Del autor de Sitting Pretty ( «Niñera moderna»),Walter Lang, una divertida comedia que anunciaba con 67 años de antelación nuestro presente cibernético.
Título original: Desk Set
Año: 1957
Duración: 103 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Walter Lang
Guion: Phoebe Ephron, Henry
Ephron. Teatro: William Marchant
Reparto: Spencer Tracy; Katharine Hepburn; Gig Young; Joan Blondell; Neva
Patterson;
Dina Merrill; Harry Ellerbe; Nicholas Joy; Diane Jergens; Merry Anders; Ida
Moore; Rachel Stephens.
Música: Cyril J. Mockridge
Fotografía: Leon Shamroy.
Por esos
azares de las búsquedas a que uno ha de prestarse para encontrar la película
del día, hallamos en TCM este clásico acaso poco conocido, porque no debió de
tener el éxito de otras películas del «dúo» como La costilla de Adán, de
George Cukor, por ejemplo, aunque fue la primera que rodaron juntos en color,
de las nueve que hicieron juntos. Más éxito tuvo la segunda en color que
hicieron, diez años después, Adivina quién viene a cenar esta noche, de
Stanley Kramer, que supuso la consagración definitiva de Sidney Poitier. La de
Lang está basada en una obra teatral inspirada en la vida de la bibliotecaria encargada
del fondo documental de la emisora de televisión CBS, la señora Agnes Law, aquí
felizmente interpretado por la Hepburn. A pesar de la tensión creciente entre
la labor de Tracy, un ingeniero de IBM que va a instalar un potentísimo
computador en la sección dirigida por Hepburn, y la defensa numantina que esta
hace de su función y de la importante labor que desarrolla su sección, nadie
espere una comedia ácida, sino un amable divertimento que va a darnos la
propina indispensable de la complicada vida emocional de la documentalista, la
relación casi imposible con un compañero de empresa a quien promueven a la
vicepresidencia, en parte por la ayuda profesional recibida por su amante, con
quien no parece muy deseoso de comprometerse formalmente, lo cual es la máxima
aspiración de ella. En esa tibia relación aparece, como caído del cielo, el
ingeniero viudo que prácticamente vive de forma exclusiva para su trabajo, y de
quien corre el rumor que sus máquinas van a suponer una más que notable
reducción de personal en la empresa, de lo que ninguna duda les cabe a los
trabajadores, pues los despidos han comenzado en la sección de nóminas, cuya
gestión cae, ahora, de lado de los primitivos ordenadores que instala Tracy.
Hay, en la
ambientación de la gran empresa, una suerte de vida feliz, sin la presión
«competitiva» que tanto caracteriza a las grandes corporaciones de nuestros
días, y que parece hablarnos de una supuesta edad dorada del capitalismo, o
poco menos. A ello contribuya la relajadísima visión del departamento de
documentación dirigido por Hepburn, aunque ello no obsta para que su consultorio
popular de dudas sea de una absoluta eficacia. De hecho, tras una primera parte
en la que la presencia de Tracy tomando medidas en su sección deviene la intriga
determinante, junto con la vida amorosa
de la una mujer ya talludita que comienza a pensar que se le escapa «el último
tren», el enfrentamiento de las eficaces documentalistas contra las torpezas de
la inteligencia artificial apadrinada por Tracy transformará la película en una historia actualísima, teniendo en cuenta los temores y las esperanzas —ignoro
si a partes iguales…— que ha despertado en la sociedad la implantación de la
tan cacareada Inteligencia Artificial, aun en un estado de desarrollo inicial,
pero no por ello menos sorprendente. Ni idea tenían, en aquel momento, que
estaban rodando la actualidad del siglo XXI. A su manera, para entendernos, es
como haber pasado, en España, de la Administración Civil del Estado del siglo
XIX a la del XXI, algo que se aprecia materialmente en dos películas de muy
buen ver: Solo para hombres, de Fernando Fernán Gómez y El alcalde,
el escribano y su abrigo, de Alberto Lattuada.
Sí, por
supuesto, también hay algo de la famosa lucha de sexos que tan a la perfección
interpretaron en varias ocasiones la pareja Tracy-Hepburn, una de sus grandes
especialidades. Lo importante, desde el punto de vista del espectador, es que,
a pesar de los escasos escenarios de la película, lo que delata su origen teatral, hay algunas
secuencias que bien pueden calificarse como magistrales, como la entrevista
profesional que le hace Tracy a Hepburn en pleno invierno en una terraza de los
pisos más altos del Empire State o la invitación de ella a que el ingeniero se
refugie en su casa, tras haberse empapado bajo la tormenta que azota la ciudad,
para evitar pillar una pulmonía. La misma tormenta que ha cancelado los vuelos
en el aeropuerto y ha hecho que regrese al supuesto «nido de amor» el
inconstante enamorado de la protagonista, un seductor Gig Young que no puede
ocultar, en la comparación con el ingeniero, su endeblez congénita y su
frivolidad. El caso es que entra en casa de ella y los pilla cenando, ¡y a
Tracy con el albornoz puesto!… Sí, en aquellos tiempos, 1957, al público le
hacían reír esas situaciones vodevilescas, pero también a los de hoy, como lo
prueba el éxito que tuvo la obra teatral: Por delante y por detrás, de
Michael Frayn, convertida en divertidísima película por Peter Bogdanovich: ¡Qué
ruina de función!
La puesta en
escena, los personajes secundarios, el vestuario, la iluminación y una
excelente fotografía, muy propia de comedias muy populares, al estilo glamuroso
de Cómo casarse con un millonario, de Jean Negulesco, hacen de esta
película una comedia que no desentona en absoluta de esos estándares
refrendados por el éxito. Es posible, incluso, que en aquel momento se viera
todo esto de los ordenadores como una suerte de visionario capítulo de la
ciencia-ficción, y por eso tal vez estemos mejor dispuestos hoy para entender
el dramático trasfondo de aquellos inventos: la pérdida de trabajos y las
serias dificultades para estar a la altura de las exigencias del «nuevo» mercado.
Sea como fuere, y dejando de lado cierta ñoñería en según qué planteamientos
acerca del rol de la mujer , la obra se ve con una permanente sonrisa en los
labios y alguna que otra carcajada a la que no nos podemos resistir. Claro que
las interpretaciones juegan, en ello, un papel fundamental.
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