El homenaje a Hitchcock de un artesano de las depravaciones cotidianas provincianas.
Título original: Masques
Año: 1987
Duración: 100 min.
País: Francia
Dirección: Claude Chabrol
Guion: Claude Chabrol, Odile
Barski
Música: Matthieu Chabrol
Fotografía: Jean Rabier
Reparto Philippe Noiret, Robin Renucci, Bernadette Lafont, Monique
Chaumette, Anne Brochet, Roger Dumas, Pierre-François Dumeniaud.
Con una obra tan extensa, no es
extraño que, de vez en cuando, Chabrol nos devuelva a emociones
cinematográficas como las que nos despertaron sus mejores obras, renovadas,
pues, a poco que uno se interne en ese corpus que pasa de las cincuenta
películas. Máscaras es una de ellas, sin duda. Los primeros compases parecen
pertenecer a la esencia del mal gusto, porque se pone en escena un concurso
para viejos aspirantes a cantantes y bailarines, presentado por un carroñero
sentimental con una puesta en escena que tira de espaldas, pero que se
corresponde, en la realidad, con un programa de éxito que le permite a su
presentador un ritmo de vida con un pequeño palacete en el campo y una fama
social a la altura de la depravación emocional de su programa. El vestuario,
los colores, la provecta edad de los concursantes y los típicos premios: ¡el
viaje al Caribe!, ¡el viaje alrededor del mundo!, que ponen la guinda del
anzuelo para incautos.
Un joven
periodista ha apalabrado con el presentador la escritura de su biografía, razón
por la que el presentador televisivo invita al joven a su retiro en el campo
para poder trabajar a gusto con la información que ha de facilitarle para poder
escribir una biografía autorizada que redunde en la fama inmortal del presentador.
A partir de este momento, y con el detalle escabroso del cáncer de lengua que
ha padecido el chófer y que le impide hablar, se inicia la presentación de una galería
de personajes que acabarán «descolocando» al joven periodista, quien, no
tardamos en descubrirlo, no es tanto un periodista como un pseudoinvestigador privado que va siguiendo
el rastro de una joven cuyos pasos se pierden en ese palacete donde el
presentador vive con otro personaje, sumamente misterioso, la sobrina del
presentador, aquejada de un padecimiento visual que la obliga a llevar gafas de
sol para proteger su vista. Esta joven no tarda en presentarse, de noche,
clandestinamente, en la habitación del investigador y establece un contacto amoroso
con tintes desesperados que desconcierta rápidamente al joven. La sobrina del
presentador tiene una relación de dependencia de su tío, sin que ella sepa que
su secretaria para todo se encarga de mantenerla drogada gran parte del día, lo
que explica sus largas ausencias.
La acción, pues,
se presenta con una doble perspectiva: la sospechosa vida del tío, con la
amenaza de su pequeña corte de sirvientes/sicarios hacia el joven biógrafo, y
la inquisición que este lleva a cabo acerca de la verdadera vida del
presentador, de quien no tarda en descubrir que tiene dos caras muy diferentes.
En la medida en
que se trata de un caso detectivesco en el que a la verdad le irá costando lo
suyo abrirse paso, y ello con avances y retrocesos que alimentarán situaciones
muy próximas a la desesperación, no conviene que yo estropee el disfrute de
esos progresos, porque en ellos reside buena parte del interés de la película,
y no me perdonaría arruinárselos a los futuros espectadores.
Sí cabe decir,
sin ningún riesgo, que el planteamiento y el desarrollo que nos propone Chabrol
pertenece a ese microcosmos que son las relaciones personales más allá de la
ley en una localidad pequeña, en este caso sin siquiera salir de la casa y los jardines
de la misma, donde se van perfilando unos caracteres que se retratan a partir
de pequeños detalles, y ello contando que algunos parecen metidos con calzador
en la trama, como el sumiller y la pitonisa, que se revelarán trascendentales
en la resolución de la trama, sin embargo.
¡De qué
diabólica manera es capaz Chabrol de generar una intriga repleta de amenazas!
La insólita aparición de la pistola en la maleta del biógrafo invitado es ya la
primera pista de que nada de lo que vamos a conocer es directamente lo que es,
sino algo muy distinto. La relación entre apasionada y conflictiva de la
sobrina y el joven periodista va a arrojar unos misterios que solo el
transcurrir de la historia será capaz de desvelarnos, hasta hacernos tomar
partido y desear que los peores augurios no se cumplan y haya un final feliz
que nos compense por tantas penalidades como habremos de vivir en el desarrollo
de la acción.
De hecho, todo
discurre con la placidez de un fin de semana en un entorno privilegiado, y
cuanto ocurre lleva puesto una máscara que el joven biógrafo habrá de remover
para enfrentarse a la verdad de lo que está ocurriendo. Y, entre medias, la
vida cotidiana en todo su esplendor se convierte en la excusa perfecta para diseccionar
una mentalidad de «triunfador» compasivo y acogedor que nos ofrece una
interpretación magistral de Philippe Noiret, curiosamente la primera y última
con un director como Claude Chabrol, para quien Noiret es algo así como el epítome
del «buen ciudadano» a quien adornan
tantas virtudes como depravados vicios. El reducido reparto, cada uno muy
puesto en su papel, están a la altura del gran Noiret y consiguen, en conjunto,
una de esas magníficas miniaturas de la naturaleza humana en las que Chabrol se
especializó con una narrativa sin perifollos, pero con una sorprendente
eficacia.
Véanla, si
quieren pasar una velada estupenda. Verán que todo discurre un poco al modo
Hitchcockiano y que, como en las películas del mago del suspense, en esta hay
también un desenlace que actúa como broche de esas joyas «de provincias» que fueron
la especialidad de Chabrol. Que la disfruten.
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