martes, 3 de agosto de 2021

«Dementia 13», de Francis Coppola, su ópera prima.

 


Entre la apuesta y el desafío: el primer largo del autor de El Padrino: Hallazgos y pifias, con predominio de los primeros. 

 

Título original: Dementia 13

Año: 1963

Duración: 75 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Francis Ford Coppola

Guion: Francis Ford Coppola, Jack Hill

Música: Ronald Stein

Fotografía: Charles Hanawalt (B&W)

Reparto: William Campbell, Luana Anders, Bart Patton, Mary Mitchel, Patrick Magee, Eithne Dunn, Peter Read, Karl Schanzer, Ron Perry, Derry O'Donavan, Barbara Dowling.

 

         Después de rodar The young racers, Roger Corman, para quien trabajaba Coppola como ayudante de dirección, le dijo que le habían sobrado unos 20.000 dólares, y que los podía invertir en una película «rápida», esto es, una semana de rodaje, con algunos de los actores con los que Corman acababa de trabajar y en una localización cercana. Coppola, supongo que desesperado por dirigir un largo, aceptó el desafío, consiguió algo más de dinero y se lanzó a la aventura. Había de rodar una película de terror y se puso a ello con la vehemencia y falta de prejuicios propia de su relativa temprana edad, 24 años. Urdido en menos de 24 horas, el guion de la historia respetaba escrupulosamente los códigos del cine de suspense y terror, y Coppola lo rodó con un inicio deslumbrante: una toma cenital de un embarcadero y un bote recortados, en blanco, sobre el agua oscura de un lago: algo así como un cuadro abstracto. Los primeros compases, en los que una pareja mal avenida, se pelea en torno a una futura herencia de la madre de él, con la amenaza incluida, para ella, de que él, un cardiópata, si se muriera de un ataque al corazón, la privaría de heredar ni un céntimo. Que es exactamente lo que ocurre. Fuera por el exceso de remar o por lo que fuera, el caso es que él cae fulminado en el bote. En vez de regresar a la orilla y pedir auxilio. Decide hundir el cadáver en el lago y, con sigilo y astucia, generar una coartada para justificar su ausencia, mediante un viaje rápido e inexcusable que lo retendría durante un tiempo en Nueva York.

         A partir de entonces, todo se centra ya en la familia y en el castillo en el que habitan, en cuyo estanque privado se ahogó la hija pequeña de la familia en la infancia, y cuyo recuerdo sigue muy presente, lo que incluye una suerte de funeral recordatorio que se celebra cada año. Enseguida aparece un personaje siniestro, hacha en mano, que va provocando unas muertes por decapitación que se extienden a la protagonista, por supuesto, quien, en un intento de generar la demencia en la madre, a través de los objetos propios de la hija, acaba siendo acorralada y ejecutada por el misterioso asesino cuya identidad permanece en secreto hasta el final de la película, aunque, a modo de Mcguffin, aparece un extraño doctor, Patrick Magee, hacia quien se dirigen todas las miradas inculpatorias o sospechosas. Los dos hermanos que viven en el castillo, uno de ellos escultor, quien recibe a su novia en él, recién llegada de Usamérica, parecen tener una participación notable en la generación del suspense, porque nunca queda clara su relación con la hermana fallecida.

         La trama, ya se advierte, quiere aprovecharse del «efecto Psicosis» de Hitchcock, e incluso Corman, a quien le disgustó que Coppola no hubiera puesto más cadáveres en el asador, rodó un preámbulo avisando del test que se había de pasar para, según el resultado, poder ver la película sin riesgo para la salud. Muy exagerado todo, como corresponde al mago del cine B, pero, por el camino, Coppola fue capaz de rodar algunas secuencias brillantes, si bien todas ellas nocturnas, porque en la serie B casi todo parece ocurrir en penumbras que alivian los gastos de producción. Coppola define bien los personajes, disemina con astucia las sospechas y se aprovecha de algunos actores cuya sola presencia, como la de la madre, Eithne Dunne, cuya devoción/obsesión por la hija fallecida asume la más genuina expresión de la perturbación psicológica. Se ha de poner el énfasis, en esta película sin pretensiones, en la capacidad de crear una atmósfera al servicio de una historia en la que la «demencia» parece afectar, de muy diversas formas, a casi todos los personajes que forman parte de ella. El castillo contribuye poderosamente a conseguir ese efecto de película de asesinos crueles y sorprendentes en quienes los espectadores jamás piensan durante el desarrollo de la historia. Si no hay castillo inglés o irlandés sin su fantasma correspondiente; en este de Haloran se ha sumado a la fiesta un asesino cuya motivación no conoceremos hasta el final.

         Muy curioso, en las potentes imágenes de la inmersión de la esposa del marido fallecido de infarto, el cambio de prenda interior inferior, muy distinta dentro o fuera del agua, aunque ello no quita para que esa secuencia de su asesinato y su paseo por el césped de la explanada del castillo sea de lo más conseguido de la película, que cumple suficientemente con su objetivo: crear un suspense y llegar hasta el final sin que sea evidente, a pesar de alguna pista esparcida con antelación, la autoría del malhechor. Otra cosa es que el desenlace esté a la altura de lo que serían las expectativas razonables para una película tan modesta, pero lo importante era el aprendizaje, imagino, lo cual convierte esta ópera prima en una auténtica «rareza» en la carrera de quien inicio su andanza realizadora como Francis Coppola, antes de añadir el Ford que todo amante del cine debería de incorporar a su nombre, fuera cual fuese…

 

 

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