martes, 18 de marzo de 2025

«Vírgenes modernas» y «La melodía de Broadway», de Harry Beaumont, al borde del siglo.

 

Título original: Our Dancing Daughters

Año: 1928

Duración: 85 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Harry Beaumont

Guion: Josephine Lovett, Marian Ainslee, Ruth Cummings

Reparto: Joan Crawford; Johnny Mack Brown; Nils Asther; Dorothy Sebastian; Anita Page; Kathlyn Williams; Edward J. Nugent.

Música: William Axt (Película muda)

Fotografía: George Barnes (B&W).

 



Título original: The Broadway Melody

Año: 1929

Duración: m110 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Harry Beaumont

Guion: Norman Houston, James Gleason. Historia: Edmund Goulding

Reparto: Charles King; Anita Page; Bessie Love; Jed Prouty; Kenneth Thomson; Edward Dillon; Mary Doran; Eddie Kane; J. Emmett Beck.:

Música: Nacio Herb Brown

Fotografía: John Arnold (B&W).

 


La juventud desinhibida y el juego complejo de la seducción; y el primer Oscar a la mejor película a un musical.

 

Nonagenarias y aún de estupendo buen ver, estas dos películas de un director poco renombrado, a pesar de contar en su haber con el primer Oscar a la mejor película en 1929, siendo el primer musical en conseguirlo y marcando el camino a los muchos y excelentes que en ese género nos han deleitado desde entonces. Curiosamente, la primera película, aun siendo muda, tiene ya un profundo sentido musical, porque esas jóvenes desinhibidas de los felices 20 van de baile en baile y, al margen de la música con que se adornan esas producciones, «notamos» la música que anima a esos alegres y despreocupados jóvenes de entonces. El protagonismo de Joan Crawford en su quinta película de la época muda sentó las bases de una carrera que la llevaría al Oscar y a la celebridad, y a trabajar con directores de la talla de Nicholas Ray, como en la inolvidable  Johnny Guitar, o Michael Curtiz, Alma en suplicio. Aquí la vemos desenvolverse casi en un registro cómico, que no tarda en derivar hacia lo patético cuando, tras enamorarse de un millonario retraído y amante de la vida tranquila, lo acaba perdiendo a manos de una rubia mojigata que usa las mejores artes femeninas del engaño para capturarle: haciéndole creer que ella es una joven modosa y amante de la vida familiar y tranquila, la meta del joven millonario, quien se aleja de la protagonista, encarnada por Crawford, por su supuesta frivolidad, no solo por el modo como trata a sus amigos, sino por su afición a la vida social, aunque la protagonista está convencida de que ha conseguido «cazarlo». Con lo que no cuenta es con que su rival, la hermosísima y rubia Anita Page, de origen español, por cierto, va a saber jugar sus cartas modosas frente a todo el alarde de joven desinhibida de la Crawford. Ese duelo es la base fundamental de la película: dos mujeres retándose para conseguir cazar el mejor de los partidos: una persona discreta, a pesar de su fortuna, y amante de la tranquilidad sobre todas las cosas. Poco a poco, tras los primeros tiempos dominados por la victoria de la una sobre la otra, la modosita acaba revelándose como una mujer casada y profundamente aburrida junto a un esposo que vive al margen de las relaciones sociales, del modo como imaginaba que a ella le gustaba compartir. En un crescendo de engaño y frivolidad, Page acaba presentándose con su amante en la fiesta de despedida de la Crawford, quien se va de viaje a Europa, para cambiar de aires. La borrachera de la actriz y el enfrentamiento entre ambas mujeres, una vez que el marido se presenta de improviso en esa fiesta y se da cuenta de que se ha equivocado, constituye una de las mejores partes de la película, sobre cuyo desenlace no diré ni mu. Pero adelanto que no habrá ningún espectador que pueda quedar indiferente por la situación y por el juego de picados y contrapicados de esa escena en una escalera que separa a las dos clases sociales: los ricachones arriba; las fregonas, abajo. Y ahí lo dejo. La película retrata un tipo de mujer muy concreto, perteneciente a la clase adinerada, aunque la madre de Page regenta un próspero negocio. Y, al margen de la aventura amorosa frustrada de la protagonista, también se nos ofrece el romance complejo de su hermana mayor, quien se ha enamorado de un hombre celoso que está dispuesto a arruinar su matrimonio llevado por ellos. El actor que encarna a ese marido celoso es el guapísimo actor sueco Nils Asther, a quien vimos hace muy poco en La amargura del general Yen, de Frank Capra.

         

          La melodía de Broadway tiene el mérito de haber sido la primera gran producción musical que recibe un Oscar a la mejor película y que no solo tendrá varias secuelas, sino que da pie al desarrollo de un género que nos ofrecerá algunas de las mejores películas de la Historia del Cine, y, para los amantes de ese género, como yo lo soy, infinitas horas de placer continuo. La historia es del que luego fuera brillante director Edmund Goulding, el de El callejón de las almas perdidas, tan brillante, entre otras. Y no puede ser más candorosa, aunque con unos resabios libertinos que serían imposibles tras la implantación del código Hays, y unos atuendos de Anita Page más que generosos para el puritanismo ambiente de aquellas fechas por lo que hacía al gran público, no, por supuesto, a las élites. Dos hermanas, una resabiada y una hermosísima y candorosa, Bessie Love —a quien acabo de ver recientemente en The Idol Matinee, de Frank Capra— y Anita page, llegan a Broadway, atraídas por el novio de la primera, quien va a participar en una gran producción musical con una canción sobre la que se montaba todo un show: Melodía de Broadway. Y la secuencia inicial en una oficina en la que en cada rincón hay un grupo musical ensayando su número parece un homenaje a las posibilidades del recién nacido cine sonoro, hasta que, de entre todos esos números musicales, emerge nítido y distinto el del protagonista, en una interpretación que acaba siendo oída y secundada por el resto de competidores en la voz de Charles King, quien apenas rodó tres películas hasta regresar a los escenarios de Broadway y consolidar su carrera musical. Debe destacarse que en esta película, además de la canción que da título a la misma, hay otra canción, You were meant for me, que no solo fue un exitazo, sino que, creo que como homenaje, aparece en uno de los grandes musicales de todos los tiempos, Cantando bajo la lluvia, de Gene Kelly y Stanley Donen.

          El lado melodramático de la historia se inicia desde el momento en que el protagonista, Charles King, se enamora a primera vista de la hermana de su novia, la hermosísima Anita Page. Esta, consciente de que es el novio de su hermana hará lo imposible para no arrebatárselo, dejándose cortejar por un hombre adinerado, pero poco agraciado, que quiere casarse con ella, cubriéndola de regalos carísimos, hasta que estalla el conflicto cuando el personaje de Bessie Love se percata de que es de su hermana de quien está enamorado su galán. La historia intercala los números del montaje cuyas fases de ensayos, ensayo general y día del estreno vemos en pantalla, lo que permite ese mundo por dentro de los entresijos del montaje que tanto aliciente han tenido siempre para los espectadores. La canción You were meant for me, por ejemplo, se la canta Gene Kelly a Debbie Reynolds en un estudio vacío en el que Kelly activa,  mediante las luces y otros efectos,  ciertos escenarios sin otra película en acción que la de su propia declaración de amor en la grandiosa nave donde se «fabrican» los sueños, la magia del cine.

          En conjunto, el musical no solo no defrauda, sino que tiene aspectos muy notables en todo lo referente a la creación de los grandes musicales de Broadway, al estilo de los producidos por Florenz Ziegfeld, los famosísimos Ziegfeld Follies, una fórmula de éxito que pervivió veintitrés años en los escenarios. Movernos en las bambalinas, con aspirantes de medio pelo, cantantes con escaso o nulo poder de recomendación, un representante tartamudo, tío de las hermanas, y el potente enfrentamiento entre las dos hermanas, entre las que hay una unión y un amor que puede parecer que va más allá del natural entre hermanas, dada la diferencia de edad y la tutela que una ejerce sobre la otra, quien aspira a respirar libre de ella nos ofrece un panorama artístico nada desdeñable, y en el que, acaso, el que más desentona es el protagonista, Charles King, más dotado para el canto que para la actuación. Yo he disfrutado lo mío, porque he tenido la sensación de asistir a la primera piedra de un edificio genérico, «el musical usamericano», al que soy literalmente adicto, pero no acrítico, que conste.

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