La artesanía del cine negro en una producción eleBada a
obra mAestra: El beso mortal o la rigidez fecunda de los códigos y la
extravagancia del poder nuclear por medio…
Título original: Kiss Me Deadly
Año: 1955
Duración: 106 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Robert Aldrich
Guion: A.I. Bezzerides
(Novela: Mickey Spillane)
Música: Frank De Vol
Fotografía: Ernest Laszlo (B&W)
Reparto: Ralph Meeker, Albert Dekker, Paul Stewart,
Juano Hernández, Maxine Cooper,
Gaby Rodgers, Wesley Addy, Nick Dennis,
Jack Elam.
Con un memorable comienzo,
los títulos de crédito suben en la pantalla sobre las imágenes de una mujer vestida solo con una gabardina que corre
por la carretera haciendo autoestop sin que nadie la recoja, hasta que se cruza
en medio de la carretera para hacer parar a un coche cuyo conductor no es otro
que el investigador privado Mike Hammer. Tras ser descubiertos por unos matones
y ser torturada la mujer para revelar una información que no consiguen antes de
que la maten, Hammer, aún vivo, es despeñado con el coche y con ella por un
profundo terraplén , y aunque el coche se incendia, él consigue salir en el
último momento y salvar la vida.. El único dato del que dispone Hammer es el oído
por la radio: una mujer se había escapado de un sanatorio mental. La relación
entre ambos en lo poco que dura antes de ser descubiertos solo da pie para que
ella le deje un mensaje: recuérdame.
Con tan escasos mimbres se inicia una investigación por parte de un detective muy
peculiar: frío, distante, elegante, amante de los coches deportivos, sin
principios, casi hierático en sus manifestaciones, excepto cuando se entera de
que su mecánico ha sufrido un accidente bien sospechoso; el mismo al que le
salva la vida cuando estaba a punto de arrancar el coche y hacer estallar una
bomba, si bien luego detecta otra que solo estallaría al acelerar demasiado, y
a esta es a la que se refiere, en argot de la delincuencia, como el beso mortal, si bien la petición de
un último beso por parte de quien ha acabado apoderándose de la maleta que todos
persiguen antes de acabar con él de un tiro parece encajar también en el
título, pero lo cierto es que el protagonista la única vez que menciona la
expresión es en relación con la bomba que quería hacerlo volar por los aires en
el coche. Es evidente que hay un uso metafórico, porque ambos intentos de
asesinato acaban pareciéndose enormemente, aunque la resolución del caso nos
muestra la muy diferente naturaleza de los “explosivos”, uno de los cuales, el contenido
del maletín, nos sitúa la película en la orbita de lo más parecido a la ciencia-ficción,
dado el contenido nuclear del mismo. En aquellos años de la guerra fría, el
control de la potencia nuclear venía a ser la apoteosis del espionaje que no
reparaba en nada a la hora de hacerse con ciertos secretos, aunque la torpeza
de ciertos seres ambiciosos e ignorantes, acaban provocando un desastre. Que la
encargada de abrir la caja de Pandora del mal nuclear sea una mujer no puede
deberse al azar, sino a una convicción ideológica profunda del autor. El
detective nos ha mostrado que la mujer es para el apenas un instrumento
mediante el que conseguir cierta información o cierta satisfacción, y está
siempre supeditada a las necesidades dictadas por as circunstancias. La
película, desde el punto de vista de la realización, es absolutamente espectacular
desde el comienzo hasta un final que, a su manera, parece anticipar otro gran
final cinematográfico, el de El planta de
los simios. Que Hammer consiga rescatar a su secretaria y arrastrarla fuera
de la casa mientras se internan en el mar, alejándose de la casa donde tiene
lugar una explosión nuclear, es un final lleno de nervio cinematográfico y en
modo alguno puede resultar ridículo el inicio de la formación del pequeño hongo
atómico generado por la carga nuclear del maletín, si bien es cierto que la
inverosimilitud de base es la propia existencia de un maletín-bomba nuclear que
libera su energía en cuanto se abre el maletín, escondido, by the way, en la taquilla de un gimnasio… Lo importante, como en
el ciclo artúrico, es la quest, sin
embargo, y ahí todos y cada uno de los pasos de Hammer, y sus diferentes
encuentros con el resto de los personajes sí que merecen la pena de ser
seguidos con el ritmo indesmayable que Aldrich le imprime a la narración. La
ciudad de L.A. sirve de escenario perfecto para las ideas y venidas de un
investigador perspicaz, aunque desconcertado, porque en modo alguno puede
imaginar un botín que concite semejantes precauciones y vigilancias. . No
faltan, claro está, los momentos difíciles
de los que el héroe sabe salir con cierta elegancia y no menos astucia, pero
eso sí que forma parte ya de la colección de tópicos que definen al personaje,
un protagonista hosco, poco amable y desdeñoso. Su dureza “de fábrica” no lo
vuelve ni atractivo ni simpático, pero su ser “de una pieza” consigue darle
entidad y empaque, y, a la que se descuida, incluso deja traslucir algún rasgo
de humanidad corriente y moliente. La sinfonía de planos y encuadres que usa Aldrich
están en relación directa con la libertad del creador que no ha de rendir
cuentas a una producción millonaria que exija beneficios seguros, y de ahí el
reparto B que, sin embargo, cumple a la perfección para lo que Aldrich quería
conseguir. Se trata, en definitiva, de un título de referencia en el cine de
investigadores privados y la película, por su libertad creativa de la que
dispuso Aldrich, ha quedado como un referente inexcusable del género negro.
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