miércoles, 11 de agosto de 2021

«Una chica cortada en dos», de Claude Chabrol, eterno…

 

Un regreso a sus fundamentos: el poder del deseo de poder…

 

Título original: La fille coupée en deux

Año: 2007

Duración: 115 min.

País:  Francia

Dirección: Claude Chabrol

Guion: Claude Chabrol, Cécile Maistre

Música: Matthieu Chabrol

Fotografía: Eduardo Serra

Reparto: Ludivine Sagnier, Benoît Magimel, François Berléand, Mathilda May, Caroline Silhol, Marie Bunel, Valeria Cavalli, Etienne Chicot, Thomas Chabrol.

 

         Un aficionado de FilmAffinity, Godotx, califica la película de un modo tan taxativo que bien podría, el broche de su minicrítica, ahorrar la mía: «Es cine 100% Chabrol, para lo bueno o para lo malo». Está claro que Chabrol tiene, tras una carrera tan larga, esta me parece que es la septuagésimo primera de su extensa obra, detractores y defensores imagino que a partes iguales. Tiene su mundo, sabe cuál es su jurisdicción y se mueve por ella con la seguridad de quien ha explorado las miserias humanas en todos los ambientes habidos y por haber. Cualquiera de sus seguidores, pues, puede percibir un déjà vu que lo reconcilia con el autor y con sus temas, con su manera oblicua de ir presentando la trama y sus aceleraciones en el desenlace que nunca sabemos por dónde puede venir, después de haber sembrado no pocas pistas.

         Acaba de dimitir Andrew Cuomo, estrella rutilante de los Demócratas usamericanos por abusos sexuales basados en su poder, más que en su discutido encanto, y esta película de Chabrol tiene la virtud de sumarse a esta ola revisionista de ciertos comportamientos machistas que se han convertido en formas de agresión que buscan la impunidad. Es cierto, no obstante, que en esta historia hay un doble proceso de seducción de la misma mujer, la presentadora del espacio del tiempo en una cadena local, por parte de dos hombres de muy diferente naturaleza: el exquisito y curtido novelista  Charles Saint-Denis, con libro recién aparecido en el mercado y del cual firmará ejemplares en la librería que regenta la madre soltera de la protagonista, Gabriell  Deneige, la más que convincente Ludivine Sagnier, a quien hemos visto hace bien poco en el musical Las bien amadas, de Cristophe Honoré; y el impulsivo y algo alocado heredero de un imperio farmacéutico, Paul Gaudens, interpretado por un excelente Benoît Magimel, que es capaz de poner en tensión al lucero del alba así que irrumpe en cualquier plano, seguido por una suerte de guardaespaldas que le impide hacer cualquiera de los disparates que estamos seguros que podría hacer. Este hijo es el hijo demente que sobrevivió al favorito de su madre,  tras ahogarse el primogénito. Thibaut en la bañera, un superdotado, mientras ambos hermanos se bañaban.  Pero quizás ya me he ido muy lejos y he descubierto un factor que explica el errático e impetuoso comportamiento del cachorro de la alta burguesía que se considera con «derecho» a todo.

         La historia se presenta de un modo premioso y muy esteticista, con una mansión del escritor que quita el hipo, una encantadora librería de pequeña comunidad, ese reino de Chabrol en el que se esconden versiones de la realidad que nos van a acercar más a Domnique Strauss-Kahn que a una comedia romántica, aunque, «oficialmente», todo discurre dentro de los cánones de la más legítima comedia sentimental con un profundo toque erótico de provincias, pero no provinciano. La elegancia con la que Chabrol va a adentrarse en el terreno tradicional francés de las liaisons dangereuses, al tiempo que, con un desplazamiento temporal a Lisboa, abre camino para que prospere la relación que con el joven millonario no se atreve a formalizar la joven, nos van a mostrar la crudeza de la lucha de poder entre los dos hombres por una presa a la que solo consideran si es de «su» propiedad, aunque, como en el caso del escritor, haya renunciado a ella, después de haberla introducido en las más refinadas prácticas eróticas; avanzada la historia, por otro lado, advertimos que la fachada de «hombre de mundo» del joven airado y provocador se resquebraja por el lado tradicional de siempre: los celos, ¡sobre todo los del pasado que se le vuelven insoportables!

         Poco más puedo añadir, porque ya me parece que con lo dicho me he excedido, pero a los amantes del cine de Chabrol, entre los que me cuento, incluida Ebriedad de poder, por cierto, he de decirles que van a seguir esta historia con la misma naturalidad narrativa con que han seguido sus muchas películas «de provincias». Los restaurantes, las televisiones locales, los «picaderos» estilizados, todos esos espacios, forman parte de una visión local del autor que, en este caso, alcanza, por el tema de la narración, tan de actualidad, una dimensión global. Y luego está la delicia del francés…, pero eso ya es amor lingüístico de servidor. Disfrútenla. Y no pierdan de vista el excelente final…

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