Querer: las cosas del PODER.
Título original: Querer
Año: 2024
Duración: 50 min.
País: España
Dirección: Alauda Ruiz de
Azúa (Creadora), Eduard Sola (Creador), Júlia de Paz (Creadora), Alauda Ruiz de
Azúa
Guion: Alauda Ruiz de Azúa,
Eduard Sola, Júlia de Paz
Reparto: Nagore Aranburu; Pedro
Casablanc; Miguel Bernardeau: Iván Pellicer; Loreto Mauleón; Miguel Garcés; Natalia
Huarte; Elena Sáenz; Elisabet Gelabert; Martxelo Rubio;
Adrián Santos; Iñaki Balboa;
Itziar Aizpuru; Iñigo Aramburu.
Fotografía: Sergi Gallardo.
Aunque no me
entusiasmó Cinco lobitos, según expresé en mi crónica en este Ojo,
me animé a ver esta miniserie llevado por la buena recepción que ha tenido, en
términos generales. Y no me arrepiento, aunque, como me pasara con la película,
tiene una buena cantidad de «sus más y sus menos» que son coherentes con la
dificultad de abordar una cuestión tan peliaguda como la de los «secretos de un
matrimonio» que no solo salen a la luz, sino que, además, se convierten en
asunto público, dado que, con una denuncia de por medio, es un juez, en representación
de la sociedad, quien tiene la última palabra sobre la existencia o no de un
delito en el seno de esas relaciones, tradicionalmente reservadas, pero públicas
en cuanto una de las partes se convierte en acusadora de la otra.
De entrada, ¿quién
puede estar en contra de que se condene la violencia, sea marital o no? La
petición de principio de la película está clara, y se mueve más en el ámbito de
lo ideológico que en el de lo jurídico, aunque, a medida que avanza la serie,
por el hecho de haber juicio público, se imbrican ambos discursos y ahí sí que
la serie se ajusta fielmente a la realidad.
El
planteamiento es radical desde el comienzo de la serie: una mujer se reúne con
su abogada y quiere interponer una demanda por abusos prácticamente de todo
tipo, pero, principalmente, psicológicos y sexuales, a su marido de más de treinta
años. La pareja, acomodada, tiene dos hijos absolutamente distintos: uno
moldeado casi a imagen y semejanza del padre, y de talante muy parecido a él, y
otro, moderno, homosexual y no apegado a la esclavitud de la posición económica
y el triunfo social, al menos en apariencia. De esta breve descripción, acaso
demasiado sintética, se desprende ya una suerte de maniqueísmo en el
planteamiento que es lo que va a permitir una evolución a lo largo de la narración,
porque la historia va más allá de lo que podemos considerar el origen mismo de
la historia y el «caso».
Son las vidas
de los cuatro personajes y su evolución, de lo que se nos habla en la película,
aunque todo ello tiene como referencia central el proceso de divorcio y la
denuncia por abusos, que desemboca en un juicio en el que participan los hijos,
porque el padre se empeña en leerles la demanda judicial interpuesta contra él
por su mujer, en la que le acusa de violencia sexual y otros delitos. Que los
hijos formen parte tan activa de ese proceso judicial y que declaren en él,
aunque la ley los exime de hacerlo para no perjudicar a ninguno de los
litigantes, es un punto, a mi juicio, muy controvertido de la historia, y que
se ajusta más a la necesidad del guion que, propiamente, a lo que intuyo que
debe de ser lo común en esos casos: abstenerse, y no tomar partido, salvo que
estemos hablando de violencias que han afectado también a los hijos, por
supuesto. En todo caso, el juicio permite completar la visión que se tiene de
los personajes, los hace más complejos y permite la deriva posterior en sus
reflexiones individuales, que conducen a cambios de posiciones y
comportamientos.
La serie
describe un mundo muy particular, el de las clases altas del País Vasco, y cómo
ciertas psicologías de una sociedad muy conservadora se manifiestan y exhiben
sus vínculos de poder. Los amigos del marido acusado, por ejemplo; su abogado;
el intento de atraerse a sus hijos a su causa, magnificando el despropósito de
unas acusaciones cuyos fundamentos los hijos ignoran a medias: uno totalmente,
el otro solo en parte…; todo nos conduce hacia lo que late en el fondo de la separación:
el poder del marido y la sumisión de la esposa, hasta que decide, los hijos ya
criados, y el hecho de que otros vientos diferentes y liberadores soplen en la
sociedad española en general, liberarse del suplicio, en parte asumido
libremente por ella, e iniciar una nueva vida desde una dificultad extrema,
porque los ingresos del marido le han permitido dedicarse a su casa y a sus
hijos, del modo más tradicional imaginable.
La situación
de la sumisión de la mujer sí que roza, a mi juicio, un cierto exceso de
ficción, dado que se cargan las tintas ideológicas de un modo que acaso
describa a un porcentaje no tan grande de las mujeres en España, aunque aún
numeroso, sin duda. Me refiero a que cuesta trabajo simplemente imaginar —algo
que ni siquiera he visto, hasta ese extremo, en el matrimonio de mis padres en
pleno franquismo— que la mujer no tenga sino la condición de «esclava» del marido,
la casa y los hijos, que no tenga acceso a los bienes gananciales, que absolutamente
ningún bien del matrimonio esté a su nombre, de que viva de lo que el marido
tiene a bien darle, de que acepte ser excluida de la relación con su propia
familia, porque al marido le parece poco menos que un desdoro… Si a eso
añadimos la resignación a las prácticas sexuales permanentemente fingidas por
su parte, provocadoras de dolores e incluso desgarros vaginales, como se
explicita en el juicio…, no cabe duda de
que estamos ante un caso de «esclavismo» consentido muy raro, dado que ni
siquiera hay un fundamento religioso detrás, un factor que podría explicar
perfectamente esa sumisión, dada su importancia sociológica en el País Vasco.
La historia,
teniendo en cuenta esos planteamientos acaso excesivamente sesgados, y que añaden
un maniqueísmo que podría haberse evitado, se sigue con fluidez e interés,
aunque resulta muy difícil, y ello es, sin duda, un valor de la serie, empatizar
totalmente con cualquiera de los personajes cuyas vidas se vuelven públicas a
partir de la denuncia y el juicio. Las personalidades de los cuatro resultan
demasiado esquemáticas, y responden más a arquetipos que a individualidades
complejas, hasta el punto de que ambos padres bien podrían ser considerados
como personajes planos, si de una novela habláramos, porque apenas sufren
evolución alguna desde el comienzo de la serie hasta el desenlace, pasados los
años; algo que no ocurre en los hijos, sin embargo, pero, en buena medida, esas
evoluciones tienen su propio sesgo ideológico, algo comprensible solo en la medida
en que es su propia vida cotidiana la que se ve transformada también.
Lo anterior,
de algún modo, se refleja en los intérpretes, cuyas representaciones van tan
ajustadas al determinismo que rige sus conductas, que nos parecen excesivamente
monolíticos, aunque algunos cambios hay que nos permiten apreciar
favorablemente sus desempeños. Mientras que la protagonista, Nagore Aranburu,
no se permite ni un desfallecimiento en su indignación telúrica, un exceso, se
mire como se mire; el marido, Pedro Casals, tiene un abanico de registros con
los que exhibe una diversidad de comportamiento que engrandece su representación;
algo que le sucede, también, al hijo mayor, Miguel Bernardeau, pero no a su
hermano, de línea más parecida a la de la madre, Iván Pellicer. En conjunto,
sin embargo, brillan a un alto nivel, lo mismo que los secundarios, aunque
acaso se cargan las tintas innecesariamente en la hiperideologización de la
abogada, Loreto Mauleón, casi más interesada en la denuncia social del machismo
que en la propia articulación de la defensa de su representada.
En la medida
en que la película es larga, porque las miniseries son esas películas que se
han de estrenar como m miniseries para no asustar a los espectadores a una sala,
aunque aún recuerdo la emoción de haber visto las casi cinco horas seguidas de Los
misterios de Lisboa de Raúl Ruiz en una matiné gloriosa…, la película tiene
muy variados momentos, de diferente intensidad, pero me ha chocado uno
especialmente, el de la relación homosexual del hijo menor en la casa de la
playa del matrimonio, cuando, sufriendo cierta violencia amorosa propia de la
sexualidad, el hijo se identifica con la violencia sufrida por la madre. Me dejó
perplejo, la escena, lo reconozco, porque no supe a qué atenerme, dado que el
hijo suspende la relación con su pareja y sale a toda prisa de la casa…
Lo importante
de la serie, como lo ha sido la realización de Soy Nevenka, de Icíar
Bollaín, consiste en trasladar a la sociedad la necesidad de establecer las
relaciones amorosas en un plano absoluto de igualdad, la única manera de evitar
los abusos que suelen derivarse de desigualdades tan manifiestas e hirientes
como las que se describen en el caso del matrimonio de esta serie: más de amo y
esclava, de PODER, en suma, que propiamente de QUERER.
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