lunes, 15 de enero de 2018

“Jolivudeando” con estilo en tiempos de posguerra y estraperlo: “Un marido a precio fijo”, de Gonzalo Delgrás.


En tiempos de escasez, un producto de primera necesidad de la modesta fábrica de sueños del cine español, CIFESA: Un marido a precio fijo o la eterna batalla de sexos.

Título original: Un marido a precio fijo
Año: 1942
Duración: 104 min.
País: España
Dirección: Gonzalo Delgrás
Guion: Gonzalo Delgrás, María Luisa Linares Becerra, Margarita Robles (Novela: María Luisa Linares Becerra)
Fotografía: Guillermo Goldberger (B&W)
Reparto: Lina Yegros,  Rafael Durán,  Luis Villasiul,  Jorge Greiner,  Lili Vicenti, Ana María Campoy,  Leonor Fábregas,  Manuel Melero,  Cristina Santaolalla, Jose María Blanco,  José Sanchiz,  Juan Muñiz,  Juanita Ferrer.


Película extraña, esta de Delgrás, porque está fechada en 1942, en plena posguerra, apenas solo se menciona la guerra una vez en toda la película y el mundo escogido es el de las familias ricas cuyos cachorros llevan una vida alegre de fiesta en fiesta al más puro estilo de la alta comedia usamericana, de la que Un marido a precio fijo es directa imitadora con total éxito. Basada en una novela de Linares Becerra, autora de novela rosa, a ese género se circunscribe la película que incluye, sin embargo, un toque crítico muy sutil hacia esas existencias adocenadas que con tanta fidelidad están retratadas en la película y que más parecen, por comportamiento, propias de los años 20 y 30 que de una posguerra harto dolorosa para el pueblo español. La fábrica de sueños patria, sin embargo, la famosa CIFESA, no podía por menos que suministrar esa evasión de la realidad que suponía, en aquellos tiempos de hambre y escasez, ver el “mundo feliz” de los privilegiados, y sí, se incluía también esa lección moral que venía a ser una suerte de ajuste de cuentas en efigie o en un imposible diferido, que diría Cospedal. La historia lo tiene todo de una opereta, al estilo, incluso, de la recientemente criticada en este Ojo, La princesa de las ostras, de Lubitsch, sin el tono de farsa grotesca, sin duda. Aquí se trata de la sobrina del Rey del betún sintético, que desaparece de la noche a la mañana para anunciar su llegada de mano de su flamante marido. Al meterse en el tren, no obstante, descubre una nota del marido que le dice que se queda con los 60.000 francos y las joyas y que ya está casado.  En su doble compartimiento se introduce un ladrón -una espectacular actuación de Rafael Durán, que vale por toda la película-, con quien ella tropieza y con quien, tras chocar abiertamente por la altanera villanía de él, acaba llegando a un acuerdo para que por 50.000 pesetas acepte desempeñar el papel de su esposo hasta que  ella pueda “matarlo” -alejándolo a Buenos Aires- y recobrar su libertad. Una comedia de enredos y de suplantación de personalidad que está muy bien guionada para que haya un crescendo que nos lleve a situaciones inesperadas para ambos personajes y para el espectador, por más que la experiencia cinematográfica -que siempre es un grado, permita intuir, con sólida garantía de acertar, algunas de ellas. A medio camino entre La fierecilla domada y las películas de guerra de sexo, Un novio a precio fijo tiene, también, un valor de documento de las clases altas vencedoras de la guerra que se combina con la incipiente localización de exteriores con vistas a la promoción turística, como cuando la acción se traslada a Mallorca, “la isla de oro”, que subraya enseguida el protagonista. Y allí, por ejemplo, donde se sigue complicando la historia de los no-amores de los protagonistas, asistimos a un rally que recuerda el que los pijomillonarios de nuestros días, como Adrien Brody, solían hacer recorriendo países y contraviniendo cualesquiera normas de circulación que en ellos hubiese para, a pesar de las multas, acabar, ellos que podían permitírselo, su alocado desafío. Dentro de esa excursión mallorquina se incluye, al final del rally, una escena de baile muy lograda en la que se interpreta una pieza que podría denominarse, por la letra, el baile del caníbal, muy graciosa. En  ese momento, la película da un giro total, porque el protagonista, el ladrón, que resulta que fue piloto durante la guerra civil, se lleva, mediante una inocente trampa, a su “esposa” a una cabaña aislada en la nieve para darle una lección a la altiva heredera con quien ha mantenido, desde el primer día, una tramposa “lucha de clases”. Aunque todo discurra por caminos trillados, no es menos cierto que los intérpretes, sobre todo Durán, brillan a tal altura que el espectador agradece la nueva vida que le insuflan a la situación tópica.  La protagonista,  Lina Yegros, había sido muy popular durante la república, protagonizando dramones que le habían valido el sobrenombre de “la llorona”. Acabada la guerra, vuelve al cine y lo hace con una comedia con la que consigue seguir manteniendo su popularidad, la película tuvo mucho éxito, pero que no impidió que su carrera fuera languideciendo hasta perderse en el olvido de las nuevas generaciones de cinéfilos. A mi entender, la película está a la altura de la comedia sofisticada del cine usamericano de los años 30 con esas puestas en escena lujosas que tanto hacían soñar a los espectadores, y con unos intérpretes que consiguen darle intensa vida propia a personajes estereotipados. Se trata de una comedia que no innova, pero que reproduce con solvencia y eficacia un género consolidado. Yo he pasado un estupendo rato viéndola, a pesar de los pesares.

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