Cuando un actor, injustamente olvidado, Edward Everett
Horton es toda la película y algo más: un vodevil de dobles perfectos que
podría haber firmado Lubitsch.
Título original: Lonely Wives
Año: 1931
Duración: 85 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Russell Mack
Guion: Walter DeLeon (Obra:
A.H. Woods)
Música: Francis Gromon
Fotografía: Edward Snyder (B&W)
Reparto: Edward Everett Horton, Esther Ralston, Laura La Plante, Patsy
Ruth Miller, Spencer Charters, Maude Eburne, Maurice
Black.
Filmada
con anterioridad al severo código Hays, la censura tridentina que se instauró
en Usamérica en 1934 y que duró nada menos que hasta 1967, en que se instauró
la recomendación por edades, algo así como el sistema de «rombos» que usó
nuestra televisión en sus inicios o el sistema numeral auspiciado por el poder
eclesiástico: 1,2,3, 3R,4, en el que 4 significa “gravemente peligrosa”,
calificación que me llevó a ver, en su momento, Los insaciables, de
Edward Dmytryk, inspirada en Howard Hugues, en la Navidad del 69, gracias a que
el portero no me pidió el DNI…; la libertad con que se rodaban y estrenaban
ciertas películas, con situaciones sociales escabrosas, adulterios, abortos, drogadicciones, prostitución, etc.,
impensables, de forma tan explícita, poco después, nos permite hoy ver con gusto películas anteriores a
ese código, como la presente, aunque adelanto que Esposas solitarias no tiene
el «mordiente» satírico de otras obras de los genios de la comedia, como el
propio Lubitsch o Wilder, pero sí se trata de un vodevil perfectamente ideado y
llevado a cabo por un reparto que, encabezado por Horton, le saca un partido
absoluto. La película es, en realidad, la adaptación de un vodevil alemán titulado Tanzanwaltz, escrito
por Pordes Milo, Walter Schütt y Eric Urban, digámoslo en mero reconocimiento
al copyright de estos tres autores de los que es imposible hallar datos,
excepto del libretista austríaco Alexander Siegmund Pordes, autor de más de 50 operetas.
La
película tiene un esquema sencillo, y al tiempo original, porque su
protagonista, un serio y exitoso abogado penalista, tiene la particularidad de
que a las ocho en punto de la tarde se convierte en poco menos que un don Juan,
que ve la realidad de un modo totalmente diferente y con maneras distintas, de
lo cual se aprovecha su secretaria para sugerirle a una actriz amiga suya que
le lleve el divorcio de su marido, que la abandona por las noches. El abogado,
que ya había intentado seducir a la secretaria, hasta que aparece su madre
política, fiera defensora de la «virtud» del caballero hasta que vuelva su hija
para «defender» su matrimonio de esa «doble vida» de su marido.
A todo
esto, se le presenta un actor que se le ofrece como doble para lo que pudiera
serle menester. Incrédulo, el abogado asiste a la caracterización del actor
hasta descubrir que está en presencia de su doble idéntico, momento en el que
se le pasa por la cabeza, para burlar la vigilancia de su suegra, que no lo
deja salir, que su doble le suplante mientras él acude a la cita con la actriz,
para lo que desatiende la cita inicial con su secretaria. He de decir que la
transformación del actor en el doble es uno de esos estupendos momentos en la
carrera de un actor en el que su dominio de la gesticulación logra unos
momentos de franca hilaridad en el espectador y una rendida admiración hacia
quien, que yo recuerde, solo fue protagonista absoluto en esta película, pero
magnífico secundario en muchas otras en las que su sola presencia subía el
nivel de la película. Sí, la Historia del Cine tiene un capítulo imprescindible
en la labor de esos secundarios, del mismo modo que la profesión de responsable
del casting tiene un mérito que solo los profesionales reconocen.
Todo
se complica cuando, inesperadamente, aparece la mujer del abogado, ¡un serio
defensor de la institución matrimonial!, razón por la cual no lleva asuntos de
divorcios y sí solo penales. Ahí comienza una carrera cómica hacia el
desenlace, en el que no faltarán las puertas con raudas entradas y salidas,
¡ah, y con un plano espectacular de la pistola apuntando a la cámara para
suicidarse el protagonista!, hasta que repara en que está apuntando “al hombre
equivocado” y va en busca de su rival con todas las mujeres detrás de él tratando
de impedir una «tragedia» para la que nos sobran risas, la verdad, por la
genial interpretación de todo el reparto, sobre todo las tres mujeres
procedentes del cine mudo que tienen aquí, la esposa sobre todo, pero también
la actriz, unos papeles llenos de registros y situaciones cómicas.
Mención
aparte requiere un clásico entre los clásicos secundarios, Spencer Charters,
que aquí interpreta al mayordomo Andrews, y que llegó a actuar en más de 220
películas. Objeto directo de la suplantación de personalidad del abogado,
porque es él quien recibe órdenes dispares de cada uno de ellos hasta volverse
medio loco, el mayordomo es una pieza clave en la construcción de los momentos
cómicos de la película, y sobre todo hacia el final, cuando se reúnen en la
casa todos los personajes y comienza el baile agitadísimo del desenlace, sobre
el cual no diré ni una palabra.
El
origen teatral de la obra es innegable, porque la película a veces funciona más
como grabación de una obra en escenario único que propiamente como película, aunque
la habilidad del director para variar los encuadres en tan pequeño escenario
consigue darle una sensación de narración fluida que nos permite seguir la
trama, lo mejor de la película, sin duda, con constante interés hasta el
apoteósico final. Es cierto que hay, en el fondo, una cierta complacencia
social con el statu quo vigente, pero hasta llegar a él son muchas las
actitudes transgresoras que hayan dispensa y acogida en la película. Esa
tensión, pues, entre transgresión y acomodamiento es uno de los valores de la
película y se mantiene hasta el final. Junto al origen teatral de la película,
no debemos desdeñar los momentos en que propiamente parece que estamos aún en
el cine mudo e incluso en las comedias slapstick, en algunos fugaces momentos,
todo lo cual redunda, aunque pueda parecer lo contrario, en el interés de la
película. ¿Queda claro que he pasado un rato divertidísimo? Mis carcajadas en
la cinta del gimnasio llamaron la atención de quienes «sufrían» cerca de mi los
rigores del ejercicio físico… Es lo que tiene, hacer esa práctica bien
acompañado. Incluso me dio tiempo a comenzar Un hombre inverosímil, de
Alexander Hall, que promete lo suyo… Verela…
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