lunes, 2 de diciembre de 2024

«Su otra esposa», de Walter Lang. Purita profecía…

Del autor de Sitting Pretty «Niñera moderna»),Walter Lang, una divertida comedia que anunciaba con 67 años de antelación nuestro presente cibernético.

 

Título original: Desk Set

Año: 1957

Duración: 103 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Walter Lang

Guion:  Phoebe Ephron, Henry Ephron. Teatro: William Marchant

Reparto: Spencer Tracy; Katharine Hepburn; Gig Young; Joan Blondell; Neva Patterson;

Dina Merrill; Harry Ellerbe; Nicholas Joy; Diane Jergens; Merry Anders; Ida Moore; Rachel Stephens.

Música: Cyril J. Mockridge

Fotografía: Leon Shamroy.

 

          Por esos azares de las búsquedas a que uno ha de prestarse para encontrar la película del día, hallamos en TCM este clásico acaso poco conocido, porque no debió de tener el éxito de otras películas del «dúo» como La costilla de Adán, de George Cukor, por ejemplo, aunque fue la primera que rodaron juntos en color, de las nueve que hicieron juntos. Más éxito tuvo la segunda en color que hicieron, diez años después, Adivina quién viene a cenar esta noche, de Stanley Kramer, que supuso la consagración definitiva de Sidney Poitier. La de Lang está basada en una obra teatral inspirada en la vida de la bibliotecaria encargada del fondo documental de la emisora de televisión CBS, la señora Agnes Law, aquí felizmente interpretado por la Hepburn. A pesar de la tensión creciente entre la labor de Tracy, un ingeniero de IBM que va a instalar un potentísimo computador en la sección dirigida por Hepburn, y la defensa numantina que esta hace de su función y de la importante labor que desarrolla su sección, nadie espere una comedia ácida, sino un amable divertimento que va a darnos la propina indispensable de la complicada vida emocional de la documentalista, la relación casi imposible con un compañero de empresa a quien promueven a la vicepresidencia, en parte por la ayuda profesional recibida por su amante, con quien no parece muy deseoso de comprometerse formalmente, lo cual es la máxima aspiración de ella. En esa tibia relación aparece, como caído del cielo, el ingeniero viudo que prácticamente vive de forma exclusiva para su trabajo, y de quien corre el rumor que sus máquinas van a suponer una más que notable reducción de personal en la empresa, de lo que ninguna duda les cabe a los trabajadores, pues los despidos han comenzado en la sección de nóminas, cuya gestión cae, ahora, de lado de los primitivos ordenadores que instala Tracy.

          Hay, en la ambientación de la gran empresa, una suerte de vida feliz, sin la presión «competitiva» que tanto caracteriza a las grandes corporaciones de nuestros días, y que parece hablarnos de una supuesta edad dorada del capitalismo, o poco menos. A ello contribuya la relajadísima visión del departamento de documentación dirigido por Hepburn, aunque ello no obsta para que su consultorio popular de dudas sea de una absoluta eficacia. De hecho, tras una primera parte en la que la presencia de Tracy tomando medidas en su sección deviene la intriga determinante, junto con  la vida amorosa de la una mujer ya talludita que comienza a pensar que se le escapa «el último tren», el enfrentamiento de las eficaces documentalistas contra las torpezas de la inteligencia artificial apadrinada por Tracy transformará la película en una historia actualísima, teniendo en cuenta los temores y las esperanzas —ignoro si a partes iguales…— que ha despertado en la sociedad la implantación de la tan cacareada Inteligencia Artificial, aun en un estado de desarrollo inicial, pero no por ello menos sorprendente. Ni idea tenían, en aquel momento, que estaban rodando la actualidad del siglo XXI. A su manera, para entendernos, es como haber pasado, en España, de la Administración Civil del Estado del siglo XIX a la del XXI, algo que se aprecia materialmente en dos películas de muy buen ver: Solo para hombres, de Fernando Fernán Gómez y El alcalde, el escribano y su abrigo, de Alberto Lattuada.

          Sí, por supuesto, también hay algo de la famosa lucha de sexos que tan a la perfección interpretaron en varias ocasiones la pareja Tracy-Hepburn, una de sus grandes especialidades. Lo importante, desde el punto de vista del espectador, es que, a pesar de los escasos escenarios de la película,  lo que delata su origen teatral, hay algunas secuencias que bien pueden calificarse como magistrales, como la entrevista profesional que le hace Tracy a Hepburn en pleno invierno en una terraza de los pisos más altos del Empire State o la invitación de ella a que el ingeniero se refugie en su casa, tras haberse empapado bajo la tormenta que azota la ciudad, para evitar pillar una pulmonía. La misma tormenta que ha cancelado los vuelos en el aeropuerto y ha hecho que regrese al supuesto «nido de amor» el inconstante enamorado de la protagonista, un seductor Gig Young que no puede ocultar, en la comparación con el ingeniero, su endeblez congénita y su frivolidad. El caso es que entra en casa de ella y los pilla cenando, ¡y a Tracy con el albornoz puesto!… Sí, en aquellos tiempos, 1957, al público le hacían reír esas situaciones vodevilescas, pero también a los de hoy, como lo prueba el éxito que tuvo la obra teatral: Por delante y por detrás, de Michael Frayn, convertida en divertidísima película por Peter Bogdanovich: ¡Qué ruina de función!

          La puesta en escena, los personajes secundarios, el vestuario, la iluminación y una excelente fotografía, muy propia de comedias muy populares, al estilo glamuroso de Cómo casarse con un millonario, de Jean Negulesco, hacen de esta película una comedia que no desentona en absoluta de esos estándares refrendados por el éxito. Es posible, incluso, que en aquel momento se viera todo esto de los ordenadores como una suerte de visionario capítulo de la ciencia-ficción, y por eso tal vez estemos mejor dispuestos hoy para entender el dramático trasfondo de aquellos inventos: la pérdida de trabajos y las serias dificultades para estar a la altura de las exigencias del «nuevo» mercado. Sea como fuere, y dejando de lado cierta ñoñería en según qué planteamientos acerca del rol de la mujer , la obra se ve con una permanente sonrisa en los labios y alguna que otra carcajada a la que no nos podemos resistir. Claro que las interpretaciones juegan, en ello, un papel fundamental.

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