Delicada y desasosegante película sobre una tríada candente (y en parte canalla): la violación, el incesto y la demencia precoz.
Título original: Memory
Año: 2023
Duración: 98 min.
País: México
Dirección: Michel Franco
Guion: Michel Franco
Reparto: Jessica Chastain; Peter Sarsgaard; Merritt Wever; Brooke Timber;
Josh Charles;
Elsie Fisher; Jessica Harper; Lexie Braverman; Jett Salazar; Thomas
Vorsteg; Johnny Vorsteg; Billy Griffith; Davis Duffield; Blake Baumgartner; Elizabeth
Loyacano; Josh Phillip Weinstein; Ross Brodar; Alexis Rae Forlenza; Tatiana
Ronderos.
Fotografía: Yves Cape.
Con esta, son
tres ya las películas que he visto del mejicano Michel Franco, y una de ellas, Nuevo
Orden, muy propia de ser revisada a la luz de los últimos acontecimientos
políticos. En esta ocasión, los derroteros de la historia nos llevan por dos
caminos complementarios que se centran en los abusos sexuales que sufre una
mujer en el Instituto y en su propia casa. Se trata de una mujer profundamente
herida que trata de salir adelante dedicando su vida a ayudar, como trabajadora
social, a otras personas en situación vulnerable o muy vulnerable. Se trata de
una vida humilde y esforzada en compañía de su hija y alejada de su madre, con la
única relación familiar de su hermana. Ha sido una alcohólica desde que sufrió
la violación, pero desde el nacimiento de su hija lleva doce años sobria y
dedicada en cuerpo y alma a su hija y su trabajo, pero vive con profundas
inseguridades que no tardan en afectarla.
El primer conflicto se desata cuando,
invitada a una fiesta, uno de los asistentes se acerca a ella y, después, la
sigue hasta su casa, delante de la que pasa toda la noche, una noche de perros,
por cierto, hasta que busca ayuda para que alguien se haga cargo de ese hombre
que ve como una amenaza, porque en él ha descubierto a uno de los alumnos que
abusaron de ella. La tensión no puede ser más evidente, y todo nos predispone a
favor de la mujer y en contra del agresor. Es la hermana quien se encarga de
revisar las orlas del anuario escolar para darse cuenta de que ese hombre,
aunque fue al mismo Instituto, no pudo haber cometido el delito, porque no
formaba parte del curso de quien sí lo hizo.
El hombre
sufre de demencia en estado inicial y no puede valerse por sí mismo, dada su
tendencia al olvido, por eso vive en su casa, cuidado por su hermano y su
sobrina, aunque el hecho de irse esta a estudiar fuera, deja al hermano en una difícil
situación. La oferta para ganarse un dinero extra cuidando al hombre enfermo no
tarda en aparecer, y pronto nos damos cuenta de que ni el temor de una ni la
enfermedad del otro son tan profundos que no puedan establecer una relación
que, poco a poco, se va haciendo más intensa, ante los ojos complacidos de la
hija de Sylvia, Anna, quien estrecha la relación con Paul y se congratula de
que su madre «vuelva» a la vida y abandone la tensión constante que parece
dominarla.
El verdadero
conflicto de la película, sin embargo, aún no ha aparecido, porque, de forma
paralela a la relación con Paul, se inicia un deterioro de la relación con su
hermana menor, cuyo marido está literalmente «harto» de que Sylvia acapare a su
mujer, quien acaba viviendo más intensamente la vida de su hermana que la suya
propia, con él y los hijos. Al fondo de ese conflicto emerge una figura que
tarda media película en cobrar el protagonismo que no va a abandonar en el resto
de la película: la madre de Sylvia, la abuela de su hija, con quien no tiene
ninguna relación. Cuando la hija de Sylvia, Anna, pasa unos días con sus tíos,
acaba conociendo a su abuela, por primera vez, porque hasta entonces nunca
había tenido contacto con ella, y no le disgusta, porque la abuela parece
inclinada a mimarla y «compensarla» por la relación que no han podido tener.
No he hablado
aún del trabajo de Jessica Chastain o Peter Sarsgaard, pero la irrupción de
Jessica Harper —¡como me impresionó su trabajo, su belleza anticonvencional y
su voz grave, en la película de Brian de Palma, El fantasma del Paraíso!—
en el papel de abuela sube muchos enteros la complejidad de la trama, máxime
cuando se le descubre al espectador algo que ni sospechaba, cuando se le
ilumina un recoveco de la historia familiar que las noticias sobre la familia
de la escritora Alice Munro han convertido en actualidad. Y que los informados
aten cabos. Los que no, callo para no descubrirles demasiado. Los trabajos de
interpretación de ambos protagonistas son muy intensos, especialmente el de
Sarsgaard, porque la demencia es todo un reto interpretativo desde la cordura,
del mismo modo que al revés.
Estamos, ante
todo, frente a una exploración de la memoria y de los efectos devastadores o
salvadores que puede tener en nuestras vidas, y los motivos biográficos desde
los que se aborda constituyen momentos límites de la experiencia de los
protagonistas, unos los viven conscientemente, como Sylvia, otros, como Saul,
como espectadores algo desvalidos, a punto del desconocimiento absoluto, pero
muy conectados con los sentimientos más profundos y alentadores.
La tercera
línea narrativa, no de menor importancia, es el aprovechamiento de los recursos
de Paul por parte de su hermano, quien vive en su casa y, en parte, a su costa,
cuando descubre que existe un proyecto de matrimonio entre su hermano y Sylvia.
Es decir, hablamos de dos seres tocados por la varita despiadada del infortunio
que han de sobreponerse a adversidades de diferente naturaleza para poder
recongraciarse con la vida y, sobre todo, con los sentimientos genuinos que la
hacen bella y digna de ser vivida.
La película
aparenta una cierta morosidad, pero, en el fondo, es respetuosa con procesos
psicológicos que llevan su tiempo, algo que Michel Franco ha entendido perfectamente.
Las heridas del alma, sobre todo cuando son tan desgarradoras, son incompatibles con las sanaciones
milagrosas, y el espectador se sentiría lógicamente estafado si algo así
ocurriera. Por otro lado, esta historia se inserta en una experiencia de la
vida cotidiana que nos aleja de los grandes melodramas espectaculares:
asistimos a un desarrollo del que no pocos de nosotros, los espectadores,
estamos al cabo de la calle y hemos, acaso, sufrido en carne propia.
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