martes, 26 de noviembre de 2024

«Las sombras del poder», de Michael Winterbottom en el avispero.

 

Recreación de la Administración británica de Palestina y la emergencia del futuro Estado Israelí a través de un intenso melodrama.

 

Título original: Shoshana

Año: 2023

Duración: 119 min.

País: Reino Unido

Dirección: Michael Winterbottom

Guion: Michael Winterbottom, Laurence Coriat, Paul Viragh

Reparto: Harry Melling; Irina Starshenbaum; Douglas Booth; Aury Elby; Ian Hart; Gina Bramhill; Lee Comley; Matthew T. Reynolds; Tim Daish; Aaron Vodovoz; Matthew Thomas-Robinson; Yotam Ishay; Rony Herman; Stephen O'Leary; Ariel Nil Levy; Gianmarco Vettori; Yarden Lavi; Samuel Kay; Idan Yechieli; Aliosha Massine; Alla Krasovitzkaya; Elene Mushkaeva; Andrea Quartulli; Doron Kochavi; Ofer Seker.

Música: David Holmes

Fotografía: Giles Nuttgens.

 

          Michael Winterbottom es un director poliédrico, o multigenérico, capaz de hacer Código 46, Nueve canciones o El viaje (y sus diversas secuelas), por eso no extraña verlo atreverse con un melodrama, con más de drama que de música, con el trasfondo, destacadísimo en la historia, del periodo final de la dominación británica en Palestina, de donde se fueron por voluntad propia tras haberse hecho cargo de la administración de ese territorio por encargo de la Sociedad de Naciones, tras la Primera Guerra Mundial. De hecho, en los acuerdos que llevaron a esa administración, figura la intención de crear un «Hogar judío» que amparara a la entonces una minoría (el 11%) en un territorio de mayoría árabe. De hecho, el primer Alto Comisionado fue el judío inglés Herbert Samuel (primero de su condición en la Administración inglesa, por cierto).

          La película de Bottom aborda los últimos momentos de aquella Administración, odiada por igual por árabes y judíos, quienes no dudaron en cometer atentados terroristas contra ella y también entre ambas comunidades cuando los árabes comprobaron que la inmigración judía a Palestina amenazaba con modificar el reparto de tierras y poder en un territorio no por semidesértico menos codiciado. Los ingleses se opusieron a la llegada de barcos repletos de inmigrantes judíos, pues eran partidarios de estrechar lazos con los árabes para luchar contra la amenaza nazi, por más que el Muftí de Jerusalén, huido a Europa, se declarara aliado de los alemanes y reclutara a musulmanes bosnios y albano-kosovares para las Wafen SS. Es decir, que la situación se describe gráficamente como el «avispero» que he llevado al título de la crítica.

          En ese contexto histórico, el enamoramiento entre un policía británico y una redactora de un diario judío moderado, Shoshana, una mujer liberal y sin prejuicios, enemiga del grupo judío terrorista que pone bombas en mercados árabes y que, finalmente, fue responsable del atentado contra el Hotel Rey David, en 1946; esa mujer, digo, va a ser algo así como el hilo conductor de un análisis de la situación histórica que, por sintética que sea, y lo es mucho, da a entender la dimensión del conflicto que se avecinaba en cuanto Gran Bretaña decidiera renunciar al mandato de la Sociedad de Naciones y, tras la Segunda Guerra Mundial, pasarle el conflicto —o la clásica patata caliente…— a la ONU recién nacida, quien dictó el establecimiento de los dos estados en Palestina, lo cual, como es bien sabido, fue el pistoletazo de salida para el intento de exterminio judío por parte de una coalición de países árabes, lo cual inició una contienda cuyo dramatismo aún perdura en nuestros días, pero con un salto cualitativo de odio, muertes y destrucción cuya solución diplomática ni siquiera se atisba, tras tantos años de «devoción» por el terrorismo en ambas partes.

          Al margen de la extraña relación amorosa entre la periodista y el policía, con dos intérpretes de mucho mérito, Irina Starshenbaum y Douglas Booth, cuyo distanciamiento se producirá en función de los acontecimientos políticos y su poderosa influencia en los comportamientos privados de las personas, la película traza una radiografía bastante lúcida de lo que supuso el terrorismo en los orígenes de la fundación del Estado de Israel, y de cómo la Administración Británica hubo e combatir, no siempre dentro de la más estricta legalidad, contra los dos terrorismos que la asediaban: el judío y el árabe, aunque este tenga menos presencia en la historia, frente a lo mucho que se combate al primero.

          En términos cinematográficos e históricos, la película nos ofrece una visión de la vida en Tel Aviv (emplazada donde la bíblica Jaffa) en los años 30 y 40 como la de una ciudad cosmopolita y moderna en la que conviven las distintas religiones, pero se advierte que lo hacen sobre un polvorín que estallará algún día, sin saber quiénes serán los herederos de sus ruinas o los potenciadores de su crecimiento. Y en ese escenario se mueven los personajes opuestos que centran el interés de la narración. El policía inglés simpatiza, obviamente, con la causa judía, y, de hecho, Shoshana es militante de la organización moderada Haganá, que ayudaron a los británicos a detener a los terroristas del Leji y del Irgún. Lo que ni unos ni otros grupos judíos podían olvidar, sin embargo, era la destrucción, por parte de los aliados de Inglaterra contra los nazis, los soviéticos, del barco Struma lleno de judíos que se dirigían a Palestina, y en cuyo hundimiento murieron ochocientas personas…

          Resulta «instructivo» el visionado de la película, porque no hay muchas que traten el conflicto árabe-israelí en aquellos primeros tiempos de la Administración británica, porque Lawrence de Arabia ignora la realidad de los judíos en Palestina y se centra en los intentos del espionaje británico para conseguir el apoyo de los árabes frente a la amenaza nazi, y de ahí los esfuerzos británicos por impedir la llegada de inmigrantes judíos a Palestina.

          El final de la película, con una paradoja sangrante, nos deja más que perplejos y nos empuja a una relectura histórica del conflicto para salir del maniqueísmo que domina los posicionamientos políticos en nuestros días, tan sectarios como desinformados. Al final, probablemente, no nos quede otra que reconocer que lo imposible, el adynaton,  políticamente, sí existe, y está y seguirá causando innumerables muertes. Una película hermosa y triste.

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