miércoles, 26 de marzo de 2025

«Nunca pasa nada», de Juan Antonio Bardem, un drama extraordinario, y «Círculo de amigos», de Pat O’Connor, de muy buen ver.

 

Título original: Nunca pasa nada

Año: 1963

Duración: 97 min.

País: España

Dirección: Juan Antonio Bardem

Guion: Juan Antonio Bardem, Alfonso Sastre, Henry-François Rey

Reparto: Corinne Marchand; Antonio Casas; Jean-Pierre Cassel; Julia Gutiérrez Caba;

Alfonso Godá; José Franco; Rafael Bardem; Matilde Muñoz Sampedro; María Luisa Ponte;

Tota Alba; Ana María Ventura; Josefina Serratosa; Carmen Sánchez; Pilar Gómez Ferrer;

Sun de Sanders; María Vico; Gregorio Alonso; Eduardo Casas.

Música: Georges Delerue

Fotografía: Juan Julio Baena (B&W)

 

 

Título original: Circle of Friends

Año: 1994

Duración: 96 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Pat O'Connor

Guion: Andrew Davies. Novela: Maeve Binchy

Reparto: Chris O'Donnell; Minnie Driver; Saffron Burrows; Aidan Gillen; Geraldine O'Rame; Colin Firth; Mick Lally; Ciarán Hinds; Alan Cumming.

Música: Michael Kamen

Fotografía: Kenneth MacMillan.

 

          La represión sexual en la España dictatorial de comienzos de los 60 y el despertar a la sexualidad a finales de los 50 en la Irlanda ultracatólica.

 

          Tras haber visto Un mes en el campo, también de O’Connor, decidimos que Círculo de amigos acaso mereciera la pena para recordar nuestra visita a Dublín en 2022, una ciudad de la que nos enamoramos. Pero dos días después vimos Nunca pasa nada, una obra extraordinaria de Juan Antonio Bardem, y, dada la temática de ambas en torno a la represión sexual, y aun teniendo estéticas tan diferentes, he tomado la arriesgada decisión de agruparlas en esta crítica para llamar la atención de los espectadores sobre ambas. Sería algo así como un diálogo a mucha distancia entre los últimos coletazos del neorrealismo y la influencia del cine social de Loach en el cine irlandés.

          Nunca pasa nada —pertinente expresión coloquial del hastío, del tedio— no tuvo en su momento el éxito que merecía, en parte porque se la veía como secuela de Calle Mayor, también de Bardem, aunque esta tiene una entidad y una estética que supera, desde la perspectiva sociológica a aquella, porque se sirve de un conflicto que permite elaborar una radiografía del aislamiento y el retraso moral español bajo el franquismo en tiempos oscuros a los que empezaba a vérsele el final, porque Mayo del 68, la rebeldía contra la Guerra del Viet-Nam en Usaméria y la potente industria incipiente del turismo, junto a la creación de los famosos «polos de desarrollo industrial» (Burgos, Coruña, Huelva, Sevilla, Valladolid, Vigo y Zaragoza) cambiaron la Dictadura casi de arriba abajo en apenas una década. De hecho, la potente influencia de la iglesia se advierte aquí en las feligresas que despellejan a todo bicho viviente y, en especial, al médico que ha de operar de apendicitis a una artista francesa de variedades a la que la compañía ha tenido que dejar en un pueblo de Castilla. He ahí la piedra de toque que va a revelar la miseria moral de unas relaciones matrimoniales, emocionales y sexuales al borde del precipicio, en el seno de una comunidad ultraconservadora puesta en entredicho por la presencia de la joven, hermosa y provocativa actriz y bailarina. No hay que descartar en Bardem un posible interés antropológico, dados los frecuentes barridos de cámara que capturan una galería de rostros y personajes que parecen sacados de los cuadros de campesinos de Vela Zanetti, personajes que rodean y miran a la joven francesa desde un fondo ancestral de espíritu cazador. De hecho, ese fondo lo comparte el médico con sus conciudadanos, pero este está recubierto de una capa de barniz cultural que solo aparentemente parece distinguirlo de ellos. En el fondo, el médico aparta a la muchacha para él y la instala en una casa de la que le prohíbe salir, porque solo él quiere para él tenerla, porque solo con ella vuelve a sentir el entusiasmo de la vida y el ideal de un futuro distinto de la resignación mortecina en la que vive junto a su pacata esposa, de quien se libera en ciertas correrías sexuales en la capital. El escándalo provinciano está servido. Y es situación que forma parte e nuestra tradición literaria, como podemos ver en La Regenta, de Clarín, por ejemplo. A ese intento de adulterio se suma la relación platónica del profesor de francés con la mujer del médico, a quien el joven le ofrece sus primeros poemas, elogiados, dice él, por Vicente Aleixandre. Más adelante, cuando la joven se refupera y toma la iniciativa de salir sola, acaba buscando a Juan para poder hablar y entenderse con alguien en francés, porque no habla nada de español. Al margen de la esplendente fotografía de la meseta castellana con que se abre la película, siguiendo la estela del autobús que la cruza y que hará parada obligatoria en Aranda de Duero (Medina del Zarzal en la película), la fotografía en blanco y negro de Juan Julio Baena capta prodigiosamente la opresión mora de la vieja villa, del mismo modo que el tráfico constante de camiones que la atraviesa mañana, tarde y noche viene a decirnos que se trata de un lugar «de paso» del que conviene salir cuanto antes, como se plantea la humillada esposa del doctor, interpretada con exquisita sensibilidad por Julia Gutiérrez Caba, acaso en uno de sus mejores papeles, o como le recomiendo la actriz al joven profesor de francés para que no se «agoste» en tan tétrico lugar. La acción no se centra solo en las calles céntricas de la localidad, sino que  se desplaza a una finca donde el doctor enseña a cazar a la joven y al castillo de Peñafiel, donde Bardem consigue unos encuadres de mucho mérito. En general, el contraste entre esos espacios abiertos y la opresión del núcleo urbano son un reflejo de la mentalidad liberal de la actriz y la mentalidad morbosa, dominante y reprimida de algunos personajes. Antonio Casas, el doctor, Enrique, tan posesivo e irascible, llega a poner de los nervios a los espectadores, por su impotencia, su urgencia sexual y su devastación existencial, pero esa personalidad choca en una espléndida pelea matrimonial con Julia, Julia Gutiérrez Caba, quien, llena de una dignidad recuperada con insólito vigor, le planta cara a su marido y le habla de que ella también tiene «necesidades» y de que puede plantearse reiniciar su vida, algo que descoloca totalmente a su despótico marido.

          Son, como se advierte, líneas narrativas muy potentes, las que se muestran en la película y se siguen con placer e interés hasta un desenlace que no revelaré. Sí destacaré, sin embargo, el hechizo emocional de la partitura que Georges Delerue escribió para esta coproducción hispano-francesa, en cuyo guion participaron Henry-Françoise Rey —cuya novela Los organillos llevó al cine Bardem con el título Los pianos mecánicos— y Alfonso Sastre, un enfant terrible de las Letras para la Dictadura.

 

          Círculo de amigos narra, de una forma desenvuelta y alegre, no exenta de ciertos momentos dramáticos, la aventura de tres chicas irlandesas que dejan sus pequeños pueblos para ir a estudiar a la Universidad en Dublín. Solo una de ellas deberá ir y volver cada día en autobús, con lo que ello supone de perderse la rica vida estudiantil, en el plano de las relaciones sociales, fuera de las aulas. Como la película no tarda en centrarse en las aventuras amorosas y el miedo a las primeras relaciones sexuales, pues sus mentalidades, al menos la de dos de ellas, siguen gobernadas por los avisos religiosos al respecto, el contraste académico escogido es el de las clases de antropologías sobre la sexualidad de las tribus primitivas, específicamente el libro que recoge las investigaciones de Margaret Mead, Adolescencia, sexo y cultura en Samoa. La trama se bifurca rápidamente en las aventuras de Benny (Minnie Driver) y Jack (Chris O’Donnell)  y Nan (Saffron Burrows) y Simon Westward (Colin Firth), de muy distinta naturaleza, unos, los primeros, temerosos de dar el paso de la unión carnal; los otros, dos depredadores sexuales  que acabarán chocando cuando ella, Nan, se quede embarazada y el «noble» arruinado le revele que ha de comprometerse con una rica casadera.

          La película explora, en la figura de Benny, la otra cara de las jóvenes que aspiran a liberarse de sus mayores: la sumisión al negocio de la familia y la huida del pretendiente que más complace a sus padres: el dependiente en la tienda de tejidos del padre, quien incesantemente le tira los tejos a una joven que bebe los vientos por Jack, el atlético y dominado hijo único de un padre doctor en medicina, carrera que quiere que siga su hijo, aunque este se desmaye en cada clase de disección de cadáveres. Ese dependiente, Sean —una poderosísima interpretación de Alan Cumming—, se convierte en uno de los grandes alicientes de la película, así como su tenebrosa historia de villana adulación a la familia de Benny, quien, en una escena delirante, logra zafarse del intento de violación.

          La vida estudiantil está muy bien retratada, así como la «sororidad» entre las amigas, incluido el enfrentamiento con Nan, un papel en el que la impresionante belleza clásica de Saffron Burrows la marca ya como una mujer experimentada frente a las dos adolescentes que son, en el fondo, Benny y Eve (Geraldine O’Rawe), pero ello no evitara un enfrentamiento dramático muy bien llevado, cerca ya del desenlace.

          Nosotros queríamos ver Dublín, y se ve, ciertamente, pero nos han complacido enormemente los paisajes rurales y la pequeña localidad donde vive Benny. Aunque Nunca pasa nada es de 1963 y los acontecimientos que se narran en Círculo de amigos son de 1959, se puede apreciar una enorme diferencia entre los ambientes y el espíritu de los jóvenes en una y otra. La religión, sin embargo, es la misma en ambos espacio: el catolicismo tridentino, ese catolicismo que ensalzaba la figura de Bernardette Devlin, como una heroína, durante el franquismo en las noticias de RTVE.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario