sábado, 28 de agosto de 2021

«Pal Joey», de George Sidney o tres canciones inmortales.

 

Un musical ad maiorem gloriam de Frank Sinatra o un trasnochado capítulo del machismo dominante…

 

Título original: Pal Joey

Año: 1957

Duración: 111 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: George Sidney

Guion: Dorothy Kingsley

Música: Morris Stoloff

Fotografía: Harold Lipstein

Reparto: Frank Sinatra, Rita Hayworth, Kim Novak, Barbara Nichols, Bobby Sherwood, Elizabeth Patterson, Hank Henry.

 

         El musical tiene sus reglas y, entre ellas, no destaca, por cierto, ni el realismo ni su hermana menor, la verosimilitud. Hay tipos que se pasean por la historia con un repertorio de tópicos propios de sus diferentes épocas y, en este caso, acercándonos ya, ¡peligrosamente!, a los años 60, pero 1957 aún se puede considerar momento álgido de ese machismo dominante que ni siquiera se concebía ni como tal ni como un insulto, salvo para las feministas, fueran tibias o aguerridas. El inicio de la película nos presenta a un vividor al que ponen de patitas en un tren para sacarlo de la ciudad (el “ostracismo” moderno…) porque se le ha ocurrido tontear con la hija del alcalde que es menor de edad: ¿Y qué iba a hacer yo, pedirle el carnet de conducir?, se extraña el protagonista. A partir de ahí, la acción se traslada a San Francisco, de la que, de tanto en tanto nos ofrecen algunas vistas espectaculares, tanto de la bahía como, sobre todo, de su entramado de calles en abruptas pendientes por las que suben sus clásicos tranvías.

         Al descaro del protagonista, que se suma a su mala fama, le debe este la habilidad para conseguir trabajo en un local donde ha encontrado a un pianista y director de orquesta amigo suyo. La película trata sobre cómo conoce a una chica del coro y aspirante a cantante, Kim Novak, en el papel no menos tópico de cándida e ingenua belleza explosiva, un papel que bordaba Marilyn Monroe, a quien Novak no tenía nada que envidiar, todo sea dicho de paso…, y cómo, posteriormente, conoce a una viuda rica, antigua cantante de cabaret, como él, Rita Hayworth, que se sentirá atraída por el pícaro artista ambicioso y no solo conseguirá que se vaya a vivir con él al barco donde ella vive, ¡con jardín propio en el muelle!, sino que se convertirá en la patrocinadora de un local, Chez Joey, que regentará su enamorado. El descubrimiento de que la «rival», veinte años más joven, va a convertirse en una de las estrellas del espectáculo, la pone de los nervios y exige que la despida. El protagonista trata de echarla cambiando su número musical por otro de strip-tease integral, lo que dará pie a una escena paternalista bobísima, pero muy propia de época.

         Está claro que la trama no puede ser ni más insustancial ni más tonta, pero ha de reconocerse que conseguir reunir en una película a Sinatra, Hayworth y Novak es una proeza que bien merece la pena la contemplación de la misma. La producción, generosa, se luce en la puesta en escena y, sobre todo, en el vestuario. Pero ha de reconocerse que la película merece la pena por que su banda sonora incluye tres highlights de los musicales como The Lady is a Tramp, My funny Valentine y Bewitched, un trío de ases indiscutible. La orquesta que actúa en el cabaret suena estupendamente con una aire de jazz francamente delicioso, el propio del resto de la banda sonora.

         A veces, los musicales clásicos tienen estos inconvenientes, que  personajes, como el de Sinatra, resultan «fascinantes» a las protagonistas del reparto, pero insufribles a los espectadores, aun a pesar de que Sinatra encaja perfectamente en ese papel de macho alfa incluso «encantador», porque, como le dice Novak en un momento dado: ¿Por qué te cuesta reconocer que eres bueno? Y esa es la línea más inteligente del guion: la que revela todo lo que hay de estereotipo al que debe ajustar un hombre su personalidad para obtener el éxito social.

         Es curioso advertir cómo se mantiene en pie un musical en el que no hay propiamente «conflicto», más allá del bobo triángulo amoroso resuelto, por otro lado, de un modo casi infantil. La presencia del perro, por ejemplo, suena casi a resorte de emergencia para poder vincular a ambos cantantes, supeditados al capricho de la patrocinadora, y posteriormente enamorada, del cantante. Rita Hayworth no estaba ya en su mejor momento, desde luego, pero, aun así, componen un número muy digno los tres protagonistas, si bien la coreografía es relativamente discreta. No así en el intento de consumación del número de strip-tease, en el que la presentación y desarrollo del número es ingeniosa y efectiva, hasta que el lado pacato del protagonista lo detiene…

         No la podemos considerar como un musical de los grandes, pero esas tres canciones le confieren un estatus que muchos otros ya quisieran tener. Toda la parte de estudio, además, tiene ese sabor clásico de los planos generosos de los 35 mm y un color muy contrastado que realza, en este caso, el vestuario de las dos actrices, muy cuidado.

 

 

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