miércoles, 11 de diciembre de 2024

«El funcionario desnudo», de Jack Gold AMJohnHurtG…




La biografía de un mito del afeminamiento como modo de ser y de estar en el mundo: Quentin Crisp.

 

Título original: The Naked Civil Servant

Año: 1975

Duración: 77 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Jack Gold

Guion: Philip Mackie. Autobiografía: Quentin Crisp

Reparto: John Hurt; Liz Gebhardt; Patricia Hodge; Stanley Lebor: Katherine Schofield; Colin Higgins; Johhn Rhys-Davies; Stephen Johnstone; Antonia Pemberton; Lloyd Lamble;

Joan Ryan.

Música: Carl Davis

Fotografía: Mike Fash.

 

          ¡Qué descubrimiento! A estas alturas de siglo XXI hasta me extraña que Quentin Crisp no haya sido agraciado con el título de Sir con carácter póstumo, habiendo representado, además,  a la reina Isabel en Orlando, de Sally Potter. Lo que he averiguado es que una de mis canciones favoritas de Sting, An Englishman in New York habla de él y le fue dedicada, después de que Sting conociera, de boca del mismísimo Crisp, su temeraria historia y su aventura existencial plagada de abusos y de orgullosa y desafiante asunción vital de su condición de hombre afeminado que jamás renunció ni a su hombría ni a su afeminamiento, lo que le llevó, en su juventud, no solo a vestir como una mujer, sino a pintarse las uñas de pies y manos y llevar sandalias para lucir las primeras: Takes a man to suffer/ignorance and smile./Be yourself no matter/ what they say, canta Sting. Dicho en 2024, hasta puede parecer algo cansino, ¡otra historia más de marginación del «diferente»!; pero si retrocedemos al Londres de los años 30, digamos que la cosa se nos complica enormemente, y tengamos en cuenta que la homosexualidad en aquella época era delito y lo siguió siendo hasta 1967 (en Escocia, en 1980 y en Irlanda del Norte, en 1982). No fue una existencia fácil la de alguien que se empeñó en ser quien  era costara lo que le costara.

          Desde niño, quien luego adoptaría el nombre de Quentin Crisp, sintió una inclinación instintiva a vestirse como una niña. Cuando creció, Crisp aceptaría, sin embargo,  su condición afeminada y la defendería con un exhibicionismo y un orgullo que acabarían convirtiéndolo en un auténtico mito del mundo del travestismo y de la homosexualidad, digno heredero lejano de Oscar Wilde.  Buscar su lugar en el mundo, en aquellas condiciones sociales en las que ser como era, quien era, constituía un delito penado con la cárcel —solo hay que recordar la historia de Alan Touring, contada magníficamente en Descifrando Enigma, de Morten Tyldum, quien, para evitar la cárcel, aceptó la castración química, aunque se suicidó al poco tiempo— solo podía acarrear la incomprensión y las reacciones violentas contra su persona.

          La película fue rodada para televisión, pero en modo alguno es un clásico biopic, sino un acercamiento excelente a su persona, al hilo del primer volumen de  su autobiografía, publicada en 1968, por lo que se recoge su vida hasta los años 70, década en la que, tras el éxito de esta película en Usamérica, decide dar el salto para instalarse en Nueva York y dedicarse a los monólogos, al cine y a aceptar, previo pago, cualquier invitación que le permita mantenerse en la Gran Manzana, porque Quentin Crisp acabó convertido en una estrella por ser quien era y por haber defendido su particular manera de estar en el mundo como un «derecho», sin tener que sufrir el odio social y la violencia de la intolerancia sexual. Detenido y acusado de pervertido, fue sometido a juicio, y su autodefensa en él es uno de los momentos más brillantes de la película, llena, por otro lado, de escenas de todo tipo: divertidas, patéticas, crueles, hilarantes, sentimentales y conmovedoras.

¿Cómo se consigue que una película sobre una persona como Crisp te llegue al corazón y la acojas con extraordinaria curiosidad y profundo cariño? Pues gracias a la soberbia y antológica interpretación de John Hurt, quien da la impresión de haber nacido para representar a Quentin, a juzgar por el modo maravilloso como interpreta su vida, con la que podemos decir, sin énfasis ninguno, que se mimetiza absolutamente, sobre todo tras un pequeño prólogo en el que el propio Quentin comenta, a su irónico estilo, que han decidido hacer una película sobre él con alguien que encarnara una juventud en él ya perdida. Después de verlo a él, vemos a John Hurt y nos parece que se haya producido el milagro de ver a Crisp rejuvenecer ante nuestros ojos como un milagro cinematográfico. La película, con intertítulos que dan razón de las tres partes del contenido, se presenta con un aura de película muda que realmente nos deja boquiabiertos, a medida que avanza el relato de una vida de cultivo de la exterioridad, de dedicación a la creación de un personaje que no es otro que la persona verdadera, sin trampa ni cartón, por más que pudiera parecer que la extravagancia de no renunciar a ser la persona como es, uniendo en sí la masculinidad natural y la feminidad artificial, sin llegar a la androginia, nos resulte más o menos difícil de aceptar. En cierta manera, es una suerte de dandismo afectado que desemboca en el travestismo y en la apariencia femenina que, definitivamente, es como se siente el autor: un homosexual afeminado, y no hay más. Recordemos, por ejemplo, la misma tendencia que cultivó Ed Wood, magníficamente interpretado por Johnny Depp en la película del mismo título de Tim Burton, Ed Wood, o, más recientemente, en Una nueva amiga, de François Ozon , La chica danesa, de Tom Hooper o Pretty Red Dress, de Dionne Edwards, todas ellas indicativas de un conflicto de género que la ideología izquierdista actual ha convertido en asunto de primera fila política. Recordemos que el protagonista de La chica danesa, Einar Wegener, trasmutado en la mujer Lili Elbe fue una uno de los pioneros en someterse a una cirugía de cambio de sexo a consecuencia de las complicaciones de la cual acabó falleciendo. Es importante, por eso, distinguir el caso de Quentin Crisp, porque en él no se da ningún conflicto individual de desgarro entre la masculinidad y la feminidad, sino un conflicto de aceptación social por parte de los otros, tal y como se refleja en las secuencias de su intento de enrolarse en el ejército cuando estalla la Segunda Guerra Mundial y, finalmente, es declarado exento por «perversión sexual», algo que le parece absoluta ficción que nada tiene que ver con su vida.

El círculo de amigos que logra establecer Crisp, tan variopinto como él mismo, contribuye a darle a la película una variedad de puntos de vista que, aun siendo Crisp omnipresente, nos permiten completar un retrato social. Recordemos que, tras varias tentativas laborales. Crisp se dedicó durante treinta años, a la profesión de modelo en vivo para diversas escuelas de pintura de Londres y sus alrededores.

Esta historia de coraje, de enorme valentía individual, me ha parecido casi casi una vida heroica, y así lo entendió Sting cuando habla en su canción de he’s the hero of the day […] Confront your enemies,/ avoid them when you can/A gentleman will walk but never run.

Quentin y John

                                            

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