viernes, 13 de diciembre de 2024

«El terror de las chicas» y «La otra cara del gánster», de Jerry Lewis, un genio del humor.

Título original: The Ladies Man (The Ladies' Man)

Año: 1961

Duración: 106 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Jerry Lewis

Guion: Jerry Lewis, Bill Richmond, Mel Brooks

Reparto: Jerry Lewis; Helen Traubel; Kathleen Freeman; Hope Holiday; George Raft; Pat Stanley; Jack Kruschen; Doodles Weaver; Buddy Lester.

Música: Walter Scharf

Fotografía: W. Wallace Kelley.

 





Título original: The Big Mouth

Año: 1967

Duración: 107 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Jerry Lewis

Guion: Bill Richmond, Jerry Lewis

Reparto: Jerry Lewis; Harold J. Stone; Susan Bay; Buddy Lester; Charlie Callas; Vern Rowe; Del Moore;

Rob Reiner; Paul Lambert; Jeannine Riley; Leonard Stone; Charo; Frank De Vol.

Música: Harry Betts

Fotografía: W. Wallace Kelley.

 

Dos muestras dispares de un genio de la comedia «descubierto» por la Nouvelle Vague…



          Van a perdonarme, pero reconozco que tengo una debilidad especial por el arte cómico de Jerry Lewis, como actor y como director, desde siempre, desde la primera suya que vi, e incluso confieso haberme caído desde la butaca al pasillo empujado por convulsas carcajadas con no pocos de sus gags. Muchos de ellos se concentraron  en El botones, la primera película, prácticamente muda, que dirigió. Y lo hizo, además, en Miami, en el mismo hotel donde había actuado previamente con su inseparable compañero (hasta que se separaron), el cantante y actor Dean Martin. Es larga, la lista de grandes películas dirigidas por Lewis, pero admito que no se trata de un humor que se comparta fácilmente. Suele pasar. Si en algo hay más variedad que en los colores, es en el sentido del humor. El mío arranca con los Keystone Cops y sigue por la larga lista de cómicos del cine mudo, coronada por dos genios con los que Lewis se emparenta: Charles Chaplin y Buster Keaton. No es difícil, por otro lado, ver cuánto le debe a Lewis el primer Woody Allen o el coguionista de la primera de estas dos películas, convertido luego en director, Mel Brooks, a quien debemos aquella serie cómica inolvidable: Superagente 86.

          Lewis merecería no tanto dos críticas cuanto un estudio largo y detallado de una obra colosal en esa doble faceta que hemos señalado. Recordemos su participación como actor en una obra excepcional que no ha tenido el eco público que merecía: Funny Bones, de Peter Chelsom, con un prodigioso número de Lee Evans o en El rey de la comedia, de Scorsese. Siguiendo la costumbre de este Ojo, sin embargo, me ciño a estas dos películas en las que, a pesar de la distancia que las separa —The Ladies Man es una obra maestra; The Big Mouth es simplemente buena— se nos garantiza pasar un buen rato y poder apreciar buena parte de los recursos narrativos que hicieron célebre a un autor que la Nouvelle Vague francesa revisitó para acabar de conferirle el altísimo estatus que merece en la historia del séptimo arte.

          The Ladies Man —disculpen que me resista a usar el título traducido, porque reconozco que me da grima— tiene un prólogo disparatado, en la faceta de la comedia alocada, tan suya, que parece augurar un soberbio disparate, pero, una vez que el protagonista toma la decisión de mantenerse célibe, y aparece en ese decorado con un banco ante un escaparate lleno de luces, con un colorido excepcional, que acaso sirviera de inspiración remota para el banco en el parque de Forrest Gump, de Robert Zemeckis. En él busca un trabajo en la sección de Clasificados del diario y huye de dos en los que dos mujeres deleitosas lo reciben entusiasmadas. Cuando frente al banco descubre que buscan un chico soltero para trabajar en la finca y le abre la puerta una actriz como  Kathleen Freeman, el protagonista Herbert H. Heebert, se lanza a sus brazos y se dice que está a salvo. No tardamos en asistir a una soberbia escena sobre los nombres de ambos y al efecto que causa la narración de la fracasada historia de amor de Herbert, tan unido edípicamente a su madre que, en el prólogo de la película, en la ceremonia de graduación en que descubre que su novia lo ha dejado por otro, es él mismo quien hace de su madre, con una caracterización maravillosa.

          El tímido, herido y sensible Herbert Herbert, esto del nombre dará de sí lo suyo —y acaso tuviera Lewis en la memoria el Humbert Humbert de la Lolita de  Nabokov—, descubrirá a la mañana siguiente que se ha colocado en una residencia de aspirantes a artistas, regentada por una vieja estrella de la ópera, tras enviudar de su marido, aunque no hay ficción en ello, porque se trata, en efecto,  de una de las apariciones cinematográficas de la famosísima soprano wagneriana Helen Traubel. La situación, con la entrada de Herbert en el comedor en que desayunan unas cuarenta chicas que se quedan en silencio, vueltas hacia él, inicia un encadenamiento de gags, a cuál más divertido, que palidecen, sin embargo, frente a la puesta en escena de la película, porque esta se desarrolla en un escenario dispuesto como una casa de muñecas en la que la cámara sube y baja y entra y sale de todos los espacios con una asombrosa facilidad, y maravillando a los espectadores con el plano general del corte del edificio:una suerte de plano interior general que recuerda al corte de la finca de la famosísima 13, Rue del Percebe, de ese genio de las historietas que fue Francisco Ibáñez, quien a buen seguro hubiera hecho las delicias de Lewis, caso de que este hubiera podido llegar a leerlo. No serán pocos los intentos de renuncia de Herbert, pero tanto las internas como la dueña y la encargada se las ingeniarán para retenerlo. La película tiene muchas historias, de todo tipo, y son especialmente llamativas las dos colaboraciones de los dos únicos hombres, aparte de él, que entran en la residencia, George Raft, que se interpreta a sí mismo, y un habitual de sus películas, Buddy Lester, quien tendrá una participación destacada en La otra cara del gángster.

          Historia, lo que se dice historia, no la hay, sino continuos pretextos para organizar los gags que se encadenan formando una narración de despropósitos y carcajadas. Sí hay una intriga acerca de una habitación en la que nadie puede entrar y sí que la aparición de la dueña del internado, como excantante famosa, en un programa de televisión que se realiza en la casa de los invitados van a dar pie a varias secuencias antológicas. Sobre todo la de la intriga sobre el cuarto condenado, porque, tras haberse atrevido a entrar Herbert en ella, asistimos a un  número musical que bien puede competir con los muy exquisitos que aparecen en Oklahoma o en cualquier otro musical de éxito como Bodas reales o La calle 42, pongamos por caso. Y no desvelo más, porque los amantes de la puesta en escena original y  los amantes del cine musical se van a llevar una alegría completísima: ¡menudo derroche de imaginación y buen gusto!

          La otra cara del gángster, que tiene un narrador fantástico en el autor de la música de la película Frank de Vol, cuenta una historia de dobles, aunque tardaremos un poco en comprobar que el gánster pescado y el protagonista son idénticos: un pescador «pesca» en la playa a un hombre rana que, antes de morir, le pide que se encargue de las joyas que encontrará siguiendo el mapa del tesoro que le da. Al poco aparecen tres mafiosos que intentan matarlo «para siempre», porque ya se les ha escapado con vida otras veces. Se trata de una historia de confusiones que aumenta con la caracterización de Lewis usada para El profesor chiflado, lo que le permite jugar con el encargado y los policías del hotel donde, supuestamente, ha de encontrar las joyas. Añadamos un romance con una chica a quien la ingenuidad y la bondad natural del personaje de Lewis siempre acaban seduciendo, y ya tenemos los ingredientes habituales de muchas de sus películas. Un hotel es escenario que da mucho de sí, lo mismo que un parque zoológico próximo al mismo. Pero la odisea del personaje comienza, propiamente, con una divertida escena en la que le para la policía de carreteras. A partir de ahí, y, sobre todo, de la aparición de los gánsteres que acaban persiguiéndolo, los gags van subiendo notablemente de interés, aunque, en esta ocasión, Lewis tiene la deferencia de dejarles el lucimiento a sus compañeros de rodaje: Buddy Lester, Charlie Callas y Vern Rowe, el trío de gánster cuyos estados de choque cuando ven al gánster, a quien creen muerto y bien muerto, vivito y coleando son de lo más gracioso de la película. Se advierte un cierto cansancio en el cómico, quien no parece dispuesto a hacer saltos los lugares comunes del género con tanto audacia como lo ha hecho anteriormente, pero sobre ese cansancio, en directores de tan larga trayectoria, como Woody Allen, por ejemplo, sabemos mucho. Ello, sin embargo, no obsta para que aún funcione buena parte de la comicidad tradicional del autor, y aún haya gags en la película que ya quisieran muchos otros para sus mejores películas. En todo caso, siempre es un placer, para sus fieles admiradores, ver desenvolverse al maestro. Otro tanto podría decirse de Jacques Tati, por ejemplo, una de las más altas cimas del cine cómico de todos los tiempos, aunque con un humor muy distinto del mímico y corporalmente dinámico de Lewis, pero igualmente convincente.  

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