El doloroso cáncer de la insatisfacción: Encuentro en la noche o el tormentoso
desorden de los afectos ingobernables…
Título original: Clash by
Night
Año: 1952
Duración: 105 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Fritz Lang
Guion: Alfred Hayes (Obra: Clifford Odets)
Música: Roy Webb
Fotografía: Nicholas Musuraca
Reparto: Barbara
Stanwyck, Paul Douglas, Robert Ryan,
Marilyn Monroe, Keith Andes, J.
Carrol Naish.
El título de Calvino, Si una noche de invierno un viajero…,
habríamos de cambiarlo por Si una mañana
de verano una viajera… regresa a casa después de diez años de ir dando
tumbos de fracaso en fracaso y decide reiniciar su vida en el pequeño pueblo
pesquero done nació, y donde todo tiene un insufrible aliento mediocre,
provinciano, chato, revenido, ¡metafísicamente aburrido!, es muy probable que
acabáramos asistiendo a la enésima repetición del fracaso vital que empujó a
esa viajera a volver al “hogar”, a la “patria chica”, al “refugio”, al “último
recurso” que le permita aminorar los daños, esquivar los escasos recuerdos agradables de los “buenos tiempos”,
si los hubo, y resignarse a un futuro incierto y anodino, sin más sobresalto
que los propios de la escasez o los impropios del renacer de los ambiciosos
deseos sin freno. Lo primero que va a llamarnos la atención en la película es
la presencia de una rozagante Marilyn en el papel de una joven enamorada y
reivindicativa, dispuesta a no dejarse dominar por ningún hombre y menos aún
por de quien ella está enamorada. El encuentro del novio con su hermana,
Barbara Stanwyck, va a suponer un doble encuentro: el de la joven pueblerina,
pero no ingenua, con una elegante y sofisticada mujer de mundo; y el de dos
hermanos que llevan incomunicados 10 años, tras los cuales la hermana se
presenta sin avisar y sin tener otro sitio donde quedarse para un tiempo
imposible de cuantificar. La simpatía entre la chica y la mujer es instantánea;
el recelo entre los dos hermanos, permanente. El retrato del ambiente pesquero
y algunos personajes secundarios a medio camino entre lo estrafalario y la leve
perturbación mental recuerda mucho el mundo de algunas películas de John Ford,
y a esa influencia han de cargarse escenas como las del tío del protagonista,
las de grupales de la taberna o las escenas del baile junto a la playa. A pesar de las escenas de exterior, las
centradas en el proceso pesquero y las tomas en la factoría donde procesan el
pescado son estupendas, esa faceta “documentalista” a la que tan aficionados
son los directores con ideas propias, como Lang, la película se centra en un
trío amoroso que comienza su andadura en la cabina de proyección de un cine,
donde trabaja el amigo del futuro marido de la Stanwyck, Robert Ryan, la
antítesis del patrón del barco pesquero que, vecino de siempre de ella, se
atreve, finalmente, a iniciar un cortejo del que desconfía que llegue a buen
término, porque no ignora el abismo, el terrible abismo, que hay entre el
hombre rudo de la mar y la sofisticada mujer de mundo, por desvalida y sin
recursos que se halle. Con este planteamiento, está fuer de toda duda que la
película cae del lado de las actuaciones que hagan verosímil la historia y que
permitan una empatía por parte de los espectadores con la complejidad de la
situación, porque no se trata de los extremos que puedan representar ambos
hombres, sino de los grises infinitos que la mujer encarna, y que, desde un
conocimiento riguroso de sí misma, de sus instintos y de sus limitaciones, va a
permitirnos ir cambiando nuestra simpatía con los protagonistas a medida que se
desarrolla la acción. Ignoro si esta película está clasificada genéricamente
dentro del cine negro, pero que es un sólido melodrama no hay quien lo discuta,
a mi modesto entender. El afable y enamorado pescador acaba viviendo su pasión
de una forma desgarradora, del mismo modo que Ryan confirma, con su egoísmo primario,
el lado oscuro que ella quiere combatir en sí misma. Que ambos hombres sean muy
amigos, que el pescador, un excepcional Paul Douglas, insista en establecer una
relación fluida entre los tres, no es ajeno a que ella se deje tentar por la
virilidad fascinadora que ejerce de manera implacable Ryan frente a la bondad a
prueba de bombas de quien no puede ofrecer sino la rutina descolorida propia
del pueblo frente a la aventura ensoñadora que ofrece el rival. El retrato
psicológico de la recién llegada se traza con una delicadeza magistral,
conversación a conversación, situación a situación, pero con firmeza. De hecho,
en una entrevista en el barco, de noche, ella acaba rechazando al marinero
porque no le esconde que él no se merece tener una mujer como ella, caprichosa
y mudable, sujeta a influencias ante las que ni puede ni quiere resistirse, por nocivas que sean para
ella. ¡Con qué maestría va llevándonos Lang a través de esta travesía de Mae Doyle,
la protagonista, hacia la felicidad imposible! El cruce argumental con la
pareja en cierne, la de Marilyn y el hermano de ella, acentúa el contraste
entre la aurora del amor y su ocaso, o entre la eterna promesa y la resignación
escarmentada. Lang consigue crear no pocas escenas en las que la intensidad
dramática alcanza cotas soberbias, sobre todo porque el plantel de actores que
dirige realiza un trabajo fabuloso. Hay películas que cimentan la fama de
algunos intérpretes o, en su defecto, la consolidan definitivamente: Encuentro
en la noche es una de ellas, aunque ninguno de los tres, ni Paul Douglas, ni
Stanwyck ni Ryan tuvieran que demostrar nada, a esa altura de sus carreras, por
supuesto. ¡Qué hubiera sido del cine usamericano sin los directores alemanes
exiliados que lo reinventaron!
No hay comentarios:
Publicar un comentario