martes, 5 de noviembre de 2024

«Casa en flames», de Dani de la Orden o el sainete desorientado.

La sitcom en Cadaqués para un viejo elogio del sólido núcleo familiar, merced a la devastación personal y colectiva.

Título original: Casa en flames

Año: 2024

Duración: 105 min.

País: España

Dirección: Dani de la Orden

Guion: Eduard Sola

Reparto: Emma Vilarasau; Enric Auquer; Maria Rodríguez Soto; Macarena García; Alberto San Juan; Clara Segura; José Pérez-Ocaña; Flavio Marini; Noa Millán; Zöe Millán.

Música: Maria Chiara Casà

Fotografía: Pepe Gay de Liébana.

 

      

            Pues tenía razón mi cinéfilo amigo Paco Marín: diez minutos excelentes, que prometen mucho, y luego todo se va diluyendo hasta desembocar en el amplio mar de la mediocridad, donde desaguan todas las buenas intenciones.

          Finalmente, la he visto, a pesar de haber leído voces con cierta autoridad que lo desaconsejaban. En estos casos, que la pueda ver en casa contribuye lo suyo a prestarme, porque si algo tenía claro era que para algo así no pasaba por taquilla, aunque me hayan engañado con otras que no eran mejores que la presente, por supuesto. Aún estoy dudando de si pasar o no por taquilla para la de Almodóvar, y me temo que si alargo mucho mi duda, me suceda lo mismo que con Megalópolis, de Coppola, que no me duró en las salas de al lado de casa ni diez días, y ahora no sé dónde recuperarla en pantalla grande.

          Casa en flames tiene por su estructura de sitcom y su tono de sainete que quiere herir sin hacer sangre todas las papeletas para intentar agradar a cierto público propenso a saborear todos los tópicos  reiterados hasta la saciedad en mil y una películas, como la lumbalgia del marido bilingüe, la endeblez sentimental del hijo de los protagonistas o la insatisfacción crónica de una casada aburrida del calzonazos de su marido. El escenario, eso sí, es un marco privilegiado, una casa diseñada por José Antonio Coderch y que, en realidad, no está en Cadaqués, sino en Canet de Mar, ¡esas cosas del cine, tan mentiroso siempre, para crear la ficción de la realidad!, y los personajes se mueven en él con bien probada naturalidad, como si, en efecto, hubieran vivido en ella toda su vida.

          Como tantas otras películas, la acción gira en torno a una familia cuyos vínculos se han ido deshaciendo con el paso del tiempo, por lo que su reunión en la antigua casa familiar lo tiene todo de ejercicio de nostalgia y, al tiempo, de réquiem por lo que fue y por lo que pudo haber sido y no fue. ¿El pretexto? La venta de la casa, razón por la que todos han ido para «levantarla» y dejarla vacía para los futuros compradores. En el marco de ese fin de semana vamos a asistir a un apretado maratón informativo sobre los destinos y las inmediatas expectativas de todos y cada uno de los personajes que aparecen: los cuatro del núcleo familiar ya disuelto, una novia del hijo que no quiere ser amada, un yerno que no satisface las expectativas de la hija y, finalmente, la nueva novia del padre, una psicóloga ¡y terapeuta Gestalt! —¡mira tu por dónde…!— que los involucra a todos en un jueguecito terapéutico que sirve de detonante para los conflictos que irán aflorando desde entonces y que van a  mostrarnos la cara oculta del relativo buen «rollito» que, anodino como él solo, hemos visto hasta entonces. Prefigurando el final, el jueguecito consiste en imaginar que se hallan en una sitio ardiendo y han de escoger la persona que  verdaderamente desearían           que los salvara del incendio. Si el lugar escogido es un interior, los problemas vienen de uno; si el lugar es exterior, los problemas vienen de los demás.

          Los líos familiares son un clásico para las comedias ligeras, pero no basta con crear una situación más o menos ingeniosa, y contar con actores y actrices de reconocida solvencia cómica, sino que se ha de optar entre el camino enloquecedor de la comedia disparatada, en la que la acumulación de gags generan un efecto contagio que, bien dosificado, se ganará el favor del público, y el camino, más difícil de la comedia melodramática que exige, ya, una construcción de los personajes más sólida. Aquí nos movemos a medio camino de ambas direcciones, y de ello se resiente la historia, que deriva hacia un final muy «pastelón» e impropio del planteamiento y el desarrollo; pero, bueno, tampoco voy yo a denunciar que se ensalce la unión familiar nuclear como un «activo» social, aunque hay familias cinematográficas, como la Bélier, por ejemplo, más capaces de emocionar.

          Un innegable valor de la película es el tono costumbrista , muy natural, que no impide, sin embargo, algunas sobreactuaciones bastante menos creíbles. A favor de la película juega también el tímido bilingüismo que se perderá en caso de que haya una versión solo en castellano. Aunque el papel de la madre es esencial, porque su deseo de vender la casa es lo que propicia la reunión familiar, no acabo de entender que  la actriz principal tenga tan pobre actuación, como si, teniendo las claves de todo, estuviera ausente de la trama hasta que el azar juegue por ella sus cartas ganadoras. A lo largo del fin de semana hay momentos de truculencia que conviene no revelar y que no contribuyen, ciertamente al mejor diseño de la protagonista, como hay algunos momentos pretendidamente cómicos, el salto en paracaídas, que se alargan innecesariamente y echan a perder la pretendida comicidad del gag.

          Insisto, el planteamiento es excelente, pero el tono de sainete costumbrista, bien logrado —el hijo «artista», por ejemplo, es una sátira que merecía haber sido tratada con más hiel…—  reduce la ambición del magnífico humor negro inicial y va desliéndolo hasta quedarse en las gracietes superficiales de momentos muy manidos y algo casposillos, como ocultar a la novia del padre para que no la vea la madre, por ejemplo, o alguna peineta tan impresentable como la emocionada e impostada alegría nostálgica del descubrimiento del «tesoro»: los vídeos familiares.

          No es fácil, en lo tocante a la familia, a no ser que te llames Ford Coppola…, acertar con el tono de verdad y los contenidos atractivos que trasciendan los tópicos, pero, en el caso de Casa en flames se ha de reconocer, como dicen los ingleses, un nice try…!

«Érase una vez en Anatolia», «Sueño de invierno» y «El peral salvaje», de Nuri Bilge Ceylan: un descubrimiento tardío; un placer profundo.

 

Título original: Bir zamanlar Anadolu'da.

Año: 2011

Duración: 157 min.

País: Turquía

Dirección: Nuri Bilge Ceylan

Guion: Ebru Ceylan, Nuri Bilge Ceylan, Ercan Kesal

Reparto: Muhammet Uzuner; Yilmaz Erdogan; Taner Birsel; Ugur Aslanoglu; Ahmet Mumtaz Taylan; Firat Tanis; Ercan Kesal; Erol Erarslan; Murat Kiliç; Safak Karali; Emre Sen; Nihan Okutucu; Kubilay Tunçer.: Fotografía

Gökhan Tiryaki.

 






Título original: Kis Uykusu.

Año: 2014

Duración: 196 min.

País: Turquía

Dirección: Nuri Bilge Ceylan

Guion: Ebru Ceylan, Nuri Bilge Ceylan. Cuentos: Antón Chéjov

Reparto:  Haluk Bilginer; Melisa Sözen; Demet Akbag; Mehmet Ali Nuroglu; Nadir Saribacak;  Ayberk Pekcan; Nejat Isler; Serhat Mustafa Kiliç; Tamer Levent; Gülsen Özbakan.

Fotografía: Gökhan Tiryaki.

 








Título original: Ahlat Agaci

Año: 2018

Duración: 188 min.

País: Turquía

Dirección: Nuri Bilge Ceylan

Guion: Nuri Bilge Ceylan, Akin Aksu, Ebru Ceylan

Reparto: Dogu Demirkol; Murat Cemcir; Bennu Yildirimlar: Hazar Ergüçlü; Serkan Keskin; Tamer Levent; Öner Erkan; Ahmet Rifat Sungar; Akin Aksu; Ercüment Balakoglu; 

Kubilay Tunçer; Kadir Çermik; Özay Fecht; Sencer Sagdiç; Asena Keskinci.

Fotografía: Gökhan Tiryaki.

 






          De lo particular a lo universal: figuras y paisajes en un todo armónico deslumbrante o el tempo preciso de la existencia.

 

Descubro, con muchos años de retraso, el cine deslumbrante de Nuri Bilge Ceylan y me quedo atónito ante la belleza de sus imágenes, la profundidad de sus personajes y el modo parsimonioso y tremendamente efectivo como desarrolla sus historias, siguiendo un ritmo temporal que capta la vida en su movimiento cotidiano, sin prisas, sin pausas, como la respiración solemne de la naturaleza más humilde. La presencia majestuosa del paisaje, tanto de Anatolia como de Capadocia, tan distintos, más el urbano y rural de El peral salvaje, donde se supone que existió Troya y cerca de Gallipoli, el mejor escenario bélico conservado, según uno de los personajes de la película, añaden a las historias que se cuentan una magia escénica que imanta la mirada del espectador de tal manera que  convierte en virtud el reproche que algunos aficionados suelen hacerle al director turco: el excesivo metraje de sus películas, ninguna de las cuales, al menos las tres que yo acabo de ver, una detrás de otra, en un maratón agradecido y extasiado, baja de las tres horas. No sé a otros, pero a mi se me han hecho muy cortas las tres, quizás porque las historias se desarrollan tan lentamente como a veces la vida suele hacerlo, pero en las tres películas con un interés que le deja al espectador con muchas ganas de seguir en compañía de los personajes, de quienes no se acaba de  conocer del todo su vida y a quienes enseguida que la película acaba echamos mucho de menos, por lo que nos ha impresionado su aparición en pantalla.

          Nuri Bilge Ceylan es un director que podemos emparentar tranquilamente con lo mejorcito del cine europeo, una tradición en la que se inscribe por derecho propio y de modo relevante, y también con autores como Kiarostamí, sobnre todo por lo mucho que hay de El sabor de las cerezas en Érase una vez en Anatolia, cuando el cortejo forense y policial recorre de noche los caminos, alumbrados solo por los faros, en busca de un cuerpo enterrado que ha de ser localizado por el asesino al que se lleva para que señale el lugar preciso del enterramiento. Recordemos, no obstante, que la película se inicia con una escena en  un taller en el que tres hombres comen y beben en un ambiente distendido. La cámara enfoca un cristal sucísimo que no permite distinguir nada en el interior, pero cuando la imagen se acerca hasta el vidrio, se cambia el enfoque el segundo plano y entonces desaparece el cristal y vemos a los tres hombres. Tras los títulos de crédito, a dos de ellos los veremos en la caravana de tres coches, junto a un inspector de policía, un médico forense y un fiscal de distrito, más otros personajes auxiliares,  recorriendo los hermosísimos y mesetarios paisajes austeros de Anatolia, en una expedición en la que uno de los dos detenidos parece jugar con quienes lo custodian. La excursión nocturna, ¡y qué hermosa la gradación tanto del atardecer como del amanecer, con unas tonalidades y una luz que impresionan al más ciego de los espectadores a los juegos cromáticos!, que dará paso a un descanso en una aldea, donde son recibidos y agasajados por el alcalde del lugar, antes de seguir camino,  es una maravilla cinematográfica como hacía tiempo que no veía. Si el cine son imágenes, no hay duda de que Ceylan es un maestro de la composición cinematográfica, y eso lo comprobaremos enseguida, porque la amenaza de tormenta que se cierne sobre todos ellos, dará lugar, a través del viento, sobre todo, a imágenes auténticamente espectaculares.

          La historia es mínima, la localización de un hombre enterrado por sus asesinos al pie de un árbol frondoso en un paisaje de belleza casi mística. La presencia del fiscal, un hombre atrapado en una historia trágica que le va desgranando, como si fuera ajena, al médico forense que forma parte de la comitiva y que, a su vez, es un hombre divorciado que parece haberse «enterrado en vida» en el pequeño pueblo en el que ejerce, se erige como un polo de interés narrativo, sobre todo porque su figura encarna el imperio de la ley y de la racionalidad, frente a los instintos del jefe de policía que acaba estallando violentamente contra las burlas y el juego de despiste sobre la exacta ubicación de la rudimentaria sepultura del cadáver. Estamos, sí, en presencia de una narración que puede recordar algún episodio de la magnífica serie británica Endeavour, aunque hay críticos que la relacionan con CSI: Miami, pero esta yo no la he visto, y sí la británica. El escepticismo del policía británico sí que puede ponerse en relación con el humor socarrón del fiscal, y ahí está el juego de parecidos con Clark Gable que disuelve la solemnidad del hallazgo del cadáver cuando él hace el relato forense de lo que han encontrado.  Ese informe parece un preludio de lo que, más tarde, será la práctica de la autopsia, momento en el que el médico le toma el relevo al fiscal y relata los hallazgos de esa práctica forense. Para entonces, ya habremos conocido a la viuda y a su hijo, y sabremos, por boca del jefe de policía, que el muerto era una buena pieza. Los dos personajes femeninos que aparecen en la película, la hija del alcalde, en el receso que hacen en la búsqueda del cadáver  y la mujer del fallecido, son el de una joven y una mujer bellísimas que impresionan, a toda la comitiva, la hija, y la viuda al doctor, quien sigue los pasos de la mujer, que se aleja con la bolsa con las pertenencias de quien fuera su marido, desde la sala donde se le está, literalmente, descuartizando, y donde se sugiere que la víctima podría haber sido enterrada viva, y de ahí la circunstancia de que estuviera fuertemente atada. No es una historia particularmente «amable», está claro, y tampoco sabemos en ningún momento cuál ha sido la motivación de los asesinos, pero tras tres horas de seguir la comitiva judicial y forense nos hemos acercado a unos cuantos personajes cuyas historias se han ido desgranando lentamente a medida que avanzaba la investigación, y alguna sorpresa hay que nos deja tocados, sin duda. Las interpretaciones, sobrias y ajustadas, nos hablan de un retrato social de una Turquía en la que se perciben fuertes diferencias entre las personas ilustradas y quienes no lo son. Por otro lado, la trama está constantemente salpicada con pequeños detalles de la vida cotidiana que nos acercan al realismo costumbrista del que se desprenden momentos incluso humorísticos, tan reales como la vida misma.

          Sueño de invierno está basada en un cuento de Chejov, La esposa, y es algo que, sin saberlo, se reconoce en cuanto comienza la película y asistimos a algunos diálogos entre el protagonista y su hermana o el protagonista y un amigo o, finalmente, y ese es el meollo de esta extraña historia de amor y desamor, el diálogo entre la esposa y el marido. La narración transcurre, básicamente, en un hotel, con aires de casa rural, en la Capadocia, un paisaje invernal de belleza absoluta que, a pesar de sus largas escenas de interior, el director nos ofrece con perspectivas panorámicas que nos dejan sobrecogidos por su belleza. De hecho, algunas de las habitaciones del hotel están excavadas en la roca, lo que mezcla un primitivismo arquitectónica, ideal para turistas, con una vida interior de rentista con preocupaciones intelectuales, un rico de la zona que, además, es propietario de varias propiedades de las que extrae una renta, excepto en el caso de un inquilino que, tras su paso por la cárcel y ante la imposibilidad de encontrar trabajo, se ha refugiado en el alcohol y le adeuda muchos meses de alquiler. Su hermano menor, un imán, se preocupa de él y tercia ante el gran señor para evitar un desahucio que deje a la familia de su hermano, con un  hijo pequeño, en la calle. Es el hijo quien, sabedor de que el propietario es el responsable de que les hayan quitado la televisión y otros electrodomésticos ha lanzado una piedra contra el coche en que viajaba el propietario con su administrador y está  a punto de provocar un serio accidente. La pobreza de ambos hermanos contrasta con la despreocupación del propietario, viejo actor, ya retirado, que ha heredado con su hermana los bienes de la familia y dedica su tiempo a escribir artículos de costumbres en la prensa local, a la espera de reunir los datos necesarios para escribir su gran obra: una Historia del teatro en Turquía. La película está permeada por el espíritu decadente del personaje, agnóstico y escéptico, además de por su vivencia de la vejez en la que acaba de entrar, con los achaques propios de la misma y la pérdida de atractivo romántico y sexual que ello supone, aunque la distancia que marca su esposa con él proviene de la desidia con la que él contempla los proyectos filantrópicos en los que ella participa para darle un sentido a su vida, pues se siente literalmente excluida de la de su marido. Estamos ante una obra dialógica en la que se plantean constantemente temas que tienen que ver con la ética, con la responsabilidad social, con la religión y con el sentido social o individual de la vida humana. Se trata de diálogos intensos, muy a menudo rodados con cámara fija y en los que las inflexiones de voz, los tonos y algunos rasgos de carácter son tan valiosos y pertinentes como el propio contenido de lo que se dice. Pensemos que el protagonista lleva una vida retirada, sin vida social de ningún tipo, pero parece seguir estando profundamente enamorado de una esposa esquiva que, en el devenir de la trama, va a tener un terrible momento cuando, guiada por la compasión, se acerque al inquilino moroso para regalarle una cantidad de dinero con la que saldar sus deudas y permitirse algunas comodidades. Me reservo cualquier explicación, porque es un momento culminante de la historia y el espectador ha de verlo y juzgarlo a solas y sin estar avisado.

          La narración apenas nos presenta tres o cuatro conflictos que se extienden parsimoniosamente  en un metraje que en ningún caso tiene como objetivo acumular anécdotas y mucho menos crear un dinamismo artificial. La vida del protagonista tiene un tiempo interno más próximo al estatismo que a la vivencia apresurada de emociones o vértigos existenciales: todo parece estar bajo control, excepto el modo como salvar la distancia que se ha creado entre él y su desengañada esposa, y de ahí esa obsesión por mirarla subrepticiamente, casi por espiarla, aún fiel admirador de su profunda belleza y quejoso añorante de una atención que ha perdido a medida que él se ha hundido en la monotonía de sus días de rico propietario y se ha desentendido de las vidas ajenas. Uno de los clientes le pregunta si no tienen caballos, porque aparecían en la promoción publicitaria del hotel. Es una hermosa digresión la de la captura del caballo salvaje,  y el modo casi agónico como es sacado de un canal; después, sin embargo, se convertirá en metáfora, que es el destino de todo aquello de lo que nos rodeamos: expresar una carencia, una imposición o una frustración.

          La nieve en Capadocia no es como la nieve en Manhattan, y los planos panorámicos que de sus paisajes se nos ofrecen en la película son, con mucho, uno de los grandes atractivos de esta historia crepuscular, desengañada y romántica. El espectador disfruta, como un contertulio más, de los grandes retos dialécticos que van surgiendo aquí y allá, y que nos comprometen, porque no se habla de los turcos, sino de los seres humanos, por eso el cine de Ceylan traspasa con suma facilidad las fronteras, porque remonta de la circunstancia local a la universalidad de la condición humana.

          Algo parecido ocurre con El peral salvaje, una curiosa historia que nos va a hacer seguir las peripecias de un joven protagonista recién graduado en Educación Primaria  con el que le es imposible empatizar a cualquier espectador, un ser en apariencia «positivo» que va a ir degradándose de secuencia en secuencia hasta llegar a la abyección  moral propiciada por un egoísmo tan salvaje como el peral del título. El joven vuelve a casa con un título bajo el brazo y, sobre todo, con una novela o texto de impresiones personales sobre todo lo humano y lo divino que quiere publicar a toda costa, dada su ambición de convertirse en escritor. Las peripecias para la edición del libro forman parte de la trama, sí, pero estas se mezclan con la situación familiar, el padre es maestro y ludópata, quien, tras haber arruinado a la familia, debe dinero a mucha gente, aunque es un enamorado del campo, de la vida natural y de los animales. Está a punto de jubilarse y, aunque incluso llegan a cortarles la luz por falta de pago, la mujer espera que se jubile y con la gratificación que les da poder reenderezar su vida familiar. El joven Sinan, sin oficio ni beneficio, decide presentarse al examen nacional para ocupar una plaza de maestro en el este del país, la zona más atrasada, pero donde también comenzó su padre, una época, además, de la que guarda buenos recuerdos. Mal preparado, no aprueba. En el periplo para publicar su novela, se encuentra en un a librería con un conocido y famoso escritor local, con quien sostiene una conversación en la que viene a reírse de él y de sus claudicaciones para amoldarse a lo establecido, dejando de lado el riesgo de la verdadera expresión artística. Todo ello sin que, hasta ese momento, tengamos ninguna noción de los valores o deméritos del joven aspirante de escritor. Hay algo de película de reencuentro con el lugar de donde se salió para ir a estudiar a la capital: una antigua enamorada que ahora se va a casar con un joyero, aunque a ella le gustaría vivir una vida independiente fuera del «terruño», un encuentro, este, en medio de un bosque, llena de sensibilidad, de misterio y de renuncia; la conversación con otro aspirante a maestro que decide ingresar en el cuerpo de policía; con los amigos, y, especialmente, con el antiguo novio de la joven casadera, con quien ser acaba peleando para sacar los rencores tanto tiempo guardados; con el imán que se niega a devolver las dos monedas de oro que le ha pedido prestadas a su abuelo, antiguo imán, y con otros personajes secundarios como el alcalde y un empresario muy lector —y la prueba es un pequeño armario en el que se ordenan no más de cuarenta libros…— a quienes les pide financiación para poder publicar el libro, sin recibir ninguna ayuda y, en el segundo caso, incluso enemistándose con el empresario, quien se defiende contra el «instruido» con la afirmación de que todos los amigos suyos que fueron a la universidad o bien trabajan para él por cuatro perras o viven en la miseria o incluso se han suicidado…

          La vida del escritor en cierne da un giro cuando, como último recurso para satisfacer su narcisismo, decide vender el perro de su padre, lo que este más quiere en el mundo, y, con los dineros, publicar el libro. La peripecia literaria es tan patética que mejor se la dejo al espectador para que sufra solo y sólo una vez. Después de su miserable «hazaña» decide hacer el servicio militar y, a partir de ese momento, vuelve a regresar a casa de nuevo. Esta segunda vez es muy diferente de la anterior. Y ya anticipo que la película tiene un doble desenlace original y fantástico: el de la condena y el de la redención. Un peliculón como los dos anteriores, aunque aquí la trama urbana desmerezca en parte de la potencia estética de los paisajes de las dos anteriores, si bien las referencias a Troya ya a Galípoli compensan en parte la baza ganadora de las precedentes.