martes, 24 de agosto de 2021

«Señal de parada», de Léonide Moguy, pero, ¡ojo!, con Ava Gardner…

 


Un thriller de serie B con poderosas interpretaciones y la presencia fastuosa del «animal más bello del mundo»… El claroscuro de los tópicos exhibidos con sabia artesanía.

 

Título original: Whistle Stop

Año: 1946

Duración: 85 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Léonide Moguy

Guion: Philip Yordan. Novela: Maritta M. Wolff

Música: Dimitri Tiomkin

Fotografía: Russell Metty (B&W)

Reparto: George Raft, Ava Gardner, Victor McLaglen, Tom Conway, Florence Bates, Jorja Curtright, Jane Nigh, Charles Drake, Jimmy Ames, Charles Wagenheim, Mack Gray, Charles Judels, Carmel Myers, Broderick O'Farrell, Robert Homans.

 

         Moguy, nacido en la Rusia soviética y compañero, en su momento, del documentalista Dziga Vertov, no tardó en emigrar a Usamérica y, posteriormente, a Francia e Italia. Se trata, por lo tanto de un director muy curtido que, sin embargo, como él mismo confesó, sobre todo en su época usamericana, no pudo hacer las películas como a él le hubiera gustado. Señal de parada sería el paradigma de esas limitaciones, aunque se ha de reconocer que Moguy supo defenderse bastante bien en ese ambiente lleno de limitaciones e incluso consigue en su película algún acento personal que no basta, con todo, para convertir la película en un clásico. Ciertos fallos de guion y la presencia estelar de George Raft, en un papel alejado de los de gánster  que le dieron la fama, no acaban de conferir a la historia la verosimilitud que requiere, por ejemplo, que ¡nada menos que Ava Gardner! esté loquita de amor por ese inexpresivo hombretón que, ¡a sus casi cincuenta años!, aún vive en casa de sus padres, sin trabajar y atrapado por partidas de póker que en modo alguno lo sacan de pobretón.

         La llegada de la protagonista al pueblo del que salió para «hacer carrera» en Chicago, de donde vuelve, desplumada y con un abrigo de visón, para tratar de rehacer su vida, es una secuencia clásica del cine en que la llegada de la hija pródiga va a trastocar el presente incierto de quien una vez fue su pareja y ahora, al ver que ella se acerca a su rival de siempre, el dueño de un antro, El Flamingo —con su correspondiente neón para el plano desde detrás del coche que aparca en su puerta—, que le ofrece, al menos, un futuro algo más confortable que el amor sin provecho de su antiguo amor. De más está decir que la mera presencia física de la señora Gardner, y el modo como «juega» con ambos rivales, es de lo mejorcito de la película, ¡y esa bata con la que sale al portal, a contraluz, y se sienta en el porche junto al bruto enamorado! La presentación del rival de Raft, el siempre elegante Tom Conway es una escena magnífica, porque de una mesa de póker donde se concentra la luz que aísla a los jugadores en el hechizo del tapete y sus amargos sueños, pasamos a la apertura de las cortinas que inundan de luz el local: una barbería en la que aparece el dueño del Flamingo para que lo afeiten, marcando, de paso, la distancia del quién manda frente, al menos, dos de sus empleados, un guardaespaldas y un barman, ¡nada menos que el  ganador del Oscar Victor McLaglen, actor fordiano por excelencia, y aquí un roba escenas de marca mayor, porque, a su lado, Raft parece un verdadero aficionado.

         Como la historia está construida con los mimbres de la humillación y la pusilanimidad del protagonista, que, aunque tuvo agallas para enfrentarse a puñetazos a su rival —un flash-back de esos en que los departamentos de maquillaje y vestuario se las ven y se las desean para convertir a un mocetón cincuentenario en un joven  con aire de estudiante de college—, ahora no quiere enajenarse, por esa vía violenta, la posibilidad de que la protagonista acabe eligiéndolo a él, en vez de al rico rival, ha de ser su amigo del alma y compañero de cartas, McLaglen, quien  planee un atentado para deshacerse de su jefe, quien usa el negocio como tapadera para otros más lucrativos. Lo que no esperan  ni uno ni otro de los emboscados es que Mary, la Gardner, descubra el plan y evite que el protagonista «se pierda».

         La historia de complica cuando los dos amigos van a hacer las paces con el rival y lo encuentran muerto en el suelo, cuando ambos iban camino de la iglesia para asistir a la boda de la hermana de Raft; pero el camino que falta para llegar al desenlace, lleno de algunos giros de guion bastante aceptables, lo han de recorrer los espectadores por ellos solos.

         Lo que no quiero dejar de mencionar es que, como buena película de intriga que se precie, hay algunas secuencias muy notables en una feria, lo que convierte ese espacio festivo en un escenario privilegiado en el mundo del cine. Algo de foro tiene la feria y de microcosmos donde se revelan las pasiones humanas, y ahí es donde, por ejemplo, se produce la agria ruptura del protagonista con la novia que había sustituido a Mary, lo que dará pie, posteriormente, a una excelente secuencia en el hospital, pero ya lo irán viendo.

         Finalmente, quede constancia de que, a pesar de esos pequeños «desajustes» de guion, la película se sigue con notable fluidez e interés, algo de lo que se percató Tarantino, sin duda, uno de los principales valedores de la cinematografía de Moguy.

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