confianza que tiene en sí misma, acomplejada siempre ante el éxito de los demás, pero, eso también se advierte, sin la disciplina para «forjarse a sí misma». En vez de una road movie, bien podríamos decir que Baumbach ha dirigido una room movie, porque el principal objetivo de la protagonista es tener «una habitación propia» en el mundo, es decir, un proyecto vital. Todo ello, además, se simboliza en el título de la película, un juego conceptual metafórico que cierra brillantemente una película en la que se sufre mucho, porque la mediocridad, si bien representada, suscita dolor y compasión en el espectador. Flaubert concibió Bouvard y Pécuchet como una obra «divertida», pero emana una tristeza de ella muy difícil de ser vencida por la risa circunstancial. Así pues, y a pesar de que el humor quiere colarse en la película, la triste historia de la joven, ¡tan transparentemente interpretada por Greta Gerwig, además!, domina las reacciones de este espectador, al menos. 
Como deudora de la Nouvelle Vague -la protagonista incluso llega a realizar un viaje a París, dentro de la estrategia del «darse pisto» que en modo alguna la satisface-, la película tiene muy hermosos exteriores de la ciudad de Nueva York, y, como propina, para sus seguidoras, Adam Driver tiene un papel hasta cierto punto relevante, de joven recién salido de Stranger than Paradise, de Jarmusch, muy distinto, físicamente, del que ha dominado la atención de las espectadoras con Paterson, del propio Jarmusch e Historia de un matrimonio, del director que nos ocupa.
A pesar del sufrimiento que supone ver durante hora y media cómo todo le va mal a un personaje incapaz de reconocer su propias limitaciones, un ser sencillo y emocionalmente fiel que recibe desplantes y desaires de quienes lo rodean, hay algo del viejo espíritu alternativo de Cassavetes en esta película, el de Sombras, de su debut en 1959. El contenido, ese diálogo permanente sobre las pequeñas cosas del vivir cotidiano es ya, sin embargo, herencia absolutamente francesa. Es decir, formalmente sus raíces son usamericanas y el contenido diegético de la historia de ascendencia europea. Sin ser una película redonda, es un camino que Baumbach, a juzgar por la otra película aquí criticada, decidió no seguir explorando. Digamos que su «musa» le tomó el relevo con la magnífica Lady Bird.
        

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