Entre homosexualidad y heterosexualidad, entre la
ingenuidad y la sofisticación, La gata negra o un reparto de campanillas para
una historia de pasiones imposibles.
Título original: Walk on the
Wild Side
Año: 1962
Duración: 114 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Edward Dmytryk
Guion: John Fante, Edmund Morris (Novela: Nelson Algren)
Música: Elmer Bernstein
Fotografía: Joseph MacDonald (B&W)
Reparto: Laurence Harvey, Capucine,
Jane Fonda, Anne Baxter, Barbara Stanwyck, Richard Rust, Karl Swenson.
La presencia de John
Fante en el tándem de guionistas añade a esta película un aliciente, dada la
marginalidad del escritor y su revalorización en los últimos tiempos. Le
dediqué una crítica, esta,
en mi Diario de un artista desencajado,
y a ella remito para un breve acercamiento al personaje. He mirado en la lista
de directores de quienes he hecho como mínimo una crítica y me sorprendo a mí
mismo por no hallar a Dmytryk entre ellos, siendo el director de una película
que marcó mi adolescencia, El hombre que
no quería ser santo, y tras haber visto no hace mucho, Ocho hombres de acero, una película bélica con un intermedio fantástico
que valía por toda la película, y una notable actuación primeriza de Lee
Marvin, aunque no bastó para incitarme a escribir una crítica sobre ella. Ignoraba,
hasta haber visto esta maravilla que es La
gata negra, que ambas películas fueron rodadas en el mismo año, lo que no
deja de ser algo más que una mera curiosidad, por la radical disparidad
temática de ambas y por el atrevimiento con que Dmytryk lleva al cine una
historia de amour fou lésbico en
tiempos poco propicios para tales atrevimientos, y bastante antes de esa
película maldita de Robert Aldrich que es El
asesinato de la hermana George, una historia de desamor lésbico explícito.
En La gata negra, Dmytryk aún
mantiene cierto recato que bien pudo burlar la férrea censura usamericana del
código Hays, al que aún le quedaban cinco años de vida. No conocía la película
y, como me ha pasado con El demonio de
las armas, de Joseph H. Lewis, he descubierto una obra de arte que, por lo
que he leído, no tiene la reputación que merece. Desde los títulos de crédito,
magníficos, obra del genio Saul Bass, que se retoman al final de la película
para el epilogo tradicional que nos indica cual fue el destino de algunos
personajes, la película, banda sonora incluida, anuncia que vamos a asistir a
una proyección que no nos va a dejar indiferentes. La película comienza como
una road movie, con dos personajes,
dos drifters , en apariencia, que
tienen diferentes objetivos vitales: El protagonista, Dov, espléndido Laurence
Harvey, va en busca del único amor de su vida, tras haberse tenido que separar de
él porque no podía abandonar a su padre, que esperaba la muerte; ella, una Jane
Fonda espectacular, en su segunda aparición en pantalla, tras haber rodado con
Joshua Logan Me casaré contigo, que
solo busca la protección de un hombre que la ayude a defenderse de la ausencia
de futuro que tiene su vida y el hambre inmediata-estamos en los años 30- que le
cuesta remediar. Se acompañan el uno al otro hasta que un episodio sórdido
divide sus caminos: ella sigue el errático suyo, que acabará llevándola a la
cárcel; él se instala en Nueva Orleans donde aspira a encontrar a ese amor de
su vida, y lo hace empleándose en una gasolinera cuya dueña, una excepcional
Anne Baxter, se debate entre su amor hacia el recién llegado y el respeto a la
búsqueda de este de ese ser idealizado que alimenta su búsqueda. Capucine -bellísima
y fotografiada con un mimo notable- hace el papel de una artista escéptica que
cae en brazos de la mujer madura, la celosa propietaria de un exquisito burdel,
representado por Barbara Stanwyck con una fuerza, delicadeza y dureza
implacable que sobresale por méritos propios. La lucha, no deseada por parte
del protagonista, con esa “propietaria” no solo del burdel, sino del destino de
la propia protagonista, una artista protegida por ella y mantenida como un
pájaro exótico en una jaula de oro, se narra en la película en clave de película
del género negro, un trhiller en el que no faltan los sicarios tradicionales de
la jefa, el político corrupto o, y eso sí que es un detalle escalofriante, un
empleado del club que, sin medio cuerpo, se mueve sobre una plataforma, impulsándose
con las manos, como el protagonista de muchos dibujos de Gila, de Chumy Chúmez
o directamente inspirado en las víctimas de guerra a las que un obús las han
dejado demediadas. Sobre ese personaje se descubre, hacia el final de la película,
su condición, una sorpresa que no les revelo a quienes no hayan visto aún una
película que no pueden dejar pasar mucho tiempo sin verla. Parece mentira que
en aquellos años Dmytryk fuera capaz de rodar una historia con esa densidad
transgresora. Claro que el protagonista, fiel creyente, siempre con una oportuna
cita bíblica a mano, parece enfatizar la función redentora que deja a la
protagonista, Capucine, en la indeterminación de qué camino seguir, porque el
conflicto se establece, enseguida, entre la ingenuidad de la vida simple y
bondadosa que le ofrece Dov, un tejano natural como el agua del manantial, y la
sofisticación erótica de unas relaciones que, complaciéndola, le dejan un poso
de insatisfacción. Esa será la lucha de la protagonista y entre el amor
inocente de la pareja reencontrada y los mecanismos mafiosos que guían la
conducta de la propietaria del burdel y sus secuaces la película recorre una
senda de contrastes muy marcados y de dos pasiones arrebatadas que ya se prefiguraron en
los títulos de crédito, que siguen los pasos de una gata negra, desafiante, que
acaba enzarzada en una pelea cruel con una gata blanca, un choque electrizante,
como solo las riñas de gatos son capaces de exhibir. La puesta en escena, que
privilegia los interiores del burdel y de la gasolinera, usa escenarios muy típicos
del cine negro, pero el guion, muy ambicioso (amvicioso había escrito con errata iluminadora incluida…), renuncia
a desarrollar adecuadamente algunas situaciones personales de los personajes
que hubieran redondeada la película para convertirla en una obra maestra
indiscutible, aunque dudo mucho de que no podamos considerarla como tal con lo
que nos ofrece, ¡que no es poco! La atmósfera ambigua en la que nos sumerge la
película es fuente celebrada de desasosiego, y los espectadores se ven
arrastrados por los dilemas de los personajes y se ven urgido a tomar partido,
¡como si fuera fácil! La banda sonora, incluidas las dos sensacionales canciones
que se interpretan, redondean una atmósfera del mejor cine negro, del más
tópico, del inconfundible, y a fe que ese toque de genialidad se consigue
cuando ese enfrentamiento por interés se convierte en un furioso melodrama de
rivalidades amorosas que se lo llevan todo por delante, sin barrera ni
frontera, y aunque se juegue uno en el empeño la vida y la otra su perdición
social. ¿Ah, que todavía están leyendo estas líneas apresuradas en vez de haberse
ido corriendo a verla…? ¡No me lo puedo creer!
Maravillosa
ResponderEliminarMe alegra no haberle defraudado.
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