martes, 28 de enero de 2020

«Esposas solitarias», de Rusell Mack, o la comedia en estado puro.



Cuando un actor, injustamente olvidado, Edward Everett Horton es toda la película y algo más: un vodevil de dobles perfectos que podría haber firmado Lubitsch.

Título original: Lonely Wives
Año: 1931
Duración: 85 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Russell Mack
Guion: Walter DeLeon (Obra: A.H. Woods)
Música: Francis Gromon
Fotografía: Edward Snyder (B&W)
Reparto: Edward Everett Horton, Esther Ralston, Laura La Plante, Patsy Ruth Miller, Spencer Charters, Maude Eburne, Maurice Black.

Filmada con anterioridad al severo código Hays, la censura tridentina que se instauró en Usamérica en 1934 y que duró nada menos que hasta 1967, en que se instauró la recomendación por edades, algo así como el sistema de «rombos» que usó nuestra televisión en sus inicios o el sistema numeral auspiciado por el poder eclesiástico: 1,2,3, 3R,4, en el que 4 significa “gravemente peligrosa”, calificación que me llevó a ver, en su momento, Los insaciables, de Edward Dmytryk, inspirada en Howard Hugues, en la Navidad del 69, gracias a que el portero no me pidió el DNI…; la libertad con que se rodaban y estrenaban ciertas películas, con situaciones sociales escabrosas, adulterios, abortos, drogadicciones, prostitución, etc., impensables, de forma tan explícita,  poco después, nos permite hoy ver con gusto películas anteriores a ese código, como la presente, aunque adelanto que Esposas solitarias no tiene el «mordiente» satírico de otras obras de los genios de la comedia, como el propio Lubitsch o Wilder, pero sí se trata de un vodevil perfectamente ideado y llevado a cabo por un reparto que, encabezado por Horton, le saca un partido absoluto. La película es, en realidad, la adaptación de un  vodevil alemán titulado Tanzanwaltz, escrito por Pordes Milo, Walter Schütt y Eric Urban, digámoslo en mero reconocimiento al copyright de estos tres autores de los que es imposible hallar datos, excepto del libretista austríaco Alexander Siegmund Pordes, autor de más de 50 operetas.
La película tiene un esquema sencillo, y al tiempo original, porque su protagonista, un serio y exitoso abogado penalista, tiene la particularidad de que a las ocho en punto de la tarde se convierte en poco menos que un don Juan, que ve la realidad de un modo totalmente diferente y con maneras distintas, de lo cual se aprovecha su secretaria para sugerirle a una actriz amiga suya que le lleve el divorcio de su marido, que la abandona por las noches. El abogado, que ya había intentado seducir a la secretaria, hasta que aparece su madre política, fiera defensora de la «virtud» del caballero hasta que vuelva su hija para «defender» su matrimonio de esa «doble vida» de su marido.
A todo esto, se le presenta un actor que se le ofrece como doble para lo que pudiera serle menester. Incrédulo, el abogado asiste a la caracterización del actor hasta descubrir que está en presencia de su doble idéntico, momento en el que se le pasa por la cabeza, para burlar la vigilancia de su suegra, que no lo deja salir, que su doble le suplante mientras él acude a la cita con la actriz, para lo que desatiende la cita inicial con su secretaria. He de decir que la transformación del actor en el doble es uno de esos estupendos momentos en la carrera de un actor en el que su dominio de la gesticulación logra unos momentos de franca hilaridad en el espectador y una rendida admiración hacia quien, que yo recuerde, solo fue protagonista absoluto en esta película, pero magnífico secundario en muchas otras en las que su sola presencia subía el nivel de la película. Sí, la Historia del Cine tiene un capítulo imprescindible en la labor de esos secundarios, del mismo modo que la profesión de responsable del casting tiene un mérito que solo los profesionales reconocen.
Todo se complica cuando, inesperadamente, aparece la mujer del abogado, ¡un serio defensor de la institución matrimonial!, razón por la cual no lleva asuntos de divorcios y sí solo penales. Ahí comienza una carrera cómica hacia el desenlace, en el que no faltarán las puertas con raudas entradas y salidas, ¡ah, y con un plano espectacular de la pistola apuntando a la cámara para suicidarse el protagonista!, hasta que repara en que está apuntando “al hombre equivocado” y va en busca de su rival con todas las mujeres detrás de él tratando de impedir una «tragedia» para la que nos sobran risas, la verdad, por la genial interpretación de todo el reparto, sobre todo las tres mujeres procedentes del cine mudo que tienen aquí, la esposa sobre todo, pero también la actriz, unos papeles llenos de registros y situaciones cómicas.
Mención aparte requiere un clásico entre los clásicos secundarios, Spencer Charters, que aquí interpreta al mayordomo Andrews, y que llegó a actuar en más de 220 películas. Objeto directo de la suplantación de personalidad del abogado, porque es él quien recibe órdenes dispares de cada uno de ellos hasta volverse medio loco, el mayordomo es una pieza clave en la construcción de los momentos cómicos de la película, y sobre todo hacia el final, cuando se reúnen en la casa todos los personajes y comienza el baile agitadísimo del desenlace, sobre el cual no diré ni una palabra.
El origen teatral de la obra es innegable, porque la película a veces funciona más como grabación de una obra en escenario único que propiamente como película, aunque la habilidad del director para variar los encuadres en tan pequeño escenario consigue darle una sensación de narración fluida que nos permite seguir la trama, lo mejor de la película, sin duda, con constante interés hasta el apoteósico final. Es cierto que hay, en el fondo, una cierta complacencia social con el statu quo vigente, pero hasta llegar a él son muchas las actitudes transgresoras que hayan dispensa y acogida en la película. Esa tensión, pues, entre transgresión y acomodamiento es uno de los valores de la película y se mantiene hasta el final. Junto al origen teatral de la película, no debemos desdeñar los momentos en que propiamente parece que estamos aún en el cine mudo e incluso en las comedias slapstick, en algunos fugaces momentos, todo lo cual redunda, aunque pueda parecer lo contrario, en el interés de la película. ¿Queda claro que he pasado un rato divertidísimo? Mis carcajadas en la cinta del gimnasio llamaron la atención de quienes «sufrían» cerca de mi los rigores del ejercicio físico… Es lo que tiene, hacer esa práctica bien acompañado. Incluso me dio tiempo a comenzar Un hombre inverosímil, de Alexander Hall, que promete lo suyo… Verela…

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