viernes, 6 de diciembre de 2024

«The Act of Killing (Director’s cut)», de Joshua Oppenheimer: el MAL documentado.

 


Del anticomunismo al asesinato como método político y a la barbarie como liberación de los más bajos instintos: el horror y el cine

 

Título original: The Act of Killing

Año: 2012

Duración: 117 min.

País: Dinamarca

Dirección: Joshua Oppenheimer, Christine Cynn, Anonymous

Guion: Joshua Oppenheimer, Christine Cynn

Reparto: Anwar Congo; Herman Koto. (Documental)

Música: Karsten Fundal

Fotografía: Carlos Arango de Montis, Lars Skree.

 

          Poco a poco he ido viendo este documental sobre uno de los exterminios menos conocidos de la historia reciente pero igualmente devastador: la matanza indiscriminada de miembros del partido comunista de indonesia tras el golpe de Estado del general Suharto en 1965, si no auspiciada, sí tolerada por las potencias occidentales, especialmente Usamérica e Inglaterra. Leyendo al respecto, está claro que los comunistas indonesios, el mayor partido del país tras su independencia, tres millones de militantes, sufrieron el cruel embate de la geopolítica, a juzgar por cómo se expresaba el embajador británico, Andrew Gilchrist en su correspondencia oficial:  I never concealed from you my belief that a little shooting in Indonesia would be an essential preliminary to effective change. Y aunque la CIA tampoco veía con malos ojos la «limpieza», no es menos cierto que el senador Robert F. Kennedy fue uno de los más relevantes políticos que condenaron la masacre: We have spoken out against the inhuman slaughters perpetrated by the Nazis and the Communists. But will we speak out also against the inhuman slaughter in Indonesia, where over 100,000 alleged Communists have not been perpetrators, but victims? La cifra se queda muy corta, porque recientes investigaciones la elevan a medio millón de asesinatos directos y muchos otros causados por las severas condiciones de encarcelamiento. En la película, los asesinos hablan sin tapujos de un millón de asesinados, aunque no se les con capacidad intelectual para dar por buenas sus cifras, afectadas de megalomanía.

          Decía que lo había visto poco a poco, no por su duración, dos horas y cuarenta y siete minutos, sino porque no es fácil asistir a las confesiones orgullosas y a la representación fílmica de los métodos criminales de unos seres que se especializaron en torturar y asesinar a militantes comunistas y a sus familiares, a veces incluso arrasando poblados del modo más violento y salvaje imaginable, como se recrea hacia el final del documental, unas secuencias que cuentan con la participación de un  miembro del Parlamento que queda horrorizado ante ellas y cree que no «hablará bien del país» que se conozcan tales barbaridades. Oímos a los asesinos contar sus sanguinarias «hazañas», pero las crónicas históricas de aquellos años recogen exactamente sus mismas palabras, llevadas en este documental a la pantalla en forma de representación ritual.

          A través de dos personajes esenciales para la historia, Anwar Congo y Herman Koto, uno un verdugo que recrea las condiciones que rodearon algunos de sus asesinatos, y el otro un gánster de medio pelo que cobra su «protección» sobre todo a los comerciantes chinos, algo que hace frente a la cámara con total impunidad y desparpajo, el documental va a aventurarse en la masacre de aquellos años a través de representaciones fílmicas en las que participan los protagonistas como actores, aunque, paralelamente, se entrevista a sujetos políticos en ejercicio que dan su versión de lo que sucedió en aquellos años, como el periodista Ibrahim Sinik que se jacta de haber sido él quien indicaba a quiénes habían de liquidar los freemen, que es como los verdugos y mafiosos traducen la palabra gangster, como ellos a sí mismo también se llaman. Joshua Oppenheimer ha sabido entrarles a esos asesinos descerebrados por el lado de su culto al cine, pues todos ellos son admiradores del cine usamericano y de su cultura en general, Elvis, Sinatra, etc., y consigue que se presten a «actuar» como si estuvieran rodando una película —y no se escatima ni en maquillaje ni en vestuario— ya sea bélica, ya de vaqueros, ya de gánsteres, ¡e incluso musicales!, una de cuyas secuencias, la del decorado con el pez gigante, forma parte de la gran historia del cine, como el mar de plástico en el Casanova de Fellini o los decorados cubistas de El gabinete del doctor Caligari, de Robert Wiene. A través de la preparación y rodaje de esas escenas. sus protagonistas nos van contando, algo repetitivamente, el modo inmisericorde como acabaron con los comunistas hasta erradicarlos del país para acabar construyendo una de las más largas y exterminadoras dictaduras de la zona, la de Suharto, que duró treinta y un años, durante la que se estima que puede haber acabado con la vida de más de tres millones de personas.

          En la película aparece muy bien descrita la existencia de un movimiento paramilitar, Pemuda Pancasila, que realizaba las labores «sucias» del Régimen y a la que pertenecen los protagonistas asesinos del documental. La organización se llama Pancasila porque se ajustó desde su fundación, antes de las matanzas,  a los cinco principios básicos que definieron la creación del estado de Indonesia y que figuran en el preámbulo de su constitución. En la película aparecen como lo que son: un grupo de delincuentes tolerado por el Estado y «bendecido» por el Régimen corrupto de Suharto, lo que significaba, en la práctica, tener carta libre para su delincuencia a pequeña escala y potenciar su capacidad de intimidación. En la película aparecen miembros del gobierno ensalzando los «valores» del compromiso de la juventud con el Estado. Y sus vistosos uniformes y ceremonias recuerdan a los de las juventudes fascistas de todos los movimientos totalitarios, como la Falange, en España.

          El documental, así pues, tiene una faceta, la del cine dentro del cine, que llamará la atención de los espectadores, porque constituye el anzuelo gracias al cual los protagonistas podían confesar a cara descubierta sus crímenes, de los que, por otro lado, alardean incluso en una entrevista que les hacen en televisión, donde el asesinato de comunistas lo consideran algo así como una «anécdota» simpática, para escándalo de quienes asistimos a ese rosario de crueldades que solo cede cuando, al final…, pero eso ya lo verán quienes tengan agallas para entrar en el modo terrible como se escribe la Historia, en Indonesia, como en cualquier otra parte del mundo… Ni que decir hay que Oppenheimer no ha vuelto a Indonesia ni creo que le dejaran entrar, teniendo en cuenta que todos esos asesinos han seguido haciendo su vida y «prosperando» en ella, con la anuencia de los poderes públicos. Partes extensas del documental se dedican a la ostentación que hacen algunos dirigentes de la acumulación de bienes de los que se incautaron a través de aquellas ejecuciones. Y ahí es donde el mal gusto endémico de los verdugos alcanza unos niveles de aberración que nos recuerdan el de los miembros de la trama corrupta de Marbella en la época de Gil y Gil y años subsiguientes…

          Si algo hay esperanzador en esta historia, ello ha sido lo ocurrido fuera de la pantalla, esto es, la conquista del poder por una oposición que ha desbancado, en las elecciones de 2014, a quienes querían continuar la labor de Suharto.

 

 

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