viernes, 7 de marzo de 2025

«The Matinee Idol», «La nueva generación» y «Pasa el circo», el tránsito del mudo al sonoro de Frank Capra.

 


Título original: The Matinee Idol

Año: 1928

Duración; 60 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Frank Capra

Guion: Robert Lord, Ernest Pagano, Elmer Harris, Peter Milne

Reparto: Bessie Love; Johnnie Walker; Ernest Hilliard; Lionel Bewlmore; David Mir.

Fotografía: Philip Tannura (B&W)

 

 

 







Título original: The Younger Generation

Año: 1929

Duración: 75 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Frank Capra

Guion: Howard J. Green, Sonya Levien. Obra: Fannie Hurst

Reparto: Jean Hersholt; Lina Basquette; Ricardo Cortez; Rex Lease; Rosa Rosanova; Syd Crossley; Martha Franklin; Julia Swayne Gordon; Bernard Siegel.

Música: Mischa Bakaleinikoff

Fotografía: Ted Tetzlaff (B&W)

 

 

 





Título original: Rain or Shine

Año: 1930

Duración: 86 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Frank Capra

Guion: Jo Swerling, Dorothy Howell. Obra: James Gleason, Maurice Marks

Reparto: Joe Cook: Louise Fazenda; Joan Peers; William Collier Jr.; Tom Howard; Clarence Muse; Alan Roscoe; Nella Walker; Edward Martindel; Nora Lane; Tyrell Davis; Dave Chasen; Adolph Milar.

Fotografía: Joseph Walker (B&W).

 

         

Una comedia, un melodrama y una alocada comedia «marxista» (o casi) en los inicios de un potente cineasta: Frank Capra.

 

No es pasión de cinéfilo, este afán mío de ver los inicios de la carrera de los grandes cineastas, como Hitchcock o Ford o ahora Capra, algo menor que los dos anteriores, pero siempre interesante. En esta ocasión se da la circunstancia, además, de que la cronología coincide con el tránsito del mudo al sonoro, de tal manera que La nueva generación es una película en la que se mezclan intertítulos y escenas sonoras, una mezcla que llama poderosamente la atención.

          La primera, El ídolo de las matinales, se creía perdida y ha sido hallada no hace mucho en una filmoteca francesa. Casi podría hablarse de un medio metraje, pues no llega siquiera a la hora, pero da tiempo suficiente para contar una historia muy bien desarrollada. Un ídolo de los llamados blackface, un cantante blanco que imita, merced al maquillaje, a un negro, como Al Jolson en El cantor de jazz,, se toma un fin de semana de relajación, para huir del acoso de sus muchas admiradoras y acaba en un pequeño pueblecito, donde el coche en que viajan se les ha estropeado y en donde actúa una compañía de teatro ambulante con una obra dramática en la que acaban de despedir a un actor cuyo cometido es, antes de morir, recibir el beso de la protagonista. En la cola  para ser contratados está el mecánico del taller a quien el actor va a ver para pedir que le arreglen el coche. La hija del dueño de la compañía y primera actriz, repasa a los candidatos, pero solo se queda con el actor, a quien no conoce. Este, como sabe que sus acompañantes han entrado a ver la obra, se presta al juego, seducido por los encantos de la joven actriz. La obra resulta ser un despropósito de principio a fin, con equivocaciones y detalles que provocan las risas de los amigos del actor, quienes enseguida ven que para el show musical que proyectan, esta obra podría ser un intermedio cómico de primera magnitud, por más que, para la compañía Bolívar, sea una auténtica tragedia ambientada en la Guerra de Secesión. Contratados para actuar en Broadway, siempre que actúe toda la compañía, razón por la que la actriz ha de pedirle al actor famoso a quien había despedido que vuelva a formar parte del elenco, comienza la fase de los equívocos, porque el protagonista ha de simultanear los dos papeles: el de blackface famoso que encandila a la joven Bolívar y el de torpe miembro de la compañía. Por esos derroteros, con algunas escenas realmente inspiradas, la historia continúa hasta que las despiadadas risas de los espectadores acaban convenciendo a la compañía Bolívar de que sus nobles esfuerzos dramáticos son el hazmerreír del público, lo cual implica la aparición de Blackface, disfrazado como tal, para sustituir a desaparecido actor. Cuando la actriz sale del teatro, avergonzada, se le une el protagonista bajo la lluvia, que poco a poco irá destiñéndole la cara para aparecer ante la mujer como el causante de la infame burla sufrida por su compañía, debido a la ingenuidad suya yd e su padre, que no supieron ver el fondo ominoso de la burla de que eran objeto. Curiosamente, en la última película muda de Buster Keaton, rodada un año después, en 1929, la trama incluye una obra de teatro casi calcada de esta Caroline aquí representada. No he logrado documentar la relación entre ambas, ni si se basan en la misma obra teatral, se llame Caroline o de otro modo, pero el desarrollo de las escenas es muy similar y, como aquí pasa, también en la película de Keaton, El comparsa, acaba convirtiendo un drama sudista en una comedia escacharrante, consiguiendo los mejores momentos de la última película muda de Keaton, que, desgraciadamente, no está a la altura de sus grandes éxitos, salvo por esas escenas de la representación en la que se cuela para desbaratarlo todo. La pareja protagonista en The Matinee Idol funciona perfectamente y consiguen sacar adelante una comedia amable que rinde homenaje a los cómicos errantes, como aquellos que inspiraron a Fernando Fernán Gómez una de sus mejores películas: Viaje a ninguna parte, o cuando las viejas compañías teatrales son sustituidas por el cine.

          La nueva generación es un melodrama centrado en una familia judía, algo poco usual en la cinematografía usamericana de entonces. La película comparte la doble condición de muda y sonora, por lo que se mezclan escenas con intertítulos y escenas con voz, aunque esta suene algo engolada y pomposa, exenta de la naturalidad que no tardará en alcanzarse, una vez se haya hecho la criba de tantísimos actores y actrices como no superaron el paso del mudo al sonoro. La familia tiene dos hijos, un joven sabelotodo y emprendedor, protegido por la madre y llevado por ella en palmitas, y una joven con poca suerte social y enamorada, a su vez, de un vecino que es músico pero que no logra triunfar, hija que es el ojo derecho de su padre, con quien le une una relación afectiva muy poderosa. El hijo va escalando en la sociedad exhibiendo una insensibilidad y falta de escrúpulos morales que lo llevan a codearse con los miembros de las clases altas de la ciudad. Merced a una mala jugada para la que contrata al joven músico: interpretar una canción en la calle delante de una joyería cuyos trabajadores salen a la puerta para seguirla mientras, en el interior, unos maleantes aprovechan para desvalijar la joyería. Acusado de complicidad en el robo, el músico es buscado por la policía. El vecino, el hermano de su novia, se niega a ayudarlo y él escapa. La novia lo convence para que acepte la pena que le toque, con la seguridad de que ella la esperará hasta que salga. Se casan antes de entregarse a la policía y ella queda embarazada. En ese ínterin, los padres han dio a vivir a la lujosa casa del hijo, una «mansión», lejos del barrio popular donde el padre era «alguien» y podía relacionarse con otros como ellos. La película deriva por la humillación que sufren los padres cuando el hijo los desconoce ante unos invitados de mucho rango, y padres de la mujer con quien quiere casarse, y el padre decide escaparse de la casa, lleno de vergüenza. Como el hermano ha roto toda relación con la hermana, ¡casada con un presidiario!, aunque fuera él el causante de esa condena, el padre, a quien no le llegan las cartas de su hija, tarda mucho en saber que él y su mujer han sido abuelos. Las escenas de esa celebración en su viejo barrio, con los vecinos de toda la vida, a quienes hace mucho que no ve,  tienen todo el aroma de las películas «positivas» de Capra, y contrasta sobremanera con el drama familiar en que se insertan. El choque social y la deshumanización del «triunfador» están perfectamente representados por Ricardo Cortez, nacido Jacob Krantz, pero a quien quisieron convertir en competidor de otros latín lovers. Fue hermano mayor de Stanley Cortez, cinematografista de películas tan sobresalientes como La noche del cazador o Corredor sin retorno.

          Pasa el circo es una obra realmente inclasificable, porque es la adaptación de un musical de Broadway pero en el que solo se oye una canción y de modo muy circunstancial. Lo protagonizan quienes triunfaron en el teatro, Joe Cook y Dave Chasen, ambos en la onda inequívoca de los Hermanos Marx, que debutaron en el cine un año antes, con Los cuatro cocos, de Joseph Santley y Robert Florey. Cook representa el mánager de un circo legado por un empresario ya fallecido a su hija, aunque está a las puertas de desaparecer porque no puede hacer frente a las nóminas de la compañía. Dos miembros de ella, el domador y otro, pretenden que el circo se hunda para «rescatarlo» ellos y hacerse con la propiedad del mismo. El enamorado de la propietaria le promete que en su localidad natal encontrará apoyo económico para poder seguir con el circo, pero las cosas no saldrán como las imaginan. Vale decir que el encargado, que ha prometido al padre de la heredera que no desamparará a su hija y que la ayudará siempre, está enamorado de ella, pero esta lo está del joven de rica familia a quien se la presenta en una cena que acaba resultando un fracaso. En los altibajos constantes de la historia tiene todo que ver el mánager locuaz y embaucador, capaz de convencer a un socio para que invierta en el circo sin otro trabajo que cobrar los réditos. Ese pánfilo inversor tiene un relevante papel cómico que destaca la función grouchiana del mánager, secundado por una copia casi calcada de Harpo Marx, tan relativamente mudo como él y con una mímica que se compenetra a la perfección con el mánager. No se pida un desarrollo lógico, excepto el de la pretendida apropiación del domador, porque toda la película está construida sobre los gags del dúo protagonista. Cook, además, fue un completísimo actor de vodevil que deja su impronta de primerísima estrella del teatro de variedades en esta película. El final, del que no quiero dar detalles, es apoteósico, y está rodado con un verismo que mete el peligro en el cuerpo del espectador. La película tiene poco que ver con el universo de Capra, pero precisamente por eso aumenta su valor de rareza en un filmografía tan coherente. Está claro que el protagonista lo condiciona todo, pero no es menos cierto que Capra logra ir más allá de su actuación y contarnos una historia de amores y desamores y negocios ambientados en el fabuloso mundo del circo, de que no están exentas las huelgas de brazos caídos, por supuesto.

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