El neorrealismo poético bienhumorado de la marginación
social: “Fulano y Mengano” o de cómo la bondad es capaz de reinventar la vida
de los don nadie en persona.
Título original: Fulano y Mengano
Año: 1959
Duración: 82 min.
País:España
Dirección: Joaquín Luis Romero Marchent
Guion: José Suárez Carreño, Jesús Franco, Joaquín Luis Romero Marchent
Música: Odón Alonso
Fotografía: Ricardo Torres (B&W)
Reparto: José Isbert, Julia
Martínez, Juanjo Menéndez, Emilio Santiago, Antonio García Quijada, Manuel Arbó,
Rafael Bardem, Xan das Bolas,
Fernando Delgado, Emilio Rodríguez, Manuel Alexandre, Antonio Burgos.
Rodada en 1955, y estrenada en BCN en 1957 y en Madrid en 1959,
esta película de Romero Marchent salió adelante como un proyecto de la
productora UNINCI cuyos impulsores
pertenecían todos ellos a la órbita de influencia del PCE, que ya había producido la exitosa, y hoy un
clásico indiscutible: Bienvenido Mr.
Marshall. La historia y el guion pertenecen a José Suárez Carreño, un
escritor sobremanera curioso dentro del panorama literario español y a quien
dediqué una entrada en mi Diario de un
Artista Desencajado, esta.
Conociendo, pues, las inquietudes sociales y políticas de Carreño, la historia
de dos ladrones acusados en falso y condenados en firme va a suponer algo así
como una excursión cinematográfica por lo más marginal de la sociedad española
de mediados de los cincuenta, aún en franco desarrollo (releído, advierto que
puede pasar incluso por una agudeza, pero ella ha de achacarse al azar de la
selección del léxico, no a mi romo ingenio). La presencia de Pepe Isbert y de
Juanjo Menéndez como los dos ladrones injustamente sentenciados que salen de la
prisión dispuestos a darle la razón a la sociedad que los ha condenado, comportándose
como auténticos ladrones sin escrúpulos, nos ubica en una película que debe
gran parte de sus bondades cinematográficas a dichas interpretaciones, ¡y a fe
que no defraudan, sobre todo Isbert, un auténtico genio indiscutible del Séptimo
Arte! El planteamiento está a medio camino entre la comedia de costumbres con
trasfondo social y el realismo poético de cierto cine italiano primo hermano
del neorrealismo. La esmerada fotografía de la película, émula del neorrealismo,
con acusados contrastes y una iluminación casi perfecta en la mayoría de las
escenas, se combina a la perfección con una puesta en escena tan privilegiada
como es el Madrid de los arrabales, donde apuntan ya las nuevas construcciones mastodónticas
para los recién llegados en busca de trabajo y el de las calles donde
transcurre buena parte de la acción, que comienza, además, con unas tomas
espectaculares, en la ciudad de Segovia. Me ha llamado la atención, por
ejemplo, un detalle que puede parecer anecdótico, pero que resulta totalmente
inconcebible en aquel Madrid desarrollista: los protagonistas se cruzan con unos
niños que van a jugar al descampado ¡al béisbol…! La preocupación de Romero
Marchent por encuadrar las escenas con casi todo el surtido posible de
encuadres, entre los que abundan los picados y contrapicados, sobre todo, pero también
primeros planos muy expresivos y emocionantes, le confiere a la película una
calidad que la eleva muchos enteros sobre lo que podría ser considerada una
anodina historia costumbrista más. Aunque sin énfasis, las diferencias de clase
se manifiestan en el frustrado romance de la protagonista, una Julita Martínez
con un atrevido peinado “a lo garçon”,
nada frecuente entonces, salvo en personas con una actitud de atrevido desafío
al qué diran del tradicionalismo, y que a la actriz le sienta a la perfección,
destacando la inocencia de su rostro juvenil en unos primeros planos magníficos.
Frente al novio de casa rica que la pretende y que se impacienta por su recato,
la protagonista, Esperanza -y el nombre ha de entenderse con todo el simbolismo
del concepto-, acaba inclinándose hacia el protagonista, con quien tiene una
escena inolvidable en un triste y sucio merendero de las afueras. Como allí se
dice, una escena parecida, en la que el chico y la chica vencen su timidez y se
acaban revelando el uno al otro que se quieren, “solo pasa en las películas”.
Hay un guiño en la película cuando los dos protagonistas, que venden corbatas
por las calles, se encuentran con una pareja sentada en un café, y, tras
enfrentarse con otro vendedor, de quien admiran su estilo par venderlas, oyen que los reclaman para escoger una: Carreño,-le dice la joven a su
acompañante-, compremos aquella -la
que lleva Pepe Isbert. Lo propio hubiera sido que el propio escritor hubiera
interpretado ese papel, pero reconozco que hubiera sido excesivo para este intelector, haber podido disfrutar de
una aparición semejante. Mientras los ladronzuelos ingenuos pretenden actuar al
margen de la ley, hay algo de El malvado
carabel en la trama, y es muy divertido el intento de robo en la tienda de
música…; pero cuando gira hacia el melodrama, con la regeneración laboral de la
extraña pareja -¡menudo acierto de reparto!-, la película sigue ya unos cauces
más trillados, porque, al fin y al cabo, el género tiene bien roturado su
campo. Con todo, hay tantos detalles de la supervivencia cotidiana, como la
casa en ruinas donde se acomodan los mendigos; la propia actividad de mendigo
que le recrimina Juanjo Menéndez a Pepe Isbert, por más que este acabe asumiendo
su condición sin embarazo ni vergüenza: ¡las dos escenas de los donantes son al
más puro estilo Berlanga de Plácido! Se advierte, pues, que, a pesar de un
título que parece de Noel Clarasó, cuya novela en catalán, Un
camí , tiene un personaje con el que estos dos ladronzuelos tienen algo
en común, además de la perspectiva poética que tanto caracteriza el humor de
los años 50 y la propia novelística de Clarasó. Insisto, se trata de un título
que merecería ser revisado por los espectadores para sumarlo a esa larga y
honrosa lista de obras de mediados de los 50 que hicieron de la cinematografía española
algo muy sólido, a la altura, como mínimo, de la época dorada del cine italiano,
desde luego. No creo que nadie sin anteojeras pueda, más allá de cierta ñoñez
propia de la trama sentimental, ponerle peros ningunos a esta joya olvidada de
nuestra cinematografía. El espectacular arranque de la película, que acaba en
el patio de la cárcel, por ejemplo, donde Isbert conoce a Menéndez, Fulano a
Mengano, me siguen pareciendo antológicas. En fin, un disfrute asegurado. O yo
ya voy padeciendo de cataratas en este Ojo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario