Del anticomunismo al asesinato como método político y a la barbarie como liberación de los más bajos instintos: el horror y el cine
Título original: The Act of Killing
Año: 2012
Duración: 117 min.
País: Dinamarca
Dirección: Joshua
Oppenheimer, Christine Cynn, Anonymous
Guion: Joshua Oppenheimer, Christine Cynn
Reparto: Anwar Congo; Herman Koto. (Documental)
Música: Karsten Fundal
Fotografía: Carlos Arango de
Montis, Lars Skree.
Poco a poco he
ido viendo este documental sobre uno de los exterminios menos conocidos de la historia
reciente pero igualmente devastador: la matanza indiscriminada de miembros del
partido comunista de indonesia tras el golpe de Estado del general Suharto en
1965, si no auspiciada, sí tolerada por las potencias occidentales,
especialmente Usamérica e Inglaterra. Leyendo al respecto, está claro que los
comunistas indonesios, el mayor partido del país tras su independencia, tres
millones de militantes, sufrieron el cruel embate de la geopolítica, a juzgar
por cómo se expresaba el embajador británico, Andrew Gilchrist en su
correspondencia oficial: I never
concealed from you my belief that a little shooting in Indonesia would be an
essential preliminary to effective change. Y aunque la CIA tampoco veía con
malos ojos la «limpieza», no es menos cierto que el senador Robert F. Kennedy fue
uno de los más relevantes políticos que condenaron la masacre: We have
spoken out against the inhuman slaughters perpetrated by the Nazis and the
Communists. But will we
speak out also against the inhuman slaughter in Indonesia, where over 100,000
alleged Communists have not been perpetrators, but victims? La cifra se queda muy corta,
porque recientes investigaciones la elevan a medio millón de asesinatos
directos y muchos otros causados por las severas condiciones de
encarcelamiento. En la película, los asesinos hablan sin tapujos de un millón
de asesinados, aunque no se les con capacidad intelectual para dar por buenas
sus cifras, afectadas de megalomanía.
Decía que lo
había visto poco a poco, no por su duración, dos horas y cuarenta y siete
minutos, sino porque no es fácil asistir a las confesiones orgullosas y a la
representación fílmica de los métodos criminales de unos seres que se
especializaron en torturar y asesinar a militantes comunistas y a sus
familiares, a veces incluso arrasando poblados del modo más violento y salvaje
imaginable, como se recrea hacia el final del documental, unas secuencias que
cuentan con la participación de un miembro
del Parlamento que queda horrorizado ante ellas y cree que no «hablará bien del
país» que se conozcan tales barbaridades. Oímos a los asesinos contar sus sanguinarias
«hazañas», pero las crónicas históricas de aquellos años recogen exactamente
sus mismas palabras, llevadas en este documental a la pantalla en forma de
representación ritual.
A través de
dos personajes esenciales para la historia, Anwar Congo y Herman Koto, uno un
verdugo que recrea las condiciones que rodearon algunos de sus asesinatos, y el
otro un gánster de medio pelo que cobra su «protección» sobre todo a los
comerciantes chinos, algo que hace frente a la cámara con total impunidad y desparpajo,
el documental va a aventurarse en la masacre de aquellos años a través de
representaciones fílmicas en las que participan los protagonistas como actores,
aunque, paralelamente, se entrevista a sujetos políticos en ejercicio que dan
su versión de lo que sucedió en aquellos años, como el periodista Ibrahim Sinik
que se jacta de haber sido él quien indicaba a quiénes habían de liquidar los freemen,
que es como los verdugos y mafiosos traducen la palabra gangster, como
ellos a sí mismo también se llaman. Joshua Oppenheimer ha sabido entrarles a
esos asesinos descerebrados por el lado de su culto al cine, pues todos ellos
son admiradores del cine usamericano y de su cultura en general, Elvis,
Sinatra, etc., y consigue que se presten a «actuar» como si estuvieran rodando
una película —y no se escatima ni en maquillaje ni en vestuario— ya sea bélica,
ya de vaqueros, ya de gánsteres, ¡e incluso musicales!, una de cuyas
secuencias, la del decorado con el pez gigante, forma parte de la gran historia
del cine, como el mar de plástico en el Casanova de Fellini o los
decorados cubistas de El gabinete del doctor Caligari, de Robert Wiene.
A través de la preparación y rodaje de esas escenas. sus protagonistas nos van
contando, algo repetitivamente, el modo inmisericorde como acabaron con los
comunistas hasta erradicarlos del país para acabar construyendo una de las más
largas y exterminadoras dictaduras de la zona, la de Suharto, que duró treinta
y un años, durante la que se estima que puede haber acabado con la vida de más
de tres millones de personas.
En la película
aparece muy bien descrita la existencia de un movimiento paramilitar, Pemuda Pancasila,
que realizaba las labores «sucias» del Régimen y a la que pertenecen los
protagonistas asesinos del documental. La organización se llama Pancasila
porque se ajustó desde su fundación, antes de las matanzas, a los cinco principios básicos que definieron
la creación del estado de Indonesia y que figuran en el preámbulo de su
constitución. En la película aparecen como lo que son: un grupo de delincuentes
tolerado por el Estado y «bendecido» por el Régimen corrupto de Suharto, lo que
significaba, en la práctica, tener carta libre para su delincuencia a pequeña
escala y potenciar su capacidad de intimidación. En la película aparecen
miembros del gobierno ensalzando los «valores» del compromiso de la juventud
con el Estado. Y sus vistosos uniformes y ceremonias recuerdan a los de las
juventudes fascistas de todos los movimientos totalitarios, como la Falange, en
España.
El documental,
así pues, tiene una faceta, la del cine dentro del cine, que llamará la
atención de los espectadores, porque constituye el anzuelo gracias al cual los
protagonistas podían confesar a cara descubierta sus crímenes, de los que, por
otro lado, alardean incluso en una entrevista que les hacen en televisión,
donde el asesinato de comunistas lo consideran algo así como una «anécdota» simpática,
para escándalo de quienes asistimos a ese rosario de crueldades que solo cede
cuando, al final…, pero eso ya lo verán quienes tengan agallas para entrar en
el modo terrible como se escribe la Historia, en Indonesia, como en cualquier
otra parte del mundo… Ni que decir hay que Oppenheimer no ha vuelto a Indonesia
ni creo que le dejaran entrar, teniendo en cuenta que todos esos asesinos han
seguido haciendo su vida y «prosperando» en ella, con la anuencia de los
poderes públicos. Partes extensas del documental se dedican a la ostentación
que hacen algunos dirigentes de la acumulación de bienes de los que se
incautaron a través de aquellas ejecuciones. Y ahí es donde el mal gusto endémico
de los verdugos alcanza unos niveles de aberración que nos recuerdan el de los
miembros de la trama corrupta de Marbella en la época de Gil y Gil y años
subsiguientes…
Si algo hay
esperanzador en esta historia, ello ha sido lo ocurrido fuera de la pantalla,
esto es, la conquista del poder por una oposición que ha desbancado, en las
elecciones de 2014, a quienes querían continuar la labor de Suharto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario