De la femme fatale
a Bonnie y Clyde: Deadly is the Female
o el delictivo amour fou de dos miembros
antisociales de la Asociación Nacional del Rifle…
Título original: Deadly Is the
Female
Año: 1950
Duración: 87 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Joseph H. Lewis
Guion: MacKinlay Kantor,
Dalton Trumbo, Millard Kaufman (Historia: MacKinlay Kantor)
Música: Victor Young
Fotografía: Russell Harlan (B&W)
Reparto: Peggy Cummins, John Dall,
Berry Kroeger, Morris
Carnovsky, Annabel Shaw, Harry Lewis, Nedrick Young, Trevor Bardette, Mickey Little, Russ Tamblyn, Paul Frison, David Bair,
Stanley Prager, Virginia
Farmer, Anne O'Neal, Frances Irvin, Robert Osterloh, Shimen Ruskin.
Desbordado por el
almacenamiento de DVDs a consecuencia de mis visitas a Tallers 79 y ante la imposibilidad
de ocupar espacios que no existen, mi Conjunta me ha persuadido para
subscribirnos a Filmin, una plataforma donde por una módica cantidad mensual
podemos ver películas no vistas y de sumo interés. La presente, por ejemplo, esta
desconcertante película de títulos tan opuestos en inglés y en castellano, sin
ser excluyentes: El demonio de las armas
y Deadle Is the Female, La hembra mortal, también titulada Gun crazy, La locura de las armas, primera que veo de Joseph H. Lewis y una
gran sorpresa: cine negro del mejor con dos interpretaciones de gran altura y
un ritmo narrativo trepidante. La película tiene un prólogo en el que se narra la inclinación espontáneo de un niño
hacia las armas de fuego y cómo no puede vivir sin poseer una. En pocos minutos
se nos traza un retrato que incluye no solo esa pasión por lar armas, sino
también las nefastas consecuencias de su mal uso. A raíz de habérsele incautado
una pistola que lleva a las clases, el adolescente, ni corto ni perezoso,
decide romper el escaparate de la armería del pueblo y robar un revolver
expuesto en él. El juicio, una curiosa modalidad informal, atendiendo al
conocimiento que el juez tiene de todos los participantes en los hechos, acaba
con el internamiento del joven en un reformatorio. La continuación, ya de adulto,
incluye un pasado en el que el joven aficionado a las armas fue militar e
instructor de tiro. Vuelve al pueblo, aun sin oficio ni beneficio, salvo los
ahorros de su estancia en el ejército, y en la feria a la que asiste con sus
dos amigos de infancia, entran en una de las casetas, donde una experta
tiradora inglesa, una deslumbrante Peggy Cummins, desafía a los palurdos de la
localidad para sacarles los cuartos. Animado por sus amigos competir, el experto tirador vence a la
artista y a partir de entonces cae claramente bajo el hechizo de su belleza y
de la camaradería que enseguida se establece entre dos devotos de las armas de
fuego. Acepta formar parte del número con ella y desde ese momento se inicia una
potente historia de amor en la que se mezclarán los orígenes humildes de ella,
el hecho de haber matado a un cliente y su decidida voluntad de vivir, por
encima de todo, con un tren de vida a la altura de sus desmesuradas ambiciones,
para lo que cuenta con la colaboración de su nuevo compañero, a quien,
literalmente, arrastra a una espiral de acciones delictivas que van creciendo
en importancia y que acabarán incluyendo, también, algún asesinato, algo que a
él le horroriza y le hace cuestionar su permanencia al lado de una mujer tan
fría y calculadora, el viejo molde tópico de la mujer fatal dispuesta a todo y, sobre todo, a salvarse a sí misma. La
historia parece reproducir fielmente la conocida aventura de Bonnie y Clyde,
los legendarios delincuentes jóvenes que preludiaron, con su aventura, la mezcla
fatal entre delincuencia y eco en los media. La presencia de John Dall -una
suerte de Lee Marvin en versión ingenua y sentimental- es fundamental para entender
la complejidad del personaje y la historia de necesidad recíproca entre dos
perdedores que acaban anteponiendo su amor y su más que previsible desastre
final a la posibilidad de huir cada uno por su lado para evitar el cerco
policial a que están sometidos tras su último golpe frustrado, saldado con dos
muertos. Acababa de rodar La soga, de
Sir Alfred y, después del atormentado papel de esta película, tuvo una vida cinematográfica
corta, porque solo le ofrecían papeles de psicópata, algo así como lo que le
pasó a Anthony Perkins tras Psicosis.
La atmósfera de poderoso cine negro, la acción trepidante, las psicologías complejas
de los personajes y una historia de pasión por las armas a cuyo hechizo acaban
sometiéndose los protagonistas nos ofrecen una de las joyas escondidas -para mí
al menos así ha sido- del mejor noire. La persecución final a través de la
montaña, con una niebla de madrugada que los envuelve en un paraje solitario en
el que no pueden distinguir nada, salvo los ruidos que los alertan de lo
irremediable es una muestra extraordinaria de fina sensibilidad estética. Me
reservo la revelación del final porque, en el último momento, aún hay tiempo
para la sorpresa, y es justo que la descubran por sí mismos los espectadores. La
relación del protagonista con su hermana y con sus amigos, que reaparece cuando
él ya es un delincuente famoso por la prensa y, acorralado por la policía, trata
de refugiarse en el único lugar donde hallar algo de ayuda, es determinante
para el desenlace de la trama y ofrece una veracidad escalofriante, sobre todo
por lo que hace a la hermana. Es evidente que la historia está narrada desde el
punto de vista del protagonista, con quien se induce permanente al espectador a
simpatizar, pero la complejidad de la relación de la pareja deja en suspenso esa
deriva empática. No ha lugar a engaños mutuos: a él le horroriza el daño contra
las personas y los animales que pueden causar las armas, y ella es mala y
egoísta, y dispuesta incluso a matar si va en ello su propia libertad o su
beneficio, y de ahí el título en inglés; pero la magia de los amores imposibles
que luchan contra las evidencias de las adversidades que militan contra ellos se
abre paso en ambos seres atormentados y a él son fieles sobre todas las cosas. De
hecho, después de abandonar ambos el número de feria, resolviéndose un supuesto
triángulo amoroso que no era tal, por la parte del feriante, sino un vulgar
chantaje por el encubrimiento de la muerte causada por ella, la película casi
se convierte en el retrato de una pareja a la deriva, como una road movie de la desesperación, que
halla en la vida delictiva, a través del uso de las armas, su especialidad, el
único modo de ganarse un miserable vivir. La puesta en escena: baretos de ala
muerte, pensiones de mal vivir, muchas escenas de coche, etc., fotografiada con
un mimo especial, se une con un uso del primer plano frontal en el que ambos
miembros de la pareja se desnudan ante los espectadores con una convicción
total: se reclaman juguetes trágicos del destino, pero escriben disparo a
disparo el guion de sus propias vidas…. ¡Todo un descubrimiento!
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