Un divertimento abufonado sobre los entresijos políticos del matrimonio Chirac.
Título original: Bernadette
Año: 2023
Duración: 92 min.
País: Francia
Dirección: Léa Domenach
Guion: Clémence Dargent, Léa
Domenach
Reparto: Catherine Deneuve; Denis Podalydès; Michel Vuillermoz; Sara
Giraudeau; Laurent Stocker; François Vincentelli; Lionel Abelanski.
Música: Anne-Sophie
Versnaeyen
Fotografía: Elin Kirschfink.
Acercarse al
poder desde el margen, desde los personajes que no suelen aparecer en los
libros de Historia tiene su recompensa. En este caso, y gracias a una actriz en
estado de gracia cómica desde hace mucho tiempo, abrimos la puerta de la intimidad
sociopolítica del matrimonio Chirac y pasamos un rato la mar de divertido, pero
sin mayor trascendencia. No estamos ante una sesuda reflexión sobre el PODER,
con sus intimidantes mayúsculas, sino ante un
proceso muy de nuestros días, relativo al empoderamiento de una
figurante del «gran hombre político» tras del cual, según el rancio dicho siempre hay «una gran mujer». En todo caso,
lo que sí hay en esta pareja que llegó a convertirse en pareja «presidencial»,
con una aplastante mayoría, la de más del 50% de franceses que votaron tapándose
las narices para evitar que Le Pen, padre, llegara al Elíseo. Los tiempos han
querido que hoy estemos cerca de que pueda repetirse algo parecido con Le Pen,
hija.
Los entresijos
de la política conservadora en Francia, con la presencia graciosísima de un
trepador, Sarkozy, que hace lo posible y lo inverosímil por conseguir el favor
político de la primera dama en su larga carrera hacia el Elíseo, que finalmente
conseguirá, o de un Villepin, exquisito poeta aristocrático que facilitará uno
de los grandes gags de la película, nos sitúan, sobre todo a los espectadores amantes
del teatro político, ante un escenario que no nos es del todo desconocido,
excepto por el «factor femenino», cuyo triunfo en Francia no saltó, en su momento,
a otros países para convertirse en el auténtico fenómeno que sí fue donde Chirac, ciertamente, lo necesitaba: en Francia.
La película,
desde ese punto de vista, resulta una novedad que se sigue con interés, sobre
todo porque la protagonista ha acentuado el lado de la vindicación femenina y
la sutil venganza contra los estereotipos de lo que ha de ser un matrimonio convencional y conservador. Por
otro lado, la marginación de Bernadette en el círculo de los íntimos de Chirac,
contemplada desde la superioridad ática de los «elegidos» como una «pobre mujer»
sin mayor acuidad política que ser el tópico florero del marido, va a
depararnos grandes sorpresas y risas, porque si alguien es capaz de tener dos
dedos de sentido común en ese círculo es precisamente ella, como no les quedará
más remedio que reconocer, aunque ello suponga la reacción envidiosa de su
marido, quien hará todo lo posible por «opacarla», ¡hasta que incluso los más
ciegos de entre quienes lo rodean se dan cuenta de que sus bazas electorales «dependen»
en buena medida de la popularidad creciente que ha ido adquiriendo la «presidenta»;
y no ciertamente porque use el poder de su marido en beneficio de una carrera
profesional propia, como ha puesto de moda la «presidenta» del neocaudillo Pedro
Sánchez en España, sino por una dedicación social que, aconsejada por el
secretario que le han puesto, uno de los mejores factores cómicos de la
película, dada la «química» entre él y la presidenta, la convierte en una mujer
ultrapopular en la sociedad francesa.
Hemos de tener
en cuenta, sin embargo, que Bernadette no era la clásica «esposa de», sino que
participó activamente en la política y fue concejal de Corrèze incluso durante los
mandatos presidenciales de su marido. Recordemos que el matrimonio se conoció cursando
estudios en el Instituto de Estudios Políticos de París, por lo que de ninguna
de las maneras la película hace justicia a su historial, si bien es cierto que
el rol de «primera dama» de la República, siempre tan indefinido, hubo de
improvisarlo a partir de su experiencia y de su relativo ostracismo en las
élites del partido de Chirac, y de ahí esa excelente estrategia narrativa de la
película: luchar desde dentro del partido contra los fantasmones aduladores que
siempre rodean al triunfador. Ese es, acaso, uno de los pecados veniales de la
película: haber acentuado un supuesto lado popular, algo desgarrado —que se
decía antes…— de la protagonista frente a las exquisiteces y el protocolo del
Poder; y el otro es haber acentuado el lado incompetente de Chirac, convirtiéndolo
poco menos que en un bufón, en una marioneta, lo cual no se condice con la seducción
de una actriz como Claudia Cardinale, por supuesto, a quien nadie concede la
más mínima verosimilitud de caer rendida en los brazos del «pelele» que se nos
ofrece como Presidente en la película.
De lo anterior
se puede inferir que estamos ante una comedia grotesca, de trazo grueso, pero
el aura omnipotente del Poder, que incluye mejorar la imagen de la primera dama
con el estilismo de Karl Lagerfeld, por ejemplo, permite ambas cosas: gags
refinados y gags vodevilescos. Aunque cuesta lo suyo identificar a la Bernadette
del celuloide con la Bernadette real, sin que ello desmerezca en modo alguno la
película y la efectividad cómica de una comedia hecha para atraer el gran
público a las salas de cine. Yo la he visto en la pequeña pantalla, pero la he
disfrutado enormemente, si bien es cierto que nadie puede esperar acercarse a la
película con la seriedad del documento, puesto que están, como en toda farsa,
muy acentuados los extremos y muy distorsionados los principales protagonistas
de aquellos tiempos políticos que recordamos perfectamente, cuando el gran
favorito Lionel Jospin, del PSF no logró pasar a la segunda vuelta de las presidenciales.
La película es
muy ágil y la puesta en escena de la pompa de los espacios del Poder contribuye
a dotarla de la necesaria verosimilitud para que hagamos nuestro el «encarcelamiento»
de la primera dama y su imperiosa necesidad de evasión: una aventura que se
sigue con absoluta complacencia, porque Catherine Deneuve hace mucho que dejó
de ser la escuálida y pálida belleza glacial que, desde Los paraguas de
Cherburgo, de Jacques Demy, triunfó universalmente. Ese cambio, a mí
particularmente, se me hizo presente en el papel que representó en Bailando
en la oscuridad, de Lars von Trier.
Esta película
es una excelente opción para pasar una buena tarde familiar, sobre todo con
parientes o amigos que tengan presente la política francesa de entonces, porque
disfrutarán mucho más.
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