La ambición de poder desde la renuncia a él: Mientras Nueva York duerme o las sucias entretelas
del periodismo y de la naturaleza humana.
Título original: While the
City Sleeps
Año: 1956
Duración: 99 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Fritz Lang
Guion: Casey Robinson (Novela: Charles Einstein)
Música: Herschel Burke Gilbert
Fotografía: Ernest Laszlo (B&W)
Reparto: Dana Andrews, Ida Lupino,
George Sanders, Rhonda
Fleming, Howard Duff, Vincent Price, John Barrymore Jr., Thomas Mitchell, Sally Forrest, James Craig, Mae Marsh, Robert Warwick, Ralph Peters,
Sandy White, Larry Blake, Celia Lovsky, Edward Hinton, Pitt Herbert,
Vladimir Sokoloff.
Fritz Lang es, siempre,
una apuesta segura, a la hora de plantarse ante un clásico. Esta película, que
de ningún modo admite ser admitida en el género del cine negro, la veo ahora
como, acaso, no la vi en su momento: una fidedigna y crítica anatomía del
periodismo sensacionalista usamericano, un tema recurrente en la gran pantalla
y con películas tan poderosas como Luna nueva,
de Hawks o Primera Plana, de Wilder, versión de la anterior y acaso el mejor remake
jamás hecho. La libertad de expresión y su vehículo, el periodismo, son parte
consustancial de la democracia usamericana, de ahí la importancia del tema en
el mundo del cine. La trama detectivesca, que anima una competición entre tres miembros
del imperio de comunicación de ese Citizen Kyne devaluado que sucede al gran creador
de un imperio que dirige, enfermo de gravedad, desde una cama de hospital
instalada en el propio edificio de la empresa, no pasa de tener un muy escaso
relieve y narrarse de la manera más tópica posible, no sin alguna torpeza de
guion que ya nos indica el poco interés que tiene para el director esa parte de
la película, aunque también ha de decirse que Lang no desaprovecha los buenos
momentos fílmicos que pueda depararle esa trama del asesino en serie, como la
estupenda persecución del asesino por los túneles del metro neoyorquino -rodada
en Los Angeles, sin embargo-, lucha incluida entre el sospechoso y el
periodista/detective Dana Andrew, leyenda viva del cine negro y de otros
colores… Es digno de notar que el héroe
de la película es un personaje que ha renunciado a la ambición del poder en
aras de llevar una discreta vida individual alejada de los grandes focos, a
pesar de ser una estrella de los informativos del complejo empresarial y Premio
Pulitzer. Su relación con el jefe del diario de la empresa, The Sentinel, el
único a quien él ve como la persona idónea para ocupar el puesto de Director Ejecutivo
del emporio mediático, por su vinculación con la esencia del periodismo
rastreador de noticias, lo lleva a involucrarse a su favor en la resolución del
caso que le premie con ese ascenso frente a dos ambiciosos ejecutivos, uno, George
Sanders, que gobierna la agencia de noticias y otro, James Craig, que aspira a
ocuparlo sirviéndose de la mediación a su favor de la esposa del jefe, con
quien mantiene una relación adúltera, una Rhonda Fleming perfecta en su papel de
esposa aburrida y deseosa de emociones fuertes que su propio marido es incapaz
de proporcionarle. Las cartas marcadas que todos sin excepción usarán en esa
partida de la ambición sin cuartel nos retratan un mundo despiadado en el que n
o parce haber lugar para la honestidad. Lo más parecido sería la figura del
protagonista, que renuncia al puesto de Director General que le ofrece el viejo
propietario antes de morir y de que la desgracia de su hijo se haga cargo de la
empresa, pero también acaba sucumbiendo, levemente, en esa lucha, lo que pone
en entredicho su compromiso matrimonial con quien trabaja como secretaria de
uno de los tres rivales, George Sanders, excelente en su papel de jefe acosador
sin escrúpulos, capaz de requerir a la periodista estrella del Sentinel que
seduzca a Andrews para impedir que este colabore con el director del diario y
arruinar el plan que puede hacerle perder la elección: Andrews expone como
víctima propiciatoria a su proa novia, después de haberse dirigido directamente
desde su programa televisivo al asesino y suscitar en este el deseo de vengarse
en ella. Estamos, sin embargo, y a pesar de lo que acabo de exponer, ante una película
psicológica de primera magnitud, más cerca de Eva al desnudo que del cine negro
propiamente dicho, si bien hay suficientes gotas de este como para mantener
viva la atención del espectador en la resolución del caso, que deriva hacia el
dramón del niño adoptado incomprendido que se ve “obligado” a matar en efigie a
esas mujeres en vez de matar a su propia madre, y de ahí el mensaje enigmático
que deja en las paredes con lápiz de labios tras cada asesinato: ask mother, “pregúntale a la madre”. La
película alterna escenas de exterior rodadas en Nueva York con interiores que
reprsentan, modélicamente, espacios propios del mundo del periodismo: la Redacción,
en la que hay un interesante juego de perspectivas cruzadas; el bar donde se
reúnen los periodistas, que viene a ser como una continuación desjerarquizada del
espacio de la Redacción, y las casas de la novia del protagonista, Una Sally
Forrest cumplidora pero demasiado “plana” y tradicional, y la del heredero del Emporio, en la que hay
un secuencia, la de la coreografía de la mujer en una playa de arena artificial
y la practica de golf del marido, que constituye un retrato al ácido de los caprichos
de los ricos herederos incapaces de valorar lo que significa la existencia de
un negocio levantado a partir del trabajo duro y constante por el fundador del
mismo. Son incontables los planos
magníficos que nos ofrece Lang, quien parecía
dirigir casi mecánicamente, dada su producción, pero lo cierto es que siempre
nos ofrece planos de insospechada belleza que revelan un estudio minucioso de
lo que quiere meter en él y desde qué perspectiva ha de verse. A ese respecto,
las secuencias en el bar son antológicas. Es probable que no sea la película
más redonda de Lang, pero la visión escéptica y desengañada que nos ofrece del
periodismo merece ser ten ida muy en cuenta en ese subgénero usamericano del
cine sobre periodismo, del que ahora mismo tenemos en pantalla una nueva
muestra con Los archivos del Pentágono,
de Spielberg, que aún no he visto por pura pereza de intuir lo consabido, y
porque enseguida le viene a uno el recuerdo de otra cima del género: Todos los hombres del presidente, de
Alan J. Pakula. En cualquier caso, la película de Fritz Lang, que mezcla
sabiamente el cine negro y el cine sobre el periodismo es una película que siempre
apetece ver, aunque esté lejos del magisterio incontestable de otras obras suyas.
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