domingo, 22 de agosto de 2021

«Máscaras», de Claude Chabrol, el maestro de las miniaturas.

El homenaje a Hitchcock de un artesano de las depravaciones cotidianas provincianas.

 

Título original: Masques

Año: 1987

Duración: 100 min.

País:  Francia

Dirección: Claude Chabrol

Guion: Claude Chabrol, Odile Barski

Música: Matthieu Chabrol

Fotografía: Jean Rabier

Reparto Philippe Noiret, Robin Renucci, Bernadette Lafont, Monique Chaumette, Anne Brochet, Roger Dumas, Pierre-François Dumeniaud.

 

 

         Con una obra tan extensa, no es extraño que, de vez en cuando, Chabrol nos devuelva a emociones cinematográficas como las que nos despertaron sus mejores obras, renovadas, pues, a poco que uno se interne en ese corpus que pasa de las cincuenta películas. Máscaras es una de ellas, sin duda. Los primeros compases parecen pertenecer a la esencia del mal gusto, porque se pone en escena un concurso para viejos aspirantes a cantantes y bailarines, presentado por un carroñero sentimental con una puesta en escena que tira de espaldas, pero que se corresponde, en la realidad, con un programa de éxito que le permite a su presentador un ritmo de vida con un pequeño palacete en el campo y una fama social a la altura de la depravación emocional de su programa. El vestuario, los colores, la provecta edad de los concursantes y los típicos premios: ¡el viaje al Caribe!, ¡el viaje alrededor del mundo!, que ponen la guinda del anzuelo para incautos.

         Un joven periodista ha apalabrado con el presentador la escritura de su biografía, razón por la que el presentador televisivo invita al joven a su retiro en el campo para poder trabajar a gusto con la información que ha de facilitarle para poder escribir una biografía autorizada que redunde en la fama inmortal del presentador. A partir de este momento, y con el detalle escabroso del cáncer de lengua que ha padecido el chófer y que le impide hablar, se inicia la presentación de una galería de personajes que acabarán «descolocando» al joven periodista, quien, no tardamos en descubrirlo, no es tanto un periodista como un  pseudoinvestigador privado que va siguiendo el rastro de una joven cuyos pasos se pierden en ese palacete donde el presentador vive con otro personaje, sumamente misterioso, la sobrina del presentador, aquejada de un padecimiento visual que la obliga a llevar gafas de sol para proteger su vista. Esta joven no tarda en presentarse, de noche, clandestinamente, en la habitación del investigador y establece un contacto amoroso con tintes desesperados que desconcierta rápidamente al joven. La sobrina del presentador tiene una relación de dependencia de su tío, sin que ella sepa que su secretaria para todo se encarga de mantenerla drogada gran parte del día, lo que explica sus largas ausencias.

         La acción, pues, se presenta con una doble perspectiva: la sospechosa vida del tío, con la amenaza de su pequeña corte de sirvientes/sicarios hacia el joven biógrafo, y la inquisición que este lleva a cabo acerca de la verdadera vida del presentador, de quien no tarda en descubrir que tiene dos caras muy diferentes.

         En la medida en que se trata de un caso detectivesco en el que a la verdad le irá costando lo suyo abrirse paso, y ello con avances y retrocesos que alimentarán situaciones muy próximas a la desesperación, no conviene que yo estropee el disfrute de esos progresos, porque en ellos reside buena parte del interés de la película, y no me perdonaría arruinárselos a los futuros espectadores.

         Sí cabe decir, sin ningún riesgo, que el planteamiento y el desarrollo que nos propone Chabrol pertenece a ese microcosmos que son las relaciones personales más allá de la ley en una localidad pequeña, en este caso sin siquiera salir de la casa y los jardines de la misma, donde se van perfilando unos caracteres que se retratan a partir de pequeños detalles, y ello contando que algunos parecen metidos con calzador en la trama, como el sumiller y la pitonisa, que se revelarán trascendentales en la resolución de la trama, sin embargo.

         ¡De qué diabólica manera es capaz Chabrol de generar una intriga repleta de amenazas! La insólita aparición de la pistola en la maleta del biógrafo invitado es ya la primera pista de que nada de lo que vamos a conocer es directamente lo que es, sino algo muy distinto. La relación entre apasionada y conflictiva de la sobrina y el joven periodista va a arrojar unos misterios que solo el transcurrir de la historia será capaz de desvelarnos, hasta hacernos tomar partido y desear que los peores augurios no se cumplan y haya un final feliz que nos compense por tantas penalidades como habremos de vivir en el desarrollo de la acción.

         De hecho, todo discurre con la placidez de un fin de semana en un entorno privilegiado, y cuanto ocurre lleva puesto una máscara que el joven biógrafo habrá de remover para enfrentarse a la verdad de lo que está ocurriendo. Y, entre medias, la vida cotidiana en todo su esplendor se convierte en la excusa perfecta para diseccionar una mentalidad de «triunfador» compasivo y acogedor que nos ofrece una interpretación magistral de Philippe Noiret, curiosamente la primera y última con un director como Claude Chabrol, para quien Noiret es algo así como el epítome del  «buen ciudadano» a quien adornan tantas virtudes como depravados vicios. El reducido reparto, cada uno muy puesto en su papel, están a la altura del gran Noiret y consiguen, en conjunto, una de esas magníficas miniaturas de la naturaleza humana en las que Chabrol se especializó con una narrativa sin perifollos, pero con una sorprendente eficacia.

         Véanla, si quieren pasar una velada estupenda. Verán que todo discurre un poco al modo Hitchcockiano y que, como en las películas del mago del suspense, en esta hay también un desenlace que actúa como broche de esas joyas «de provincias» que fueron la especialidad de Chabrol. Que la disfruten.

No hay comentarios:

Publicar un comentario