Título original: Nunca pasa nada
Año: 1963
Duración: 97 min.
País: España
Dirección: Juan Antonio
Bardem
Guion: Juan Antonio Bardem,
Alfonso Sastre, Henry-François Rey
Reparto: Corinne Marchand; Antonio
Casas; Jean-Pierre Cassel; Julia Gutiérrez Caba;
Alfonso Godá; José Franco; Rafael
Bardem; Matilde Muñoz Sampedro; María Luisa Ponte;
Tota Alba; Ana María Ventura;
Josefina Serratosa; Carmen Sánchez; Pilar Gómez Ferrer;
Sun de Sanders; María Vico; Gregorio
Alonso; Eduardo Casas.
Música: Georges Delerue
Fotografía: Juan Julio Baena
(B&W)
Título original: Circle of Friends
Año: 1994
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Pat O'Connor
Guion: Andrew Davies. Novela: Maeve Binchy
Reparto: Chris O'Donnell; Minnie Driver; Saffron Burrows; Aidan Gillen;
Geraldine O'Rame; Colin Firth; Mick Lally; Ciarán Hinds; Alan Cumming.
Música: Michael Kamen
Fotografía: Kenneth
MacMillan.
La represión sexual en la España dictatorial
de comienzos de los 60 y el despertar a la sexualidad a finales de los 50 en la
Irlanda ultracatólica.
Tras haber
visto Un mes en el campo, también de O’Connor, decidimos que Círculo
de amigos acaso mereciera la pena para recordar nuestra visita a Dublín en
2022, una ciudad de la que nos enamoramos. Pero dos días después vimos Nunca
pasa nada, una obra extraordinaria de Juan Antonio Bardem, y, dada la
temática de ambas en torno a la represión sexual, y aun teniendo estéticas tan
diferentes, he tomado la arriesgada decisión de agruparlas en esta crítica para
llamar la atención de los espectadores sobre ambas. Sería algo así como un
diálogo a mucha distancia entre los últimos coletazos del neorrealismo y la influencia
del cine social de Loach en el cine irlandés.
Nunca pasa
nada —pertinente expresión coloquial del hastío, del tedio— no tuvo en su
momento el éxito que merecía, en parte porque se la veía como secuela de Calle
Mayor, también de Bardem, aunque esta tiene una entidad y una estética que
supera, desde la perspectiva sociológica a aquella, porque se sirve de un
conflicto que permite elaborar una radiografía del aislamiento y el retraso
moral español bajo el franquismo en tiempos oscuros a los que empezaba a
vérsele el final, porque Mayo del 68, la rebeldía contra la Guerra del Viet-Nam
en Usaméria y la potente industria incipiente del turismo, junto a la creación
de los famosos «polos de desarrollo industrial» (Burgos, Coruña, Huelva,
Sevilla, Valladolid, Vigo y Zaragoza) cambiaron la Dictadura casi de arriba
abajo en apenas una década. De hecho, la potente influencia de la iglesia se
advierte aquí en las feligresas que despellejan a todo bicho viviente y, en
especial, al médico que ha de operar de apendicitis a una artista francesa de
variedades a la que la compañía ha tenido que dejar en un pueblo de Castilla.
He ahí la piedra de toque que va a revelar la miseria moral de unas relaciones matrimoniales,
emocionales y sexuales al borde del precipicio, en el seno de una comunidad ultraconservadora
puesta en entredicho por la presencia de la joven, hermosa y provocativa actriz
y bailarina. No hay que descartar en Bardem un posible interés antropológico,
dados los frecuentes barridos de cámara que capturan una galería de rostros y
personajes que parecen sacados de los cuadros de campesinos de Vela Zanetti,
personajes que rodean y miran a la joven francesa desde un fondo ancestral de
espíritu cazador. De hecho, ese fondo lo comparte el médico con sus
conciudadanos, pero este está recubierto de una capa de barniz cultural que
solo aparentemente parece distinguirlo de ellos. En el fondo, el médico aparta
a la muchacha para él y la instala en una casa de la que le prohíbe salir,
porque solo él quiere para él tenerla, porque solo con ella vuelve a sentir el
entusiasmo de la vida y el ideal de un futuro distinto de la resignación
mortecina en la que vive junto a su pacata esposa, de quien se libera en
ciertas correrías sexuales en la capital. El escándalo provinciano está servido.
Y es situación que forma parte e nuestra tradición literaria, como podemos ver
en La Regenta, de Clarín, por ejemplo. A ese intento de adulterio se suma la
relación platónica del profesor de francés con la mujer del médico, a quien el
joven le ofrece sus primeros poemas, elogiados, dice él, por Vicente
Aleixandre. Más adelante, cuando la joven se refupera y toma la iniciativa de
salir sola, acaba buscando a Juan para poder hablar y entenderse con alguien en
francés, porque no habla nada de español. Al margen de la esplendente
fotografía de la meseta castellana con que se abre la película, siguiendo la
estela del autobús que la cruza y que hará parada obligatoria en Aranda de
Duero (Medina del Zarzal en la película), la fotografía en blanco y negro de
Juan Julio Baena capta prodigiosamente la opresión mora de la vieja villa, del
mismo modo que el tráfico constante de camiones que la atraviesa mañana, tarde
y noche viene a decirnos que se trata de un lugar «de paso» del que conviene
salir cuanto antes, como se plantea la humillada esposa del doctor,
interpretada con exquisita sensibilidad por Julia Gutiérrez Caba, acaso en uno
de sus mejores papeles, o como le recomiendo la actriz al joven profesor de
francés para que no se «agoste» en tan tétrico lugar. La acción no se centra
solo en las calles céntricas de la localidad, sino que se desplaza a una finca donde el doctor
enseña a cazar a la joven y al castillo de Peñafiel, donde Bardem consigue unos encuadres de mucho mérito. En general, el contraste entre esos
espacios abiertos y la opresión del núcleo urbano son un reflejo de la
mentalidad liberal de la actriz y la mentalidad morbosa, dominante y reprimida
de algunos personajes. Antonio Casas, el doctor, Enrique, tan posesivo e
irascible, llega a poner de los nervios a los espectadores, por su impotencia,
su urgencia sexual y su devastación existencial, pero esa personalidad choca en
una espléndida pelea matrimonial con Julia, Julia Gutiérrez Caba, quien, llena
de una dignidad recuperada con insólito vigor, le planta cara a su marido y le
habla de que ella también tiene «necesidades» y de que puede plantearse
reiniciar su vida, algo que descoloca totalmente a su despótico marido.
Son, como se
advierte, líneas narrativas muy potentes, las que se muestran en la película y
se siguen con placer e interés hasta un desenlace que no revelaré. Sí
destacaré, sin embargo, el hechizo emocional de la partitura que Georges
Delerue escribió para esta coproducción hispano-francesa, en cuyo guion
participaron Henry-Françoise Rey —cuya novela Los organillos llevó al
cine Bardem con el título Los pianos mecánicos— y Alfonso Sastre, un enfant
terrible de las Letras para la Dictadura.
Círculo de
amigos narra, de una forma desenvuelta y alegre, no exenta de ciertos
momentos dramáticos, la aventura de tres chicas irlandesas que dejan sus
pequeños pueblos para ir a estudiar a la Universidad en Dublín. Solo una de
ellas deberá ir y volver cada día en autobús, con lo que ello supone de
perderse la rica vida estudiantil, en el plano de las relaciones sociales,
fuera de las aulas. Como la película no tarda en centrarse en las aventuras
amorosas y el miedo a las primeras relaciones sexuales, pues sus mentalidades,
al menos la de dos de ellas, siguen gobernadas por los avisos religiosos al
respecto, el contraste académico escogido es el de las clases de antropologías
sobre la sexualidad de las tribus primitivas, específicamente el libro que
recoge las investigaciones de Margaret Mead, Adolescencia, sexo y cultura en
Samoa. La trama se bifurca rápidamente en las aventuras de Benny (Minnie
Driver) y Jack (Chris O’Donnell) y Nan
(Saffron Burrows) y Simon Westward (Colin Firth), de muy distinta naturaleza,
unos, los primeros, temerosos de dar el paso de la unión carnal; los otros, dos
depredadores sexuales que acabarán
chocando cuando ella, Nan, se quede embarazada y el «noble» arruinado le revele
que ha de comprometerse con una rica casadera.
La película
explora, en la figura de Benny, la otra cara de las jóvenes que aspiran a
liberarse de sus mayores: la sumisión al negocio de la familia y la huida del
pretendiente que más complace a sus padres: el dependiente en la tienda de
tejidos del padre, quien incesantemente le tira los tejos a una joven que bebe
los vientos por Jack, el atlético y dominado hijo único de un padre doctor en
medicina, carrera que quiere que siga su hijo, aunque este se desmaye en cada
clase de disección de cadáveres. Ese dependiente, Sean —una poderosísima
interpretación de Alan Cumming—, se convierte en uno de los grandes alicientes
de la película, así como su tenebrosa historia de villana adulación a la
familia de Benny, quien, en una escena delirante, logra zafarse del intento de
violación.
La vida estudiantil
está muy bien retratada, así como la «sororidad» entre las amigas, incluido el
enfrentamiento con Nan, un papel en el que la impresionante belleza clásica de
Saffron Burrows la marca ya como una mujer experimentada frente a las dos
adolescentes que son, en el fondo, Benny y Eve (Geraldine O’Rawe), pero ello no
evitara un enfrentamiento dramático muy bien llevado, cerca ya del desenlace.
Nosotros
queríamos ver Dublín, y se ve, ciertamente, pero nos han complacido enormemente
los paisajes rurales y la pequeña localidad donde vive Benny. Aunque Nunca
pasa nada es de 1963 y los acontecimientos que se narran en Círculo de
amigos son de 1959, se puede apreciar una enorme diferencia entre los
ambientes y el espíritu de los jóvenes en una y otra. La religión, sin embargo,
es la misma en ambos espacio: el catolicismo tridentino, ese catolicismo que
ensalzaba la figura de Bernardette Devlin, como una heroína, durante el
franquismo en las noticias de RTVE.
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