Un acercamiento valiente y honesto a la sexualidad masculina a través de David Foster Wallace o una broma finita.
Título original: Brief Interviews with Hideous Men
Año: 2009
Duración: 80 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Krasinski
Guion: John Krasinski. Historia: David Foster Wallace
Reparto: Julianne Nicholson; Bobby Cannavale; Josh Charles; Dominic
Cooper; Frankie Faison; Will Forte; Timothy Hutton; John Krasinski; Christopher
Meloni; Chris Messina; Max Minghella; Lou Taylor Pucci; Ben Shenkman.
Fotografía: John Bailey.
Ya ha pasado suficiente tiempo
como para que me acerque a David Foster Wallace, de cuya lectura hui cuando
copaba los suplementos literarios. De aquí a poco me adentraré en la selva
frondosa de La broma infinita y espero salir con vida de la travesía,
algo que contaré, espero, en el Diario de un artista desencajado. De
momento, advierto que esta adaptación de uno de sus libros de cuentos no parece
contar con el beneplácito de los amigos de FilmAffinity, donde la película no
consigue ni el 5 raspado, aunque se trate de un suspenso «alto», 4’9. Yo la he
visto exclusivamente por la autoría de Foster Wallace, pues desconocía la obra
de Krasinski, aunque me ha llamado la atención el argumento de Un lugar
tranquilo, su tercera película, y la veré en breve.
Cualquier
adaptación de un texto al lenguaje cinematográfico es un reto, y si el texto es
brillante, tiene todas las papeletas, el intento, de acabar en Fracaso. Siempre
pongo el mismo ejemplo: ¿hay película peor que la adaptación que hizo John
Huston de un clásico del XX como Bajo el volcán, de Malcom Lowry? En
este caso, además, se trata de una colección de cuentos a los que, en la película,
se les ha urdido un hilo narrativo en el que las diversas historias se injertan
con, a mi juicio, notable éxito, dado el carácter de «obra abierta» que tiene
ir añadiendo historias a una investigación «sociológica» sobre los muy diversos
patrones sexuales masculinos. La depositaria de esas revelaciones es, además,
una mujer que establece diversas relaciones con algunos de ellos, desde un
estado impasible que implica un cuestionamiento de sí misma y su propia
sexualidad, cuestionada no solo por las relaciones directas, sino por los
testimonios.
El desfile
de los diferentes acercamientos a la
sexualidad, fuera y dentro de la relación de pareja se nos ofrece desde una
perspectiva tan crítica como mordaz, y con un notabilísimo sentido del humor no
exento, en algunos momentos, de planteamientos que ponen en alerta al
espectador, porque todo el discurso relativo a la vida posterior a una agresión
sexual como un hito que modifica el modo de estar en el mundo del o de la
agredida cuesta lo suyo no ya aceptarlo, sino simplemente considerarlo. La
brillantez del razonamiento está fuera de duda, pero la tesis es harto difícil
de aceptar. Eso le parece a quien ha de juzgarla, una mujer, la misma que levanta
acta de todas las narraciones que, sin un ápice de falsedad, desvelan ante ella
los extravagantes, maliciosos o inocentes modos de acercarse a la satisfacción
de la sexualidad, como la del manco cuyo muñón exhibido es elemento decisivo
para suscitar la compasión de sus ligues y, dominando a placer el
exhibicionismo más descarado con la más amplia tolerancia hacia el temor y la
culpabilidad ajenos, añade conquistas a su larga lista de ellas.
Solo un relato
se aparta del tono general de las historias sexuales, entre las que ocupa un
lugar destacado la de la entrevistadora, aunque los testimonios se ofrecen
frente a la cámara en plano fijo sin que se delate quién recoge los
testimonios, con un músico que le narra la escalofriante historia de un
psicópata y la hippie que focalizándose en la compasión fue capaz de sobrevivir
a la violación y abrazar a quien, sin
duda alguna, pensaba torturarla y matarla después, y a quien sobrevivió. Ese
músico que le recuenta la historia a la investigadora, para perplejidad de esta,
quien, tras ese testimonio, cambia el enfoque de su tesis, originariamente cómo
el movimiento feminista influye en los hombres, para abrirse al registro franco
y sin tapujos de cómo el hombre contempla a la mujer y la sexualidad. El único
relato que disuena del conjunto es el del hombre negro que guarda la fijación
del padre vestido de arriba debajo de blanco inmaculado que atiende los servicios
den un hotel de lujo y sufre la indiferencia de los usuarios blancos, el que doble
el turno los sábados para poder sacar adelante a la familia y dar educación a
sus hijos. Ese padre, sumiso desde el unto de vista del hijo, a quien hace
siglos que no quiere ver. Un relato estremecedor desde el punto de vista del
hijo que no soporta cuanto se ha tenido que rebajar su padre, aunque haya sido
para proveer a las necesidades del hogar.
La
investigadora se convierte en algo así como una antena que, a lo largo de la
película, va captando, incluso en las cafeterías u otros lugares públicos, las
reacciones de los hombres hacia las mujeres, como la de los dos amigos y la
aventura de uno de ellos en el aeropuerto con una mujer teóricamente abandonada.
Pero es la sucesión de historias, como el del amante de la protagonista de Embrujada,
con quien tiene sus primeras reacciones eróticas, las que van llenando ese
libro amplio de los abordamientos sexuales de los hombres, entre los que llama
la atención el del honestísimo que no puede irse a la cama con ninguna mujer si
no le cuenta el drama que pesa sobre su conciencia, una secuencia que se repite,
palabra por palabra, con hasta cinco mujeres distintas en otros tantos
escenarios, en un alarde de cinismo estratégico sin igual.
La película
bien podría considerarse un ejemplo más, algo retorcido, de las tradicionales
películas de lucha de sexos, pero la adaptación ha conseguido crear una
atmósfera urbana de acercamiento intelectual al fenómeno que puede poner la película
en relación con las de Woody Allen o Noah
Baumbach, por poner dos ejemplos de cine urbano en el que se dirimen este tipo
de cuestiones relacionadas con el sexo y el amor, o el afecto. Es cierto que no
es una película redonda, pero, dada la técnica del plano fijo, depende en buena
medida de los actores que narran sus peculiares experiencias, y ahí sí que los
y la escogida están plenamente a la altura de lo bueno que podría esperarse de
unas historias a medio camino entre la extravagancia, la neurosis y la
trascendencia. La protagonista, Julianne Nicholson, se mueve ante la cámara con
un magnetismo y una complejidad en cuanto a sus propios deseos y expectativas
que consigue darle una vuelta de tuerca al propósito inicial de la película,
porque, como dicen dos amigos suyos, en una pseudopretenciosa conversación en
casa de ella, de lo que se trata es de saber qué creen que se supone que deben querer… en sus relaciones con los hombres.
Y a partir de ese momento se inicia la historia…
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