jueves, 26 de diciembre de 2024

«La mujer del presidente», de Léa Domenach o la periferia del Poder.

 

Un divertimento abufonado sobre los entresijos políticos del matrimonio Chirac.

 

Título original: Bernadette

Año: 2023

Duración: 92 min.

País: Francia

Dirección: Léa Domenach

Guion: Clémence Dargent, Léa Domenach

Reparto: Catherine Deneuve; Denis Podalydès; Michel Vuillermoz; Sara Giraudeau; Laurent Stocker; François Vincentelli; Lionel Abelanski.

Música: Anne-Sophie Versnaeyen

Fotografía: Elin Kirschfink.

 

          Acercarse al poder desde el margen, desde los personajes que no suelen aparecer en los libros de Historia tiene su recompensa. En este caso, y gracias a una actriz en estado de gracia cómica desde hace mucho tiempo, abrimos la puerta de la intimidad sociopolítica del matrimonio Chirac y pasamos un rato la mar de divertido, pero sin mayor trascendencia. No estamos ante una sesuda reflexión sobre el PODER, con sus intimidantes mayúsculas, sino ante un  proceso muy de nuestros días, relativo al empoderamiento de una figurante del «gran hombre político» tras del cual, según el rancio dicho  siempre hay «una gran mujer». En todo caso, lo que sí hay en esta pareja que llegó a convertirse en pareja «presidencial», con una aplastante mayoría, la de más del 50% de franceses que votaron tapándose las narices para evitar que Le Pen, padre, llegara al Elíseo. Los tiempos han querido que hoy estemos cerca de que pueda repetirse algo parecido con Le Pen, hija.

          Los entresijos de la política conservadora en Francia, con la presencia graciosísima de un trepador, Sarkozy, que hace lo posible y lo inverosímil por conseguir el favor político de la primera dama en su larga carrera hacia el Elíseo, que finalmente conseguirá, o de un Villepin, exquisito poeta aristocrático que facilitará uno de los grandes gags de la película, nos sitúan, sobre todo a los espectadores amantes del teatro político, ante un escenario que no nos es del todo desconocido, excepto por el «factor femenino», cuyo triunfo en Francia no saltó, en su momento, a otros países para convertirse en el auténtico fenómeno que sí fue donde Chirac,  ciertamente, lo necesitaba: en Francia.

          La película, desde ese punto de vista, resulta una novedad que se sigue con interés, sobre todo porque la protagonista ha acentuado el lado de la vindicación femenina y la sutil venganza contra los estereotipos de lo que ha de ser un  matrimonio convencional y conservador. Por otro lado, la marginación de Bernadette en el círculo de los íntimos de Chirac, contemplada desde la superioridad ática de los «elegidos» como una «pobre mujer» sin mayor acuidad política que ser el tópico florero del marido, va a depararnos grandes sorpresas y risas, porque si alguien es capaz de tener dos dedos de sentido común en ese círculo es precisamente ella, como no les quedará más remedio que reconocer, aunque ello suponga la reacción envidiosa de su marido, quien hará todo lo posible por «opacarla», ¡hasta que incluso los más ciegos de entre quienes lo rodean se dan cuenta de que sus bazas electorales «dependen» en buena medida de la popularidad creciente que ha ido adquiriendo la «presidenta»; y no ciertamente porque use el poder de su marido en beneficio de una carrera profesional propia, como ha puesto de moda la «presidenta» del neocaudillo Pedro Sánchez en España, sino por una dedicación social que, aconsejada por el secretario que le han puesto, uno de los mejores factores cómicos de la película, dada la «química» entre él y la presidenta, la convierte en una mujer ultrapopular en la sociedad francesa.

          Hemos de tener en cuenta, sin embargo, que Bernadette no era la clásica «esposa de», sino que participó activamente en la política y fue concejal de Corrèze incluso durante los mandatos presidenciales de su marido. Recordemos que el matrimonio se conoció cursando estudios en el Instituto de Estudios Políticos de París, por lo que de ninguna de las maneras la película hace justicia a su historial, si bien es cierto que el rol de «primera dama» de la República, siempre tan indefinido, hubo de improvisarlo a partir de su experiencia y de su relativo ostracismo en las élites del partido de Chirac, y de ahí esa excelente estrategia narrativa de la película: luchar desde dentro del partido contra los fantasmones aduladores que siempre rodean al triunfador. Ese es, acaso, uno de los pecados veniales de la película: haber acentuado un supuesto lado popular, algo desgarrado —que se decía antes…— de la protagonista frente a las exquisiteces y el protocolo del Poder; y el otro es haber acentuado el lado incompetente de Chirac, convirtiéndolo poco menos que en un bufón, en una marioneta, lo cual no se condice con la seducción de una actriz como Claudia Cardinale, por supuesto, a quien nadie concede la más mínima verosimilitud de caer rendida en los brazos del «pelele» que se nos ofrece como Presidente en la película.

          De lo anterior se puede inferir que estamos ante una comedia grotesca, de trazo grueso, pero el aura omnipotente del Poder, que incluye mejorar la imagen de la primera dama con el estilismo de Karl Lagerfeld, por ejemplo, permite ambas cosas: gags refinados y gags vodevilescos. Aunque cuesta lo suyo identificar a la Bernadette del celuloide con la Bernadette real, sin que ello desmerezca en modo alguno la película y la efectividad cómica de una comedia hecha para atraer el gran público a las salas de cine. Yo la he visto en la pequeña pantalla, pero la he disfrutado enormemente, si bien es cierto que nadie puede esperar acercarse a la película con la seriedad del documento, puesto que están, como en toda farsa, muy acentuados los extremos y muy distorsionados los principales protagonistas de aquellos tiempos políticos que recordamos perfectamente, cuando el gran favorito Lionel Jospin, del PSF no logró pasar a la segunda vuelta de las presidenciales.

          La película es muy ágil y la puesta en escena de la pompa de los espacios del Poder contribuye a dotarla de la necesaria verosimilitud para que hagamos nuestro el «encarcelamiento» de la primera dama y su imperiosa necesidad de evasión: una aventura que se sigue con absoluta complacencia, porque Catherine Deneuve hace mucho que dejó de ser la escuálida y pálida belleza glacial que, desde Los paraguas de Cherburgo, de Jacques Demy, triunfó universalmente. Ese cambio, a mí particularmente, se me hizo presente en el papel que representó en Bailando en la oscuridad, de Lars von Trier.

          Esta película es una excelente opción para pasar una buena tarde familiar, sobre todo con parientes o amigos que tengan presente la política francesa de entonces, porque disfrutarán mucho más.

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