lunes, 15 de enero de 2018

Entre la hormiga y la cigarra…, ¡Fritz Lang!: “Encuentro en la noche”.


El doloroso cáncer de la insatisfacción: Encuentro en la noche o el tormentoso desorden de los afectos ingobernables… 

Título original: Clash by Night
Año: 1952
Duración: 105 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Fritz Lang
Guion: Alfred Hayes (Obra: Clifford Odets)
Música: Roy Webb
Fotografía: Nicholas Musuraca
Reparto: Barbara Stanwyck,  Paul Douglas,  Robert Ryan,  Marilyn Monroe,  Keith Andes, J. Carrol Naish.


El título de Calvino, Si una noche de invierno un viajero…, habríamos de cambiarlo por Si una mañana de verano una viajera… regresa a casa después de diez años de ir dando tumbos de fracaso en fracaso y decide reiniciar su vida en el pequeño pueblo pesquero done nació, y donde todo tiene un insufrible aliento mediocre, provinciano, chato, revenido, ¡metafísicamente aburrido!, es muy probable que acabáramos asistiendo a la enésima repetición del fracaso vital que empujó a esa viajera a volver al “hogar”, a la “patria chica”, al “refugio”, al “último recurso” que le permita aminorar los daños, esquivar los escasos  recuerdos agradables de los “buenos tiempos”, si los hubo, y resignarse a un futuro incierto y anodino, sin más sobresalto que los propios de la escasez o los impropios del renacer de los ambiciosos deseos sin freno. Lo primero que va a llamarnos la atención en la película es la presencia de una rozagante Marilyn en el papel de una joven enamorada y reivindicativa, dispuesta a no dejarse dominar por ningún hombre y menos aún por de quien ella está enamorada. El encuentro del novio con su hermana, Barbara Stanwyck, va a suponer un doble encuentro: el de la joven pueblerina, pero no ingenua, con una elegante y sofisticada mujer de mundo; y el de dos hermanos que llevan incomunicados 10 años, tras los cuales la hermana se presenta sin avisar y sin tener otro sitio donde quedarse para un tiempo imposible de cuantificar. La simpatía entre la chica y la mujer es instantánea; el recelo entre los dos hermanos, permanente. El retrato del ambiente pesquero y algunos personajes secundarios a medio camino entre lo estrafalario y la leve perturbación mental recuerda mucho el mundo de algunas películas de John Ford, y a esa influencia han de cargarse escenas como las del tío del protagonista, las de grupales de la taberna o las escenas del baile junto a la playa.  A pesar de las escenas de exterior, las centradas en el proceso pesquero y las tomas en la factoría donde procesan el pescado son estupendas, esa faceta “documentalista” a la que tan aficionados son los directores con ideas propias, como Lang, la película se centra en un trío amoroso que comienza su andadura en la cabina de proyección de un cine, donde trabaja el amigo del futuro marido de la Stanwyck, Robert Ryan, la antítesis del patrón del barco pesquero que, vecino de siempre de ella, se atreve, finalmente, a iniciar un cortejo del que desconfía que llegue a buen término, porque no ignora el abismo, el terrible abismo, que hay entre el hombre rudo de la mar y la sofisticada mujer de mundo, por desvalida y sin recursos que se halle. Con este planteamiento, está fuer de toda duda que la película cae del lado de las actuaciones que hagan verosímil la historia y que permitan una empatía por parte de los espectadores con la complejidad de la situación, porque no se trata de los extremos que puedan representar ambos hombres, sino de los grises infinitos que la mujer encarna, y que, desde un conocimiento riguroso de sí misma, de sus instintos y de sus limitaciones, va a permitirnos ir cambiando nuestra simpatía con los protagonistas a medida que se desarrolla la acción. Ignoro si esta película está clasificada genéricamente dentro del cine negro, pero que es un sólido melodrama no hay quien lo discuta, a mi modesto entender. El afable y enamorado pescador acaba viviendo su pasión de una forma desgarradora, del mismo modo que Ryan confirma, con su egoísmo primario, el lado oscuro que ella quiere combatir en sí misma. Que ambos hombres sean muy amigos, que el pescador, un excepcional Paul Douglas, insista en establecer una relación fluida entre los tres, no es ajeno a que ella se deje tentar por la virilidad fascinadora que ejerce de manera implacable Ryan frente a la bondad a prueba de bombas de quien no puede ofrecer sino la rutina descolorida propia del pueblo frente a la aventura ensoñadora que ofrece el rival. El retrato psicológico de la recién llegada se traza con una delicadeza magistral, conversación a conversación, situación a situación, pero con firmeza. De hecho, en una entrevista en el barco, de noche, ella acaba rechazando al marinero porque no le esconde que él no se merece tener una mujer como ella, caprichosa y mudable, sujeta a influencias ante las que ni  puede ni  quiere resistirse, por nocivas que sean para ella. ¡Con qué maestría va llevándonos Lang a través de esta travesía de Mae Doyle, la protagonista, hacia la felicidad imposible! El cruce argumental con la pareja en cierne, la de Marilyn y el hermano de ella, acentúa el contraste entre la aurora del amor y su ocaso, o entre la eterna promesa y la resignación escarmentada. Lang consigue crear no pocas escenas en las que la intensidad dramática alcanza cotas soberbias, sobre todo porque el plantel de actores que dirige realiza un trabajo fabuloso. Hay películas que cimentan la fama de algunos intérpretes o, en su defecto, la consolidan definitivamente: Encuentro en la noche es una de ellas, aunque ninguno de los tres, ni Paul Douglas, ni Stanwyck ni Ryan tuvieran que demostrar nada, a esa altura de sus carreras, por supuesto. ¡Qué hubiera sido del cine usamericano sin los directores alemanes exiliados que lo reinventaron!

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