domingo, 29 de septiembre de 2024

«El consentimiento», de Vanessa Filho, una película de terror sexual…

 

La perspectiva individual de un «tema de nuestro tiempo»: el consentimiento ante la pederastia.

 

 

Título original: Le Consentement

Año: 2023

Duración: 119 min.

País: Francia

Dirección: Vanessa Filho

Guion: Vanessa Filho, Vanessa Springora. Libro: Vanessa Springora

Reparto: Kim Higelin; Jean-Paul Rouve; Laetitia Casta; Sara Giraudeau; Lucie Debay: Félix Kysyl; Elodie Bouchez; Anne Benoît; Lolita Chammah; Anne Loiret; Miglen Mirtchev; Nicolas Bridet; Christophe Kourotchkine; Alain Fromager; Agathe Dronne; Annie Mercier;

Sébastien Pouderoux; Valérie Crouzet; Lila-Rose Gilberti; Frédéric Andrau; Félicien Juttner; Irène Ismaïloff; Noam Morgensztern; Josiane Pinson; Christophe Grégoire; Catherine Vinatier; Marie Rémond; Tanguy Mercier; David Clavel; Doby Broda; Ferdinand Redouloux; Raphaël Romand; Françoise Gazio; Blandine Laignel; Jean Chevalier; Benjamin Gomez; Héloïse Bresc; Malvina Héraud; David Sighicelli; Lilea Le Borgne; Mado Jouannet;

Selma Tamiatto; Lou-Ann Trabaud; Eloi Léger; Manon Le Bail; Donovan Fouassier; Victor Fruhinsholz; Marie-Christine Letort.

Música: Olivier Coursier, Audrey Ismael

Fotografía: Guillaume Schiffman.

 

          Me declaro en el título: una película de terror sexual. Y de ahí no me muevo, porque, a pesar de la complejidad del caso y del consentimiento expreso de la joven de 14 años, que se complace en dejarse seducir por un supuesto mago de las palabras, cuanto he visto me remite más a Repulsión que a Lolita, pongamos por caso otro semejante a este, aunque me parece de mucha mayor entidad Humbert Humbert que este Nosferatu del sexo cuya pedofilia se ampara en el éxito literario que parece permitirlo todo, o poco menos, a juzgar por la frivolidad con que se considera la literatura erótica de Gabriel Matzneff en el programa de Bernard Pivot, donde el autor declara haberse acostado con menores, hechos literaturizados en sus libros. Estamos en los años 80. Una década antes, los intelectuales franceses, ante algunas duras sentencias por relaciones sexuales con jóvenes de 15 años firmaron un manifiesto para que son se bajara la edad de «consentimiento» a la edad con que la protagonista de esta película, Vanessa Springora, catorce años, inicia su tormentosa relación con el pedófilo socialmente reconocido como tal y alabado literariamente por ello, porque su obra tiene un componente autobiográfico que añade a la seducción la publicidad de la aventura abductora, más que seductora, porque, y eso choca mucho visualmente en la película, cuesta imaginar que el Nosferatu al que nos remite la imagen del seductor de menores pueda ser confundido con el príncipe azul de una jovencita cuya afición a la literatura la impulsa a vivir esa relación tóxica como la máxima expresión del amor romántico y carnal, al principio impedido por el enorme dolor que le provocan los intentos de su ajado príncipe  de quebrar el himen que durante un tiempo la preserva del depredador instinto sexual de él.

          Pongamos en contexto la seducción. Vanessa, la protagonista, vive sola con su madre, quien trabaja en una editorial y celebra en su casa cenas a las que asisten escritores de moda o célebres. La figura paterna está totalmente ausente de la vida de la joven. La madre tiene aventuras galantes con hombres casados y en su retrato destaca su alcoholismo y su desengaño vital, además de una casi absoluta relajación por lo que a sus deberes maternales se refiere. Esta parte de la historia tiene, por sí misma, un potencial que quizás hubiera debido aprovecharse más, aunque el «caso», obviamente, es el de la seducción de la joven por un depredador que pone su mirada cazadora en Vanessa, a la que no tardará en asediar con melosas cartas románticas en las que le declara que se ha enamorado de ella como nunca creyó que podría llegar a enamorarse. Y ahí se inicia, tras el primer y cortés acercamiento, la crónica de un vampirismo sexual que lleva a la joven a creer que ha alcanzado el estatus de «mujer», porque cede a todas las iniciativas galantes y sexuales del escritor, quien se exhibe públicamente con ella, hasta que, tras una escena en que su anterior conquista persigue, desesperada,  el coche en el que ella se aleja con su príncipe, ella decide, aprovechando un viaje del escritor, leer alguno de los libros que él no le deja leer, donde reconocer haber seducido por igual niños y niñas, con quienes ha tenido experiencias sexuales. El trauma de la lectura va a iniciar un proceso de reflexión que los distancia, momento en que él contraataca con la seducción de otra jovencita, siguiendo el mismo ritual que con ella…

          La excesiva explicitud de los contactos sexuales incomoda al espectador, porque estamos en presencia de lo que tiene todos los visos de una profanación, a pesar de la «rabia» con que defiende contra su madre Vanessa su «libertad» para amar a quien le dé la gana, y, de hecho, la madre recibe en casa al amante y se comporta como una suegra comprensiva o poco menos, con los deseos de su hija, a quien considera plenamente madura para «saber» a qué tipo de relación se ha entregado con absoluto consentimiento a sus catorce años. El descubrimiento de su carácter «instrumental» para el «gran escritor» no tarda en ser descubierto por Vanessa, y la contemplación del narcisismo del autor tiene más capacidad de disuasión que ser un mero objeto sexual que él usa a su antojo, ¡y que tanto horripila al espectador! A mí por lo menos, y no me considero un beato meapilas, por supuesto, pero, contradiciendo a  Matzneff, en el amor no vale todo, sobre todo cuando la relación es tan desigual como la suya, catorce frente a cincuenta.

          El clima de tolerancia social de obras como las de  Matzneff queda en entredicho, por lo menos, con la reacción de una invitada al programa de Pivot que considera al autor como un depravado delincuente que debería estar en la cárcel . No era, sin embargo, la opinión dominante. Lo chocante de la elección del título es que, aun dando el consentimiento por parte de la protagonista, queda clara la denuncia de unos métodos de seducción contra los que acaso la edad aún no ha preparado a las jóvenes con tendencias muy románticas y poco anclaje en todas las caras de la realidad por falta lógica de una experiencia que han de ir descubriendo en su vivir cotidiano. El caso permite la polémica, por supuesto, pero me temo que la protagonista decidió escribir el libro no tanto para «denunciar» judicialmente unos comportamientos a los que su asentimiento les priva de cualquier sentencia punitiva, cuanto para «vencer» a su abusador en su propio terreno: en el de los libros, en el de la memoria. Y ahí sí que su victoria ha sido absoluta. Ella es una víctima de sí misma, y después de sus padres y del escritor; pero se ha redimido; Matzneff, sin embargo, carga con el descrédito de ser un depredador sexual aberrante y sin encanto ninguno, por más que algunos durante muchos años se lo vieran y reconocieran. Hoy ella es una superviviente; él, la cara tenebrosa del poder de la literatura.

 

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