La poderosa atracción de las estrellas en la industria
del cine: Indiscreta o un recital, no
sin tintes paródicos del propio estrellato, de la pareja protagonista.
Título original: Indiscreet
Año; 1958
Duración: 100 min.
País: Reino Unido
Dirección: Stanley Donen
Guion: Norman Krasna
Música: Richard Rodney
Bennett, Ken Jones
Fotografía: Freddie Young
Reparto: Cary Grant, Ingrid Bergman, Cecil Parker,
Phyllis Calvert, David Kossoff,
Megs Jenkins.
He tomado la decisión, espero
que los pocos lectores de este Ojo no
la encuentren desatinada, de estrenar un formato de minicrítica que me permita,
sin entrar en mayores averiguaciones ni disquisiciones, usualmente porque se
trata de películas menores en las carreras de sus autores, destacar algunos
valores cinematográficos en obras que no están llamadas a ser vistas sino por aficionados al cine que
tienen por fundamento de su afición valores, en cierto modo periféricos, que
convierten en una buena película una película realmente mediocre. Indiscreta
entra de lleno en esas producciones con supuesto glamour que explotan la fama de
sus estrellas, Grant y Bergman, mucho más sólidos en manos de Hitchcock, por
ejemplo, pero que le permiten al director dedicar sus afanes a aspectos
aparentemente secundarios como la puesta en escena, el vestuario, o la selección
de exteriores. Donen es un excelente director y se aprecia enseguida en el modo
como filma los lujosos interiores de la mansión londinense donde vive la
protagonista, una famosa actriz teatral, ¡soltera! y, se nos dice desde la
primera secuencia con su hermana, deseando ardientemente pasar por la vicaría...
Sobre esta minucia se crea un enredo vodevilesco que tiene en la interpretación
de Grant, sobre todo, incluida alguna escena “alocada”, como la del baile, que
son su verdadera especialidad, la principal baza de la película hasta que…, sí,
claro, hasta que la protagonista se entera de que la ha estado engañando, que
no está casado en proceso imposible de divorcio y que es un bachelor impenitente. El giro que nos
lleva a la típica guerra de sexos anima un poco la trama, pero sin exagerar… ¿Qué
hay en la película, me dirá el ojeador, que me induzca a hacer esta
minicrítica? Al grano: el modo como
Cary Grant desciende las escaleras cuando están a la orilla del río en una
escena romántica en la que son seguidos por el coche de la actriz dos pasos por
detrás, como las antiguas carabinas… La levedad de esos pasos, propiamente en
estilizada levitación, son una maravilla indescriptible: sí, se ha de ver, para
creer que tantísima elegancia es posible. Y aquí lo dejo. La película es
amable, pero algo ñoña. Los secundarios son magníficos. Y la puesta en escena,
soberbia.
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